—¿Puedes perdonarme solo esta vez, Circe?
La voz de Joaquín era baja, apoyando su frente en su hombro, quieto detrás de ella. Cuando Aries salió del comedor, no negaría su enojo ante las palabras que ella había escupido. Sin embargo, había algo de verdad en ellas. Su esposa era hermosa e inteligente y era capaz de engañar con otro hombre solo para herirlo.
—No habíamos pasado tiempo juntos debido a la circunstancia y la tensión entre nosotros es desalentadora —explicó, alzando lentamente la cabeza. Luego sujetó su hombro, girándola con cuidado hasta estar frente a frente.
—Sé que no es tu culpa que ahora haya una distancia entre nosotros —entre dientes, admitió haberla herido—. Me merecía esta ira de tu parte. Tu esposo había estado persiguiendo una aparición y no conseguía verte.
Sus cejas se levantaron, sonriendo amargamente. Apretó su mano suavemente, exhalando como para liberar la pesadez en su pecho.