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—Porque eso es lo único en lo que esta persona primitiva es buena; todo se trata de entre este mundo o mi mundo. La respuesta es obvia.
Aries cerró los ojos mientras Abel se acercaba, esperando un beso largo y ardiente. Pero él simplemente la besó tiernamente, lo cual duró varios segundos. Ella volvió a abrir los ojos muy lentamente, observándolo mientras retiraba su cabeza. El silencio cayó sobre ellos mientras todo lo que hacían durante minutos era mirarse el uno al otro.
—¿No vas a arreglarme? —rompió el silencio con un susurro, aferrándose a sus hombros cuando él negó suavemente con la cabeza—. ¿Por qué?
—Ese no es mi trabajo, cariño. Tú te arreglas y yo me arreglo —Abel inclinó su cabeza hasta que su frente tocó la de ella ligeramente—. Me gustas tal como eres.
—No me gusta cómo soy —Aries bajó los ojos, la amargura en ellos pasó desapercibida.
—Bueno, esa eres tú, no yo.
—¿Te gusta cómo eres?
—No.