—En passant. —Aries tomó un peón en el tablero de ajedrez, colocándolo a un lado, junto con algunos otros peones. Sus labios se curvaron, mirando hacia la persona al otro lado de la mesa redonda.
—Vamos, Abel. Ni siquiera lo estás intentando —se recostó mientras Abel sonreía de manera juguetona.
—Sí lo estoy intentando —él argumentó y se encogió de hombros—. Es solo que tú eres buena en esto.
—No tanto como tú.
—Bueno… lo dudo —se rió, estudiando la expresión fija en su rostro. Sus ojos parpadearon triunfantes, aún así, mantuvo su recato.
Qué sexy.
—¿Entonces? ¿No dijiste que le darías clemencia? —Sus cejas se elevaron, parpadeando con suma ternura—. Al príncipe desterrado. Pensé que lo habías perdonado.
—No pensaste en serio eso, ¿verdad?
—Bueno, no me hagas caso. Soy el tipo de persona que dice en voz alta lo que pienso cuando estoy observando algo y siempre dejo espacio para todas las posibilidades.