—Artem, eso es tan hermoso. ¿Eso es el océano? —me había inclinado hacia delante en mi asiento para mirar el glorioso lugar.
—Sí, lo es —su voz era suave, tersa, y hacía que mi estómago sintiera cosas extrañas.
—¿Estamos en el océano? ¿Aquí es a donde íbamos?
—Quería tener un picnic en la playa contigo y ver el sol mientras se pone sobre el agua.
—Suena hermoso —entonces me giré para mirarlo, con una sonrisa en mi rostro y los ojos abiertos de par en par.
—No tan hermoso como tú —sentía como si mi corazón fuera a explotar por lo rápido que latía, sentía que mi estómago también hacía volteretas y saltos.
—No lo soy —las palabras salieron susurradas, mi falta de confianza en mí misma cobrando factura una vez más.
—Eres más hermosa que cualquier cosa que haya visto jamás —pensé que me iba a derretir justo entonces con lo caliente que se sentía mi cuerpo y mi rostro después de esas palabras.