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—Asher es amable conmigo —dijo Adeline con voz baja.
Sus ojos se desviaron brevemente hacia sus labios. Recordó que aquella noche él tampoco la había besado en la boca. En su lugar, su rostro estaba enterrado en su cuello, succionando, lamiendo y mordisqueando hasta que se formó una marca de amor.
—Es inútil.
Elías miró hacia ella. Su cabello estaba desparramado, su vestido se deslizaba hacia abajo revelando la mitad de su pecho. Cuando ella respiraba, su pecho se elevaba y descendía con ello. Era una vista fascinante.
—Es mi amigo —interrumpió ella.
Elías apretó sus labios. Sus manos estaban a cada lado de su cabeza, de tal manera que no la aplastaba con su peso. Bajó su tienda sobre ella, observando como su rostro se sonrojaba al instante. La presionó contra la cama, negándose a dejarla ir hasta que dijera sí.
—No fue capaz de salvarte de mí —observó él.
Las cejas de Adeline se fruncieron. Alcanzó y tocó con delicadeza su mandíbula con ambas manos.