—Te ves hermosa en esta posición —dijo Elías, su voz volviéndose más ronca a su lado. Su cabello se deslizó sobre sus hombros, las puntas rizándose debajo de su pecho, su boca de repente sedienta por probarla.
El rubor de su rostro, la ternura en sus ojos, el contoneo de sus caderas que se deslizaban sobre su miembro endurecido, por apenas un segundo, lo llevaron al borde de la locura.
—No quiero hacerlo mal y romper tu
—¿Controlas la situación ahora, verdad? —rió Elías, observando cómo su rostro se ponía rojo—. Aunque, querida, siempre has tenido el control sobre mí, pero eres demasiado ingenua para darte cuenta.
Adeline estaba confundida por sus palabras, incapaz de comprender el poder que ejercía sobre él. Ella se disgustaría y él encontraría mil maneras de complacerla. Ella le diría que saltara de un puente, y él le preguntaría si quería ver un salto mortal. Todo esto, ella no lo sabía.