Lu era la única persona en quien Ari podía confiar en ese momento. Era la única de sus amigas que sabía de su alocada escapada. Rápidamente, agarró su bolso, salió corriendo de su casa y hacia su coche.
—¡Lu! —Ari llamó mientras tocaba el timbre de su puerta. Lu trabajaba desde casa. Era redactora para alguna empresa, así que no necesitaba ir a trabajar, excepto por asuntos urgentes.
—¿Ari? ¿Por qué gritas como un perro loco? —preguntó Lu al abrir la puerta, y antes de que pudiera siquiera mirarla, Ari ya había pasado junto a ella hacia el interior de la casa.
—¡No te lo vas a creer! Estoy en la mayor mierda del mundo ahora mismo. Estoy muerta, Lu. —exclamó Ari mientras lanzaba su bolso al sofá, abrazándose la cabeza con las manos.
Lu se rió; a Ari le encantaba exagerar las cosas, así que ni siquiera podía decir cuándo estaba bromeando o hablando en serio.
—Cálmate, nadie va a morir pronto. Ahora dime, ¿cuál es el problema? —Lu preguntó mientras se sentaba junto a Ari.