El teléfono de Leo sonaba incansablemente en la mesa pero él no se movía.
Tenía un brazo sobre su frente mientras yacía estirado en el sofá.
Sus ojos estaban cerrados pero no estaba dormido, esperaba que su teléfono dejara de sonar pero parece que el que llamaba era persistente.
Enojado, estiró la mano y alcanzó el teléfono, sin mirar la pantalla, deslizó el dedo hacia arriba y respondió.
—Leo… soy yo.
Antes de que pudiera regañar al que llamaba, escuchó la dulce y pequeña voz que había anhelado escuchar durante meses,
Sus ojos se abrieron de golpe y se sentó instantáneamente.
Miró el teléfono pero era un número desconocido, volviéndolo a poner en la oreja, se aclaró la garganta y habló.
—¿Claire? ¿Eres tú?
—Preguntó para estar seguro, tal vez había empezado a escuchar cosas.
—Sí, soy yo. Te he echado de menos.
Su voz se quebró al hablar, Leo sintió que sus piernas se debilitaban. Echarla de menos era decir poco de lo que sentía en este momento.