Ahora que se había duchado, debía de haber vuelto en sí —Michael pensó—. Quizás estaba tardando tanto porque estaba avergonzada, él le diría que no había visto nada cuando saliera.
Michael asintió para sí mismo, dejó el secador de pelo en la mesa y se giró para caminar hacia su cama, pero estaba a mitad de camino cuando se abrió la puerta del baño y la vista que encontraron sus ojos hizo que se le cayera la mandíbula.
Diana salió del baño, cabello mojado, cara sonrojada, piel mojada goteando. Sus caderas se mecían de un lado a otro mientras caminaba hacia Michael.
Los pies de Michael se arraigaron en el sitio mientras la veía acercarse; —No vi la toalla —Diana habló con una voz seductora—. ¿sabes dónde está?
Michael se derritió como un charco.
Estaba tan muerto.
Sus ojos lo miraron tan inocentemente que Michael casi pierde la cordura.
—Diana, la toalla estaba colgando justo en frente de ti... —Michael exclamó, dándole la espalda.