—Tendré listo este contrato para mañana por la mañana —murmuró Biham—. No lo demoraría ni un poco. Se acostó en el sofá de lado con las manos cruzadas sobre su pecho, observando dormir a Kinshra. Era su vista favorita. Su respiración pausada y el latido de su corazón eran como un metrónomo para él. Lo arrullaron hasta quedarse dormido. Sus sueños estaban llenos de pequeños cachorros con hermosos ojos oceánicos y cabello oscuro.
Cuando Kinshra despertó por la mañana, lo encontró sentado en el borde de la cama. —¿Biham? —dijo mientras subía la manta y sofocaba un bostezo.
Con una amplia sonrisa levantó la mano que sostenía un pergamino. —El contrato. Firmado y sellado.