—Con Tabit en sus brazos, Fafnir nunca quiso salir de esta eutopía. Durante toda la noche, miró a la pequeña princesa que estaba acurrucada en sus brazos, contra su pecho. Continuó sonriendo hacia ella, acurrucándola, cubriéndola con la manta y ajustaba su cuerpo de acuerdo al de ella para que cuando se durmiera, no se sintiera incómoda. Y después de seis largas noches en las que apenas fue él mismo, Fafnir también se durmió.
—En algún momento durante la noche, se despertó, sintiéndose dichoso. ¿Pero por qué? Abrió los ojos y se encontró sosteniendo a una chica acogedora en su abrazo, en su regazo. Sorprendido, clavó sus ojos en el rostro de la chica que colgaba en la curva de su codo y reprimió un gruñido.
—¡Cuernos de Calaman! —murmuró cuando vio que era su Tabit quien estaba envuelta en una manta y dormía en sus brazos. Un escalofrío lo recorrió cuando intentó recordar cómo llegó a esta posición, pero no pudo recordarlo en absoluto.