Por la mañana, cuando Tania se despertó, sus manos buscaron al costado la familiar calidez y aroma que había saboreado durante toda la noche. Abrió los ojos de golpe cuando se dio cuenta de que estaba sola. Su ánimo decayó. Había pasado toda la noche en brazos de Eltanin, a pesar de que solo quedaban unas pocas horas para que la noche terminara. —Te visitaré cada noche, Tania —había dicho justo antes de que se durmiera en sus dulces seguridades.
Tania bostezó y estiró sus extremidades. Desvió la mirada hacia la izquierda y a través de las transparentes cortinas vio un grupo de sirvientas esperándola. No acostumbrada a este tipo de trato, se despertó de un salto y se quitó la piel de animal. Las sirvientas se apresuraron y le dieron inmediatamente sandalias para ponerse antes de que colocara los pies en el suelo. —¡Eso no será necesario! —exclamó atropelladamente.