El guardia golpeó la puerta tan fuerte, que era como si todo el reino fuera a su declive.
Pero Eltanin no la dejó. Su pulso palpitaba mientras su sangre retumbaba en sus oídos. Aumentó su ritmo sobre el ápice de su muslo donde atendía a su brote que palpaba y tenía necesidad. Sus caderas se levantaron en sus manos —Te has humedecido para mí, Tania —soltó un gruñido bajo y decadente.
Tania no entendía lo que él quería decir, pero estaba húmeda. Sus muslos estaban recubiertos con sus jugos y estaba segura de que sus dedos debían haberse recubierto con sus jugos también.
—Me encantaría lamer esos jugos de ti —susurró él y ella se estremeció ante la idea. Un gemido suave escapó de sus labios —¿Quieres que haga eso? —preguntó y ella empujó sus caderas entre sus manos. Su pecho vibró con un rugido de aprobación y él gimió ásperamente.