—Amelia preguntó curiosamente —Tío, ¡parece que no tienes muchas ganas de ir a la casa de la Tía!
El esposo de Lull no dijo nada. Lull dijo primero —Él no tiene ganas de ir desde el principio. La familia de su esposo era de otra provincia. Cada Año Nuevo, Día Nacional y Día de Barrer las Tumbas, ella conducía más de mil kilómetros de regreso a la casa de sus padres en el campo con él sin quejarse. Sin embargo, la casa de sus padres estaba a menos de diez minutos en coche, y él se negaba a ir. Ni siquiera estaba dispuesto a celebrar las fiestas. Ella llevaba regalos a sus suegros, cocinaba en sus casas, alimentaba los pollos, ayudaba con el trabajo y demás. Sin embargo, su esposo no. Cada vez que iba a la casa de sus padres, él a lo más compraba algunos víveres. Cuando llegaba, se sentaba a un lado y jugaba con su teléfono.
El esposo de Lull soltó una risita sarcástica —¿Para qué voy a ir a la casa de tu familia? ¿Para escuchar cómo gastas dinero en tus padres?