Fang Jiayi intuía que si no se disculpaba, sus padres podrían echarla de la casa. Podía percibir la profunda decepción de su padre, y ni siquiera sus lágrimas lograron que él le dirigiera una palabra de consuelo.
—Tonta niña, eres nuestra sangre. Ya has aguantado mucho durante dieciocho años —Song Ling le acarició la cabeza suavemente, con el corazón hecho pedazos—. Antes no tenías los medios para aprender piano, ¡pero ahora las cosas son diferentes! Papá y mamá no te dejarán sufrir más en el futuro. Es solo el piano. Mientras estés dispuesta a seguir aprendiendo, ¡definitivamente contrataremos un tutor para ti!
Las lágrimas de Fang Jiayi seguían cayendo, y ella negó con la cabeza, señalando que ya no quería continuar con el piano.
El dolor de Song Ling se intensificó.