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Tan Si pensó que tenía a Zhao Yan en su poder. La mañana siguiente, al despertarse, comenzó a ordenar a los sirvientes que trasladaran su equipaje a la habitación de Zhao Yan.
Los sirvientes se miraron entre sí y no se atrevieron a moverse. Conocían el temperamento de Zhao Yan. Sin su permiso, nadie podía entrar en la habitación a la ligera. Además, la identidad de Tan Si todavía no estaba clara.
—¿Están todos sordos? —dijo Tan Si con enojo—. ¡Apúrense y muevan todo adentro!
—¿Qué quieres mover? —preguntó Zhao Yan, que acababa de salir del gimnasio.
Tan Si rápidamente adoptó una expresión gentil y se acercó para tomar del brazo a Zhao Yan. Le dijo con coquetería:
—Quería que movieran mis cosas arriba a tu habitación. No esperaba que esta gente ni se moviera.
Tan Si pensó originalmente que Zhao Yan la defendería y regañaría a estos sirvientes con dureza y al mismo tiempo anunciaría su estatus como la señora de la casa.
Sin embargo, Zhao Yan solo la miró fríamente y dijo: