—¿Por qué? Te estoy ayudando. ¿No deberías agradecerme por traer a tu antiguo amante aquí? —dijo He Mei mirando a Qian'e con indiferencia.
Qian'e ya tenía los ojos inyectados en sangre. Ojalá pudiera atar a Ma San y golpearlo antes de lavar sus heridas con agua salada todos los días, para hacerle experimentar el mismo tipo de dolor que ella sufrió cuando tuvo el aborto.
—Xiao'e... escúchame. Yo tenía mis propias dificultades en aquel entonces —dijo Ma San con una expresión triste acercándose inmediatamente.
—¡Qué dificultades tienes! ¡Hombre desalmado! Si no fuera por ti, no habría terminado así. ¡Cómo te atreves a mostrarte frente a mí! —regañó Qian'e.
—No es lo que piensas —dijo Ma San.
—¡No quiero verte! ¡Pierdete! ¡Siento ganas de vomitar si tengo que mirarte otra vez! —gritó Qian'e.
He Mei miró a las dos personas inmersas en una discusión y sintió que le venía un dolor de cabeza. Ma San parecía haber hecho oídos sordos a lo que le dijo en casa. Era totalmente inútil.
