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El Comienzo de mi imperio

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Synopsis
En su vida anterior, Dante o Dany como mas se le conocía, era un asalariado solitario y desilusionado, sin familia, amigos, ni ambiciones que iluminaran sus días. Una noche, mientras se refugiaba en el escape de un juego de estrategia llamado "El Ascenso del Dragón", su mundo se oscurece repentinamente y se encuentra transportado a un cuerpo ajeno en un mundo de fantasía épica. Reencarnado como Lei Zhang, el líder de una aldea de bandidos en ruinas durante una era de guerras interminables y tiranía, Dany descubre que este nuevo mundo está lleno de peligros y oportunidades. Con su astucia y ambición renacidas, decide no ser solo un superviviente, sino un conquistador. [Algunos de mis personajes hechos con una IA. https://pin.it/5XmaR4BME].
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Chapter 1 - Una Oportunidad (Capitulo reescrito)

Salió tarde de su maldito trabajo, como siempre. Las luces de neón de la ciudad titilaban en el pavimento húmedo, creando charcos de colores que distorsionaban la realidad como espejos deformados. La lluvia caía con fuerza, casi como si el cielo quisiera lavarlo todo, como si el peso de la ciudad, de la suciedad acumulada en las calles y en las vidas de aquellos que caminaban por ellas, pudiera desaparecer bajo el agua. Pero nada desaparecía. La lluvia era implacable, golpeando con furia y llevándose consigo solo hojas muertas y basura, dejando intactos los problemas, las miserias. El viento aullaba entre los edificios como una bestia atrapada en un laberinto, empujando papeles empapados que volaban en círculos antes de caer de nuevo al suelo, inertes. 

Dany, encorvado bajo su abrigo barato, soltó un gruñido sofocado. El plan para esa noche era simple, una pequeña fuga de su realidad: jugar ese maldito videojuego que había comprado con la esperanza de sentir un destello, aunque fuera efímero, de la emoción de su juventud. Pero ahora, con el clima apocalíptico y su humor aún más sombrío, la idea de sentarse frente a la pantalla ni siquiera parecía tan atractiva. Si el clima hubiera sido mejor, quizá habría ido a buscar algún tipo de distracción más carnal, una compañía efímera. Pero, ¿a quién engañaba? Estaba demasiado agotado. Ni siquiera estaba seguro de poder mantener una conversación, mucho menos una erección. Estaba roto, y lo sabía.

El viento empujaba su paraguas hacia atrás, casi arrancándoselo de las manos, pero lo sujetó con fuerza, maldiciendo entre dientes. Decidió que lo mejor sería ir por algo de comer antes de regresar a su departamento vacío y gris. Se dirigió hacia un restaurante cercano, uno de esos lugares donde la comida era rápida, grasosa, pero suficientemente decente como para que no supiera del todo a cartón. A cada paso que daba, su cuerpo se sentía más pesado. El agotamiento no era solo físico; era mental, espiritual. Veinte años trabajando para la misma maldita empresa, soportando a idiotas, viviendo una vida que nunca eligió. Veinte años de mierda, repitió para sí mismo, mientras sentía las gotas de agua filtrarse por el borde de su abrigo y deslizarse por su nuca.

El eco de su pasado resonaba en su mente. Su jefe, ese cerdo despreciable que dominaba la oficina con su voz engolada y su aliento apestoso, flotaba en sus pensamientos como una sombra persistente. Recordó un día en particular, uno de esos donde las horas extra eran casi una obligación si querías seguir en la nómina. Caminó hacia la oficina del jefe para dejar unos documentos y escuchó, detrás de la puerta entreabierta, los gemidos inconfundibles. Se detuvo en seco, el corazón latiéndole en las sienes. Allí, entre los murmullos y risitas, estaba Liz, la joven veinteañera que parecía sacada de una fantasía de adolescente. Su cabello negro caía en ondas perfectas sobre sus hombros, su piel blanca brillaba bajo las luces de la oficina, y esos ojos azules, profundos y tentadores, parecían capaces de hacer que cualquiera se perdiera en ellos. Pero ahora, esos ojos no le producían más que asco.

Liz era la encargada de las redes sociales, una modelo, la favorita del jefe. Y él, como un tonto, había caído en su juego de coqueteos vacíos. Había sentido algo por ella, una conexión que ahora le parecía una burla cruel. La imagen de ella sobre su jefe, con su ropa ajustada que dejaba ver cada curva, lo llenaba de una furia helada. Sentía cómo su pecho se contraía de repulsión, no solo hacia ella, sino hacia sí mismo, por haber sido tan estúpido. Encendió un cigarro mientras esperaba su comida, aspirando el humo como si con él pudiera exhalar la amargura que lo ahogaba.

Frustrado, sacó su teléfono y comenzó a revisar los mensajes que tenía. La mayoría eran irrelevantes, notificaciones automáticas, pero uno llamó su atención. Era de su padre. El hombre, siempre tan optimista, lo invitaba a pasar el fin de semana en su pueblo natal, ese lugar que Dany recordaba con una mezcla de nostalgia y vergüenza. Le mencionaba lo bien que les haría pasar tiempo juntos, como en los viejos tiempos, y hasta insinuó que podrían ir al prostíbulo local para "divertirse un poco". Dany soltó una risa amarga, un sonido seco que se perdió en el viento. Su vida había llegado a ese punto, donde un viaje al pueblo con su viejo y una visita a un burdel era la única perspectiva de "diversión" que tenía. Sin mucho entusiasmo, le respondió que, si el trabajo lo dejaba libre, iría. A fin de cuentas, ¿qué otra cosa tenía que hacer?

Mientras escribía, sintió algo extraño. Unos brazos delgados lo rodearon por el cuello, el perfume empalagoso que conocía demasiado bien lo golpeó con fuerza, haciendo que su estómago se revolviera. Giró bruscamente, apartando las manos con un movimiento instintivo. Allí estaba Liz, mirándolo con esa sonrisa falsa que antes lo había desarmado, pero que ahora solo le provocaba desprecio. Sus ojos brillaban con esa luz juguetona que a otros los volvía locos, pero Dany solo veía veneno detrás de su dulzura.

—Hola, Dany —dijo ella, como si fueran viejos amigos, como si no supiera el efecto que causaba en él, o peor aún, sabiendo y disfrutando del poder que tenía sobre él. La sonrisa en sus labios era tan perfecta que parecía ensayada frente a un espejo, como una máscara que usaba para manipular a los hombres que caían en su red.

—¿Qué quieres? —respondió él, su voz más áspera de lo que había planeado. Liz ladeó la cabeza, su largo cabello ondulado moviéndose con gracia sobre sus hombros, como si su presencia allí fuera algo normal, como si no estuviera completamente fuera de lugar en medio de esa noche lluviosa y de la miseria que envolvía la vida de Dany.

—Nada... solo verte —respondió ella con una inocencia fingida, pero sus ojos brillaban con algo más, algo que Dany reconoció al instante, aunque preferiría no hacerlo. Era el mismo brillo que lo había atrapado en el pasado, ese destello de interés superficial que jugaba con sus emociones como si fueran piezas en un tablero de ajedrez.

—Hace tiempo que no te veo, Dany. ¿Cómo has estado? —continuó Liz, su voz cantarina, tan ensayada como su sonrisa. Ladeó la cabeza con esa expresión de falsa preocupación que, en otro tiempo, habría logrado que su corazón latiera más rápido. Pero ahora solo lograba que su estómago se revolviera.

Dany la observó, sintiendo cómo las emociones se agitaban dentro de él, mezclándose en un torbellino imparable. Era una mezcla insostenible de furia contenida, tristeza sofocante, y un agotamiento tan profundo que parecía haber llegado hasta los huesos. Tomó una bocanada profunda de su cigarro y, al exhalar el humo, intentó expulsar todo ese malestar junto con él. No lo consiguió. La rabia seguía ahí, atrapada.

—Bien —respondió secamente, volviendo la mirada a su teléfono como si ese pequeño aparato pudiera salvarlo de la conversación que no quería tener. Esperaba, con ese gesto, dar por terminada la interacción antes de que siquiera comenzara. Pero Liz no era de las que captaban las indirectas, o simplemente no le importaban.

—Te ves cansado —dijo ella, casi en un susurro, mientras extendía una mano para tocarle el brazo, sus dedos delgados se deslizaron con suavidad, y antes de que Dany pudiera apartarse, ya había hundido su brazo en su generoso escote. Su piel, tibia y suave, se apretó contra sus pechos, esos que, durante tanto tiempo, habían sido un imán para su mirada y sus pensamientos. Ahora, el contacto lo llenaba de un desprecio indescriptible. Liz ladeó la cabeza de nuevo, con ese gesto que solía parecer dulce, con una mueca de preocupación que años atrás lo habría derretido. Ahora solo lo hacía hervir por dentro.

—Sí, bueno, así es la vida —respondió él, en un tono plano y distante, un esfuerzo deliberado por mantener la indiferencia. No tenía la energía ni la paciencia para sus juegos. Ni siquiera tenía el deseo de continuar con la conversación. Su mente estaba demasiado cansada, demasiado golpeada por las decepciones y frustraciones acumuladas.

Liz, como si no captara la frialdad en su respuesta, dio un paso más hacia él. El espacio entre ambos se redujo hasta el punto de incomodidad. Dany sentía el calor de su cuerpo mezclarse con el frío de la lluvia que aún caía a su alrededor, creando una extraña dualidad de sensaciones que lo perturbaba aún más.

—Dany, he estado pensando en ti —dijo Liz, su voz más suave, más dulce de lo que él recordaba. Casi parecía genuina—. Hace tiempo que no hablamos y... bueno, quería saber si te gustaría ir a tomar algo algún día de estos.

Dany sintió que el asco se retorcía dentro de él como una serpiente venenosa. ¿Cómo podía ella decir esas cosas, como si no supiera el daño que le había hecho? ¿O acaso lo sabía, y simplemente disfrutaba del poder que tenía sobre él? La posibilidad lo enfurecía aún más. Se tragó esa furia como podía, intentando mantener la compostura.

—No tengo tiempo para esas cosas —respondió con brusquedad, sin molestarse en ocultar el tono cortante de sus palabras—. Ya soy viejo, así que deberías buscar a alguien más para tomar algo. Déjame en paz.

Por un instante, solo un pequeño destello en la cara de Liz, su sonrisa perfecta se desvaneció. Dany notó el parpadeo de sorpresa y, tal vez, de dolor en sus ojos. Pero fue un momento fugaz, casi imperceptible, y ella lo ocultó con la misma rapidez con la que había aparecido. Recuperó su compostura con una rapidez que Dany había aprendido a odiar. Asintió ligeramente, como si fuera capaz de aceptar el rechazo con gracia, aunque él sabía que todo aquello era solo una fachada.

—Entiendo —dijo ella en un tono más bajo, sus ojos desviándose por un segundo hacia el suelo antes de volver a mirarlo—. Solo pensé que tal vez podríamos...

Dany no la dejó terminar. No quería escuchar más. No quería darle más espacio para manipularlo, para jugar con sus emociones. Se limitó a mirar su teléfono, ignorándola completamente, esperando que ella se fuera, que desapareciera de su vista y de su vida.

—No me interesa —dijo él, sus palabras duras como un martillazo. Al pronunciarlas, sintió una pequeña chispa de alivio en su interior, como si finalmente hubiera tomado una decisión que debió haber tomado mucho tiempo atrás. El peso de sus palabras colgaba en el aire, cortante, definitivo.

Liz lo miró con una mezcla de sorpresa y dolor. Por un momento, ella parecía vulnerable, como si de verdad le doliera lo que él acababa de decir. Pero tan rápido como había dejado ver esa vulnerabilidad, la máscara volvió a su rostro. Asintió lentamente, dio un paso atrás, aumentando la distancia entre ellos.

—Está bien. Lo siento. Yo pensé que nosotros... —empezó a decir, pero su voz se quebró. La frase quedó inconclusa, flotando en el aire entre ellos. 

—¿Nosotros qué? —espetó él, su voz brusca, llena de impaciencia. No quería oír sus excusas. No quería saber qué fantasía absurda se había formado en su cabeza.

Liz bajó la mirada, su expresión más apagada de lo que él la había visto antes.

—Bueno, tú... tú siempre me trataste de una forma... diferente, más amable en comparación con los demás. Y yo pensé que tal vez... podríamos ser algo lindo, ya sabes —dijo Liz con un intento de sonrisa, su voz temblorosa al final. Tragó saliva, como si estuviera reuniendo el coraje necesario para continuar—. No te importa mi edad, ¿verdad? Tú me gustas... ya sabes —sus palabras intentaban sonar juguetonas, pero las lágrimas que se asomaban en sus ojos delataban la inseguridad detrás de su máscara.

La confesión quedó flotando en el aire, una nube pesada que parecía envolver a ambos en una tensión insoportable. Dany no reaccionó de inmediato. En lugar de eso, apagó su cigarro en el cenicero con un movimiento lento y deliberado, observando cómo la brasa roja se extinguía. El pequeño círculo de ceniza se dispersaba en el aire, tal como lo hacía su paciencia.

Liz lo miraba, esperando alguna señal, alguna palabra que la redimiera. Sin embargo, Dany seguía en silencio, su mirada perdida en el resplandor opaco de las luces de la calle. Lo único que sentía era una mezcla de desprecio y fatiga, una corrosión interna que había crecido durante años de silencios, decepciones y promesas vacías.

—Claro —comenzó él con una voz cargada de veneno—. Después me casaré contigo, tendremos un hijo, un perro, un gato, ¿no? —soltó una risa amarga que no contenía el más mínimo rastro de humor—. Dime, Liz, ¿ese hijo sería mío o del cerdo de Erik? —sus palabras golpearon como un látigo, crueles, implacables—. ¿Sería mío o tendría que esperar al tercero para que realmente lo fuera?

El rostro de Liz palideció de golpe. Su sonrisa nerviosa desapareció, reemplazada por una expresión de puro desconcierto y dolor. Las lágrimas que había tratado de contener comenzaron a desbordarse, resbalando silenciosamente por sus mejillas. Su mirada se desvió al suelo, incapaz de sostener el peso de las acusaciones de Dany.

—Yo... —su voz fue apenas un susurro, roto, mientras se alejaba lentamente, casi arrastrando los pies.

Dany no dijo nada más. La observó en silencio, viendo cómo la figura de Liz se encogía bajo la lluvia que seguía cayendo con furia. Las gotas formaban pequeñas olas en los charcos a su alrededor, mientras Liz caminaba cada vez más lejos. Él sentía que ese mismo vacío se expandía dentro de su pecho. No era tristeza, no exactamente. Era algo más profundo, más arraigado, una sensación constante de pérdida que había estado con él desde hacía mucho tiempo, un recordatorio de los años desperdiciados, de los errores y las oportunidades que se esfumaban como humo de cigarro.

El eco de los pasos de Liz sobre el asfalto mojado resonaba en su mente, como una melodía distante y triste. Ella desapareció, fundiéndose con la oscuridad y la lluvia, y Dany se quedó allí, bajo el aguacero implacable, como si fuera incapaz de moverse. Sus pensamientos vagaban por los recuerdos de todo lo que había perdido: su juventud, sus sueños, la inocencia que alguna vez tuvo. Momentos como este solo servían para recordarle cuánto había cambiado, cuánto había soportado, y lo poco que quedaba de lo que alguna vez fue.

Finalmente, después de lo que le pareció una eternidad, su pedido estuvo listo. Tomó la bolsa de comida del mostrador del restaurante, y la calidez de la bolsa de papel solo contrastaba con la frialdad que sentía por dentro. El camino de regreso a su departamento fue monótono, cada paso que daba se sentía más pesado, como si estuviera cargando el peso de todas sus emociones no expresadas.

Mientras subía las escaleras de su viejo edificio, el eco de sus propios pasos resonaba en el vacío. Cada escalón parecía más alto que el anterior, y con cada uno que subía, se sentía más lejos de cualquier posibilidad de encontrar consuelo. Llegó a la puerta de su apartamento y la abrió con un cansancio visible, dejando caer la bolsa de comida sobre la mesa sin siquiera mirarla. El hambre que sentía momentos antes había desaparecido, sustituida por un agotamiento emocional tan grande que nada, ni siquiera la comida, podía aliviar.

Se desplomó en el sofá, dejando que el sonido de la lluvia repiqueteando en la ventana llenara el silencio de la habitación. Cerró los ojos y dejó que los recuerdos invadieran su mente. Las imágenes de Liz y Erik, de su jefe, de los momentos en los que la vida había tomado caminos que él no había podido controlar. Recordó su infancia, los días en los que la esperanza aún era una posibilidad real, los sueños que alguna vez tuvo, las promesas que no pudo cumplir.

Con un suspiro pesado, se levantó y se dirigió al baño. Abrió el grifo y dejó que el agua caliente corriera, el vapor comenzando a llenar el pequeño espacio a su alrededor. Se miró en el espejo, y lo que vio lo dejó inmóvil. El hombre que lo observaba desde el otro lado del espejo no era él. Era alguien envejecido por el tiempo, desgastado por la amargura. Alguien que ya no tenía fuerzas para luchar contra las frustraciones diarias de la vida.

Entró en la ducha y dejó que el agua cayera sobre su cuerpo, el calor envolviéndolo como un abrazo que no sentía desde hacía mucho tiempo. El agua caliente escondía las lágrimas que comenzaron a rodar por su rostro. Ni siquiera sabía por qué estaba llorando realmente. Era una mezcla de todo: la rabia, la impotencia, la tristeza, la decepción, el cansancio. Era como si todas esas emociones, contenidas durante tanto tiempo, finalmente encontraran una salida.

Comenzó a golpear la pared con rabia, su puño chocando una y otra vez contra las baldosas del baño. Cada golpe resonaba con fuerza, pero no sentía alivio. La frustración seguía ahí, creciendo con cada segundo. El agua seguía cayendo, y sus lágrimas se mezclaban con ella, desapareciendo en el flujo continuo.

—¡Carajo! —gritó con toda la fuerza que le quedaba, su voz ahogada por el ruido del agua cayendo a su alrededor. El sonido quedó atrapado dentro del baño, pero el eco de su furia resonaba en su mente. No podía seguir así, no podía seguir llevando esa vida que lo estaba consumiendo desde dentro.

Se dejó caer al suelo de la ducha, el agua aún cayendo sobre él, mientras se acurrucaba en posición fetal. Los sollozos se escapaban de su pecho, ahora incontrolables, y cada lágrima que derramaba era una pequeña liberación. Pero no era suficiente. Nada parecía ser suficiente para calmar la tormenta que rugía en su interior.

Los recuerdos de Erika, Liz, su trabajo, su infancia, todo giraba en su mente, en un torbellino que no podía detener. Sentado en el suelo de la ducha, bajo el agua caliente que caía sin cesar, se sintió más solo que nunca, como si estuviera atrapado en un ciclo interminable del cual no podía escapar.

Permaneció allí, en el suelo de la regadera, durante lo que parecieron horas. El agua seguía cayendo como una cortina constante, cada gota repiqueteando en su cuerpo mientras el calor empezaba a disiparse lentamente, como si el calor mismo se estuviera agotando junto con él. Su mente, antes llena de una tormenta de pensamientos y emociones, ahora estaba en blanco. Vacía. La furia que lo había hecho golpear la pared de la ducha se había desvanecido, dejando solo el eco sordo del dolor en sus nudillos ensangrentados. 

Finalmente, cuando el agua empezó a entibiarse y las primeras señales de frío se colaban por los bordes de la ducha, se levantó con esfuerzo, sintiendo el peso de su cuerpo como si cada músculo se hubiera vuelto de plomo. Cerró el grifo de la regadera, el sonido del agua cesando abruptamente, dejando solo el susurro de la lluvia que seguía golpeando la ventana del baño.

Permaneció un momento más en pie, inmóvil, con el agua aún escurriendo por su cuerpo. El aire del baño, ahora frío, contrastaba con el calor que todavía emanaba de su piel húmeda. Se envolvió en una toalla, con movimientos lentos, automáticos, como si su mente se resistiera a volver a la realidad. Se frotó los brazos, sintiendo la textura áspera de la tela contra su piel mientras salía del baño, sus pasos resonando en el pequeño apartamento, un eco apagado que parecía reflejar el vacío en su interior.

Miró sus manos. Las notó temblorosas y, con la claridad de alguien que ha cruzado el umbral de la fatiga física y emocional, se dio cuenta de que le ardían. Sus nudillos estaban abiertos, pequeños cortes de los golpes repetidos contra la pared. Sangre seca se había acumulado alrededor de las heridas, oscura y pegajosa. Solo suspiró, sintiendo una mueca de dolor tironear de sus labios mientras sacaba el alcohol de su caja de medicamentos. Vertió el líquido con cuidado, observando cómo el alcohol burbujeaba sobre las heridas. El escozor agudo lo hizo apretar los dientes, pero no era nada comparado con el dolor interno que lo había llevado a ese estado. Se vendó las manos con movimientos precisos, casi mecánicos, asegurándose de cubrir cada herida.

El apartamento estaba en penumbra, solo iluminado por las farolas de la calle que se filtraban por las cortinas mal cerradas. Se dirigió hacia su cuarto, cada paso resonando en el silencio sepulcral que lo envolvía. La cama parecía más lejana de lo que recordaba, pero cuando al fin se desplomó sobre ella, el colchón lo recibió con una frialdad que no esperaba. Cerró los ojos, esperando que el cansancio lo arrastrara al sueño, pero no fue así.

Su estómago gruñó de repente, rompiendo el silencio, recordándole que no había comido. Otro suspiro, más pesado que el anterior, escapó de sus labios. Con una pereza abrumadora, se levantó y se vistió con lo primero que encontró: una camiseta vieja y unos pantalones de chándal desgastados. Se dirigió a la sala, donde la bolsa de comida que había comprado más temprano esperaba, intacta.

Sacó las alitas de pollo y las dispuso en un plato. No era la comida más sofisticada ni la que más le apetecía, pero serviría para calmar el hambre. Se sentó en el sofá, con el plato en las manos, y empezó a comer en silencio. Cada bocado era mecánico, sin sabor ni disfrute. Solo un acto de supervivencia. El apartamento estaba completamente silencioso, roto solo por el sonido ocasional del tráfico lejano y la lluvia que continuaba golpeando las ventanas con su cadencia interminable.

Masticaba sin prisa, su mente vagando por los recuerdos de su juventud. Imágenes borrosas de tiempos más simples aparecían ante él, como fantasmas que no podía tocar. Se vio a sí mismo, más joven, en esas noches interminables en las que jugaba videojuegos hasta el amanecer, soñando con un futuro lleno de posibilidades. ¿Dónde se habían quedado esos sueños? Se había imaginado con una familia grande, tal vez dos niñas a las que mimaría, y un hijo al que enseñaría todo lo que había aprendido en la vida. Quería volver al campo algún día, al pueblo donde creció, lejos del caos de la ciudad, donde la tranquilidad pudiera darle paz.

Pero todo eso parecía ahora tan lejano, tan imposible. Cada uno de esos sueños se había desvanecido, reemplazado por la realidad cruel de su vida actual. Una rutina monótona de trabajo y soledad, sin amor, sin compañía. Se preguntó en qué momento había perdido el control de su vida, cuándo todo se había torcido hasta el punto de no retorno. Terminó de comer sin siquiera darse cuenta y dejó los huesos de las alitas en el plato. Lo dejó a un lado y se recostó en el sofá, con la vista perdida en el techo, buscando respuestas que no llegaban.

El cansancio seguía pesando sobre él, pero el sueño se mantenía esquivo, como si su mente se resistiera a desconectar. Cerró los ojos, intentando dejar su mente en blanco, pero los pensamientos seguían llegando, uno tras otro, recordándole todo lo que había salido mal, todo lo que había perdido. Después de unos minutos de lucha infructuosa, se levantó con un gruñido de frustración y fue hacia su computadora.

Encendió la máquina y la pantalla iluminó la oscura habitación con su luz fría y azulada. Al menos podía distraerse con el juego que había comprado recientemente: "El Ascenso del Dragón". Era un juego de estrategia en tiempo real ambientado en un mundo de fantasía épica, inspirado en la cultura china. Los jugadores asumían el papel de un joven líder que comenzaba con una pequeña villa pobre y tenía que levantar un ejército, construir y gestionar ciudades, y enfrentarse a otras facciones en su lucha por el poder.

Los gráficos eran más que impresionantes; eran inmersivos. Cada rincón del mundo digital parecía haber sido esculpido con un cuidado exquisito. Los frondosos bosques no eran solo verdes manchones de color en la pantalla, sino vastas extensiones de árboles altos y densos, con hojas que temblaban al viento y pequeños rayos de sol filtrándose a través del follaje, creando un juego de sombras que daba vida al paisaje. Las montañas, imponentes y cubiertas de nieve, se alzaban majestuosas en la distancia, sus picos casi tocando el cielo de un azul profundo. Los vastos desiertos, por otro lado, se extendían hasta donde alcanzaba la vista, con dunas ondulantes de arena dorada que brillaban bajo un sol abrasador, tan realistas que casi podías sentir el calor en tu piel. Era un contraste abrumador, como si cada parte del mapa contara su propia historia, esperando a ser explorada.

Las ciudades, diseñadas con una arquitectura inspirada en la antigua China, se erigían con una belleza que mezclaba lo funcional con lo grandioso. Las murallas enormes de piedra rodeaban los edificios, protegiendo a los ciudadanos de los constantes peligros externos. Desde las elevadas pagodas, cuyas torres parecían arañar las nubes, hasta los templos majestuosos adornados con intrincadas esculturas de dragones dorados y fénix, cada detalle estaba cuidadosamente diseñado para sumergir al jugador en un mundo antiguo y legendario. Los mercados bulliciosos, con sus puestos repletos de telas exóticas y especias, aportaban vida a las ciudades, mientras que los patios de entrenamiento estaban llenos de soldados practicando con espadas y lanzas, preparándose para la batalla.

Las unidades del ejército no eran simples figurillas en pantalla; cada soldado parecía una obra maestra en miniatura. Desde los guerreros con armaduras ornamentadas, reluciendo al sol mientras marchaban al unísono, hasta los arqueros, que tensaban sus arcos con precisión mortal, todo estaba cuidado hasta el más mínimo detalle. Las armaduras brillaban con detalles tallados a mano, cada pieza contaba una historia de gloria y guerra. Y luego estaban los dragones: enormes bestias mitológicas, con escamas que reflejaban la luz en tonos de esmeralda y oro, lanzando llamaradas que iluminaban el campo de batalla. Verlos surcar los cielos y desatar su furia sobre las tropas enemigas era algo sobrecogedor.

El sonido del juego era una experiencia por sí misma. El retumbar de los tambores de guerra resonaba en la habitación, haciendo que cada momento de tensión se sintiera más intenso. Los cuernos anunciando la llegada de refuerzos o el estruendo de las armas chocando en combate llenaban los oídos de Dany, sumergiéndolo aún más en la experiencia. Y, de fondo, el rugido ensordecedor de los dragones al iniciar sus ataques hacía que la piel se le erizara, como si la bestia estuviera justo detrás de él, a punto de atacar.

El juego no solo era un festín visual, también ofrecía una personalización profunda que lo hacía sentir como un verdadero estratega. Podías reclutar una vasta variedad de tropas, desde guerreros que portaban lanzas brillantes hasta jinetes nómadas, veloces y letales, capaces de realizar incursiones rápidas en las filas enemigas. Cada unidad podía ser equipada con diferentes armas y habilidades especiales, lo que añadía una capa de estrategia aún más profunda. No era simplemente enviar tropas a la batalla; se trataba de gestionar los recursos, fortalecer las defensas, y decidir en qué momento atacar o retroceder. Las mejoras eran cruciales: convertir a un simple soldado en un experto maestro de espadas o a un arquero en un francotirador de precisión requería tiempo, recursos y decisiones cuidadosas.

La gestión de las ciudades no se quedaba atrás. No era suficiente con simplemente construir; había que planificar. Dany debía asegurarse de que sus ciudades prosperaran, construyendo templos para mantener a sus ciudadanos satisfechos, academias de entrenamiento para fortalecer a sus tropas y talleres donde los artesanos pudieran forjar las armas más mortales. Las murallas defensivas debían ser reforzadas, pues una ciudad desprotegida era un blanco fácil para los enemigos. Pero no todo se basaba en la guerra; la economía también jugaba un papel vital. Necesitaba mantener un flujo constante de oro para pagar a sus soldados, de alimentos para mantener a su población viva, y de materiales de construcción para continuar expandiendo su reino. Cada recurso era limitado, y su distribución podía marcar la diferencia entre la victoria y la derrota.

El modo historia prometía ser aún más envolvente. La narrativa seguía los pasos de un joven líder que, desde una pequeña villa en ruinas, debía luchar, aliarse y traicionar en su camino hacia el trono del dragón. Los personajes que lo acompañaban no eran simples peones en el tablero de juego; cada uno tenía su propia personalidad, sus motivaciones y sus historias entrelazadas con la trama principal. Había aliados fieles, consejeros astutos y enemigos implacables que harían cualquier cosa por detener el ascenso de Dany. Cada decisión que tomaba en el juego alteraba el curso de la historia, llevando a diferentes desenlaces según cómo manejara las alianzas o las guerras.

Además, estaba el modo multijugador. Aquí, la verdadera batalla comenzaba. Enfrentarse a otros jugadores de todo el mundo, cada uno con su propio estilo de juego, hacía que la tensión se disparara. Podías optar por forjar alianzas con otros jugadores, compartir recursos y proteger mutuamente las fronteras, o bien, desatar una guerra que podría prolongarse durante días, con asedios interminables y batallas épicas. La diplomacia era tan importante como la guerra, y una traición en el momento oportuno podía cambiar el rumbo de toda una partida.

Mientras el juego se cargaba, Dany sintió una chispa de emoción que hacía mucho tiempo no experimentaba. Había pasado tanto tiempo inmerso en una vida monótona, una rutina que parecía drenarle cada gota de energía, que casi había olvidado lo que se sentía esperar algo con ansias. En su día a día, todo se repetía, como un ciclo interminable de trabajo, hastío y soledad. Pero aquí, frente a la pantalla de su computadora, todo era diferente. En "El Ascenso del Dragón", sus decisiones importaban. Aquí, podía controlar su destino, algo que hacía mucho tiempo había dejado de sentir en su propia vida.

El zumbido de la computadora le proporcionaba una banda sonora de fondo mientras la pantalla del juego continuaba con su cuenta regresiva hacia el cien por ciento. La pequeña barra de carga avanzaba lentamente, pixel por pixel, y con cada avance, Dany sentía cómo la anticipación crecía dentro de él. Recordaba los días de su juventud, cuando los videojuegos eran su único escape de la realidad. Ahora, este nuevo mundo prometía algo más, algo que parecía hecho a medida para él: un lugar donde podía liderar ejércitos, construir ciudades y enfrentarse a otros líderes en busca de poder y gloria. Mientras el juego seguía cargándose, Dany se permitió por un instante imaginarse en ese mundo. No era Dany, el hombre desilusionado y agotado. Era un héroe, un líder, alguien cuyas decisiones podían cambiar el destino de todo un reino.

Pero antes de que pudiera perderse en esos pensamientos, una pantalla roja inesperada apareció frente a él, abruptamente deteniendo su fantasía. Era una imagen extraña, casi ominosa, con letras doradas brillando sobre un fondo oscuro y misterioso.

[Felicidades, patético y asqueroso humano, has sido elegido por la gracia de mi señora y por tener la suerte de ser el primero en abrir este juego. Así que…]

Dany frunció el ceño, confundido. ¿Era esto parte del juego? Las palabras continuaban fluyendo en la pantalla, como si se burlaran de él, pero al mismo tiempo despertando una curiosidad latente en su interior.

[Te has convertido en el elegido para emprender un viaje sin igual para entretener a la creadora. Serás parte del mundo de "El Ascenso del Dragón". Felicidades y no aburras a tu creadora.]

Parpadeó varias veces, tratando de procesar lo que estaba leyendo. ¿Era una broma? Quizás era una estrategia de marketing inmersiva, una táctica para hacer que los jugadores se sintieran parte del juego desde el principio. Pero algo en la atmósfera de la habitación había cambiado. El aire parecía más pesado, y un escalofrío recorrió su columna vertebral. Todo estaba demasiado... real.

Justo cuando intentaba levantarse de su silla para tomar un respiro y despejarse, una luz cegadora llenó la habitación. Su visión se tornó blanca, y todo a su alrededor comenzó a desaparecer. Sintió como si su cuerpo fuera desmaterializado, como si cada célula estuviera siendo arrancada de su ser y absorbida por la pantalla frente a él. El terror lo invadió mientras la realidad misma se desmoronaba a su alrededor. Su corazón latía con fuerza, su respiración se volvió irregular, y sus manos temblaban mientras intentaba comprender lo que estaba sucediendo.

El dolor llegó después. Un dolor indescriptible, que no solo afectaba su cuerpo, sino también su mente. Era como si su existencia entera estuviera siendo rota y recompuesta una y otra vez, como si su alma fuera estirada hasta sus límites, fragmentada y vuelta a ensamblar. Quiso gritar, pero no pudo. Cada segundo se alargaba en una eternidad de sufrimiento, su conciencia atrapada en una espiral de tormento. No había forma de escapar, no había nada que pudiera hacer, salvo soportarlo.

Y de pronto, como si una mano invisible hubiera soltado su agarre, el dolor comenzó a desaparecer. La luz que lo envolvía se fue desvaneciendo lentamente, y con ella, la agonía. Dany abrió los ojos, parpadeando con dificultad mientras trataba de recuperar el aliento. Se encontraba en un lugar completamente diferente. Ya no estaba en su oscuro apartamento. El ambiente era cálido, y el olor a madera fresca invadía sus sentidos.

Estaba acostado en una cama, una cama sorprendentemente cómoda. Las mantas que lo cubrían eran de seda, suaves al tacto, y adornadas con intrincados patrones dorados que contrastaban con la sencillez del resto de la habitación. Las paredes de madera gastada rodeaban el espacio, pero el mobiliario, aunque modesto, desprendía un aura de elegancia rústica. Había una pequeña mesa de madera oscura en una esquina, y sobre ella, una lámpara de aceite cuya luz parpadeante llenaba el cuarto con sombras danzantes. Las cortinas de un tono rojizo apenas dejaban pasar la luz del sol que brillaba en el exterior.

—Cariño, ¿estás bien? —una voz suave y melodiosa lo hizo girar la cabeza.

Frente a él, sentada al borde de la cama, había una mujer de una belleza desconcertante. Sus rasgos eran delicados y exquisitos, claramente de origen asiático. Su cabello púrpura, liso y brillante, caía con gracia sobre sus hombros, enmarcando un rostro que parecía esculpido por dioses. Sus ojos, de un profundo tono violeta, lo miraban con amor y preocupación, mientras sus labios se curvaban ligeramente en una sonrisa. Su piel, de un blanco puro y delicado, contrastaba con la bata de seda morada que llevaba puesta. La prenda, ajustada y ligeramente transparente, dejaba poco a la imaginación, revelando unas tetas y una figura perfectas que parecían irreales.

Dany sintió su rostro calentarse al instante. El asombro y la confusión lo llenaron mientras intentaba comprender qué estaba sucediendo. ¿Dónde estaba? ¿Quién era esta mujer? Y lo más importante, ¿cómo había llegado allí? Antes de que pudiera formular una respuesta coherente en su mente, la mujer se inclinó suavemente sobre él, colocando una mano cálida sobre su mejilla.

—¿Te sientes bien, mi amor? —preguntó con ternura, sus dedos trazando suaves líneas en su rostro—. Pareces algo confundido.

Dany trató de hablar, pero las palabras no salieron. Estaba aturdido, perdido en la situación surrealista en la que se encontraba. Pero el suave tacto de la mujer, combinado con el calor de su cuerpo cercano, hizo que su mente se nublara aún más. El peso de su figura sobre él, sus caderas amplias y sus pechos voluptuosos presionando contra su pecho, activaron una respuesta involuntaria en su cuerpo. Sintió la tensión crecer dentro de él, y antes de que pudiera evitarlo, su erección fue evidente.

La mujer lo notó de inmediato, y una sonrisa coqueta se dibujó en sus labios. Se acercó más, inclinándose para susurrarle al oído.

—Oh... era eso —dijo en un tono provocativo, mientras sus labios rozaban los suyos en un beso que comenzó suave, pero rápidamente se volvió más intenso.

El beso fue una mezcla perfecta entre ternura y pasión. Los labios de la mujer se movían con una suavidad que le hacía perderse en el momento. Pero, conforme el beso se profundizaba, sintió que la urgencia y el deseo crecían dentro de él. Sus manos comenzaron a moverse instintivamente, explorando su cuerpo con avidez, mientras sus lenguas se entrelazaban en un baile de lujuria y conexión. Era una experiencia sensorial abrumadora, que lo hacía olvidar momentáneamente la extraña realidad en la que se encontraba.

Cuando finalmente se separaron, ambos jadeaban, sus respiraciones entrecortadas llenaban el aire pesado de deseo que parecía haberse apoderado de la habitación. El ambiente era sofocante, no solo por el calor de sus cuerpos, sino por la intensa energía que parecía fluir entre ellos. La mujer, con los ojos entrecerrados, lo miraba con una mezcla de devoción y lujuria que lo atrapaba en una maraña de emociones. Sus profundos ojos púrpura parecían brillar con una intensidad que lo traspasaba, como si pudiera ver más allá de su piel, hasta su misma alma. Había algo tan real en esa mirada, en el calor de su cuerpo contra el suyo, que por un momento Dany se sintió perdido en la irrealidad de todo, cuestionando qué parte de aquello era un sueño y qué parte podía ser la vida misma.

Intentó racionalizar, buscar una lógica que le ayudara a comprender. "Esto es solo un sueño", se dijo a sí mismo. "Todo esto es producto de mi mente". Pero mientras la observaba, mientras sentía la suavidad de su piel bajo sus dedos, la calidez de su aliento contra su pecho, una parte de él no quería cuestionar la realidad de esa experiencia. Su cuerpo ya había tomado el control, y la parte más racional de su cerebro quedó en un segundo plano. Con una sonrisa apenas perceptible en su rostro, decidió dejarse llevar. Después de todo, si esto era un sueño, ¿por qué no disfrutarlo al máximo?

Con una suavidad inesperada, Dany se inclinó sobre ella, dejando que sus labios se deslizaran por su cuello, depositando besos lentos y profundos, explorando su piel como si fuera un terreno desconocido que deseaba conquistar. La mujer arqueó su cuerpo, ofreciendo su cuello como una invitación a seguir. Sus suaves gemidos llenaban la habitación, cada sonido que escapaba de sus labios parecía avivar más el fuego dentro de él.

Sus manos se movieron con precisión, casi como si supieran exactamente lo que hacer. Acarició con ternura su clavícula, descendiendo lentamente hasta llegar a los pechos, esos generosos montes que lo habían atraído desde el primer momento. Tomó uno en su mano, sintiendo su suavidad bajo sus dedos, antes de inclinarse y atraparlo con sus labios. La reacción fue instantánea: un gemido profundo y entrecortado escapó de la mujer, y su cuerpo tembló de placer.

Dany se deleitó en su reacción, disfrutando de la forma en que su cuerpo respondía a cada movimiento suyo. Sabía que estaba en control, que cada caricia, cada beso, desencadenaba olas de placer en ella. Con sus labios recorrió su pecho, alternando entre suaves chupadas y mordiscos ligeros que la hacían estremecer. Cuando pasó al otro pecho, la mujer gimió con fuerza, su espalda arqueándose mientras sus dedos se enredaban en las sábanas de seda.

El deseo en la habitación se había vuelto palpable, como una energía viva que pulsaba a través de ellos. Dany bajó lentamente, dejando un rastro de besos desde su pecho hasta su abdomen, saboreando la calidez de su piel. Sus labios rozaban la línea de su estómago mientras sus manos se deslizaban con destreza bajo la delgada falda de seda que la cubría, explorando con dedos ansiosos la suavidad de su piel. La mujer tembló bajo su toque, su respiración se volvió más errática, y Dany pudo sentir cómo su cuerpo respondía a cada mínimo gesto.

Sus manos llegaron a la cinturilla de su ropa interior, y con una suavidad calculada, deslizó sus dedos bajo la tela, rozando la delicada piel que encontraba allí. Su tacto era suave, pero a la vez firme, suficiente para hacer que la mujer soltara un pequeño jadeo de anticipación. Dany sonrió para sí mismo mientras sentía cómo el cuerpo de la mujer se tensaba bajo él, su deseo creciendo a cada segundo.

Con un movimiento ágil, separó suavemente sus piernas, revelando sus pliegues rosados, hinchados por la excitación. El aroma de su deseo llegó a él, embriagante, y sin esperar más, bajó la cabeza, hundiéndose en su centro con una lenta lamida que arrancó un gemido profundo de los labios de la mujer. Sus dedos se enredaron en su cabello con fuerza, su cuerpo se sacudió al sentir la caricia de su lengua.

—Cariño, eso... —susurró la mujer entre jadeos, sus ojos cerrándose mientras se entregaba al placer—. Nunca has hecho eso.

Dany no respondió con palabras; en su lugar, se dejó llevar por el sabor de su piel, el calor de su cuerpo. Cada movimiento de su lengua era calculado, alternando entre largas y lentas caricias que la hacían estremecer y rápidos movimientos que la llevaban al borde de la locura. Mientras continuaba, un dedo suyo se unió a la exploración, deslizándose suavemente dentro de ella, acompañando el ritmo de su lengua.

La mujer gimió más fuerte, su cuerpo ondulándose contra su rostro, su respiración entrecortada llenaba la habitación. Sus paredes internas se apretaban alrededor de su dedo, desesperadas por encontrar liberación. Pero Dany no estaba listo para dejarla caer en el clímax. Quería prolongar ese momento, llevarla al límite una y otra vez antes de dejar que se desbordara.

Dejó de usar su lengua, retirándose lentamente, y con una sonrisa traviesa, comenzó a besar sus muslos, dejando un rastro de mordiscos suaves en su tierna carne. La mujer gimió de frustración, moviendo sus caderas en busca de más contacto. Pero Dany, implacable, continuó su camino hacia arriba, volviendo a sus pechos, donde sus labios y manos reanudaron su labor de adoración. Mordisqueó suavemente uno de sus pezones, haciéndolo rodar entre sus dientes antes de soltarlo y pasar al otro.

Los gemidos de la mujer se intensificaban, cada sonido más alto que el anterior. Su cuerpo se movía en busca de más, sus caderas se alzaban en el aire, rogando por el contacto que Dany le negaba. Él se rió suavemente contra su piel, deleitándose en su desesperación. 

Cuando finalmente decidió regresar a su punto más sensible, deslizó su mano entre sus piernas nuevamente, encontrando su centro húmedo y necesitado. Esta vez, no hubo demora. Deslizó su dedo dentro de ella con facilidad, moviéndose en un ritmo constante, mientras sus labios volvían a atrapar sus pezones.

Sintió cómo el cuerpo de la mujer se estremecía bajo él, sus jadeos entrecortados resonaban en la habitación como el eco de una melodía erótica. La piel de ambos brillaba bajo la tenue luz que apenas se filtraba por las rendijas de la precaria habitación, reflejando el sudor que cubría sus cuerpos entrelazados. Dany deslizó suavemente sus dedos hasta encontrar su clítoris, hinchado y palpitante, y comenzó a frotarlo con movimientos lentos pero firmes, haciendo que su respiración se acelerara aún más.

La mujer cerró los ojos con fuerza, y un gemido entrecortado escapó de sus labios entreabiertos, como si intentara contener el placer que se arremolinaba dentro de ella.

—Cariño... por favor —suplicó con un tono apenas audible, su voz quebrada por la necesidad—. Te quiero dentro de mí... ahora.

Las palabras fueron como una chispa en la mente de Dany, una declaración cruda de su deseo. Sus dedos, que hasta ese momento solo la habían acariciado, comenzaron a deslizarse más profundamente por sus pliegues húmedos, trazando el contorno de su piel con una suavidad casi reverencial. Cuando finalmente alcanzó su entrada, la sintió temblar bajo él. Su estrecha abertura, cálida y húmeda, parecía invitarlo, rogando por más.

Dany inclinó su cabeza hacia ella, sus labios casi rozando su oído mientras susurraba con voz baja y grave:

—Dime cuánto me deseas.

Mientras hablaba, la presión de su cuerpo se intensificaba, su miembro duro como una roca rozaba el suave muslo de la mujer, provocando una fricción electrizante que hizo que ambos emitieran suaves gruñidos de anticipación. Las caderas de la mujer comenzaron a moverse en respuesta, buscando más, exigiendo contacto. Su mirada, llena de necesidad, lo atrapó. Sus ojos, entreabiertos, brillaban de lujuria, y su voz temblorosa dejó escapar una confesión que lo hizo estremecer.

—Amor mío... te necesito. Me duele el cuerpo. Por favor...

El tono ronco y suplicante de su voz era una mezcla de desesperación y deseo puro. Las palabras eran como una llave que desbloqueaba algo profundo dentro de él, haciéndolo perder cualquier rastro de contención. Sin más preámbulo, llevó su mano a su centro húmedo y palpitante, acariciando la entrada de sus pliegues con una paciencia que contrastaba con la urgencia en su interior.

Ella gimió con fuerza cuando sintió su dedo deslizarse dentro de su estrecha cavidad, sus paredes internas lo apretaron con una fuerza que lo hizo gemir en respuesta. Lentamente, comenzó a moverlo dentro y fuera, preparándola para lo que vendría después. Cada movimiento era meticuloso, cada caricia era una promesa de lo que estaba por venir.

Pero la mujer, con su cuerpo retorciéndose bajo él, no estaba dispuesta a esperar más. Con una mano temblorosa, agarró su muñeca y la apartó suavemente de su entrada resbaladiza. Sus ojos lo buscaron, llenos de una necesidad que lo atravesaba como un rayo. Sus labios se abrieron apenas, y su voz salió como un susurro desesperado.

—Por favor...

Dany no pudo resistirse más. Con una precisión casi instintiva, se posicionó en la entrada de su cuerpo, su miembro palpitante y duro rozando su carne mojada. El calor que emanaba de su centro era casi insoportable, una invitación que no podía rechazar. Lentamente, comenzó a deslizarse dentro de ella, su cuerpo temblando mientras sus paredes lo apretaban con una intensidad que lo hizo detenerse momentáneamente.

El gemido de la mujer resonó en la habitación cuando sintió cómo la llenaba. Su cuerpo se arqueó hacia él, como si intentara acomodarse a su tamaño. Pero Dany se detuvo por un breve instante, dándole tiempo para adaptarse antes de empujar más profundamente.

Cada embestida era una mezcla perfecta de placer y control. Las caderas de la mujer se alzaban para encontrarse con las de él, y el ritmo que establecieron fue intenso, como si sus cuerpos se hubieran sincronizado a la perfección. Las uñas de la mujer se clavaron en los hombros de Dany, dejando surcos en su piel mientras sus gemidos se volvían cada vez más intensos. Era un testimonio físico del deseo que la consumía, de cuánto lo necesitaba en ese momento.

Los cuerpos se encontraron una y otra vez, sus movimientos llenando la habitación con el sonido húmedo y erótico de su cópula. Dany llevó su mano derecha hacia su clítoris una vez más, frotándolo en círculos con precisión, mientras su otra mano se apoderaba de uno de sus pechos voluptuosos. Lo amasaba con necesidad, sus dedos se hundían en la carne suave mientras su cuerpo seguía moviéndose dentro de ella, más rápido, más fuerte.

El cuerpo de la mujer se arqueó sobre la cama, su espalda formando un arco perfecto mientras gritaba de placer. Las palabras salían de sus labios sin filtro, su mente completamente perdida en el éxtasis que la recorría.

—¡Sí! —gritó ella, su voz una mezcla de placer, desesperación y éxtasis. Sus caderas se movían frenéticamente, buscando aún más profundidad, más contacto, más de él.

Los dedos de Dany se enredaron en su cabello, tirando de su cabeza hacia atrás mientras su boca buscaba su pecho, mordiéndolo con una mezcla de pasión y necesidad. Los gritos de la mujer alcanzaron un crescendo cuando finalmente alcanzó su clímax. Sus paredes internas se apretaron alrededor de él con una fuerza abrumadora, contrayéndose y liberando oleadas de placer que la hicieron temblar violentamente.

El orgasmo de ella fue una visión que lo llevó al borde de su propia liberación. Sintió cómo su cuerpo se tensaba, cada músculo en su cuerpo preparado para el estallido inminente. Gruñó contra su piel mientras se liberaba dentro de ella, llenándola con su semen caliente en una serie de embestidas profundas y palpitantes.

Ambos quedaron quietos por un momento, sus cuerpos entrelazados, temblando con los ecos del placer compartido. Dany jadeaba pesadamente, su pecho subiendo y bajando rápidamente mientras sentía lo último de su semilla derramarse dentro de ella. Su miembro aún palpitaba dentro de sus cálidas y apretadas profundidades, y aunque ambos estaban exhaustos, la intensidad de lo que acababan de compartir no se desvanecía.

Pero a pesar del agotamiento, el deseo en su interior seguía encendido. Todavía estaba duro, y la visión del cuerpo erótico de la mujer, reluciente por el sudor y el placer, despertaba en él una nueva ola de lujuria. Con una sonrisa oscura y depredadora, Dany contempló a la mujer debajo de él. La noche no había terminado.

La mujer le ofreció una sonrisa cálida, cargada de satisfacción mientras sus cuerpos aún vibraban por la intensidad de lo que acababan de compartir. Su piel brillaba bajo la suave luz, cubiertos de un sudor que relucía como si cada gota fuera testimonio de la pasión que habían desatado. Cuando él la atrajo hacia sí, ella lo recibió con los brazos abiertos, rodeando su cuello, entregándose completamente a ese beso que los conectaba nuevamente. Sus cuerpos se entendían, y al contacto, sus pezones se endurecieron al instante, presionándose contra el pecho de él, como un reflejo del deseo que volvía a encenderse.

—¿Hay algo más que desees, mi amor? —susurró ella con un tono de voz suave pero profundamente sensual, como el ronroneo de una gata. Su mano se deslizó por su abdomen hasta encontrar su miembro todavía rígido, apretándolo con delicadeza, pero con intención—. Porque estoy a tus órdenes.

Dany solo respondió con una sonrisa traviesa, una que hablaba de promesas no cumplidas, de deseos no saciados. Sin decir una palabra, la giró con firmeza pero con cuidado, posicionándola a cuatro patas sobre la cama. El movimiento fue fluido, como si ambos hubieran estado esperando ese momento desde hacía mucho. Ella no opuso resistencia, más bien, se acomodó de inmediato, levantando su voluptuoso trasero hacia él, ofreciéndoselo con una sumisión voluntaria, dispuesta a darle todo lo que él quisiera.

Por un instante, Dany se detuvo, permitiéndose disfrutar del espectáculo que tenía frente a sus ojos. Su trasero redondo, perfectamente proporcionado, se elevaba en el aire, una exhibición de pura sensualidad. La curva de su espalda, la piel clara y tersa, los leves temblores que recorrían sus muslos… Todo era una visión que lo volvía loco de deseo. Con una mano firme, la agarró de una cadera, acariciando la carne suave antes de colocarse en posición. El calor de su entrada lo recibió inmediatamente, como si su cuerpo ya estuviera preparado para él, listo para ser llenado una vez más.

Con un movimiento rápido y decidido, la penetró profundamente, arrancándole un gemido ahogado. La sensación de estar dentro de ella nuevamente, sintiendo cómo lo apretaba con fuerza, fue abrumadora. No hubo tiempo para la sutileza. Empezó a embestirla con un ritmo rápido, casi brutal, sus caderas chocando contra ella con una fuerza implacable. El sonido de sus cuerpos encontrándose resonaba en la habitación, mezclado con los jadeos y gemidos de la mujer que, con la cabeza echada hacia atrás, se entregaba completamente a él.

Su mano libre no perdió tiempo en buscar sus pechos, hinchados y sensibles, jugando con ellos, amasándolos, pellizcando sus pezones con una mezcla de dulzura y violencia. Cada vez que sus dedos pellizcaban o tiraban, el cuerpo de ella respondía con espasmos de placer. Sus gemidos se hicieron más fuertes, cada vez más desesperados, como si su cuerpo no pudiera soportar la intensidad de lo que estaba sintiendo.

La mujer envolvió sus dedos alrededor del borde de la cama, agarrándolo con fuerza, como si necesitara aferrarse a algo para no ser arrastrada por la tormenta de sensaciones que la sacudían. Su cuerpo se movía al compás de las embestidas de Dany, sus caderas encontrando su propio ritmo, instándolo a ir más profundo, a poseerla completamente. Era un instrumento perfecto en sus manos, moldeado por el deseo, dispuesto a complacerlo de cualquier manera que él lo deseara.

Dany la observaba con atención, hipnotizado por la manera en que su cuerpo respondía a cada movimiento, por cómo su trasero en forma de corazón se movía de manera provocadora con cada impacto de sus caderas. El placer lo recorría en oleadas, y cada embestida era una liberación de esa necesidad animal que lo dominaba. La mujer gimió más fuerte, sus manos agarrando la cama con desesperación mientras él la tomaba con una intensidad que la hacía temblar.

—Por favor, mi amor… —jadeó ella, su voz rota por el placer—. No pares.

Las paredes internas de su cuerpo se tensaban alrededor de su miembro, apretándolo con una fuerza que casi lo hacía perder el control. Sabía que ella estaba al borde del éxtasis una vez más, que su cuerpo estaba a punto de rendirse a una nueva ola de placer. Y eso lo encendió aún más. Sus movimientos se volvieron más feroces, más salvajes, impulsado por una necesidad primitiva de reclamarla, de marcarla como suya en ese momento.

Con una mano, Dany alcanzó el cabello sedoso de la mujer, enrollándolo entre sus dedos antes de tirar suavemente hacia atrás, obligándola a levantar la cabeza y encontrarse con su mirada. Sus ojos, nublados por el placer, se abrieron y lo miraron con una mezcla de rendición y deseo. Cuando la tuvo donde la quería, comenzó a morder su cuello, dejando marcas en su piel pálida mientras su otra mano descendía hasta su entrepierna, encontrando su clítoris y frotándolo en círculos rápidos, agregando una nueva capa de estimulación.

El doble asalto de su polla y sus dedos fue demasiado para ella. Un grito agudo llenó la habitación cuando la mujer alcanzó el clímax con una fuerza que sacudió todo su cuerpo. Su coño se contrajo con fuerza, apretándose alrededor de él mientras sus paredes sufrían espasmos incontrolables. El placer la recorrió de pies a cabeza, y su cuerpo tembló violentamente, completamente a merced del orgasmo que la arrasaba. Sus ojos se pusieron en blanco y por un momento, su mente se perdió en esa oleada de placer absoluto.

Pero Dany aún no había terminado. Todavía estaba lejos de su propio clímax, y el apretón de sus paredes solo lo instó a continuar. Sin darle tiempo para recuperarse, siguió embistiéndola, sus movimientos aún más frenéticos. La mujer, jadeante, todavía hormigueando por la intensidad de su orgasmo, extendió la mano hacia atrás, agarrando su muñeca y colocándola sobre sus pechos, instándolo a seguir estimulándola.

—Sigue adelante… —murmuró con la voz entrecortada—. Soy tuya para que me uses.

Esas palabras encendieron una chispa en Dany. Con una sonrisa oscura, aumentó el ritmo de sus embestidas, sus caderas moviéndose con un frenesí que lo acercaba cada vez más a su propio punto de ruptura.

Dante la observó con una mezcla de deseo y fascinación. Su cuerpo se movía con una gracia que parecía sobrenatural, ondulando con cada embestida. Los pechos de la mujer rebotaban suavemente con el ritmo de sus movimientos, su piel brillaba bajo la tenue luz de la habitación, como si estuviera hecha de seda. Cada centímetro de ella estaba dedicado a complacerlo, sus gemidos suaves se mezclaban con el eco rítmico del choque de sus cuerpos. El vaivén de su trasero, el movimiento incesante y tentador que lo volvía loco, era un espectáculo del cual no podía apartar la vista. Sus caderas se encontraban una y otra vez, creando una sinfonía de placer compartido.

Sentía la presión construirse dentro de él, un crescendo que aumentaba con cada segundo, cada embestida más profunda, más rápida que la anterior. Su cuerpo estaba en llamas, y podía sentir cómo su liberación se acercaba, como una ola imparable que amenazaba con arrasarlo. El calor en su ingle se intensificaba, se expandía, y cuando el momento finalmente llegó, un gruñido gutural escapó de sus labios. Con una última y poderosa embestida, se hundió profundamente en su interior, su semilla derramándose dentro de ella. Sus músculos se tensaron, y por un breve instante, el mundo pareció detenerse. Solo existía el calor, el sudor, y el sonido de su respiración agitada mezclada con la de ella.

Ella también lo sintió. Su cuerpo tembló al recibirlo, estremeciéndose por completo al sentir cómo él la llenaba. Su respiración, entrecortada y temblorosa, se unió a la suya, mientras ambos compartían ese momento de unión absoluta. Él la abrazó con fuerza, sin querer separarse de ese calor que aún los envolvía, pero sabiendo que el final se acercaba. Poco a poco, se retiró de su interior, aunque todavía sentía el pulso de la excitación latir en su miembro, firme y deseoso de continuar.

Sorprendido, miró hacia abajo, observando su propio cuerpo. Estaba aún erecto, su piel cubierta de una ligera capa de sudor que brillaba bajo la luz tenue. Su excitación no había disminuido, ni siquiera después de tantas rondas. Algo en este sueño era diferente, algo lo mantenía atrapado en ese ciclo de placer interminable, como si estuviera diseñado para no descansar, para continuar hasta que su mente colapsara bajo la euforia.

La mujer lo observó, con los ojos aún nublados por el placer reciente. Sus labios, entreabiertos y húmedos, formaban una sonrisa de lujuria y sorpresa. Había un destello de asombro en sus ojos, pero también una disposición clara, como si estuviera lista para seguir complaciéndolo. Era consciente de lo irreal que era todo esto, pero no le importaba. Se mordió el labio inferior mientras se recostaba de nuevo sobre las sábanas, su cuerpo agotado pero todavía vibrante de deseo.

Él la observaba, evaluando cada centímetro de su cuerpo, cada movimiento. Sus pechos subían y bajaban al compás de su respiración acelerada, su piel perlada de sudor seguía emanando calor. Sin dudarlo, la giró boca arriba una vez más, esta vez con más control, más intención. Se inclinó sobre ella, y sin mediar palabras, le robó un beso apasionado, su lengua explorando el interior de su boca con la misma intensidad con la que planeaba reclamarla de nuevo.

Sus manos bajaron lentamente, trazando el contorno de su pecho, pasando por su vientre suave, hasta llegar entre sus muslos. Sus dedos recorrieron su piel con suavidad, acariciando su sexo ya húmedo y palpitante. Ella gimió bajo su toque, sus piernas se abrieron voluntariamente, ofreciéndose una vez más, completamente dispuesta a recibirlo. La forma en que su cuerpo respondía a él era una invitación irresistible, y Dante no pudo contener más su deseo.

Tomó su miembro, ahora completamente erecto, y lo guió hacia su entrada. La penetración fue lenta al principio, como si quisiera saborear el momento, la sensación de llenarla por completo. El susurro de sus palabras roncas le llegó a los oídos mientras se hundía en ella:

—Prepárate.

La mujer soltó un suave gemido de placer mientras él la llenaba, y su cuerpo reaccionó al instante, sus paredes internas se apretaron a su alrededor, envolviéndolo con una calidez que parecía diseñada para tentarlo aún más. Sus ojos se cerraron mientras él comenzaba a moverse, su mente perdida en la marea de sensaciones que se acumulaban rápidamente.

La habitación se llenó de nuevo con los sonidos de sus cuerpos fusionándose, el ritmo constante de sus embestidas, el roce de la piel contra la piel, los suspiros ahogados y los jadeos llenos de deseo. Pero esta vez, Dante decidió explorar más, experimentar. Movió su cuerpo en ángulos distintos, variando la profundidad y la intensidad de sus movimientos, buscando esos puntos precisos que hacían que la mujer se estremeciera bajo él.

Tomó sus muñecas y las sujetó por encima de su cabeza, inmovilizándola mientras continuaba. Sus gemidos suaves se convirtieron en gritos ahogados de placer mientras él la dominaba completamente, su cuerpo se arqueaba involuntariamente, buscando más de esa intensidad. Su cabello oscuro volaba alrededor de su rostro, sus pezones se endurecieron bajo su toque, y cada nuevo ángulo la llevaba más cerca de la cúspide del éxtasis.

—Cariño, estoy cerca —jadeó la mujer, con la voz teñida de urgencia. Su cuerpo entero se tensó, y él podía sentir cómo sus paredes internas comenzaban a apretarse más fuerte alrededor de su miembro, rogándole que la siguiera en su liberación.

Dante sintió cómo el cuerpo de la mujer se tensaba a su alrededor, su respiración entrecortada mientras sus gemidos aumentaban en intensidad. Sabía que ambos estaban al borde, atrapados en ese punto de no retorno en el que todo lo demás se difuminaba, y solo quedaba el puro deseo. Sintiendo que no podría contenerse mucho más, empujó una última vez con fuerza, enterrándose en su interior hasta lo más profundo. Sus caderas se movieron hacia adelante con un ímpetu animal, su semilla se derramó en ella como una ola imparable, invadiendo cada rincón de su cuerpo.

El clímax lo alcanzó de una manera devastadora. Todo su cuerpo tembló, los músculos de sus piernas se tensaron, y un profundo gemido salió de su garganta, casi como un rugido, mientras se dejaba llevar por la marea del placer. La sensación era casi insoportable, una mezcla de liberación y satisfacción pura. Sintió cómo el cuerpo de ella respondía de inmediato, sus paredes internas lo apretaban con fuerza, ordeñándolo con cada contracción, cada estremecimiento de su orgasmo.

La mujer soltó un grito agudo, sus uñas se clavaron en la piel de su espalda mientras se corría junto a él. Su cuerpo convulsionaba con cada ola de placer que la recorría, desde lo más profundo de su ser. Las contracciones de su interior eran violentas, como si su propio cuerpo estuviera reclamando cada gota de él. Su visión se nubló por completo, su mente se perdió en la marea de sensaciones mientras su orgasmo la destrozaba por dentro, llevándola más allá de los límites del éxtasis.

Ambos quedaron exhaustos, sus cuerpos entrelazados como si fueran una sola entidad. La respiración de Dante era rápida y desordenada, su pecho subía y bajaba con fuerza mientras intentaba recuperar el aliento. Podía sentir las réplicas de su clímax recorriendo sus extremidades, como pequeñas descargas eléctricas que aún vibraban en sus músculos. Su corazón latía con fuerza, como si quisiera salirse de su pecho, y cada vez que su mirada se posaba en ella, el deseo no hacía más que aumentar.

Aun así, se levantó lentamente, sus músculos temblaban por el esfuerzo. Se quedó de pie junto a la cama, observando el cuerpo de la mujer, todavía resplandeciente por la lujuria. El sudor hacía que su piel brillara bajo la suave luz, sus pechos subían y bajaban lentamente mientras intentaba normalizar su respiración. Era una visión embriagadora, y Dante no pudo evitar que su mirada se dirigiera hacia sus labios. Eran gruesos, carnosos, aún húmedos por los besos apasionados que habían compartido. Imaginó la sensación de esos labios alrededor de su miembro, la suavidad, la calidez, y un escalofrío de deseo recorrió su columna vertebral.

La mujer abrió los ojos, su mirada estaba cargada de satisfacción, pero también de agotamiento. A pesar de eso, le dedicó una sonrisa perezosa, como si estuviera dispuesta a cualquier cosa por él. El cansancio era evidente en su expresión, pero su lujuria no se había disipado por completo. Ella lo miró de arriba abajo, admirando su cuerpo aún erguido, su musculatura tensa después de horas de pasión.

—¿Qué pasa, mi amor? —murmuró, su voz suave y somnolienta, cargada de una satisfacción profunda.

Dante no respondió de inmediato, pero la lujuria en sus ojos era evidente. Se sentó en el borde de la cama, su polla todavía dura, como si su cuerpo estuviera atrapado en un ciclo interminable de deseo. Con un gesto de la mano, la llamó hacia él, sus intenciones claras.

—Ven aquí —le dijo en un tono bajo y lleno de expectación—. Quiero ver si tu boca puede responder a esto.

La mujer soltó una pequeña risa, agotada pero visiblemente intrigada. Su sonrisa era juguetona, casi traviesa, mientras se acercaba a él. Se movió con gracia, a pesar de que su cuerpo estaba adolorido por las horas de pasión. Sin vacilar, se sentó a horcajadas sobre su regazo, sus rodillas firmes a ambos lados de sus caderas, y miró hacia abajo, observando su miembro rígido, todavía húmedo de su unión anterior. Lentamente, se lamió los labios, como si estuviera saboreando la anticipación de lo que vendría.

Con una inclinación lenta y deliberada, tomó la cabeza de su pene entre sus labios suaves. Dante gimió, su cuerpo reaccionando de inmediato a la calidez húmeda de su boca. Ella comenzó a moverse lentamente, su cabeza subiendo y bajando con una precisión casi experta. Su lengua trazaba círculos alrededor de la punta, saboreándolo, mientras sus manos acariciaban sus muslos firmemente, apretando y amasando su piel.

La sensación era embriagadora, y Dante no pudo evitar que sus manos se movieran hacia el cabello de ella. Sus dedos se enredaron en sus mechones oscuros, guiándola con suavidad mientras su boca lo llevaba al borde del éxtasis una vez más. Sus caderas se movieron instintivamente, empujando hacia adelante, penetrando un poco más en su boca dispuesta. La sincronización entre ambos era perfecta, un ritmo que parecía orquestado por el deseo puro.

La habitación se llenó de sonidos húmedos y viscosos, los gemidos suaves de ella, combinados con los jadeos profundos de Dante. Cada movimiento de su boca era más intenso que el anterior, mientras ella tomaba más y más de él, dejando que su garganta se adaptara lentamente a su tamaño. Sus mejillas se hundieron ligeramente, creando una succión exquisita que lo hacía estremecer de placer.

Ella abrió los ojos en medio de la acción y sus miradas se encontraron. Había un brillo de devoción en sus ojos, un fuego de deseo que ardía con fuerza. Quería darle todo, complacerlo de todas las formas posibles, y ese pensamiento lo llevó al borde una vez más. Su lengua danzaba a lo largo de su longitud, cada movimiento cuidadosamente calculado para maximizar el placer que él sentía. 

Sus labios se movían rítmicamente mientras ella gemía suavemente, disfrutando tanto de la experiencia como él. Las manos de Dante se apretaron en su cabello, guiándola mientras las olas de placer lo invadían. Las caderas de ambos se movían en perfecta armonía, y él podía sentir el calor y la tensión construirse nuevamente en su interior, un torrente de deseo que estaba a punto de desbordarse.

Verla, con su pelo largo cayendo en cascada por su espalda desnuda, sus pechos balanceándose ligeramente con cada movimiento de su cabeza, era un espectáculo que lo volvía loco. La imagen de su boca, de esos labios deliciosos trabajando diligentemente, lo llevaba al borde una y otra vez.

Dante sentía cómo su cuerpo llegaba al límite. El calor en su vientre bajo se intensificaba, y la rigidez en sus testículos era una clara señal de que el final estaba cerca. Sus manos, antes firmes en el cabello de ella, apretaron con más fuerza, sus dedos enredándose profundamente en los mechones suaves mientras sus caderas comenzaban a moverse de manera instintiva, buscando esa liberación inminente. Cada embestida era más rápida y desesperada, sus movimientos se volvían erráticos, siguiendo el ritmo que ella marcaba con su boca experta.

La visión frente a él era una mezcla hipnótica de belleza y lujuria. El rostro de la mujer, con las mejillas ligeramente infladas por el esfuerzo, la forma en que su garganta se tensaba al intentar recibir todo lo que él le daba. Sus labios carnosos se cerraban alrededor de su pene, creando una presión deliciosa que lo hacía gemir sin control. La imagen de su boca trabajando febrilmente, mientras sus ojos brillaban con deseo, lo llevó al borde del abismo.

Finalmente, no pudo contenerse más. Un gemido gutural escapó de sus labios cuando su polla se contrajo violentamente, liberando un torrente de semen caliente que inundó la garganta de la mujer. El primer chorro la tomó por sorpresa, y se atragantó ligeramente, pero no se apartó. Con una devoción que lo dejó sin aliento, continuó su trabajo, tragando cada pulsación de su liberación. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras luchaba por acomodar cada gota, pero no se detuvo, ni siquiera cuando sus músculos se tensaron por el esfuerzo.

Dante gimió, sintiendo cómo sus caderas empujaban instintivamente hacia adelante, buscando vaciarse por completo en su boca expectante. La sensación de su lengua, moviéndose aún con delicadeza mientras lo limpiaba de cualquier resto de semen, lo hizo estremecer. Cuando por fin terminó, su cuerpo se relajó, dejándose caer hacia atrás, jadeando pesadamente. No sabía si estaba en un sueño, en un delirio inducido por el placer, pero en ese momento, no le importaba. Todo lo que importaba era la sensación real e intensa de lo que acababa de vivir.

La mujer se limpió la boca con el dorso de la mano, sus mejillas sonrojadas por el esfuerzo y la excitación. Le dedicó una sonrisa, una mezcla de ternura y deseo aún latente en sus ojos. Todavía podía sentir las vibraciones del placer reciente recorriendo su cuerpo, como las réplicas de un terremoto que acababa de sacudirla hasta el alma. Con una lentitud casi felina, se levantó de su posición, estirándose ligeramente antes de subirse de nuevo a su regazo. Sus movimientos eran fluidos, como si su cuerpo fuera una extensión natural del suyo.

Con una delicadeza que contrastaba con la intensidad de lo que acababan de compartir, la mujer volvió a acomodarse sobre su polla, que aún seguía dura. Su vagina lo recibió con facilidad, sus paredes internas lo apretaban con ansia, como si su cuerpo rogara por más. Un suave gemido escapó de sus labios mientras se acomodaba sobre él, su espalda arqueándose ligeramente, sus pechos presionándose contra su pecho. Cada fibra de su ser parecía anhelar su toque, su presencia, su penetración.

Dante la miraba con admiración, observando cada curva de su cuerpo, cada línea de su piel que se estiraba y contraía con sus movimientos. Podía sentir cómo la pasión se encendía una vez más dentro de él, esa bestia insaciable que nunca parecía estar satisfecha. Su deseo por ella no disminuía, al contrario, crecía con cada respiración, cada latido de su corazón.

Comenzó a moverse de nuevo, con un ritmo lento al principio, permitiendo que sus cuerpos volvieran a ajustarse el uno al otro. Sus manos recorrieron su espalda, sus dedos delineando suavemente la curva de su columna vertebral, acariciando cada vértebra mientras ella se movía sobre él. Sus manos se desplazaron hacia sus caderas, apretándolas con firmeza, marcándola como suya. Podía sentir el calor de su piel, la suavidad de su carne bajo sus dedos, y eso solo intensificaba su deseo.

Las embestidas se volvieron más rápidas, más intensas. El sonido de sus cuerpos chocando llenaba la habitación, el aire cargado con el aroma de su pasión. Los gemidos suaves de la mujer se transformaron en jadeos entrecortados, su cuerpo temblaba con cada movimiento de sus caderas. Sus uñas se clavaron en los hombros de Dante, dejando pequeñas marcas en su piel, como si intentara aferrarse a él mientras se deslizaba en un mar de placer.

Echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos mientras sus labios se separaban en una mueca de pura satisfacción. El placer la invadía, creciendo con cada segundo que pasaba. Sus caderas comenzaron a moverse con más urgencia, buscando más, queriendo más. Cada embestida de Dante la llevaba más alto, más cerca del clímax. El ritmo entre ellos se aceleraba, sus cuerpos se movían en perfecta sincronía, una danza salvaje de deseo y lujuria.

El tiempo dejó de tener sentido. Para ellos, no existía nada más que el momento presente, la sensación de sus cuerpos moviéndose juntos, alimentados por el fuego de su pasión. Los gemidos de la mujer aumentaron en volumen, volviéndose casi gritos. Su rostro estaba completamente sonrojado, su piel brillaba por el sudor, y su cuerpo temblaba cada vez con más fuerza.

Dante podía sentir que ella estaba al borde, la tensión en su interior crecía con cada embestida. Sus músculos se contraían alrededor de él, apretándolo, exigiendo más. Podía ver en su rostro que su liberación estaba cerca, la familiar opresión en su vientre bajo que anunciaba el inminente clímax. Sus manos se aferraron a sus caderas, marcándola aún más mientras la penetraba con fuerza, llevándola hacia el éxtasis que ambos anhelaban.

El momento de éxtasis fue tan intenso que pareció durar una eternidad. Los gemidos ahogados de ella resonaron en la habitación mientras su cuerpo se arqueaba, tensándose en un arco de pura energía. Los músculos de su abdomen y piernas se contrajeron con fuerza, casi como si estuvieran tratando de atraparlo dentro de ella. Dante la miraba fascinado, como si estuviera viendo la escena más sublime de su vida, sus ojos clavados en su rostro, que reflejaba una mezcla de placer y desesperación. El orgasmo de la mujer fue tan violento como hermoso, un cataclismo de sensaciones que se reflejaba en cada fibra de su ser. El calor y la humedad de su interior lo envolvieron por completo, y sus paredes se contrajeron a su alrededor, apretándolo, llamándolo a liberarse junto con ella.

El grito de ella, agudo y lleno de placer, se convirtió en música para sus oídos, y la presión aumentó hasta un punto de no retorno. Sintió cómo sus caderas se movían por cuenta propia, sus músculos contrayéndose en un espasmo final, llevándolo hacia la liberación. Cuando la explosión de su orgasmo finalmente llegó, todo su cuerpo se tensó. Su semilla brotó de él en oleadas, llenándola una vez más, y un gruñido gutural escapó de su garganta. El placer fue tan intenso que por un momento perdió la noción de sí mismo, todo su ser concentrado en esa sensación que lo recorría como un fuego abrasador. Sus caderas se sacudieron instintivamente hacia adelante, vaciándose por completo dentro de ella, mientras ella seguía temblando con las réplicas de su propio clímax.

Ambos cayeron sobre la cama, exhaustos y cubiertos de sudor. La respiración de Dante era pesada, su pecho subía y bajaba rápidamente mientras intentaba recuperar el aliento. Sintió el cuerpo cálido de la mujer sobre él, su piel suave pegándose a la suya por la humedad del sudor. El aroma de su pasión aún llenaba la habitación, mezclado con el dulce y amargo olor del sexo. La abrazó con fuerza, sintiendo cómo su corazón latía desbocado contra su pecho, como si aún estuviera inmerso en el frenesí del momento. Ella, en cambio, se acurrucó contra él, buscando refugio en su calor, con su respiración cada vez más pausada.

—No lo habíamos hecho en un tiempo —susurró ella, con voz cargada de cansancio pero también de satisfacción. Hundió su rostro en el hueco de su cuello y suspiró, su aliento cálido acariciando la piel de Dante—. Tampoco habías sido tan rudo... pero me gustó.

Dante la miró, todavía desorientado, pero una chispa de satisfacción se encendió en su interior al escuchar sus palabras. La acarició suavemente por la espalda, trazando círculos perezosos en su piel, sintiendo cómo su cuerpo comenzaba a relajarse.

—¿Estabas estresado, mi amor? —continuó ella, su voz ahora más suave, con un tono de ternura que resonó en lo más profundo de su ser—. No te preocupes. Puedes usar mi cuerpo para liberar tu estrés. Sé que desde que el anterior líder murió has estado agobiado porque muchos se han ido, pero no te preocupes. Siempre estaré contigo, mi Lei Zhang.

Las palabras de la mujer, cargadas de amor y comprensión, lo dejaron helado por un momento. ¿Lei Zhang? Sintió cómo una ola de confusión lo golpeaba con fuerza, como si un balde de agua fría hubiera caído sobre él. Lei Zhang… ese no era su nombre. Él era Dante, o al menos lo había sido hasta hace poco. Trató de procesar lo que ella decía, pero su mente estaba demasiado embotada por el placer reciente y el agotamiento. Cerró los ojos, intentando aclarar sus pensamientos. ¿Qué estaba pasando?

Una punzada aguda atravesó su cráneo, como si algo dentro de su cabeza estuviera forcejeando para salir. Recuerdos. Fragmentos dispersos comenzaron a inundar su mente. Imágenes borrosas de una vida que no era la suya, pero que, de alguna manera, parecía pertenecerle. Una aldea, bandidos, una esposa… y una muerte. La muerte del líder. Todo comenzó a encajar, aunque de manera caótica. Los recuerdos no fluían en un orden coherente, eran flashes desordenados, pero estaban allí, revolviéndose dentro de él como una tormenta.

Dante, o Lei Zhang, como aparentemente lo llamaban ahora, abrió los ojos con esfuerzo y miró alrededor de la habitación. El ambiente precario y desolado le dio una sensación de pesadez. Ya no estaba en su pequeño y seguro departamento, ese que apenas podía pagar. No, ahora estaba en una cabaña pobre y deteriorada, situada en una aldea abandonada y empobrecida, en algún lugar lejano y desconocido. Al parecer, había reencarnado o transmigrado. Este cuerpo no era suyo, y esta vida tampoco.

Los recuerdos de su vida pasada, la de un asalariado común y corriente, empezaron a entremezclarse con los de Lei Zhang, el líder de una aldea de bandidos que había caído en desgracia. La muerte de Wei Long, el líder anterior, había dejado a la aldea Xianghe en ruinas, y la mayoría de los habitantes habían huido. Ahora, lo único que quedaba era esta mujer, su esposa, dos pollos, dos caballos y unas pocas almas que no habían encontrado mejor lugar al cual ir.

Dante miró a su esposa, Mei Lin, quien ya se había quedado dormida acurrucada en su pecho, respirando suavemente, con una expresión de paz en su rostro. Aunque se sentía perdido, una parte de él se alegraba de no estar completamente solo en este extraño nuevo mundo. Pero las palabras de Mei Lin, "siempre estaré contigo", también pesaban sobre él. ¿Cómo podría protegerla en un mundo tan peligroso, donde su aldea estaba rodeada de bandidos más poderosos, en una región donde los señores de la guerra y tiranos dominaban las tierras?

Con cuidado, se deslizó fuera de la cama, tratando de no despertarla. Su cuerpo aún estaba agotado, pero su mente no dejaba de trabajar. Se acercó a la ventana de la pequeña habitación y miró hacia la aldea desierta. La oscuridad cubría el paisaje, y la luz de la luna apenas iluminaba los contornos de las casas abandonadas. Solo el sonido distante de los insectos rompía el silencio abrumador. Una aldea en ruinas, una esposa amorosa y una carga que nunca había pedido.

Caminó hacia la cocina, su cuerpo aún tenso por la confusión y la reciente actividad. Quería algo que calmara sus nervios, tal vez vino, si es que había algo de eso, o simplemente agua. Aunque, en este mundo, sabía que incluso el agua podría matarlo si no tenía cuidado.

La cocina era modesta, casi humilde en su simplicidad, pero poseía un encanto rústico que parecía reflejar la vida dura de la aldea. Los muebles, de madera desgastada y envejecida por los años, habían visto tiempos mejores. La mesa en el centro de la habitación, con sus patas un tanto torcidas y la superficie marcada por innumerables cortes y golpes, aún conservaba la funcionalidad básica, aunque el paso del tiempo había dejado huellas profundas. A su lado, dos sillas igualmente castigadas se mantenían erguidas, desafiando a la gravedad y al deterioro.

En una esquina, un barril viejo, con las juntas apenas selladas, reposaba junto a una jarra de cerámica que mostraba grietas en su superficie, como cicatrices de su largo servicio. Detrás del barril, las paredes de piedra desnuda estaban adornadas con utensilios de cocina colgados en ganchos de hierro: cuchillos romos, cucharones de madera pulidos por el uso, y sartenes ennegrecidas por el fuego constante. Había una estantería pequeña, hecha de tablones irregulares, en la que se alineaban frascos de barro con hierbas secas y especias, su aroma suave flotando en el aire. A un lado, colgaba una ristra de ajos, sus cabezas blancas destacando en la penumbra.

La luz de la luna se filtraba a través de una pequeña ventana en la pared de la cocina, bañando la habitación en un resplandor plateado. Los haces de luz dibujaban sombras largas y delicadas en el suelo de tierra apisonada, otorgando a la escena un ambiente casi mágico. Parecía como si la misma luna estuviera conspirando para hacer de ese momento algo irreal, etéreo.

Dany avanzó hacia el barril con pasos lentos y pesados, sus pensamientos revoloteando como hojas en una tormenta. Su mano tembló ligeramente cuando tomó la jarra y vertió un poco de vino en ella. El líquido oscuro cayó en espirales dentro del recipiente, el aroma ácido y agrio llenando sus fosas nasales. Tomó un sorbo, dejando que el sabor fuerte y ligeramente amargo se apoderara de su lengua, descendiendo por su garganta como fuego líquido. No era el mejor vino, pero al menos serviría para calmar sus nervios, pensó.

Caminó hacia un espejo colgado torpemente en la pared opuesta. El vidrio era pequeño y algo distorsionado, pero lo suficiente para ofrecer un vistazo a la persona que ahora era. Lei Zhang. El reflejo le devolvió la mirada: un hombre de piel blanca, mucho más pálida que la suya original, con un cabello largo y blanco que caía como cascada sobre sus hombros. Sus ojos verdes, profundos y claros, brillaban con una intensidad que no le pertenecía. Su rostro era de una belleza delicada, con rasgos esculpidos casi como los de una estatua, finos y elegantes. Era extraño, tan extraño verse en un cuerpo que no sentía como propio. Alzó una mano y tocó su rostro, recorriendo el contorno de su mandíbula, tratando de familiarizarse con ese rostro ajeno.

Negó con la cabeza y soltó un suspiro. La confusión aún lo envolvía, pero una certeza comenzaba a arraigarse en lo más profundo de su ser: este era su nuevo cuerpo, su nueva vida. Y, aunque le costaba admitirlo, había algo en ese reflejo que le daba una sensación de poder, de control. Era como si el destino le hubiera dado una segunda oportunidad, pero no la vida monótona y sin sentido que había llevado antes. No, ahora tenía una oportunidad para algo más grande, algo que lo llamaba desde lo más profundo de su ser.

Con la jarra aún en la mano, se dejó caer pesadamente en una de las sillas. El crujido de la madera resonó en la habitación, pero Dany no le prestó atención. Se apoyó en la mesa, dejando que sus pensamientos vagaran por la maraña de incertidumbre que lo rodeaba. ¿Qué iba a hacer ahora? Este no era solo un nuevo cuerpo, era un nuevo mundo, lleno de peligros desconocidos y oportunidades que aún no podía comprender. Se sentía atrapado, como si estuviera entre dos realidades que se estiraban en direcciones opuestas, jalándolo hasta casi romperlo. Por un lado, estaba la vida de Dante, la vida que conocía, una vida patética y vacía; por otro, estaba esta vida, la de Lei Zhang, llena de desafíos y responsabilidades que apenas comenzaba a entender.

El sonido suave de pasos lo sacó de su ensueño. Giró la cabeza y vio a Mei Lin de pie en la puerta de la cocina. La luz de la luna bañaba su figura delicada, acentuando la curva de sus caderas y la suavidad de su rostro. Su cabello oscuro caía en cascada sobre sus hombros, y sus ojos, grandes y expresivos, lo miraban con una mezcla de preocupación y ternura. Caminó hacia él, su movimiento ligero y casi silencioso, aunque Dany notó el leve temblor en sus piernas, un recordatorio silencioso de lo que había sucedido hace apenas unos minutos.

—¿No puedes dormir? —preguntó ella en un susurro suave, su voz acariciando sus oídos como una brisa cálida. Se sentó en su regazo con una familiaridad que lo desconcertó, pero que también lo tranquilizó. Sus manos pequeñas y delicadas se apoyaron en su mejilla, trazando un camino de calor donde lo tocaba.

Dany, o Lei Zhang, no pudo evitar mirarla con una mezcla de sorpresa y gratitud. Era tan hermosa, y más allá de eso, estaba allí para él, preocupada, atenta.

—Solo... estaba pensando en todo esto —murmuró, gesticulando vagamente hacia su alrededor, como si el peso del mundo descansara en esos simples movimientos. Su mirada se perdió en las sombras de la cocina, pero la calidez del cuerpo de Mei Lin sobre él lo mantenía anclado en el presente.

Ella le sonrió con dulzura, sus ojos brillando bajo la luz plateada. Era una sonrisa cargada de amor, pero también de comprensión, como si ella pudiera ver el caos que se revolvía dentro de él, y aun así aceptarlo por completo.

—Sé que es difícil, mi amor. Pero quiero que sepas que siempre estaré contigo —susurró, su voz tan suave como la seda mientras se inclinaba hacia él, besando su frente con ternura. El contacto de sus labios fue como una chispa que encendió algo en su interior, algo que había estado apagado durante mucho tiempo.

Dany asintió lentamente, sus pensamientos comenzando a aclararse. Tal vez, solo tal vez, esta nueva vida podría ser una oportunidad. Sentía cómo una chispa de esperanza nacía en su interior, pequeña pero vibrante, iluminando los rincones oscuros de su mente. Mei Lin era una razón para seguir adelante, pero había más. Mucho más.

—Gracias, Mei Lin —susurró, levantando una mano para acariciar su mejilla suavemente. Sus dedos trazaron el contorno de su rostro, disfrutando del calor de su piel bajo su toque.

Ella se acurrucó más cerca, susurrando dulces palabras de consuelo mientras él la abrazaba. Pero en su interior, algo nuevo comenzaba a gestarse. Un deseo, una ambición, una necesidad de más. Quería más que solo sobrevivir. Quería construir algo, quería poder, quería dominación.

Una sonrisa oscura se dibujó en sus labios.

Después de su pequeña charla en la cocina, Lei Zhang y Mei Lin compartieron un silencio cómodo, como si las palabras ya no fueran necesarias. La calma de la noche se extendía como un manto sobre ellos, envolviendo la casa en una atmósfera serena, aunque cargada de una tensión subyacente, un recordatorio constante de los desafíos que acechaban más allá de las paredes destartaladas de la aldea. Afuera, el viento susurraba entre los árboles, haciendo que las ramas crujieran suavemente, como si el mismo paisaje conspirara para mantener la paz, al menos por esa noche.

Lei Zhang terminó de beber el vino, el cual ahora dejaba un leve sabor metálico en su lengua, producto del barril mal conservado. Mientras lo hacía, su mente divagaba en los resquicios de su nueva realidad, repitiendo mentalmente los recuerdos fragmentados que ahora tenía. Los sonidos del ambiente, tan ajenos y a la vez familiares, le proporcionaban una extraña sensación de tranquilidad. Era un respiro en medio de la tormenta de pensamientos que giraban a su alrededor.

Poco después, ambos regresaron a su habitación. La luz de la luna iluminaba tenuemente los muebles simples y rústicos, creando sombras alargadas y deformes en las paredes. La cama, aunque modesta, estaba bien preparada, con sábanas de lino áspero que aún conservaban el olor del sol, aunque la madera crujía bajo su peso cuando se acostaron. Mei Lin, ya acostumbrada a la intimidad de su esposo, se acurrucó junto a él, buscando el calor de su cuerpo. Sus manos delgadas rodearon su cintura, su respiración calmada se sincronizó con el lento ritmo de la noche, y pronto quedó profundamente dormida.

Pero Lei Zhang no. Él permanecía despierto, observando el techo con los ojos entrecerrados, sus pensamientos inquietos. Sentía el calor de Mei Lin a su lado, la suavidad de su piel rozando la suya, pero su mente estaba en otro lugar, vagando entre los recuerdos de su vida pasada y los desafíos de esta nueva. Lentamente, las piezas comenzaron a encajar en su mente, y la decisión que había estado evadiendo finalmente emergió con claridad.

"Lei Zhang", pensó. Ese sería su nombre ahora. No había espacio en este mundo para Dante, el hombre derrotado y miserable que había sido. Aquel que vivía solo en su pequeño apartamento, sin ambiciones, sin esperanzas. Dante ya no existía; estaba muerto, y con él, su patética vida. En cambio, Lei Zhang, el líder de una aldea en ruinas, tendría una nueva oportunidad. Y esta vez, no se conformaría con una existencia vacía. Aprovecharía cada posibilidad, cada recurso que tuviera a su alcance, para hacer que esta nueva vida valiera la pena.