Recorrió mentalmente la situación de la aldea Xianghe. Una vez, este lugar había sido un refugio seguro en las montañas Qinglong, un lugar de vida y actividad. Recordaba los relatos de cómo Xianghe prosperaba, con sus casas robustas y su población activa. Más de ocho mil personas vivían aquí, en una comunidad bulliciosa que atraía a comerciantes y viajeros. Sin embargo, ahora, esa imagen quedaba desdibujada, como un retrato roto que apenas podía reconstruirse. Las casas, antaño llenas de vida, ahora yacían en ruinas, con techos que se caían a pedazos y paredes desmoronadas. Los campos, que antes se extendían como un mar verde hacia las colinas, ahora estaban cubiertos de maleza, abandonados, esperando el toque cuidadoso de una mano trabajadora que no existía.
Menos de trescientos habitantes quedaban en Xianghe, la mayoría mujeres, niños y ancianos que no podían defenderse, mucho menos trabajar la tierra. Los pocos hombres que quedaban eran débiles, la mayoría antiguos bandidos cuya voluntad se había quebrado tras la muerte de Wei Long, el anterior líder. Él había sido la columna vertebral de la aldea, un hombre fuerte y decidido que había mantenido a todos unidos, liderando con una mezcla de carisma y fuerza. Pero su muerte desató el caos, y sin su liderazgo, la cohesión de la comunidad se derrumbó rápidamente. Muchos bandidos, aquellos que habían confiado en su capacidad para guiarlos a través de los tiempos difíciles, abandonaron la aldea en busca de mejores oportunidades o, simplemente, para escapar del declive inevitable. Xianghe había sido olvidada, una sombra de lo que alguna vez fue.
Mientras esos pensamientos lo invadían, Lei Zhang levantó una mano y acarició el cabello de Mei Lin, que seguía profundamente dormida a su lado. Sus dedos se deslizaron suavemente por las hebras sedosas, disfrutando de la sensación cálida y familiar. Mei Lin. Tan hermosa, tan deseable, suya por completo. Un destello de deseo cruzó por su mente, el impulso primitivo de reclamarla una vez más, de despertarla con el ardor de su toque, de hacerla gemir su nombre en la oscuridad. Imaginó su rostro, sus ojos entrecerrados por el placer, sus labios buscando los suyos en medio de la noche silenciosa. Su respiración se aceleró un poco, y su mano se detuvo en la curva de su cuello, sopesando la idea.
Sin embargo, se contuvo. Sabía que ambos estaban cansados, agotados tanto física como emocionalmente, y que el amanecer no tardaría en llegar. Mañana habría más desafíos, más decisiones que tomar, y necesitaba estar en su mejor estado. Con una exhalación profunda, se acomodó en la cama, cerrando los ojos mientras intentaba dejar que el sueño lo venciera.
Pero justo cuando sus párpados comenzaban a pesarle, una luz roja brillante irrumpió en la oscuridad de su mente. Frente a él, suspendida en el aire, apareció una pantalla translúcida, de un color carmesí profundo, con letras negras que parpadeaban suavemente.
[Inmundo humano, como un presente de la poderosa creadora se te otorgará algo como un sistema. ¿Deseas ver tu perfil?]
El corazón de Lei Zhang se aceleró de inmediato, y sus ojos se abrieron completamente, su mente despertando al instante del letargo del sueño. Se incorporó lentamente, mirando con incredulidad la pantalla flotante frente a él. ¿Un sistema? Esto era algo que parecía salido de los videojuegos que solía jugar en su vida anterior. El recuerdo de esas largas noches frente a una pantalla, jugando, escapando de su realidad, se mezclaba con su presente.
Con una mezcla de asombro y curiosidad, asintió ligeramente, como si la pantalla pudiera sentir su respuesta. Al instante, la luz roja se intensificó por un momento, y luego una nueva serie de detalles comenzó a desplegarse frente a él.
Perfil de Lei Zhang:
- Nombre: Lei Zhang (Líder bandido poco conocido)
- Edad: 21
- Título: Líder de la aldea Xianghe, El fracaso de Xianghe
- Maestría en armas: Media-mala
- Arte marcial: Senda del Dragón Dormido (nivel inicial)
- Maestría en combate: Baja
- Habilidades:
- Codicia Ardiente: Aumenta la ambición y deseo por el poder, otorgando una mayor capacidad para acumular riquezas y recursos.
- Manipulación Sutil: Permite influir en las decisiones de otros con mayor facilidad, especialmente en situaciones de negociación o conflicto.
- Dominio Territorial: Mejora las habilidades de liderazgo y control sobre un territorio, facilitando la organización y defensa de la aldea.
- Atributo oculto:
- Codicia: Un impulso constante por adquirir más, ya sea poder, riquezas o influencia.
- Manipulación: Una habilidad innata para influir en los demás y dirigir sus acciones hacia sus propios fines.
Mientras observaba la pantalla roja frente a él, Lei Zhang sintió una mezcla de excitación y una creciente sensación de poder.
Su mirada se deslizó hacia Mei Lin, que seguía profundamente dormida a su lado, respirando de manera rítmica y serena, completamente ajena a los pensamientos que cruzaban por la mente de su esposo. La tentación de probar el sistema y descubrir más se hizo irresistible. Sin pensarlo dos veces, concentró su atención en ella, preguntándose si sería posible ver su perfil, tal como había hecho con el suyo propio. Como si el sistema respondiera a sus pensamientos, una nueva pantalla apareció frente a él, esta vez con detalles sobre Mei Lin.
Perfil de Mei Lin:
- Nombre: Mei Lin (Primera esposa del líder de la aldea)
- Edad: 21
- Título: Esposa del líder de la aldea, La flor de Xianghe
- Maestría en armas: Ninguna
- Arte marcial: Ninguna
- Maestría en combate: Ninguna
- Habilidades:
- Encanto Natural: Mei Lin posee un carisma y una gracia innata que atrae y desarma a quienes la rodean, facilitando la diplomacia y las negociaciones.
- Cuidado Nutritivo: Experta en el cuidado de plantas y hierbas medicinales, lo que le permite mantener a la comunidad saludable y tratada con remedios naturales.
- Empatía Profunda: Tiene una capacidad especial para comprender y sentir las emociones de los demás, ayudándole a apoyar y aconsejar a quienes la necesitan.
- Atributo oculto:
- Lealtad Inquebrantable: Un compromiso absoluto hacia Lei Zhang y la aldea, que la impulsa a proteger y apoyar a su esposo y su hogar, sin importar las circunstancias.
- Intuición Aguzada: Posee una percepción aguda de los peligros y oportunidades.
La pantalla desapareció lentamente, desvaneciéndose en la oscuridad de la habitación, y Lei Zhang se quedó mirando el techo por un largo rato. Su mente comenzaba a entrelazar ideas y estrategias, los engranajes de su plan comenzaban a moverse. Acarició suavemente el cabello de Mei Lin, disfrutando del contraste entre su suave piel y la aspereza de su vida actual. Una mezcla de posesividad y aprecio lo recorrió, intensificada por la idea de que, aunque Mei Lin no tuviera habilidades de combate, ella sería una pieza fundamental en su ascenso al poder.
Con cuidado, se inclinó hacia ella, y mientras sus dedos trazaban líneas invisibles en su espalda desnuda, su mente iba más allá de la simple atracción física. Mei Lin no era solo una mujer que le pertenecía en cuerpo, sino un recurso invaluable en su plan para reconstruir y fortalecer la aldea. Si jugaba bien sus cartas, podría utilizar su encanto y empatía para ganar la confianza y el respeto de los aldeanos. A través de ella, podría influir en las mentes de los demás, creando una comunidad unida bajo su liderazgo.
Los pensamientos sobre la aldea Xianghe volvieron a su mente, como una espina clavada en su conciencia. Xianghe estaba en ruinas, pero aún había esperanza. Las montañas Qinglong ofrecían una ventaja estratégica que otros líderes pasarían por alto: recursos naturales y defensas naturales. Los altos picos y los valles escondidos eran perfectos para establecer rutas de comercio secretas, emboscar enemigos, o incluso crear fortificaciones imposibles de tomar por la fuerza. Con los recursos adecuados y el liderazgo firme, podía convertir Xianghe en un bastión inexpugnable.
El primer paso, sin embargo, debía ser consolidar su poder en la aldea. Ganar la lealtad de los pocos que quedaban, restaurar la moral de una comunidad que se encontraba al borde del colapso. No sería fácil, pero Mei Lin podría ser clave en este proceso. Con su empatía y encanto, ella podría suavizar los corazones endurecidos por la desesperación y la incertidumbre. Si bien él sería la fuerza dominante, el líder indiscutido, Mei Lin sería su aliada silenciosa, influyendo en las decisiones con sutileza y tacto.
Pensó también en los campos abandonados, invadidos por la maleza, ahora inútiles para la supervivencia de la aldea. Tendría que reclutar a los aldeanos restantes para trabajar la tierra nuevamente, para plantar cultivos y criar ganado. Las cosechas no serían inmediatas, pero con el tiempo, la aldea podría comenzar a autoabastecerse, y esa sería la base para cualquier crecimiento futuro. Los pocos animales que tenían, aunque escasos, serían el inicio de una pequeña granja que, con el tiempo, podría expandirse.
Además, debía idear un sistema de defensa. Las montañas ofrecían cierta protección natural, pero no bastaba. La aldea necesitaba estar preparada para cualquier incursión o ataque. Los bandidos y grupos errantes no tardarían en notar la debilidad de Xianghe. Tal vez, podría empezar a entrenar a los jóvenes y a los pocos hombres que quedaban, formar una milicia rudimentaria que, con el tiempo, se convertiría en una fuerza de defensa eficiente.
Sus pensamientos fluían sin cesar, entrelazándose con los recuerdos de Dante, aquel hombre que alguna vez fue. Comparado con la vida que ahora tenía ante él, Dante era poco más que un espectro, una sombra que no tenía cabida en este mundo. Esta era su segunda oportunidad, y Lei Zhang no tenía intención de desperdiciarla. Ahora veía claramente el camino ante él: Xianghe no solo sobreviviría, sino que renacería bajo su liderazgo. Transformaría esta aldea en un imperio, uno que lo recordaría como el hombre que los llevó a la grandeza.
Finalmente, después de mucho tiempo, se acomodó en la cama. Mei Lin se movió levemente en su sueño, buscando el calor de su cuerpo, y él la abrazó con más fuerza, disfrutando de su suavidad mientras su mente seguía calculando los próximos pasos.
El amanecer llegó con los primeros rayos del sol filtrándose tímidamente por las rendijas de la ventana. La luz iluminaba suavemente la habitación, como si el mundo estuviera anunciando el comienzo de algo nuevo.
Lei Zhang sintió un suave tirón en su hombro, un toque delicado pero firme que lo despertaba de un sueño profundo. Al abrir los ojos, se encontró frente a una mujer de extraordinaria belleza, cuya imagen parecía casi etérea bajo la luz tenue de la habitación. Mei Xiao, la hermana mediana de Mei Lin, estaba sentada junto a él, su figura destacándose bajo la luz del amanecer que se filtraba tímidamente por las ventanas. Su cabello, de un tono lavanda suave y sedoso, caía en suaves ondas que se movían ligeramente con el aire. Estaba recogido parcialmente hacia atrás, dejando algunos mechones sueltos que enmarcaban su delicado rostro, adornado con flores y cintas que añadían un aire de elegancia y sofisticación.
La túnica de Mei Xiao, del mismo color lavanda que su cabello, dejaba mucho al descubierto, revelando gran parte de sus prominentes pechos, mientras detalles dorados brillaban sutilmente en la tela que se sujetaba alrededor de su cuello. Su cintura estrecha y caderas anchas destacaban su figura voluptuosa, una visión que no escapaba de los ojos de Lei Zhang. Sus labios, pintados de un suave tono rosado, se curvaron en una sonrisa dulce y afectuosa, mientras sus grandes ojos violeta lo miraban con una mezcla de ternura y algo más profundo, una chispa que había pasado desapercibida para él en el pasado.
—Buenos días, Lei Zhang —dijo ella con una voz cariñosa que parecía envolverlo como un cálido abrazo.
Lei Zhang, aún adormilado, parpadeó para despejar la bruma del sueño, mientras sus ojos recorrían el hermoso rostro de Mei Xiao, su piel suave y clara reflejaba la luz con una perfección casi irreal.
—Buenos días, Mei Xiao —respondió, su voz ronca por el sueño mientras se incorporaba lentamente en la cama.
Mei Xiao sonrió de nuevo, un gesto que iluminó su delicado rostro. Sus dedos, suaves y cuidadosos, rozaron la mejilla de Lei Zhang, acariciando su piel con una ternura que lo hizo sentirse extrañamente reconfortado. Había algo en la manera en que Mei Xiao lo tocaba, algo que no había notado antes, una devoción silenciosa que ahora, con su nueva perspectiva, era imposible de ignorar.
—Lin y Xue están preparando el desayuno. Me pidieron que viniera a despertarte —dijo ella, su voz tan dulce como el rocío de la mañana, mientras se acomodaba en el borde de la cama, sus movimientos llenos de gracia y elegancia.
El toque de sus palabras trajo consigo una oleada de pensamientos. Mei Xiao era la hermana mediana, y junto con Mei Xue, la menor, vivían bajo el mismo techo. Ambas habían dejado señales más que claras de su interés hacia él, pero el antiguo Lei Zhang había sido ciego a sus insinuaciones, sumido en la pasividad de su vida anterior. Sin embargo, ahora todo había cambiado. La perspectiva de Dante, quien alguna vez fue, había quedado enterrada bajo el peso de sus nuevas ambiciones. No iba a permitir que ninguna oportunidad se deslizara entre sus dedos. Incluso Mei Lin, su esposa, había sido clara desde el principio: lo ayudaría a construir su propio harem, para establecer una dinastía poderosa que perduraría a través de las generaciones.
Lei Zhang observó a Mei Xiao con ojos nuevos, apreciando cada detalle de su belleza. Su cabello, su piel suave, la forma en que su túnica se ceñía a sus curvas. Un deseo profundo empezó a arder en su interior, un fuego que lo incitaba a tomar lo que siempre había estado al alcance de su mano pero que nunca había reclamado.
—Gracias por despertarme, Mei Xiao —dijo, esta vez su voz adquirió un tono más suave, más profundo, cargado de una intención que hizo que Mei Xiao se sonrojara levemente. Tomó su mano con delicadeza, sus dedos entrelazándose con los de ella, y sintió cómo su suave piel temblaba ligeramente bajo su toque.
Mei Xiao lo miró con una mezcla de nerviosismo y algo más profundo, algo que Lei Zhang percibió con claridad. Sus labios temblaron al intentar responder, pero las palabras apenas salieron de su boca.
—D-de nada, mi señor —murmuró ella, su rostro sonrojándose mientras sus ojos bajaban, como si no pudiera sostener su mirada.
La timidez que mostraba solo incrementaba el deseo de Lei Zhang, quien soltó una leve risa entre dientes. Con un movimiento suave pero firme, la atrajo hacia sí, sintiendo cómo el cálido cuerpo de Mei Xiao se apretaba contra el suyo. La fragancia suave de su perfume floral lo envolvió, mientras sus manos recorrían su espalda, sintiendo la suavidad de su piel a través de la fina tela de su túnica.
Mei Xiao dejó escapar un suspiro tembloroso, sus ojos cerrándose momentáneamente mientras se rendía al contacto de Lei Zhang. Sus manos temblaban mientras las apoyaba en su pecho, sintiendo los músculos tensos bajo sus dedos. Sus cuerpos parecían alinearse perfectamente, cada parte encajando en una danza que ambos sabían hacia dónde se dirigía.
—Eres hermosa, Mei Xiao —susurró Lei Zhang, inclinándose hacia su oído. Su aliento cálido acarició su piel, y Mei Xiao se estremeció, un suspiro escapando de sus labios entreabiertos.
—Mi señor… esto está mal… tú… eres el esposo de mi hermana… —susurró ella, su voz quebrada por la lucha interna que estaba experimentando.
Pero incluso mientras decía esas palabras, su cuerpo no se apartaba. Sus manos seguían aferrándose a él, y Lei Zhang sabía que la batalla interna de Mei Xiao estaba a punto de perderse ante el deseo que ambos compartían. Su mano se deslizó desde la espalda de Mei Xiao hasta su pecho, ahuecando uno de sus senos a través de la túnica. El contacto directo con su piel caliente lo encendió aún más, y sin poder contenerse, sus labios se acercaron a los de ella, rozándolos suavemente antes de hundirse en un beso apasionado.
Mei Xiao gimió suavemente en su boca, sus labios entreabiertos permitiendo que sus lenguas se encontraran en un torbellino de pasión. Sus manos ahora se movían con más decisión, recorriendo su pecho y abdomen, sintiendo la firmeza de su cuerpo bajo sus yemas. Su corazón latía con fuerza, su respiración se entrecortaba mientras su cuerpo se entregaba completamente al momento, sin preocuparse más por las consecuencias.
El mundo a su alrededor parecía desvanecerse. El calor de sus cuerpos era lo único que importaba. Lei Zhang la atrajo más hacia sí, tumbándola suavemente en la cama, mientras sus manos exploraban cada centímetro de su piel con una mezcla de posesividad y adoración. Mei Xiao respondió con la misma intensidad, sus piernas se enredaron alrededor de él, entregándose a sus deseos.
A medida que el beso entre Lei Zhang y Mei Xiao se volvía más profundo, el ambiente en la habitación parecía cargarse de una energía palpable, un deseo que lo envolvía todo. La luz suave que se filtraba por las ventanas apenas iluminaba sus cuerpos entrelazados, pero en ese momento, nada más importaba excepto la conexión creciente entre ambos. Lei Zhang, con una precisión y delicadeza que contrastaba con la intensidad de sus deseos, deslizó su mano bajo la túnica de Mei Xiao, sus dedos encontrando la suave piel de su pecho, hasta que llegaron a sus pezones ya endurecidos por la excitación. Con movimientos expertos, los acarició con cuidado, haciéndolos rodar entre sus dedos, provocando un estremecimiento en Mei Xiao que recorrió todo su cuerpo como un rayo eléctrico.
El susurro de sus gemidos llenó la habitación, un sonido tan íntimo que parecía mezclar el placer con la fragancia de lavanda que emanaba de su piel. Cada toque, cada caricia de Lei Zhang sobre ella, incrementaba su excitación. La presión creciente de su erección contra el muslo de Mei Xiao no pasó desapercibida, lo cual solo intensificaba la tensión en el aire. Sin apartar los labios de los suyos, Lei Zhang dejó que el beso se desvaneciera lentamente, sólo para recorrer con su boca su cuello, depositando besos húmedos que bajaban por la línea de su piel hasta alcanzar sus pechos.
Con un ansia contenida, dejó que su boca encontrara el pezón erecto de Mei Xiao, su lengua jugando lentamente antes de succionar suavemente, mientras su otra mano seguía acariciando el otro. Los gemidos de Mei Xiao se intensificaron, su cuerpo reaccionando instintivamente, arqueando la espalda y presionando sus pechos contra la boca de Lei Zhang en un gesto de entrega total. Sus dedos se enredaron en su cabello, tirando ligeramente, pidiendo más, exigiendo más. Su cabeza cayó hacia atrás, sus labios entreabiertos permitían que los gemidos fluyeran sin restricciones.
El placer crecía, envolviéndolos como una marea que arrastraba todo a su paso. Lei Zhang, en su creciente excitación, desabrochó con habilidad el nudo que mantenía su túnica en su lugar. La tela se deslizó suavemente, cayendo hasta su cintura y dejando al descubierto sus voluptuosos pechos, que ahora se balanceaban ligeramente con cada respiración entrecortada. Sus ojos verdes, encendidos con un brillo de lujuria, observaron cada detalle de su cuerpo desnudo frente a él. Sin más preámbulo, volvió a succionar el pezón que había abandonado, tomando su tiempo para disfrutar de cada segundo, mientras su otra mano no dejaba de acariciar el otro seno, sintiendo el calor y la suavidad que provocaban pequeños gemidos en Mei Xiao.
La boca de Lei Zhang se desvió lentamente, dejando un rastro de besos ardientes que descendían por su vientre, explorando la piel sensible que lo recibía con temblores de anticipación. Sus dedos, hábiles y pacientes, se movieron hacia la cintura de Mei Xiao, acariciándola suavemente antes de deslizarse bajo la tela de su túnica. Un suspiro tembloroso escapó de sus labios cuando él encontró su humedad, el centro mismo de su deseo, y comenzó a frotar con delicadeza su clítoris, aplicando la presión justa para encenderla aún más.
Mei Xiao arqueó las caderas, sus movimientos involuntarios mostrando lo desesperada que estaba por más, su cuerpo demandando cada toque con creciente intensidad. Los gemidos que brotaban de su boca eran cada vez más frecuentes, cada vez más urgentes, mientras Lei Zhang mantenía su ritmo, controlando cada onda de placer que recorría su cuerpo. Los dedos de Mei Xiao se enredaron con más fuerza en el cabello de él, intentando elevarlo, buscando sus labios de nuevo con una mezcla de necesidad y desesperación.
Obediente, Lei Zhang dejó su exploración del vientre de Mei Xiao y selló sus labios sobre los de ella una vez más. El beso fue diferente esta vez, más apasionado, más urgente. Sus lenguas se entrelazaron en una danza salvaje mientras sus dedos continuaban trabajando, frotando el clítoris hinchado de Mei Xiao, haciéndola temblar con cada toque. Su respiración se volvió irregular, interrumpida por los gemidos y suspiros que salían entre sus labios, mientras su cuerpo entero se entregaba al placer que él le ofrecía sin reservas.
Sin dejar de besarla, Lei Zhang deslizó su otra mano hacia la parte trasera de sus bragas, deslizándolas lentamente por sus caderas, sintiendo cómo la tela caía suavemente por sus piernas hasta que la dejó completamente desnuda sobre la cama. Los ojos de Lei Zhang recorrieron su cuerpo expuesto, cada curva, cada línea de su piel iluminada por la luz suave del amanecer que entraba en la habitación. Mei Xiao, completamente rendida bajo su toque, temblaba de anticipación mientras su cuerpo ardía de deseo. Mei Xiao se retorcía bajo su toque, su respiración entrecortada, sus caderas se levantaban involuntariamente, buscando más, necesitando más.
Lei Zhang observó a Mei Xiao con una mirada oscura y posesiva, disfrutando del control absoluto que tenía sobre ella en ese instante, sintiendo cómo su deseo lo consumía. Sus dedos, aún húmedos por su excitación, se movieron lentamente dentro de ella, provocando espasmos de placer en cada movimiento. Los gemidos de Mei Xiao se hacían más intensos, llenando el aire denso de la habitación con una melodía que solo alimentaba aún más la pasión que ardía dentro de él.
Mei Xiao, con el rostro perlado de sudor, se retorcía bajo su toque, sus caderas moviéndose al ritmo de sus dedos, buscando más de la intensa sensación que él le ofrecía. Su espalda se arqueaba, sus manos aferraban las sábanas con fuerza, y sus piernas temblaban bajo el peso del placer. Con cada movimiento, sus gemidos se convertían en suaves súplicas, un eco de su deseo más profundo.
—Por favor.. —murmuró, su voz quebrada por el placer, sus palabras apenas audibles entre sus jadeos.
Lei Zhang sonrió, una sonrisa oscura y satisfecha que revelaba el poder que sentía en ese momento. Sabía que cada estremecimiento, cada gemido y cada súplica eran el resultado de su dominio sobre ella, de la manera en que sus manos y su cuerpo despertaban en Mei Xiao una pasión que la hacía perder el control. Sin apartar la mirada de sus ojos entrecerrados y llenos de deseo, deslizó un dedo más profundamente dentro de ella, sintiendo cómo su cuerpo lo recibía con facilidad.
Mientras sus dedos se movían dentro de ella, su pulgar continuaba frotando su clítoris con movimientos rítmicos y precisos, provocando que Mei Xiao dejara escapar un gemido más fuerte. Su piel brillaba bajo la luz suave, cubierta por una fina capa de sudor, y cada centímetro de su cuerpo parecía reaccionar a su toque con una intensidad que solo aumentaba. Sus caderas comenzaron a moverse con más urgencia, buscando el clímax que Lei Zhang parecía estarle negando con una paciencia calculada.
Lei Zhang sintió las uñas de Mei Xiao en su cuero cabelludo, y ese toque desesperado fue la señal que estaba esperando. Con un movimiento fluido, se puso de pie, liberándola momentáneamente del beso que habían compartido con tanto fervor. Su pene, completamente erecto y palpitante, sobresalía de su cuerpo, una clara muestra de su propio deseo acumulado. Se posicionó entre las piernas abiertas de Mei Xiao, sus ojos recorrieron cada centímetro de su figura desnuda, tomando un momento para disfrutar de la visión de su cuerpo tembloroso y lleno de expectación.
Con la punta de su miembro, acarició suavemente los labios hinchados de Mei Xiao, sintiendo su humedad contra él. Sus ojos, abiertos de par en par, lo miraban con una mezcla de anticipación y deseo, mientras se preparaba para lo que sabía que estaba por venir. Sin apresurarse, Lei Zhang comenzó a penetrarla lentamente, su miembro empujando con firmeza dentro de ella, estirándola en una sensación que mezclaba placer y dolor en perfecta armonía.
Mei Xiao dejó escapar un fuerte gemido, sus ojos rodaron hacia atrás momentáneamente, y su cuerpo se ajustó alrededor de él, rodeándolo con su calidez. Una fina línea de sangre apareció entre ellos, revelando lo que él ya sabía: Mei Xiao todavía era pura, y ahora, con cada movimiento, se estaba convirtiendo en suya de la manera más definitiva.
—Eso es lo que querías, ¿verdad, Xiao? —gruñó Lei Zhang con una voz grave, mientras comenzaba a embestirla lentamente, disfrutando de cada centímetro de la sensación de su cuerpo ajustándose a su tamaño—. Querías ser mía, ser mi mujer. No creas que Lin y yo no sabemos que tú y Xue a veces nos espían cuando estoy con tu hermana.
Las palabras de Lei Zhang provocaron una reacción inmediata en Mei Xiao. Sus ojos se entrecerraron con un destello de vergüenza, pero también de lujuria, mientras el ritmo de sus respiraciones se aceleraba. Cada embestida de Lei Zhang la empujaba más profundamente en el colchón, haciéndola arquear la espalda mientras su cuerpo se sometía completamente a su control.
—Sí, mi señor —jadeó entre gemidos, su voz quebrada por el placer—. Siempre... ha~... siempre te he deseado, deseado que me volvieras tuya, completamente tuya.
El ritmo de Lei Zhang aumentó, sus embestidas se hicieron más profundas, más fuertes, llenando cada rincón de Mei Xiao con su dureza. Los gemidos de ambos se mezclaban en una sinfonía de carne contra carne, un sonido que resonaba por toda la habitación. Los pechos de Mei Xiao se movían con cada embestida, rebotando contra su pecho, mientras sus manos intentaban aferrarse a las sábanas, buscando estabilidad en medio del torbellino de placer.
Lei Zhang la embestía con un ritmo implacable, cada vez más rápido, su cuerpo cubierto de una fina capa de sudor mientras sus músculos se tensaban con el esfuerzo. Sentía cómo Mei Xiao se apretaba alrededor de él, sus jugos empapaban su longitud, aumentando la fricción entre ambos, lo que solo intensificaba el placer. La habitación estaba llena del sonido de sus gemidos, el sonido húmedo y rítmico de sus cuerpos golpeando uno contra el otro.
Mei Xiao, completamente consumida por el éxtasis, dejó que su mente se disolviera en el placer. Cada embestida la llevaba más cerca del borde, su cuerpo temblaba y su respiración era irregular. Sus manos se aferraron desesperadamente a los brazos de Lei Zhang, buscando algo a lo que aferrarse mientras sentía que la ola del orgasmo se acercaba.
La habitación estaba impregnada de una atmósfera espesa y cargada de deseo, el aire era cálido y denso, como si todo en aquel espacio conspirara para envolverlos en una burbuja de lujuria y placer desenfrenado. El cuerpo de Mei Xiao temblaba mientras sus caderas se arqueaban involuntariamente al ritmo de las embestidas de Lei Zhang. Cada vez que él la empujaba hacia abajo, su carne se chocaba con la de ella, generando un sonido húmedo y repetitivo que resonaba en la habitación junto con los gemidos y suspiros de ambos. Mei Xiao estaba completamente perdida en el éxtasis, su cuerpo reaccionaba a cada movimiento, a cada roce, y el calor dentro de ella crecía hasta el borde de lo insoportable.
Su cuerpo se estremecía violentamente con cada embestida, y las manos de Lei Zhang, firmes y decididas, la sujetaban por las caderas, manejándola a su antojo. Sus dedos se hundían en la suave piel de Mei Xiao, marcando su dominio, mientras la empujaba con más fuerza hacia él, enterrándose profundamente dentro de su cuerpo con cada movimiento errático, pero intencionado. Sus embestidas se hicieron más rápidas, más descontroladas, como si la inminencia del clímax los arrastrara a ambos en una marea imparable.
Mei Xiao, con la cabeza echada hacia atrás, dejaba que sus gemidos resonaran libremente, sin contenerse, cada sonido era una súplica, una llamada desesperada por más. La sensación la sobrepasaba, cada músculo de su cuerpo vibraba de placer mientras su mente se desvanecía, consumida por el deseo. Sus ojos se entrecerraban y sus pupilas dilatadas por la lujuria.
De repente, Lei Zhang se detuvo en seco. Mei Xiao jadeó, su cuerpo convulsionando por la falta del movimiento que tanto ansiaba. Él la miró fijamente, sus ojos verdes ardiendo con una intensidad primitiva, una mezcla de deseo y posesión. Sus labios se curvaron en una sonrisa lasciva, y su voz, ronca por el placer, rompió el silencio momentáneo.
—¿Quieres mi semilla, Xiao? —susurró, su tono oscuro y cargado de promesas. El solo sonido de sus palabras hizo que el corazón de Mei Xiao latiera con más fuerza, su pulso acelerado se mezclaba con la oleada de calor que recorría su cuerpo.
Mei Xiao, aún entrelazada en el abismo del deseo, lo miró con los ojos llenos de necesidad, sus mejillas ardiendo de emoción, el rubor tiñendo su piel mientras sentía cada fibra de su ser suplicar por más.
—¡Sí, por favor! —suplicó, su voz casi un gemido, mientras sus manos temblorosas intentaban aferrarse a sus hombros. Su respiración era pesada, entrecortada, y cada palabra era una súplica desesperada por que él la reclamara completamente.
Con una última y poderosa embestida, Lei Zhang se hundió profundamente dentro de ella, hasta el fondo, llenando cada rincón de su interior. Mei Xiao sintió cómo el cuerpo de Lei Zhang se tensaba sobre ella, su miembro palpitando violentamente, antes de que una oleada de calor se derramara dentro de ella. El semen de Lei Zhang la llenó por completo, el calor de su esencia se extendió por su vientre, provocando una última sacudida de placer que hizo que Mei Xiao se desplomara en la cama, agotada pero satisfecha. Su cuerpo temblaba ligeramente, todavía convulsionando con las secuelas de su orgasmo, mientras su pecho subía y bajaba rápidamente, intentando recuperar el aliento.
Mei Xiao se quedó allí un momento, sin poder moverse, su mente aún nublada por el placer. El cuerpo de Lei Zhang seguía sobre el suyo, su pecho también subiendo y bajando de manera errática mientras ambos recuperaban el aliento. Lentamente, Lei Zhang se retiró de su interior, y Mei Xiao sintió un vacío en su interior, seguido de la sensación de su semilla derramándose de ella, manchando las sábanas con el rastro de su encuentro. Era una marca visible de lo que acababan de compartir, y la vista de aquel líquido blanco resbalando por sus muslos solo la hizo sonreír débilmente.
La piel de Mei Xiao aún estaba caliente al tacto, sus mejillas seguían ardiendo, pero en su rostro se reflejaba una calma casi etérea, una satisfacción que solo podía venir después de una experiencia tan intensa. Lei Zhang la observaba con una sonrisa de satisfacción, sus ojos todavía ardían con un deseo que no parecía haberse saciado por completo.
Se acercó más a ella, su cuerpo caliente y musculoso presionándose contra el de Mei Xiao, quien dejó escapar un suave gemido cuando la piel de su muslo rozó accidentalmente su polla, que, para su sorpresa, ya estaba endurecida de nuevo. Lei Zhang sonrió, esa sonrisa peligrosa y encantadora que hacía que el corazón de Mei Xiao latiera con fuerza.
—E-espera, Zhang... —murmuró ella, su voz apenas un susurro, su mente aún nublada—, lo que acabamos de hacer es arriesgado... ¿qué pasa si una de mis hermanas nos descubre? ¿Qué-qué les diremos? —Las palabras se le escapaban con dificultad, mientras su rostro se teñía de un rubor profundo, la vergüenza y la excitación luchaban por dominar su expresión.
Lei Zhang soltó una carcajada baja y ronca, una risa que vibró en el aire como un trueno suave. Con una mano firme, acarició la mejilla de Mei Xiao, su toque era gentil, pero el fuego en sus ojos revelaba sus verdaderas intenciones.
—Te preocupas demasiado, Xiao —dijo con una voz profunda, acariciando un mechón de su cabello color lavanda entre sus dedos.
—P-pero... estás casado con Mei Lin... —Mei Xiao susurró, sus palabras se perdieron en la cercanía del momento, su respiración se aceleraba mientras el deseo se reavivaba lentamente dentro de ella.
Lei Zhang no respondió de inmediato. En lugar de eso, inclinó la cabeza hacia ella y la besó suavemente en los labios, su lengua acariciando la de ella con una suavidad que contrastaba con la ferocidad de sus movimientos anteriores. Sus manos firmes, se deslizaron lentamente por el largo cabello de Mei Xiao, sus dedos enredándose en sus hebras sedosas.
—Y eso no te molesta, ¿verdad? —murmuró contra sus labios, su voz era como un ronroneo bajo y seductor—. Además, no dijiste que eras mía...
Mei Xiao lo miró, sus grandes ojos violetas brillaban con una mezcla de timidez y un deseo ardiente que nunca había sentido antes. Sus labios temblaban ligeramente, y su pecho subía y bajaba rápidamente, como si estuviera buscando las palabras adecuadas para responder.
—Sí... lo soy... —murmuró ella, casi inaudible, su voz cargada de emoción y rendición.
Lei Zhang la miró intensamente, sus ojos oscurecidos por el deseo que volvía a encenderse en su interior.
—Vamos, ahora usa esos hermosos pechos para complacerme —dijo, su voz era ronca, cargada de lujuria, mientras su polla se frotaba lentamente entre los pechos de Mei Xiao.
Ella, obediente, rodeó con sus manos sus propios pechos, apretándolos suavemente alrededor de la longitud de él. El calor de su cuerpo se transmitía a través de su piel, y los movimientos de Mei Xiao, al principio tímidos y vacilantes, comenzaron a ganar confianza a medida que sus pechos se deslizaban suavemente hacia arriba y hacia abajo sobre su pene, generando una fricción deliciosa que hizo que Lei Zhang soltara un gemido profundo.
—Así, Xiao... sigue así... —murmuró Lei Zhang, con una voz llena de deseo mientras sus manos descansaban suavemente sobre la cabeza de Mei Xiao, guiándola mientras sus pechos lo envolvían con un calor placentero.
Mei Xiao apenas podía controlar los latidos de su corazón mientras sentía el calor de la semilla de Lei Zhang aún pegajosa entre sus pechos. A cada movimiento, la sensación de su piel cubierta por el rastro de su líder le recordaba lo que acababa de suceder. Su mente estaba dividida entre la vergüenza y una extraña excitación al pensar en las palabras de Lei Zhang: no debía limpiarse, debía dejar que sus hermanas vieran las marcas de su encuentro.
Mientras Lei Zhang se inclinaba hacia ella y la besaba, esta vez con una ternura inesperada, Mei Xiao sintió una corriente cálida recorrer todo su cuerpo. La intensidad de los momentos previos se desvanecía poco a poco, pero el eco del placer aún reverberaba en su interior, dejando su piel sensible al más mínimo roce de sus labios.
—Eres increíble, Xiao —murmuró Lei Zhang, sus labios rozando los de ella con suavidad, mientras sus dedos acariciaban su rostro, como si fuera una pieza delicada que necesitara su protección.
Mei Xiao, sin poder evitarlo, sonrió. Sus grandes ojos brillaban, cargados de una mezcla de adoración y devoción absoluta. A sus ojos, Lei Zhang era un dios, alguien por quien valía la pena someterse y entregarse por completo. A su lado, cualquier otra preocupación parecía desvanecerse como humo en el viento.
—Todo por ti —respondió con un tono suave y cargado de sentimiento, mientras su mano temblorosa tocaba el pecho de Lei Zhang, un gesto instintivo de apego, como si necesitara sentir su calor una vez más antes de que él se apartara.
Lei Zhang la observó en silencio un momento, sus ojos evaluando cada pequeña reacción de ella. Era suya, y eso le daba una satisfacción que iba más allá del simple placer carnal. Esta nueva vida, con poder y control sobre quienes le rodeaban, lo llenaba de una euforia que antes jamás había experimentado. Mei Lin, Mei Xiao, y todo lo que quisiera... iba a ser suyo.
Con un suspiro satisfecho, se apartó ligeramente, permitiéndose un momento de respiro. El aire de la habitación estaba cargado de su esencia, y la idea de lo que vendría después le producía una sensación de triunfo. Se levantó lentamente de la cama, su cuerpo aún brillaba con el sudor del esfuerzo, pero su postura seguía firme y decidida, como si fuera imparable.
—Me... me limpiaré para que vayamos a desayunar —dijo Mei Xiao, intentando ocultar su nerviosismo mientras sus piernas temblaban levemente al levantarse de la cama.
Pero antes de que pudiera moverse, Lei Zhang la detuvo con una mano firme sobre su brazo. Su mirada era intensa, su voz autoritaria, dejando claro que no iba a permitir que lo desobedeciera.
—No te limpies —ordenó con una calma implacable—. Quiero que tus hermanas te vean así.
Las palabras penetraron la mente de Mei Xiao como un rayo. Sus ojos se abrieron de par en par, y sus mejillas, que ya estaban sonrojadas, se tornaron de un rojo aún más profundo. La vergüenza la embargaba, pero también un deseo retorcido y confuso la atravesó, dejándola casi sin aliento. Era una prueba de su lealtad, de su entrega, y aunque la idea la aterrorizaba, también la excitaba de una manera que no había sentido antes.
—Cúbrete, pero no te limpies —repitió Lei Zhang, su tono firme y dominante.
Mei Xiao asintió lentamente, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba a esa orden con una sumisión que nunca habría imaginado en sí misma. Era su voluntad la que la guiaba, su deseo por él. Luchando contra la vergüenza que la inundaba, tomó una túnica ligera que colgaba en una esquina de la habitación y se la colocó, asegurándose de que cubriera lo suficiente, pero sabiendo que, bajo las telas, los restos de su encuentro con Lei Zhang aún estaban presentes, visibles en la piel que aún palpitaba con el recuerdo reciente.
Bajaron juntos las escaleras, con Lei Zhang caminando delante, su paso firme y decidido, mientras Mei Xiao lo seguía con las piernas aún temblorosas, sus manos aferradas a los pliegues de su túnica, intentando calmar el torrente de emociones que recorría su cuerpo. Cada paso que daba la hacía sentir más consciente del calor entre sus piernas, del peso de su propia respiración acelerada y del hecho de que sus hermanas estarían esperándolos abajo.
Al llegar a la cocina, el olor a comida recién hecha flotaba en el aire, mezclándose con la luz suave de la mañana que entraba por las ventanas. Mei Lin y Mei Xue estaban ocupadas preparando el desayuno, sus movimientos coordinados, casi danzando alrededor de la mesa mientras colocaban los platos y las tazas.
Mei Lin, la mayor de las hermanas, levantó la vista al escuchar sus pasos y les dedicó una sonrisa radiante. Había una belleza serena en ella, pero también una sensualidad evidente que parecía inherente a su naturaleza. Su cabello largo y de color púrpura intenso caía en cascada por su espalda, adornado con accesorios dorados y rojos que le daban un aire de elegancia clásica. Sus ojos grandes y expresivos, del mismo tono que su cabello, brillaban con un destello de inteligencia y astucia, pero también con una calidez que la hacía parecer casi maternal en su trato.
—Buenos días, mi amor. Buenos días, hermana —dijo Mei Lin con una voz melodiosa y llena de dulzura, mientras sus ojos se posaban primero en Lei Zhang, para luego recorrer rápidamente la figura de Mei Xiao.
Llevaba un vestido ajustado de color púrpura, decorado con detalles dorados y rojos, que realzaba su figura voluptuosa. El escote profundo dejaba al descubierto gran parte de su pecho, lo que hacía que su ya prominente busto pareciera aún más generoso. La cintura del vestido estaba ceñida con un cinturón del mismo tono, destacando su silueta envidiable.
Mei Xiao, sintiéndose expuesta bajo la atenta mirada de su hermana mayor, se mordió el labio inferior, intentando controlar la marea de emociones que la abrumaba. Aún podía sentir la semilla de Lei Zhang entre sus pechos. La túnica que llevaba no hacía mucho por ocultar las marcas de su encuentro, y la posibilidad de que Mei Lin o Mei Xue lo notaran la hacía sentir como si estuviera caminando sobre una cuerda floja.
Pero, mientras sus hermanas seguían con sus quehaceres, Mei Xiao notó algo en la mirada de Lei Zhang que la hizo estremecerse de nuevo: esa mezcla de posesividad y satisfacción, como si estuviera mostrando su victoria, su conquista más reciente. Y eso la hizo sentir aún más suya.
Mei Xue, la hermana más joven, estaba ocupada ajustando el último plato en la mesa cuando se dio cuenta de la llegada de Lei Zhang y Mei Xiao. Al principio, no notó nada fuera de lo común, pero cuando sus ojos recorrieron la figura de su hermana mayor, sus grandes ojos violetas se agrandaron. La sorpresa inicial se desvaneció rápidamente, dejando lugar a una sonrisa tímida pero traviesa. Ella entendía lo que había sucedido sin necesidad de palabras.
El cabello púrpura vibrante de Mei Xue brillaba bajo la luz suave de la mañana, recogido en un moño alto que dejaba algunos mechones sueltos alrededor de su rostro, dándole un aspecto juvenil y elegante al mismo tiempo. Sus delicadas manos temblaban ligeramente mientras acomodaba el último plato, y su respiración se volvió más irregular al ver la manera en que su hermana estaba vestida. El ligero brillo de la piel de Mei Xiao y la manera en que evitaba el contacto visual con Mei Lin revelaban todo lo que había ocurrido antes de que bajaran a la cocina.
—Buenos días, Mei Lin, Mei Xue —dijo Lei Zhang, su voz profunda y cargada de satisfacción mientras observaba a las dos hermanas. Su sonrisa encantadora era como un cuchillo que cortaba el aire tenso de la habitación, y sus ojos brillaban con una intensidad que no pasó desapercibida para ninguna de ellas—. Levantarse con tal vista es una recompensa enviada por los cielos —añadió disfrutando de la reacción de las hermanas.
—¿Todo está bien, Xiao? —preguntó Mei Lin, su tono suave pero cargado de una malicia juguetona. Aunque sus palabras parecían mostrar preocupación, en sus ojos brillaba la comprensión de lo que había ocurrido. Los rastros del reciente encuentro con Lei Zhang estaban ahí, visibles bajo la túnica ligera que apenas ocultaba lo suficiente. Mei Lin alzó una ceja, lanzando una mirada significativa a Mei Xiao, llena de complicidad y picardía.
Mei Xiao asintió, aunque el rubor en sus mejillas se intensificaba a cada segundo. Su mirada estaba fija en el suelo, incapaz de enfrentarse a la intensidad de la mirada de sus hermanas. —Sí, hermana. Todo está bien. Solo... me dejé llevar esta mañana —murmuró, su voz tan baja que apenas fue un susurro. La vergüenza la embargaba, pero al mismo tiempo, había algo en la forma en que Lei Zhang la miraba que le daba una sensación de orgullo, como si fuera un trofeo que él exhibía con satisfacción.
Mei Lin sonrió con ternura antes de acercarse a Mei Xiao y abrazarla con una calidez inesperada. El contraste entre la suavidad del abrazo y las palabras cargadas de picardía que siguieron era claro. —Es bueno saberlo, Xiao. Sabes que no me molesta que desees lo mío —dijo en un tono suave, pero con una chispa traviesa en sus ojos. Las palabras eran casi un susurro, pero lo suficientemente claras para que Lei Zhang las escuchara.
El ambiente en la cocina parecía volverse más pesado, cargado con una energía palpable que envolvía a todos los presentes. Lei Zhang, observaba con satisfacción la interacción entre las dos hermanas. Se acercó a ellas, y sin dejar de sonreír, se inclinó hacia Mei Lin, susurrándole algo al oído que hizo que sus ojos se entrecerraran de diversión.
—Tu hermana se siente tan rica como tú —murmuró Lei Zhang, su voz ronca y baja, mientras su mano se deslizaba lentamente por la espalda de Mei Xiao hasta descansar sobre su voluptuoso trasero, apretándolo con firmeza.
Mei Lin soltó una risita suave, dándole a su esposo un pequeño empujón en el hombro, aunque su sonrisa delataba que disfrutaba de la situación. —Vaya, parece que mi querido esposo está en un estado muy travieso esta mañana —dijo, su voz cargada de una mezcla de diversión y desafío. No había celos en su tono, solo una aceptación tranquila de la dinámica que habían creado juntos.
Mei Xiao, aún ruborizada y visiblemente nerviosa, se quedó inmóvil mientras todo ocurría, sabiendo que cada movimiento, cada gesto, era observado por todos.
Pero fue Mei Xue quien, de pie a unos metros de distancia, observaba la escena con una mezcla de curiosidad y una chispa de envidia en sus grandes ojos violetas. Ella siempre había admirado la cercanía de sus hermanas con Lei Zhang, pero hasta ahora nunca había sido parte de ese mundo.
Cuando Lei Zhang se volvió hacia ella, su expresión cambió de inmediato. Sus mejillas, que ya estaban ligeramente sonrojadas, se tornaron de un rojo intenso, y sus manos se apretaron nerviosamente contra la tela ligera de su túnica.
—Y tú, Mei Xue, ¿qué opinas de todo esto? —preguntó Lei Zhang, sus ojos fijos en ella con una intensidad que hizo que el corazón de Mei Xue latiera más rápido. Había una mezcla de deseo y desafío en su mirada, como si quisiera ver hasta dónde ella estaba dispuesta a llegar.
Mei Xue abrió la boca para hablar, pero solo logró emitir un sonido apenas audible, ahogado por un suspiro nervioso. Sus labios temblaban mientras buscaba las palabras adecuadas, pero la vergüenza la mantenía en silencio.
—Y-yo... —intentó decir, pero la presión de la mirada de Lei Zhang y la expectativa de sus hermanas eran demasiado. La tela de su túnica parecía más apretada alrededor de su pecho, y su respiración era cada vez más superficial.
Lei Zhang no pudo evitar sonreír ante su nerviosismo. Se acercó lentamente a Mei Xue, como un depredador que acecha a su presa, y extendió una mano hacia ella. —No hay necesidad de avergonzarse, Xue. Aquí todos somos una familia muy unida —dijo con suavidad, su tono tranquilizador, pero había una firmeza en sus palabras que dejaba claro que no aceptaría resistencia.
Mei Xue se mordió el labio inferior mientras sus ojos iban de la mano extendida de Lei Zhang a su rostro. Finalmente, como si una corriente invisible la empujara, levantó una mano temblorosa y la colocó suavemente en la suya. El contacto hizo que una corriente eléctrica recorriera su cuerpo, y su mirada se volvió hacia el suelo, incapaz de enfrentarse a la intensidad de sus emociones.
Lei Zhang la atrajo suavemente hacia él, inclinándose lo suficiente como para que sus labios rozaran la mejilla de Mei Xue. La tensión en el aire era casi palpable mientras las hermanas observaban con una mezcla de expectación y aceptación. Mei Xue se sentía atrapada entre el deseo de retroceder y la irresistible atracción que sentía hacia Lei Zhang, un imán que la arrastraba más y más cerca de él.
—Quiero ser parte de esto, de todo esto —dijo finalmente, su voz apenas un murmullo, pero cargada de una determinación sorprendente. Sus ojos, grandes y de un tono púrpura intenso, se clavaron en los de Lei Zhang, reflejando el deseo de ser aceptada y tomada por completo en el mundo que él había creado.
Mei Xue se encontraba frente a Lei Zhang, con el corazón latiendo con fuerza mientras sus palabras reverberaban en el aire. Los segundos se alargaron en una especie de vacío, en el que solo existían ellos dos y la intensidad de aquel momento.
Lei Zhang no respondió de inmediato. En cambio, la estudió con una mirada penetrante, como si estuviera sopesando no solo sus palabras, sino también su alma. Dio un paso adelante, y la diferencia de tamaño entre ambos se hizo aún más evidente. Mei Xue, con su pequeña y delicada figura, parecía frágil frente a él, pero había algo en su postura que sugería una fuerza interna.
Él la atrajo hacia sí, rodeándola con sus brazos en un abrazo firme pero lleno de una posesividad innegable. Sentía el cuerpo cálido y tembloroso de Mei Xue contra el suyo, su respiración agitada, sus manos tensas en su espalda. La cercanía de sus cuerpos hacía que el aire entre ellos se volviera denso, cargado de una tensión que ella nunca había experimentado antes.
—Y lo serás, Xue. Todos lo seremos. Juntos —murmuró Lei Zhang, su tono bajo y meloso, cargado de promesas. Su mano subió hasta el rostro de Mei Xue, acariciando suavemente su mejilla mientras la miraba profundamente a los ojos. Había una intensidad en su mirada que hizo que la joven sintiera un nudo en la garganta. Se sentía expuesta, vulnerable, pero también irresistiblemente atraída hacia él, como si fuera imposible resistirse a la gravedad que él ejercía sobre su ser.
—Perdona por no haberte reclamado antes, pero ahora serás mía, completamente mía —continuó Lei Zhang, su voz bajando hasta convertirse en un susurro íntimo que hizo que un escalofrío recorriera la espina dorsal de Mei Xue. —Cada parte de ti me pertenecerá.
El poder y la autoridad en su tono eran inconfundibles, y a pesar del miedo que sentía en el fondo de su ser, Mei Xue no pudo evitar la sensación de emoción que la embargaba. Había algo intensamente seductor en esa promesa de ser poseída, de ser parte de algo más grande, de ser vista no solo como una joven tímida, sino como una pieza clave en el imperio que Lei Zhang estaba construyendo.
Asintió lentamente, aceptando su destino, mientras sus labios temblaban con una sonrisa nerviosa, casi de anticipación. Sentía cómo la firmeza del abrazo de Lei Zhang le proporcionaba un sentido de seguridad y, al mismo tiempo, le dejaba claro que estaba completamente bajo su control.
Lei Zhang sostuvo a Mei Xue por un momento más, disfrutando del delicado temblor de su cuerpo bajo su toque. La sensación de poder lo invadía, llenándolo de una satisfacción oscura y profunda. Mei Xue lo había aceptado por completo, no solo con su cuerpo, sino también con su mente, y eso era lo que más le deleitaba.
Finalmente, la soltó suavemente, permitiendo que sus manos se deslizaran por sus brazos hasta dejarla ir. Pero no sin antes recorrer su delicado rostro con la mirada, asegurándose de que ella supiera que este momento era solo el comienzo de algo más grande y más profundo entre ellos.
—Vamos a desayunar —anunció Lei Zhang, tomando a Mei Lin de la mano con un gesto que parecía casual, pero que también afirmaba su posesión sobre ella. Mei Xiao y Mei Xue lo siguieron de cerca, ambas en silencio, pero con pensamientos diferentes corriendo por sus mentes. La presencia dominante de Lei Zhang flotaba sobre todos ellos como una sombra tangible, una fuerza que los mantenía unidos, pero también los subyugaba.
La cocina estaba impregnada con el aroma cálido de la comida. Los baozi rellenos de carne y vegetales emitían un olor irresistible, mientras el jook caliente adornado con cebollines y jengibre crepitaba suavemente en sus tazones. Los guo tie crujientes brillaban bajo la luz matutina, con su dorado perfecto que prometía una explosión de sabor en cada mordisco. Las verduras salteadas estaban dispuestas con elegancia en la vajilla de porcelana blanca, decorada con motivos azules, reflejando el equilibrio entre tradición y lujo.
Mei Lin, como siempre, sirvió los platos con una gracia que parecía casi sobrenatural. Sus movimientos eran fluidos, cada gesto medido y preciso, como si incluso en algo tan cotidiano como servir el desayuno, mantuviera una elegancia innata. Su sonrisa cálida llenaba la habitación, y mientras repartía la comida, su mirada seguía a Lei Zhang, admirando su figura fuerte y su liderazgo natural.
Mei Xiao, por su parte, se mantenía callada mientras se sentaba, sus manos aún temblorosas mientras tomaba su tazón de jook. A pesar de la calidez del desayuno, su rostro seguía ligeramente sonrojado, evitando mirar directamente a su esposo o a sus hermanas. Los eventos de la mañana la habían dejado nerviosa, pero también satisfecha de una manera que le resultaba difícil de procesar.
Mei Xue, por otro lado, no podía evitar que su mirada se posara repetidamente sobre Lei Zhang. Sus ojos, llenos de una mezcla de curiosidad y deseo, seguían cada uno de sus movimientos con fascinación. Sentía que algo dentro de ella había cambiado tras el encuentro en la cocina, algo que la acercaba más a él, y esa nueva conexión la emocionaba y asustaba a la vez.
Mientras sorbía el humeante jook y disfrutaba de los delicados baozi, una nueva pantalla apareció frente a Lei Zhang, como una visión suspendida en el aire.
[Nueva Misión: Sé un Verdadero Bandido de Montaña]
Descripción de la misión:
Un buen líder debe mantener a su mediocre gente unida para sobrevivir. Reúne algunos hombres y asalta algunas caravanas para demostrar quién es el jefe de la aldea.
Objetivos:
1. Recluta a al menos 10 hombres capaces en la aldea.
2. Planifica y ejecuta al menos 3 asaltos exitosos a caravanas en un mes.
3. Asegúrate de que ningún asaltante sea capturado o muerto.
Recompensa:
- Tesoros del Valle: Obtén un cofre de riquezas valorado en 100 monedas de oro, que incluye joyas y artefactos valiosos.
- Reputación de Líder: Aumenta la moral y la lealtad de los aldeanos hacia Lei Zhang.
- Habilidad Especial: Desbloquea la habilidad "Dominio del Terreno", que permite planificar emboscadas con mayor eficacia.
Penalización si falla:
- Pérdida de Moral: La moral de los aldeanos disminuirá drásticamente, llevando a la deserción de hombres valiosos.
- Pérdida de Reputación: La reputación de Lei Zhang se verá seriamente afectada, dificultando futuras misiones de liderazgo y reclutamiento.
- Castigo Divino: Recibe una maldición que disminuye temporalmente las habilidades físicas de Lei Zhang.
La pantalla luminosa se desvaneció tan rápidamente como había aparecido, pero las palabras y los objetivos quedaron profundamente grabados en la mente de Lei Zhang. Su expresión, que antes estaba tranquila y centrada en el desayuno, cambió de manera sutil pero perceptible. Mientras Mei Xue, siempre atenta, le servía un poco más de té de jazmín, lo observó con una ligera arruga en el entrecejo. Sabía que algo lo perturbaba, y esa intranquilidad la afectaba también.
—¿Estás bien, Zhang? —preguntó Mei Xue con una mezcla de preocupación y cautela, sus ojos buscando respuestas en el rostro de él. —Te ves un poco pálido y dejaste de comer. ¿No te gustó el desayuno?
La voz de Mei Xue era suave, pero cargada de una inquietud genuina. A pesar de que intentaba mantener un tono neutral, el leve temblor en sus manos, aún sujetando la tetera, delataba su nerviosismo. Verlo descentrado, aunque fuera por un instante, le resultaba desconcertante.
Lei Zhang parpadeó, volviendo al presente. El suave aroma a jazmín del té, que flotaba en el aire entre ellos, lo ayudó a calmar la tormenta que empezaba a formarse en su interior. Forzó una sonrisa tranquilizadora, tratando de aliviar las preocupaciones de Mei Xue.
—Estoy bien, Xue. El desayuno está delicioso, como siempre —dijo, permitiendo que su voz volviera a adoptar ese tono reconfortante que tanto ella como sus otras esposas conocían bien. Tomó una pausa para disfrutar del té caliente que ella le había servido con tanto cuidado. El líquido dorado y fragante recorrió su garganta, ayudándolo a enfocarse. —Solo estaba pensando en algunas cosas importantes.
Sin embargo, Mei Lin, quien lo observaba atentamente desde el otro lado de la mesa, no parecía convencida. Sus ojos brillantes se entrecerraron ligeramente, como si estuviera tratando de leer más allá de las palabras de su esposo. Sabía que Lei Zhang nunca compartía todo lo que pasaba por su mente, siempre guardaba algo en sus pensamientos, pero podía sentir el peso de sus preocupaciones.
—¿Qué es lo que te preocupa tanto, querido? —preguntó Mei Lin, con una voz suave, pero llena de una curiosidad que no podía ocultar. Había un ligero borde de inquietud en su tono. La firmeza que usualmente caracterizaba a Mei Lin estaba presente, pero había una dulzura añadida, un intento de acercarse a Lei Zhang y ofrecerle su apoyo.
Lei Zhang respiró profundamente, sabiendo que no podía revelarles todos los detalles de la misión que acababa de recibir, al menos no todavía. Las responsabilidades que ahora recaían sobre él, como líder de aquella pequeña aldea de bandidos, requerían decisiones cuidadosas y, sobre todo, un nivel de confianza absoluto en su capacidad para mantenerlas a salvo. No obstante, no podía dejarlas completamente a oscuras sobre lo que sucedía.
—Estoy pensando en la aldea y en cómo podemos mejorar nuestra situación —dijo, dejando que sus palabras fluyeran con naturalidad, sin añadir la tensión que realmente sentía. Su mirada se paseó brevemente por cada una de ellas, deteniéndose un momento más en Mei Xue, que aún lo miraba con esa mezcla de preocupación y devoción. —Hay muchas decisiones importantes que debo tomar en los próximos días. Cosas que asegurarán que todos estemos bien.
—Confío en ti, Zhang. Sé que harás lo mejor para todos nosotros —dijo Mei Xiao, su voz temblando levemente, pero su fe en él era sólida. La devoción que sentía por él la llenaba de una calma interna, incluso cuando su timidez a veces le impedía expresar lo que realmente sentía.
—Lo que decidas, estaremos contigo —dijo Mei Lin con una mezcla perfecta de firmeza y ternura. Sus ojos reflejaban una confianza serena, la clase de confianza que no necesita palabras, solo acciones.
Lei Zhang sonrió, conmovido por el apoyo incondicional de sus esposas. Volvió a centrarse en la comida, retomando su plato. Los baozi rellenos de carne y vegetales se deshacían en su boca con una esponjosidad perfecta, mientras que los guo tie ofrecían ese contraste crujiente por fuera y tierno por dentro. Cada bocado estaba perfectamente equilibrado, y el jook caliente era reconfortante, una mezcla de sabores que le proporcionaba una calidez muy necesaria en ese momento. El jengibre y los cebollines añadían un toque fresco y vibrante que cortaba el peso de sus pensamientos.
Después de terminar de comer, y mientras recogían la mesa con esa gracia natural que tanto las caracterizaba, Lei Zhang se levantó lentamente, sus pensamientos pesados como el plomo. Caminó hacia la ventana que daba al patio exterior, donde el aire fresco de la mañana traía consigo el sonido distante de los aldeanos que comenzaban su día. El viento jugueteaba con las hojas de los árboles, creando sombras danzantes en el suelo.
Suspiró profundamente, sabiendo que lo que venía no sería fácil. Siempre se había visto a sí mismo más como un estratega, alguien que podía manipular el tablero desde las sombras, tomando decisiones frías y calculadas. Pero ahora, con los ojos de sus esposas sobre él y la realidad de la situación que enfrentaba, comprendía que no podía permitirse mantenerse al margen. Tendría que ser un líder visible, un guerrero en el campo, no solo el hombre detrás de los planes.
Con un suspiro final, se giró hacia Mei Lin, que en ese momento volvía a entrar en la habitación después de colocar los platos en la cocina. La miró por un momento, como si estuviera absorbiendo su presencia, su calidez. Había algo en ella que siempre lograba calmarlo, algo que lo hacía sentir que, a pesar de todo, las cosas podrían salir bien.
—Mi amor, ¿puedes decirme dónde guardo mi arma? —preguntó con una voz suave, pero cargada de intención. No necesitaba el arma en ese preciso momento, pero el simple hecho de tenerla en sus manos le ayudaría a concentrarse, a sentir que estaba listo para lo que venía.
Mei Lin sonrió con dulzura, disfrutando del contacto visual y de la atención de su esposo. Su mirada se suavizó mientras respondía, sintiendo el peso de su papel en aquel mundo de caos y violencia, pero también la profunda conexión que los unía a ambos.
—Por supuesto, querido —respondió, su voz un suave murmullo lleno de cariño. —Tu arma está en el armario de madera en la habitación principal. Siempre la guardamos ahí, segura y a mano cuando la necesites.
Mientras hablaba, acarició suavemente la mejilla de Lei Zhang, un gesto simple pero lleno de significado. Sabía que las próximas decisiones que él tomaría cambiarían el destino de todos, pero confiaba plenamente en que él sabría qué hacer, como siempre lo había hecho.
Lei Zhang asintió, sintiendo una mezcla de gratitud y determinación arremolinarse en su pecho mientras salía del comedor en dirección a la habitación principal. Cada paso que daba resonaba con un peso mayor de responsabilidad, consciente de que los próximos momentos definirían el destino no solo de la aldea, sino también el suyo propio en este mundo despiadado. El aire a su alrededor parecía más denso, cargado con una energía palpable, como si el mismo entorno comprendiera la magnitud de lo que estaba por venir.
Al llegar a la puerta de la habitación, la empujó con suavidad, escuchando el leve crujido de la madera desgastada bajo su peso. Sus ojos recorrieron la habitación, deteniéndose un instante en el gran armario de madera que dominaba el centro de la pared. Allí, envuelta en una oscuridad solemne, descansaba la guja. A medida que se acercaba, el pulso en sus muñecas se aceleraba, sintiendo una extraña conexión con el arma, como si algo más allá de lo terrenal lo estuviera llamando.
Abrió las puertas del armario y, ante él, la guja se reveló. Era aún más impresionante de lo que recordaba de los fragmentos de memoria de Lei Zhang. La hoja principal, larga y curva, emitía un leve brillo metálico bajo la tenue luz que se filtraba por las ventanas. El borde negro parecía absorber la luz a su alrededor, dándole una apariencia siniestra y mortal. A medida que sus ojos recorrieron la hoja, notó las espinas afiladas que sobresalían del filo superior. Eran como dientes de una bestia, listas para desgarrar a cualquier enemigo con un solo movimiento rápido y preciso.
Los grabados que adornaban la hoja eran intrincados, detallados hasta el más mínimo rasgo. En ellos, dragones enredados en un combate eterno serpenteaban por el metal, sus cuerpos delgados y feroces enredándose entre sí en una lucha inmortal. Las tonalidades rojizas de los grabados parecían estar vivas, casi como si la sangre del dragón del que hablaba la leyenda aún estuviera fluyendo por la hoja. A medida que se acercaba más, pudo sentir un ligero calor emanando de ella, una señal sutil de que el poder de la guja seguía latente, aguardando a ser liberado.
El asta de la guja también era una obra de arte por derecho propio. Fabricada de un metal oscuro y pesado, su superficie estaba marcada por cicatrices y rasguños, evidencia de las innumerables batallas en las que había sido empuñada. Cada rasguño contaba una historia, cada golpe una victoria o una derrota que había marcado la historia de aquellos que la habían blandido antes que él. Los detalles en rojo que decoraban la parte inferior del asta continuaban el tema de la hoja, dándole a toda el arma una cohesión estética que resultaba a la vez hermosa y aterradora.
Pero no era solo la belleza de la guja lo que captaba su atención, sino su funcionalidad letal. La punta secundaria en la parte inferior del asta, afilada y reforzada con pinchos, estaba diseñada para el combate cercano. Incluso el mango, envuelto en un material grueso que ofrecía un agarre firme, parecía haber sido diseñado con la precisión de un guerrero experimentado, alguien que sabía que en la batalla, un mal agarre podía significar la muerte.
Lei Zhang extendió la mano lentamente, como si el simple acto de tomar la guja fuera una ceremonia en sí misma. Al rozar el asta con los dedos, sintió una oleada de energía recorrer su cuerpo. Era como si el arma lo reconociera, como si lo estuviera probando. Su corazón latía con fuerza, su respiración se aceleró ligeramente mientras cerraba los dedos alrededor del asta
Había visto esta arma en los vagos recuerdos de Lei Zhang y aún se preguntaba por qué este no entrenaba para usar esta hermosa arma. Al extender la mano y tomar la guja, una pantalla emergió:
[Nombre: "Dragón Carmesí"]
[Rango: Divino (el segundo más alto)]
Descripción: Armas de origen celestial o divino, imbuidas con la esencia de deidades. Son extremadamente raras y poderosas, capaces de hazañas extraordinarias.
[Leyenda: Se dice que "Dragón Carmesí" fue forjada en el corazón de un volcán por un herrero legendario, utilizando la sangre de un dragón inmortal. Tradicionalmente empuñada por guerreros sangrientos y crueles, es un arma volátil pero fiel a su portador, otorgándole poderes sobrenaturales en la batalla. Sin embargo, también se rumorea que el arma elige a su dueño y que aquellos que no son dignos perecen bajo su peso.]
[Obtención: Se robó hace mucho en una caravana por los hombres de Wei Long, y se la dio a Lei Zhang, su mediocre hijo y sucesor.]
[Habilidades (el usuario tiene una maestría media-mala, así que el potencial y habilidades del arma está muy limitada):]
- Corte de la Sombra: Un corte rápido y poderoso que envuelve la hoja en una sombra oscura, infligiendo daño adicional.
- Llamarada Escarlata: La hoja se envuelve en llamas rojas, causando daño de fuego y aumenta temporalmente la fuerza y velocidad del usuario durante un limitado período de tiempo.
- Empuje Voraz: Un ataque estocada que perfora a través de las defensas del enemigo, causando un sangrado lento si no logra la muerte.
- Defensa del Dragón: Un movimiento en espiral defensivo que utiliza la hoja y el asta para bloquear ataques y reducir el daño recibido.
- Viento Carmesí: Un giro rápido de la guja genera un viento cortante que puede derribar a los enemigos cercanos.
- Furia del Dragón: Un ataque devastador que combina todas las habilidades, desatando una explosión de sombras y fuego en un radio amplio. (Esta habilidad drena significativamente la energía del usuario).
Al regresar a la cocina, Lei Zhang encontró a Mei Lin, Mei Xiao y Mei Xue, sus tres esposas, esperándolo con expresiones mezcladas entre curiosidad y preocupación. El ambiente en la habitación era tenso, y el olor a té recién hecho flotaba en el aire, dándole una sensación de calidez que contrastaba con la tormenta de pensamientos que cruzaban por su mente. Las tres mujeres, sentadas en el pequeño y modesto comedor, lo miraron expectantes, sus manos inquietas sobre la mesa de madera desgastada.
Mei Lin, la mayor de las tres y la que siempre había mostrado una gran fortaleza interior, fue la primera en hablar, sus ojos brillando con una mezcla de comprensión y preocupación. Tenía el cabello oscuro recogido en un moño sencillo, y sus manos, aunque delgadas y delicadas, mostraban los signos de una vida de trabajo duro.
—Voy a salir por un tiempo. Necesito reunir a algunos hombres y planificar nuestras próximas acciones —anunció Lei Zhang, su voz firme y decidida. Intentaba parecer calmado, pero el nerviosismo se reflejaba en el pequeño temblor de sus manos que rápidamente escondió tras su espalda. Sabía que no podía permitirse mostrar debilidad, ni siquiera ante su familia.
Mei Lin asintió lentamente, levantándose de su asiento con la gracia de alguien acostumbrada a las dificultades, pero siempre lista para enfrentarlas. Sus ojos oscuros se encontraron con los de él, cargados de una comprensión silenciosa y un apoyo inquebrantable. No necesitaba decir mucho para que él sintiera su confianza.
—Ten cuidado, mi amor. Te esperaremos aquí y mantendremos todo en orden —dijo suavemente, acercándose a él para darle un beso en la mejilla. Sus labios, cálidos y suaves, apenas rozaron su piel, pero ese gesto le infundió un valor renovado.
Mei Xiao, la segunda esposa, que siempre había sido más tímida y reservada, lo miraba desde la distancia, sus dedos jugueteando con el borde de su vestido. Sus ojos brillaban con una mezcla de miedo y preocupación, pero aún así se acercó lentamente. Ella le dio un beso en la otra mejilla, un gesto pequeño pero lleno de afecto.
Mei Xue, la más joven y la más impetuosa, no dijo una palabra, pero sus ojos hablaban por ella. Eran como dos pozos de incertidumbre, y aunque su expresión intentaba ser neutral, Lei Zhang podía sentir la preocupación que ella intentaba ocultar. Se acercó a él y, con un leve beso, siguió el ejemplo de sus hermanas esposas.
—Regresa a salvo, por favor —murmuró Mei Xue en un susurro apenas audible, sus labios temblorosos, como si cada palabra le costara un gran esfuerzo.
Lei Zhang se apartó de ellas con una leve sonrisa, intentando proyectar una confianza que no sentía completamente. Sabía que debía mantener esa fachada si quería liderar, no solo a su aldea, sino también a su familia. Salió de la casa y el frío aire de la mañana lo golpeó de inmediato, despejando su mente como un balde de agua helada. Inhaló profundamente, sintiendo cómo el viento fresco llenaba sus pulmones y aligeraba el peso en su pecho. Mantuvo una expresión despreocupada, pero dentro de sí, una corriente subterránea de nerviosismo le recorría las entrañas.
Sus pasos lo llevaron al establo, donde sus dos caballos aguardaban. El establo era una estructura simple, hecha de madera toscamente cortada, con apenas espacio para los animales y algo de equipo. El fuerte olor a heno y estiércol lo recibió al abrir la puerta, junto con el sonido suave de los cascos de los caballos golpeando el suelo de tierra. Uno de los caballos, un ejemplar marrón oscuro con una musculatura marcada y ojos brillantes, se acercó de inmediato. Este era su caballo más confiable, fuerte y rápido, perfecto para lo que tenía en mente. El otro, un viejo y robusto caballo grisáceo, medio ciego y de movimientos más torpes, lo observaba desde el rincón con indiferencia. Este último se usaba para tareas más pesadas, arrastrando carretas o llevando cargas grandes. Lei Zhang pasó una mano sobre el lomo del caballo fuerte, sintiendo los músculos tensarse bajo su piel.
—Hoy será tu día —susurró, más para sí mismo que para el animal.
Comenzó a preparar al caballo con movimientos rápidos pero precisos, ajustando las riendas y verificando los arneses. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no tenía estribos. Gruñó en voz baja, molesto por la falta de algo tan esencial. Pero decidió que no podía dejar que eso lo detuviera. Acomodó las riendas lo mejor que pudo y, con un salto ágil, montó el caballo, acomodándose como pudo sin los estribos. El animal bufó levemente, pero Lei Zhang logró mantener el equilibrio.
Ya montado, se dirigió hacia el centro de la aldea. El paisaje a su alrededor comenzaba a despertar con los primeros rayos del sol que se extendían por el cielo, bañando la tierra con un brillo dorado. Los aldeanos comenzaban sus actividades diarias, pero sus miradas se desviaban hacia él, montado sobre su caballo, con la imponente guja "Dragón Carmesí" descansando sobre su hombro. Las sombras de los árboles proyectaban patrones irregulares en el camino de tierra, mientras Lei Zhang avanzaba hacia la plaza central.
Allí encontró a Gongsun y Xu, dos de los pocos hombres que le guardaban una lealtad incierta. Gongsun, el hombre grande y corpulento con la cicatriz que le atravesaba el rostro, estaba sentado en un tronco, afilando su enorme espada dadao. Cada movimiento de la piedra contra el metal producía un sonido rítmico, casi hipnótico. A su lado, Xu, el de mediana edad, con una expresión amarga, jugaba distraídamente con su alabarda en forma de media luna. Xu llevaba una armadura vieja y deteriorada que había sido arrebatada de un soldado muerto en algún enfrentamiento pasado.
Cuando Lei Zhang se acercó, ambos hombres levantaron la mirada con curiosidad. Xu fue el primero en romper el silencio.
—Lei Zhang, ¿qué te trae aquí tan temprano? —preguntó con su tono habitual de sarcasmo, pero había algo en su mirada que sugería un interés genuino en las intenciones de su líder. Se apoyó en su alabarda, observando cada movimiento de Lei Zhang.
—Aún soy el jefe de esta aldea, así que tengo que encargarme de ella —dijo Lei Zhang, desmontando con agilidad del caballo. La guja reposaba sobre su hombro, y su expresión era de absoluta determinación. El aire a su alrededor parecía cargado de una energía diferente, como si algo más grande estuviera por ocurrir.
Gongsun gruñó, su cicatriz se estiró ligeramente, en lo que podía interpretarse como una mueca de aprobación.
—Nuestra aldea necesita recursos y debemos demostrar que aún somos fuertes. No podemos seguir viviendo de las sobras. Vamos a organizar una incursión —continuó Lei Zhang, su voz clara y firme. Sentía el peso de la guja sobre su hombro, un recordatorio constante de la responsabilidad que llevaba.
Xu entrecerró los ojos, evaluando las palabras de su líder con un aire de escepticismo. Su mirada se desvió hacia el horizonte, donde el sol comenzaba a asomarse, tiñendo el cielo de un naranja cálido que contrastaba con el gris de la mañana. Había un brillo en sus ojos que indicaba que, aunque no lo dijera en voz alta, estaba de acuerdo. Sabía que las palabras de Lei Zhang tenían un peso que no podía ignorar.
—Es una jugada arriesgada —murmuró Xu, su voz grave resonando en la quietud matutina—, pero si conseguimos buenos botines, podríamos mejorar nuestra situación considerablemente. Además, podría atraer a otros bandidos que buscan un líder fuerte. —Finalmente, asintió de forma cansada, como si el peso de la decisión que estaban a punto de tomar le cayera encima. Su rostro, surcado por marcas de una vida dura y peleas perdidas, mostraba la aceptación de una nueva estrategia.
Lei Zhang sonrió, sintiendo un leve alivio al ver la leve aceptación en los ojos de Xu y Gongsun. Esa chispa de confianza renovada era justo lo que necesitaba para avanzar.
—Nos prepararemos hoy y partiremos cuando estén listos los hombres. Quiero que reúnas a los más capaces y te asegures de que estén listos para luchar —instruyó, su voz ahora resonando con autoridad y determinación.
Xu asintió una vez más, comprendiendo la gravedad de la situación, y sin decirle una palabra más, se giró hacia Gongsun.
—Vamos, tenemos trabajo que hacer —dijo, y ambos se alejaron, comenzando a organizar los preparativos que darían forma a su arriesgada aventura.
Lei Zhang volvió a montar en su caballo, el sonido de los cascos resonando sobre el suelo polvoriento mientras se dirigía hacia el borde de la aldea. Allí, un pequeño grupo de hombres ya se había comenzado a reunir, guiados por Xu y Gongsun. La luz del sol comenzaba a calentar el ambiente, y la brisa fresca traía consigo el aroma de la tierra húmeda y las flores silvestres que crecían a su alrededor. Eran los pocos bandidos que quedaban, unos cuarenta en total, suficientes para completar una parte de la misión.
Curiosos por ver qué estaba planeando su jefe, los hombres miraban a Lei Zhang con expectación. Con la guja descansando sobre su hombro, se sintió el centro de atención. Su corazón latía con fuerza, pero la emoción de liderar era más intensa que cualquier temor que pudiera tener.
—Escuchen bien —dijo Lei Zhang, su voz resonando con autoridad y determinación, cada palabra cuidadosamente pronunciada—. Sé que no he demostrado ser el hombre adecuado para dirigirlos. No he tomado las cosas en serio ni he tomado decisiones inteligentes, pero eso se acabó hoy. Soy el jefe de esta aldea, y les prometo que no habrá más migajas, no más ser los débiles. Vamos a sobrevivir y a hacer que esta aldea se levante nuevamente. Xianghe será fuerte de nuevo, y todos ustedes serán parte de esa fuerza. ¡Vamos a demostrarle al mundo que aún no estamos vencidos!
La determinación en la voz de Lei Zhang era palpable, resonando en el aire como un tambor de guerra, y aunque muchos de los hombres aún estaban dudosos y escépticos, comenzaron a tomar sus armas y a prepararse para seguirlo. Tal vez fue la promesa de un futuro más prometedor expresada por un joven maestro atractivo y con porte regio, o quizás encendió una chispa de esperanza en ellos, o simplemente buscaban algo de dinero y botín, pero la atmósfera comenzó a cargarse de energía.
Los cuarenta y tres hombres, menos de ocho a caballo, se reunieron. Algunos llevaban lanzas, otros espadas de todo tipo, escudos, y varios estaban armados con arcos y flechas, sus rostros serios reflejaban la intensidad del momento. Pasaron las desgastadas y maltrechas puertas de troncos de la aldea, sintiendo que estaban cruzando un umbral hacia lo desconocido, avanzando por un alto y escarpado camino de montaña.
Aunque no se le podía llamar ejército o guardia, muchos de esos hombres eran asesinos competentes. Siguieron las rutas que los dirigían a caminos más arriba de la carretera principal, donde el paisaje se tornaba más escarpado y menos hospitable. Los caminos de las aldeas de bandidos solían ser difíciles y traicioneros, pero eran lo suficientemente decentes para permitir que los caballos avanzaran con relativa facilidad.
Con su grupo en formación, Lei Zhang se movía por el camino alto y sinuoso, sintiendo la vibrante energía de su entorno. Las piedras crujían bajo los cascos de su yegua y de los otros caballos, y el aire de la mañana estaba lleno del canto de los pájaros que anidaban en los árboles cercanos y el susurro de las hojas agitadas por la brisa. Cada paso que daban resonaba con el eco de su ambición.
Los hombres avanzaban con cautela, sus rostros tensos y concentrados, cada uno de ellos sintiendo la presión del momento. El aire estaba cargado de una anticipación palpable, y las miradas de los guerreros se entrelazaban en un silencio que hablaba más que mil palabras. Leyendo las expresiones de sus compañeros, Lei Zhang se dio cuenta de que el desafío que tenían por delante no solo era físico, sino también mental. No era solo una cuestión de sobrevivir, sino de establecer su reputación y, con ello, la seguridad de su futuro. En su mente, la imagen de Xianghe resurgiendo de sus cenizas se volvió más vívida; podía ver a su gente sonriendo, a los niños jugando y a las familias viviendo en paz, lejos de la miseria que habían conocido.
Mientras se adentraban en el terreno montañoso, el paisaje se transformó en un mar de colinas y valles, cubiertos por una densa vegetación que apenas dejaba pasar la luz del sol. Las sombras danzaban a su alrededor, y el suelo era irregular, lleno de raíces expuestas y rocas afiladas que amenazaban con hacerles tropezar en cualquier momento. La ruta se hacía cada vez más angosta, bordeada por piedras resbaladizas y matas de hierbas. A lo lejos, podían escuchar el murmullo de un arroyo que corría, un sonido refrescante que contrastaba con la tensión palpable en el aire. El paisaje montañoso se extendía a su alrededor, con altos árboles y rocas cubiertas de musgo que les ofrecían una cobertura natural. Las montañas Qinglong eran hermosas pero implacables, y Lei Zhang sabía que su éxito dependía de su capacidad para aprovechar cada ventaja que el terreno les ofrecía.
Al llegar a uno de los riscos de la carretera principal construida por el imperio, una vía estratégica y bien mantenida que serpenteaba a través de las montañas, Lei Zhang levantó la mano para indicar a su grupo que se detuviera. El lugar era perfecto para una emboscada, con rocas y árboles proporcionando cobertura natural y un amplio panorama del camino más abajo. A medida que miraba por encima del borde, podía ver la serpenteante carretera que descendía hacia un valle más amplio, donde la luz del sol se desparramaba sobre la tierra, haciendo brillar la ruta que se extendía como un hilo dorado en medio de la oscuridad del bosque.
—Aquí esperaremos un momento antes de continuar. Quiero que todos estén atentos y preparados —dijo, su voz firme y llena de propósito, resonando en el aire fresco y crispado de la mañana.
Los hombres asintieron y comenzaron a descansar, algunos revisando sus armas, asegurándose de que todo estuviera en orden, mientras otros simplemente tomaban un respiro profundo, tratando de calmar sus corazones acelerados. A medida que el grupo se asentaba, un silencio tenso se extendió entre ellos, roto solo por el susurro del viento que corría entre las hojas y el crujido ocasional de ramas bajo los pies. Mientras descansaban, Lei Zhang y sus hombres afinaban sus oídos, escuchando con atención. Pronto, se escucharon voces y el ruido de caballos acercándose, el sonido inconfundible de un grupo en movimiento que se acercaba. Los ojos de todos se encontraron brevemente, un entendimiento silencioso pasando entre ellos como un relámpago.
Lei Zhang, con una mirada rápida a Xu y Gongsun, les indicó que se prepararan. Los hombres se movieron con cuidado y precisión, posicionándose detrás de las rocas y árboles que flanqueaban el camino. Con su guja lista en sus manos, Lei Zhang se colocó en una posición desde donde podía observar la carretera sin ser visto, sus sentidos agudizados por la adrenalina.
El sonido de las ruedas de la caravana se hizo más claro, acompañado por las voces de los mercaderes y el ritmo constante de los cascos de los caballos que resonaban en la tierra. Era una caravana pequeña, pero probablemente bien custodiada. Sin embargo, eso no disuadió a Lei Zhang. Sabía que esta era la oportunidad que estaban esperando.
Finalmente, la caravana apareció a la vista, compuesta por varios carros cargados con mercancías, sus coloridos toldos ondeando con el viento, y escoltados por guardias armados. Los mercaderes parecían confiados, sin imaginar el peligro que se cernía sobre ellos. La confianza de los mercaderes era comprensible, ya que la guardia que los acompañaba, aunque compuesta por menos de treinta hombres, era imponente. Soldados de infantería y caballería, todos vestidos con armaduras laminares negras que relucían a la luz del sol. Los yelmos decorados con bandas rojas exhibían patrones circulares intrincados alrededor del borde inferior, dando un aire de elegancia y ferocidad. Portaban una variedad de armas chinas, desde lanzas con puntas afiladas y hojas curvas, espadas de doble filo y de hoja única, hasta arcos y ballestas. Los escudos rectangulares, reforzados con hierro y decorados con motivos de dragones y fénix, completaban la imagen de una fuerza disciplinada y lista para cualquier amenaza.
Lei Zhang observó detenidamente, identificando el momento adecuado para atacar. Cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad, y su corazón latía con fuerza en su pecho, impulsado por una mezcla de ansiedad y anticipación.
—Esperen mi señal —susurró Lei Zhang, su voz apenas un murmullo entre el susurro del viento—. Los que tengan arcos, a mi señal disparen y apunten a la caballería. Los demás, bajaremos y mataremos a los guardias restantes. Formen equipos entre ustedes y eliminen a los soldados con precisión.
Los hombres tensaron sus músculos, listos para lanzarse al ataque en cualquier momento. Sus rostros estaban serios, sus miradas fijas en el objetivo que se aproximaba. El primer carro pasó bajo la posición de Lei Zhang, seguido por los demás, y la tensión se podía cortar con un cuchillo. Los guardias no parecían estar en alerta máxima, lo que le dio a Lei Zhang la confianza para proceder.
—¡Ahora! —gritó, alzando su guja y señalando el comienzo de la emboscada.
Como un solo cuerpo, los hombres de Xianghe se lanzaron desde sus posiciones, atacando con una ferocidad nacida de la desesperación y la necesidad. Arcos soltaron flechas que volaron en el aire con un silbido mortal antes de clavarse en los cuerpos de los guardias sorprendidos. Los caballos relincharon y se encabritaron mientras sus jinetes caían al suelo, abatidos por la lluvia de proyectiles-
Lei Zhang lideraba el ataque con su guja y a caballo, abriéndose paso entre los guardias con una destreza que parecía sobrenatural. Cada golpe, cada movimiento, era calculado y mortal. La hoja de su guja describía arcos letales en el aire, desmembrando enemigos y abriendo grietas sangrientas en sus defensas. Con un giro rápido de su muñeca, Lei Zhang decapitó a un guardia y, con un barrido horizontal, cortó las piernas de un caballo, tirando a su jinete y aplastándolo bajo las patas de su yegua. La sangre salpicaba el suelo, pero él lo ignoraba y continuaba avanzando implacablemente, impulsado por una determinación que no conocía límites.
La caravana cayó en el caos. Los mercaderes gritaban de terror, tratando de proteger sus mercancías mientras los guardias intentaban organizar una defensa desesperada. Pero los hombres de Xianghe eran implacables, y pronto los guardias cayeron uno tras otro bajo el ataque feroz. Xu, con su alabarda, empalaba a los enemigos con una precisión letal, mientras Gongsun, con su espada curva, realizaba tajos profundos y rápidos, dejando a los guardias indefensos ante su furia.
A medida que el clamor de la batalla crecía, los ecos de los gritos y el choque de las armas llenaban el aire. Cada movimiento se convertía en una danza de vida y muerte, y el tiempo parecía desacelerarse, permitiendo a Lei Zhang apreciar la brutalidad de la guerra que se desarrollaba ante él. Podía ver a sus hombres luchando con una valentía renovada, sus rostros iluminados por la emoción del combate y la oportunidad de redención.
Gongsun se movía entre los guardias como un espectro, su espada brillando en la luz del sol mientras cortaba con precisión los cuerpos que se interponían en su camino. Cada corte que realizaba dejaba una estela de terror entre sus enemigos. Mientras tanto, Xu lideraba a otro grupo, su lanza atravesando a los soldados con una brutalidad casi inhumana. Los hombres de Xianghe luchaban como si cada golpe y cada vida que tomaban les acercara un paso más hacia la salvación de su aldea.
Lei Zhang, con el corazón palpitando con fuerza, se abrió paso entre la tumultuosa maraña de guardias, su guja danzando en el aire con una elegancia mortal. Cada movimiento estaba impregnado de una feroz determinación; no solo estaba luchando por la supervivencia de su aldea, sino también por la afirmación de su propia existencia en este mundo hostil.
Con un rugido que resonó como un lamento de guerra, se lanzó sobre un grupo de guardias más experimentados, que intentaban organizar una defensa. Su guja brillaba bajo la tenue luz del sol que se filtraba a través de las copas de los árboles, y con un movimiento fluido, ejecutó su técnica más letal: "Viento Carmesí". A medida que giraba, el aire a su alrededor parecía vibrar y crepitar, generando un viento cortante que arrasaba con todo a su paso. Las cuchillas de viento rojo que surgían de su guja se cortaban en el aire, decapitando a los guardias y llenando el paisaje de cuerpos inertes.
Conforme los guardias restantes, paralizados por la brutalidad de la emboscada, comenzaron a vacilar, sus rostros se transformaron, reflejando desesperación y pánico. Algunos retrocedieron, buscando huir del destino que se cernía sobre ellos, pero sus intentos fueron inútiles. Flechas y lanzas volaron a su alrededor como un aguacero mortal, cada proyectil llevando consigo el peso del temor y la resolución de los hombres de Xianghe. Los mercaderes, acurrucados junto a sus carros, miraban la escena con ojos desorbitados, comprendiendo que su única opción era rendirse a un destino que ya no podían controlar. El pánico se extendió entre ellos, palpable en el aire, y la realidad de la brutalidad que estaban presenciando se reflejaba en sus rostros pálidos.
Lei Zhang, con su guja aún goteando sangre, se acercó a los mercaderes. Su presencia era abrumadora, y su mirada fría y amenazante hizo que se acurrucaran aún más, buscando refugio entre sus propios cuerpos. La atmósfera era densa, cargada de tensión, y el silencio que seguía a la batalla solo era roto por los gemidos de los heridos y el suave murmullo del viento entre las hojas.
—Váyanse —ordenó, su voz resonando con autoridad y desprecio—. Yo, Lei Zhang, les he perdonado la vida, pero no les permitiré escapar por donde vinieron. Sigan adelante y desaparezcan de mi vista.
Los mercaderes, temblando de terror, asintieron rápidamente, sus ojos desorbitados mirando hacia el horizonte como si desearan que su destino no fuera más que un mal sueño. Comenzaron a huir en la dirección indicada, sus pasos apresurados resonando en la quietud que había seguido al combate.
Un murmullos surgieron entre los hombres de Lei Zhang, inquietos ante la decisión de su líder. Uno de ellos, un arquero de mediana edad llamado Jin, con el cabello negro recogido en una cola baja y su túnica negra ondeando en el viento, no pudo contener su curiosidad.
—¿Por qué los dejaste ir? —preguntó, su voz entrecortada por la incredulidad.
—No importa si sobreviven o no —respondió Lei Zhang, su tono firme como el acero—. Al dejarlos ir, llevarán noticias de nosotros. Quizás tomen caminos más difíciles y más fáciles de asaltar si piensan que podemos atacarlos. Además, es una táctica de terror psicológico que fortalecerá nuestra reputación y nos evitará conflictos innecesarios.
Jin asintió, entendiendo la lógica detrás de la decisión de su líder, aunque una sombra de preocupación cruzó su rostro. Lei Zhang, no obstante, sintió que la incertidumbre y el desasosiego comenzaban a invadir su mente.
—Xu —dijo, dirigiéndose a otro de sus hombres—, prepara a los hombres para llevar la caravana a la aldea. Yo voy a descansar. No quiero que nadie me moleste.
Con un gesto autoritario, Lei Zhang giró su yegua hacia un claro más apartado. Allí, dejó caer su máscara de frialdad y autoridad, y con un repentino impulso, vomitó. El sabor amargo de la bilis le ardía en la garganta, como una punzada de realidad que lo devolvía a la dureza del momento. A pesar de su fachada de acero, la brutalidad del combate y las muertes lo pesaban como una losa en su conciencia.
Se dejó caer al suelo, apoyándose contra un árbol robusto que se alzaba como un testigo mudo de su agonía interna. Su respiración era pesada, cada inhalación era un recordatorio de la vida que se desvanecía a su alrededor. Los recuerdos de los cuerpos caídos, de la sangre que empapaba el suelo, y de los gritos de agonía se entrelazaban en su mente como un eco doloroso. Permitió que su humanidad aflorara solo por un momento, consciente de que sus hombres no podían verlo así, no podían presenciar su debilidad.
—No puedo mostrar debilidad —murmuró para sí mismo, cerrando los ojos y buscando la calma en medio de la tormenta que lo asediaba.
Sin embargo, la necesidad de demostrar poder y control lo empujaba hacia adelante, obligándolo a continuar su camino, a enfrentar su destino con la fría determinación de un líder. Sabía que solo un hipócrita se atrevería a justificarse a sí mismo, pero también entendía que la supervivencia de su aldea dependía de que su gente le respetara y le temiera. Se obligó a recordar que estaba luchando no solo por su vida, sino por la de todos aquellos que habían confiado en él.
Sabía que tendría que acostumbrarse a esa brutalidad, ya que sería parte integral de su vida para alcanzar lo que deseaba. No solo quería sobrevivir; quería formar algo verdaderamente suyo, una vida que valiera la pena vivir. Fácilmente podría haber tomado a su mujer y a sus hermanas y haber abandonado la aldea en busca de una vida mejor en alguna ciudad, pero eso habría significado aceptar la derrota. Aspiraba a crear algo que realmente le perteneciera, un bastión de poder donde su voluntad fuera ley.
Con esa resolución, Lei Zhang se levantó, limpiándose la boca con la manga. Enderezó su postura y volvió a ponerse la máscara de líder confiado. No podía permitirse el lujo de mostrar debilidad, no ahora ni nunca. Era esencial que sus hombres lo vieran como alguien implacable y decidido, un líder al que seguirían sin cuestionamientos.
Los hombres de Xianghe lo miraron con un pequeño dejo de respeto mientras tomaban las armas y armaduras de los soldados caídos y montaban en los carros para dirigirse a la aldea.
—Xu, asegúrate de que todos los carros estén bien asegurados y que no quede nada útil para el enemigo —ordenó Lei Zhang con una voz firme y autoritaria—. No quiero sorpresas desagradables.
Xu asintió rápidamente y comenzó a organizar a los hombres. El botín era considerable, y todos sabían que cada pieza contaba para la supervivencia y el fortalecimiento de su comunidad. Mientras tanto, Jin se acercó a Lei Zhang, todavía intrigado por su decisión de dejar ir a los mercaderes.
—¿Crees que esto realmente hará la diferencia? —preguntó Jin, su tono respetuoso pero curioso.
—Siembra el miedo, Jin. Que sepan que estamos aquí y que no somos una amenaza que puedan ignorar —respondió Lei Zhang, su mirada fija en los árboles en la distancia—. Además, cualquier cosa que sembremos ahora, la cosecharemos en el futuro.
Jin asintió, comprendiendo finalmente la profundidad de la estrategia de su líder. La admiración en los ojos de Jin fue un pequeño triunfo para Lei Zhang, quien sabía que el respeto verdadero se ganaba con acciones, no con palabras.
La caravana comenzó a moverse, los carros rechinando bajo el peso de las mercancías y los hombres de Xianghe caminando junto a ellos. El sol empezaba a descender, proyectando largas sombras que parecían alargarse como los recuerdos del combate reciente.
—Nos dirigimos de vuelta a la aldea —anunció Lei Zhang—. Mantengan la guardia alta y los ojos abiertos. No quiero sorpresas.
Los hombres asintieron y se pusieron en marcha, sus pasos resonando en la calma del anochecer. Lei Zhang cabalgaba al frente, su guja descansando en su hombro, sus pensamientos ya planeando el siguiente movimiento.
Al llegar a la aldea, los pocos habitantes que quedaban se reunieron para recibir la caravana. Las caras de los niños, mujeres y ancianos mostraban una mezcla de esperanza y temor, conscientes de que su destino estaba en manos de estos hombres. Supervisando la descarga de los carros y la distribución de los recursos, Lei Zhang se aseguró de tomar lo mejor para él: pequeños cofres con monedas de plata brillante, cada una con intrincados grabados, sedas y telas para sus mujeres, y una buena cantidad de comida.
Las sedas y telas eran de los colores más vivos y exquisitos, rojos profundos, azules, y verdes esmeralda. Sabía que estas telas no solo adornarían a sus mujeres, sino que también servirían como símbolo de estatus y poder dentro de la aldea. Mei Lin, su esposa, y sus hermanas lo observaron con ojos brillantes mientras tomaban los regalos, sus rostros iluminados por una mezcla de gratitud y asombro.
Los aldeanos se acercaron con cautela, agradeciendo humildemente mientras Lei Zhang les daba algo de arroz y algunas provisiones básicas. A pesar de los agradecimientos, no se sintió satisfecho ni completo. Para él, alimentar a esta gente era como alimentar a una manada de inútiles que no hacían mucho. Sabía que pronto haría que esta gente trabajara, pero por ahora, interpretaría el papel de buen y bondadoso líder. A medida que distribuía los recursos, observaba las miradas de los aldeanos, buscando signos de lealtad y sumisión. Quería que supieran que su generosidad tenía un precio, y ese precio era su completa obediencia.
—Este arroz no es solo alimento —dijo, levantando una bolsa de arroz ante la multitud—. Es una promesa de lo que podemos lograr si trabajamos juntos. Pero recuerden, este es solo el comienzo. Cada uno de ustedes tiene un papel que jugar en la reconstrucción de nuestra aldea. No habrá lugar para la pereza ni la incompetencia.
Las palabras de Lei Zhang resonaron en la pequeña plaza, cada sílaba cargada de autoridad y promesas veladas. Los aldeanos asintieron, algunos con temor, otros con renovada esperanza. Era consciente de que su liderazgo se basaba en un delicado equilibrio de miedo y esperanza, y estaba dispuesto a mantenerlo.
Esa noche, Lei Zhang disfrutó de la compañía de sus tres mujeres. Su esposa, Mei Lin, y sus hermanas lo rodearon, brindándole un consuelo que no encontraba en ninguna otra parte. La suavidad de sus pieles, el susurro de sus voces, y el calor de sus cuerpos le proporcionaron un alivio temporal a la tensión que había acumulado. Se permitió un momento de debilidad, disfrutando de la intimidad y la cercanía, pero su mente nunca dejó de planear y calcular.
A la mañana siguiente, Lei Zhang se levantó temprano, renovado por el descanso y listo para continuar su misión. Volvió a la carretera con sus hombres, preparados para asaltar otra caravana. Sin embargo, esta vez, solo encontraron una pequeña caravana de comerciantes pobres, apenas mejor que ellos. Los pocos guardias que tenían fueron rápidamente abatidos, pero el botín fue escaso: algunas monedas y leña.
Mientras sus hombres revisaban la caravana, Lei Zhang se sentó a un lado, observando con ojos fríos y calculadores. Aunque el asalto no había sido fructífero, no permitió que la decepción lo dominara. Sabía que cada paso, por pequeño que fuera, era un avance hacia su objetivo. La leña sería útil para el invierno, y las pocas monedas se sumarían a su tesoro.
Los hombres de Xianghe comenzaron a cargar la leña y las pocas monedas en los carros. Aunque estaban decepcionados por el escaso botín, había una mezcla de respeto y temor en sus ojos, una combinación que Lei Zhang cultivaba cuidadosamente.
Solo le faltaba un asalto para completar su misión.