—¿Con derecho? —Marissa levantó una ceja y se rió a carcajadas—. ¡Oh, Dios! ¿Qué demonios te pasa, Val? ¿Recuerdas que siempre tuviste el peor sentido del humor? ¡Ja-ja!
—Desearía que nuestros padres estuvieran aquí —dijo Valerie con una mirada de falsa decepción en sus ojos—. Deberían saber lo que su hija menor está tramando.
—¿Y te importaría explicar qué es lo que está tramando? —Marissa estaba toda oídos mientras se inclinaba un poco para acercar su oído a ella.
—¡No eres nada más que una puta, Marissa! —Valerie escupió con ira. En el pasado, Marissa siempre comenzaba a llorar cada vez que solía escuchar tales palabras soeces de su hermana mayor.
Val esperaba la misma reacción de su parte, olvidando que ya no era la misma hermanita que podía intimidar fácilmente.
—¡Las esposas nunca son putas, Valerie! —Marissa dijo con una triste sonrisa—. Eres tú quien pasó su valioso tiempo en mi cama con mi esposo. ¡Dime tu precio, cariño!