En los días previos al eclipse lunar, la ciudad de Selene Prime bullía de actividad y emoción. Las calles adoquinadas brillaban con un resplandor plateado, iluminadas por la suave luz de la Luna llena que se reflejaba en cada rincón de la urbe alienígena.
Zara caminaba por los bulliciosos mercados de cristal, observando a los artesanos selenitas trabajando con esmero en la creación de artefactos místicos y joyas incrustadas con fragmentos de la Lágrima de Selene. A medida que se acercaba el eclipse, la energía en la ciudad se volvía más intensa, palpable para todos los habitantes.
En la Gran Plaza Central, Zara se detuvo frente a la imponente estatua de la Diosa Lunar, la deidad venerada por los selenitas por su conexión con los ciclos cósmicos y la energía lunar. Mientras contemplaba la estatua, una sombra fugaz cruzó por su mente, un presentimiento inquietante que la hizo estremecerse.
Esa noche, en su morada en las afueras de Selene Prime, Zara examinaba un antiguo pergamino ancestral que había descubierto en las profundidades de la biblioteca lunar. En él se revelaban antiguas profecías sobre un eclipse de proporciones catastróficas, uno que traería consigo un mal desconocido que pondría en peligro a toda la civilización selenita.
Con el corazón agitado por la preocupación, Zara decidió que era hora de convocar a los líderes de los clanes selenitas para discutir sobre el inminente eclipse y las advertencias del pergamino. Sabía que el futuro de su pueblo dependía de su acción inmediata y de la sabiduría ancestral que guardaban los secretos de la Lágrima de Selene.
Así, en la víspera del eclipse lunar, Zara se preparaba para enfrentar el desafío más grande de su vida y llevar a los Selenitas a través de la oscuridad que se cernía sobre ellos.