El cielo estaba cubierto de nubes grises que amenazaban con una tormenta inminente. El cementerio estaba desierto, salvo por un pequeño grupo de personas reunidas alrededor de una fosa abierta. Iván, un joven rubio de ojos azules y de piel clara como pétalos de un tulipán, se encontraba de pie junto al borde, miraba fijamente el ataúd que descendía lentamente al suelo. Sus ojos estaban rojos y secos, incapaces de producir más lágrimas.
"Qué día de mierda," murmuró Iván para sí mismo, su voz apenas un susurro. "No puedo describir mis emociones en este momento, pero... ¿por qué no puedo ser feliz? ¿Por qué cuando lo estoy intentando, todo vuelve a caer?"
La rabia y la desesperación se entremezclaban en su pecho, creando una sensación de ahogo. Su familia adoptiva, las únicas personas que habían intentado darle una vida normal y amorosa, ahora descansaban bajo la tierra, arrebatados por un accidente trágico.
Mientras los presentes empezaban a dispersarse, un hombre musculoso, con pinta de haber vivido su vida peleando, se acercó a Iván. Era su tío, un hombre con el rostro endurecido por la vida y la ira contenida en sus ojos. Sin previo aviso, el tío de Iván lo agarró del brazo, su rostro retorcido por el odio.
—Esto es tu culpa —escupió el hombre, sus palabras llenas de veneno. —Si no hubieras estado con ellos, seguirían vivos. ¡Todo esto es culpa tuya!
Iván retrocedió, sus palabras atascadas en su garganta. Antes de que pudiera reaccionar, su tío lanzó un golpe directo a su rostro. El dolor fue inmediato y cegador. Iván cayó al suelo, sintiendo la sangre caliente brotar de una herida profunda cerca de su ojo. Los golpes continuaron, cada uno más fuerte que el anterior, hasta que todo se volvió negro.
Despertó en el hospital, el sonido monótono de las máquinas a su alrededor llenando la habitación. Un ojo estaba vendado, y el otro miraba el techo blanco y estéril. Sentía un dolor punzante y constante en el lado de su cara.
Una enfermera se acercó, notando que Iván estaba despierto. —¿Cómo te sientes? —preguntó, su voz suave y preocupada.
Iván intentó hablar, pero su garganta estaba seca y su voz era apenas un murmullo. —¿Qué... qué pasó?
La enfermera suspiró. —Tu tío te atacó durante el funeral. Tienes varias contusiones y una lesión grave en el ojo. Lamentablemente, hemos tenido que informar a las autoridades sobre el incidente.
Iván cerró el ojo sano, sintiendo una mezcla de dolor físico y emocional. —¿Voy a perder mi ojo?
La enfermera dudó antes de responder. —Hemos hecho todo lo posible, pero es probable que pierdas la visión en ese ojo. Lo siento mucho.
El impacto de sus palabras resonó en Iván como un golpe. La pérdida de su familia, el ataque de su tío, y ahora la posibilidad de quedar parcialmente ciego... todo se sentía como una pesadilla interminable.
Durante los días siguientes, Iván pasó gran parte del tiempo solo en su habitación de hospital, reflexionando sobre su vida y su futuro. Su mente vagaba entre recuerdos dolorosos y una furia creciente hacia su tío y el mundo en general. Su existencia parecía un ciclo interminable de sufrimiento y pérdida.
(SEMANAS DESPUES)
El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos de rojo y naranja. Las luces de la ciudad parpadeaban tímidamente, marcando el inicio de la noche. En un rincón oscuro de la urbe, Iván yacía en su cama, sumido en pensamientos de desesperanza y frustración. Su habitación, pequeña y desordenada, reflejaba el caos interno que lo consumía.
Después de un enfrentamiento brutal, Iván había sido llevado al hospital con múltiples heridas y contusiones. Había pasado semanas en una pequeña habitación del hospital, recuperándose físicamente pero sintiéndose más perdido que nunca. Los recuerdos del ataque eran confusos y fragmentados, y la sensación de impotencia lo atormentaba día y noche.
De repente, la puerta se abrió de golpe. Una figura femenina de pelo rojo, alta y musculosa, con una mirada intensa y decidida, entró sin previo aviso. Iván se incorporó de un salto, su cuerpo tensándose por el miedo y la sorpresa.
—¿Y tú quién demonios eres? ¿Qué quieres en mi habitación? —gritó Iván, intentando mantener una fachada desafiante.
La intrusa sonrió con desdén. —Jeje, cuidadito con esa boca si no quieres terminar sin dientes. ¿Acaso tu familia no te enseñó modales? Pero está bien, tu reacción... creo que encontré al sujeto adecuado para mi venganza.
Iván frunció el ceño, confuso y alarmado. —Espera un momento... me resultas conocida. ¿Cómo sabes...?
—Espera un momento, no es lo que piensas… —intentó interrumpir Leah.
—¿Acaso... eres parte de ellos? Si es así, déjame decirte algo... algo muy claro y sencillo… ¡por favor, no me hagas nada! Puedo hacer cualquier cosa, solo déjame en paz. No tengo nada que ver contigo, ¡no quiero problemas! Lo siento si te ofendí de alguna manera. ¡No quiero problemas, por favor! Haré lo que quieras, solo dime qué quieres y lo haré. No quiero problemas, solo quiero que te vayas y me dejes en paz.
Leah se acercó con calma, sus ojos reflejaban una mezcla de empatía y determinación. —Tranquilo, Iván, no soy parte de ellos, no te haré daño. Entiendo tu desconfianza, pero escúchame, vine aquí porque sé lo que es sentirse vulnerable y amenazado. Quiero ayudarte.
Iván respiró profundamente, aliviado por un momento. —¡Gracias a Dios! Pensé que eras uno de ellos... pero, ¿cómo puedo estar seguro? ¿Y cómo sabes mi nombre?
—Vi tu nombre en la puerta y la forma en la que reaccionaste supuse que eras tú. Soy Leah, campeona nacional juvenil de boxeo. Estoy aquí para ayudarte. He pasado por momentos difíciles en mi vida también, especialmente por esos bastardos que te atormentaron. No te preocupes, Iván. Estoy aquí para ayudarte a entender y superar todo esto. Juntos, podemos encontrar una salida. Yo te voy ayudar…
—Tu cara… —Iván parecía estar recordando algo.
—Ahhhh, ahora me suenas, te vi en la final de la WFC. Pero... antes dijiste venganza y ahora dijiste ayuda... ¿qué quieres decir?... y a mí eso ¿qué me importa?
—Va a ser rápido lo que te tengo que decir. Te quiero como discípulo, ya que hemos vivido las mismas circunstancias. Necesito que alguien similar a mí me ayude en mi venganza, y en eso te puedo ayudar a ti también, para que puedas vivir más tranquilo sin esos bastardos.
—Mira, yo ya he sufrido muchos golpes, abusos y opresión como para seguir sufriendo. Además, he perdido mucho. A mi familia completa y amigos por todo lo que he vivido... así que me niego.
—Puede que suene egoísta, pero ahora, con todo lo que pasó, estaba viviendo una relativa tranquilidad... y ahora vienes tú de la nada a mi habitación de hospital, diciendo que enfrente a mis abusadores para seguir tus propias metas…
—Déjame decirte que esa es una idea estúpida, ya que yo nací débil e inútil, y sin importar cuánto entrenara, seguía igual. Así que yo soy un completo inútil para realizar tu venganza. Ve y molesta a otro, yo ya soy un peso muerto en tu travesía. Vete y déjame dormir…
Leah lo miró con una mezcla de frustración y lástima. —Iván, no entiendes. No es solo por mí. Es por todos los que hemos sufrido bajo su yugo. Si no hacemos algo, seguirán dañando a más personas.
Iván negó con la cabeza. —No quiero venganza. He reflexionado mucho sobre esto. La violencia solo engendra más violencia. No puedo seguir ese camino.
Leah cerró los ojos y respiró hondo, tratando de calmarse. —Entonces tendré que usar el Plan B.
Iván se tensó. —¿Plan B?
Leah lo miró con seriedad. —No te preocupes por ello. Solo... ven conmigo y todo será más claro.
—No, no lo haré. No importa qué digas, ya he tomado una decisión.
La tensión llenó la habitación. Leah apretó los puños y avanzó hacia Iván, quien se preparó para defenderse. Pero antes de que pudiera reaccionar, Leah lo noqueó con un golpe preciso. Todo se volvió negro para Iván.
En su inconsciencia, Iván tuvo sueños extraños y perturbadores. Se vio a sí mismo encadenado, incapaz de moverse, mientras voces susurraban a su alrededor. "Nunca tuviste elección," decían. "Siempre fuiste una marioneta."
Iván luchaba contra las cadenas, su mente llena de confusión y desesperación. "¿Qué es esta puerta?" pensó, viendo una gigantesca puerta llena de cadenas. Justo en ese momento, un sonido lo sacó de su ensueño. "Ey, pequeña perrita, despierta. Es hora de que empieces a moverte."
Iván abrió los ojos lentamente, encontrándose en un lugar oscuro y húmedo. Un hombre alto, de piel clara como si el sol no la tocara en años, musculoso lleno de cicatrices, era Hamilton, que lo observaba con una sonrisa siniestra. —Ah, por fin despiertas eh jejeje. Bienvenido al Infierno.
Iván intentó levantarse, pero su cuerpo estaba débil. —¿Dónde estoy? ¿Dónde está Leah?
Hamilton se rió. —Estás en el Infierno, y Leah está ocupada en sus propios asuntos. Pero no te preocupes, aquí encontrarás muchas respuestas... y tal vez más preguntas.
—No quiero quedarme aquí. Me voy. —Iván intentó ponerse de pie, pero Hamilton lo detuvo con un gesto.
—Ah... sabía que esto podría pasar. Tengo información que te podría interesar sobre tu familia biológica. Sé de buena fuente que están vivos... y son muy influyentes en el mundo de las peleas clandestinas…
Iván se quedó inmóvil, sorprendido y enfurecido. —¡Dime qué sabes! —gritó, lanzándose sobre Hamilton.
Hamilton lo detuvo con su antebrazo, bloqueando el golpe. —Por fin sacas los dientes, muchacho.
La batalla interna de Iván apenas comenzaba. En el Infierno, tendría que enfrentar no solo a sus enemigos, sino también a sí mismo.
Hamilton empujó a Iván hacia atrás con facilidad, su fuerza y experiencia superaban claramente la de Iván. Iván, sin embargo, no se dejó intimidar y se levantó, su mirada fija en Hamilton.
—¿Qué sabes de mi familia? —exigió Iván, su voz llena de rabia contenida.
Hamilton suspiró, mirándolo con una mezcla de lástima y exasperación. —Te lo dije, son muy influyentes en el mundo de las peleas clandestinas. Te abandonaron porque eras un obstáculo para sus ambiciones. Para ellos, la fuerza lo es todo, y tú... no eras lo suficientemente fuerte.
Iván sintió un nudo en el estómago, su mente luchando por procesar la información. —¿Y esperas que te crea? No tengo ninguna razón para confiar en ti.
Hamilton lo miró fijamente. —No espero que confíes en mí de inmediato. Pero sé esto, Iván: tu familia no es la única que tiene un interés en ti. Hay muchas cosas que desconoces sobre tu pasado, y muchas más que podrías descubrir aquí, en el Infierno.
Antes de que Iván pudiera responder, Leah entró en la habitación. Su expresión era una mezcla de determinación y preocupación.
—Hamilton, ¿qué le has dicho? —preguntó, su voz fría y cortante.
—Solo la verdad, Leah. Tiene derecho a saber por qué está aquí. —Hamilton se cruzó de brazos, sin apartar la mirada de Iván.
Leah se acercó a Iván, su mirada era suave pero intensa. —Iván, sé que esto es mucho para asimilar, pero por favor, confía en mí. Aquí puedes encontrar respuestas y, más importante, puedes encontrar tu verdadera fuerza.
Iván se apartó, su mente llena de dudas y emociones encontradas. —No sé qué pensar. No sé en quién confiar.
Hamilton dio un paso adelante, su voz más suave esta vez. —Escucha, chico. Aquí, en el Infierno, las reglas son simples. Los más fuertes mandan. Si quieres sobrevivir y encontrar las respuestas que buscas, tendrás que pelear. Tendrás que demostrar que eres digno.
Iván apretó los puños, la determinación brillando en sus ojos. —Entonces, si pelear es lo que se necesita, pelearé. Pero no lo haré por ustedes. Lo haré por mí mismo.
Hamilton asintió, una leve sonrisa en sus labios. —Así se habla. Ahora, vamos. Es hora de que te enfrentes a tu primera pelea.
Leah miró a Iván con una mezcla de orgullo y preocupación. —Estaré observando, Iván. Sé fuerte.
Hamilton lo guió a través de un laberinto de pasillos oscuros y húmedos hasta una puerta metálica. Al otro lado, una multitud rugía en anticipación. Hamilton abrió la puerta, revelando un círculo de luz donde un hombre robusto esperaba, sus músculos tensos y su expresión feroz.
—Tu oponente —dijo Hamilton, empujando a Iván hacia adelante.
—Recuerda, pelea con todo lo que tienes. Demuestra tu valor.
Iván entró en el círculo, su corazón latiendo con fuerza. La multitud rugía a su alrededor, sus gritos y cánticos llenando el aire. El desconocido lo miró con una sonrisa siniestra.
—Así que eres el nuevo. Espero que sepas lo que haces.
Iván no respondió, concentrándose en su respiración y en la postura de su oponente. Hamilton observaba desde el borde, sus ojos fijos en Iván.
—¡Comiencen! —gritó alguien desde la multitud.
El oponente de Iván se lanzó hacia adelante, sus puños volando con una velocidad y fuerza impresionantes. Iván intentó esquivar, pero un golpe directo lo alcanzó en el estómago, dejándolo sin aliento. Tropezó hacia atrás, su visión borrosa por el dolor.
—Vamos, Iván. ¡Pelea! —gritó Hamilton desde el borde del círculo.
Iván se levantó, el dolor agudo en su abdomen recordándole que no podía permitirse fallar. Con una determinación renovada, se lanzó hacia su oponente, esquivando y contraatacando con todo lo que tenía. Pero la diferencia en experiencia y habilidad era evidente. A pesar de sus mejores esfuerzos, Iván fue superado y finalmente derribado.
La multitud rugió, celebrando la victoria del desconocido. Hamilton se acercó a Iván, ayudándolo a levantarse.
—No estuvo mal para tu primera pelea —dijo Hamilton, su voz firme pero no sin un toque de compasión. —Pero tienes mucho que aprender.
Iván, dolorido pero no derrotado, asintió. —Lo haré mejor la próxima vez.
Hamilton sonrió. —Eso espero. Aquí, en el Infierno, solo los fuertes sobreviven. Y tú, Iván, tienes potencial. No lo desperdicies.
Mientras Iván era conducido de regreso a sus alojamientos, su mente estaba llena de pensamientos y emociones conflictivas. Sabía que tenía un largo camino por delante, pero también sabía que no estaba solo. Leah y Hamilton, a su manera, estaban allí para guiarlo. Y mientras pudiera pelear, había esperanza.
De vuelta en su pequeña y sombría habitación, Iván se dejó caer en la cama, el agotamiento físico y emocional pesando sobre él. Cerró los ojos, tratando de encontrar un momento de paz en medio del caos. Pero las palabras de Hamilton y Leah resonaban en su mente, desafiándolo a descubrir su verdadera fuerza.
A la mañana siguiente, Iván se despertó con un dolor sordo en todo su cuerpo. Sin embargo, la determinación en su corazón era más fuerte que el dolor. Se levantó lentamente y se dirigió al pequeño espejo en la pared. Su reflejo mostraba un rostro magullado y cansado, pero sus ojos brillaban con una nueva resolución.
"Si voy a sobrevivir en este lugar, tengo que ser más fuerte," pensó Iván. "No solo físicamente, sino también mentalmente. Tengo que superar mis miedos y mis dudas."
Justo en ese momento, la puerta de su habitación se abrió y Leah entró, llevando consigo un vendaje y una pequeña caja de suministros médicos.
—Buenos días, Iván. Vine a ayudarte con tus heridas —dijo Leah, acercándose a él con una sonrisa tranquilizadora.
Iván se sentó en la cama, permitiendo que Leah lo atendiera. Mientras ella limpiaba y vendaba sus heridas, él no pudo evitar sentirse agradecido por su presencia.
—Gracias, Leah. No sé qué haría sin tu ayuda.
Leah lo miró a los ojos, su expresión seria pero amable. —Iván, quiero que sepas que no estás solo en esto. Hamilton y yo estamos aquí para ayudarte. Juntos, podemos enfrentarnos a cualquier desafío que se nos presente.
Iván asintió, sintiendo una renovada determinación en su interior. —Lo sé. Y estoy dispuesto a darlo todo.
Leah sonrió, terminando de vendar sus heridas. —Eso es lo que quería escuchar. Ahora, vamos. Hamilton quiere que empieces tu entrenamiento hoy. Necesitas estar preparado para lo que venga.
Iván se levantó de la cama, su cuerpo todavía dolorido pero su espíritu más fuerte que nunca. Siguió a Leah fuera de la habitación, listo para enfrentar cualquier desafío que el Infierno tuviera preparado para él.
El entrenamiento fue duro y extenuante. Hamilton no mostró ninguna misericordia mientras empujaba a Iván más allá de sus límites físicos y mentales. Cada golpe, cada caída, era una lección en resistencia y fuerza de voluntad.
—No se trata solo de la fuerza física, Iván —dijo Hamilton durante uno de los descansos. —Tienes que ser mentalmente fuerte. Debes aprender a controlar tus miedos y tus emociones. Aquí, en el Infierno, eso es lo que realmente importa.
Iván escuchó atentamente, absorbiendo cada palabra. Sabía que tenía mucho que aprender, pero también sabía que tenía el potencial para ser fuerte. Con cada día que pasaba, se sentía más seguro de sí mismo y de sus habilidades.
Leah también estaba allí para apoyarlo, ofreciéndole consejos y ánimos. Su presencia era un recordatorio constante de que no estaba solo en su lucha.
A medida que pasaban las semanas, Iván comenzó a notar un cambio en sí mismo. Sus golpes se volvieron más precisos y poderosos, su resistencia aumentó, y su mente se volvió más clara y enfocada. Hamilton y Leah se dieron cuenta de su progreso y lo alentaron a seguir adelante.
Una noche, después de un día particularmente difícil de entrenamiento, Iván se sentó con Leah y Hamilton alrededor de una pequeña fogata. La luz parpadeante iluminaba sus rostros mientras compartían historias y risas.
—Has progresado mucho, Iván —dijo Hamilton, su tono más suave de lo habitual. —Estoy orgulloso de ti.
Leah asintió, sonriendo. —Yo también. Sabía que tenías potencial desde el principio.
Iván se sintió abrumado por la gratitud. —Gracias a ambos. No podría haberlo hecho sin ustedes.
Leah puso una mano en su hombro, su mirada seria. —Recuerda, Iván. Esto es solo el comienzo. Hay mucho más por venir, y debes estar preparado.
Iván asintió, su determinación renovada. —Lo sé. Y estoy listo.
Mientras se sentaban juntos, observando las llamas de la fogata, Iván se dio cuenta de que había encontrado algo más que fuerza física y mental en el Infierno. Había encontrado aliados, amigos, y una nueva familia que lo apoyaba. Y con ellos a su lado, sabía que podía enfrentar cualquier cosa que el futuro le deparara.