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Chapter 8 - Capítulo 8: El Precio de la Venganza

El cielo amaneció cubierto de un manto gris, reflejando el luto que se cernía sobre el grupo. La atmósfera en la cabaña era pesada, cargada de dolor y rabia contenida. Iván y Leah estaban en la pequeña sala, tratando de procesar la terrible noticia que había llegado con los primeros rayos del sol.

Sofía Kim y Tor, sus compañeros de lucha, habían sido asesinados brutalmente. Sus cuerpos fueron encontrados en las afueras de la base, marcados con signos de tortura y violencia extrema. La noticia llegó como un golpe devastador, apagando momentáneamente la chispa de esperanza que habían encendido con la caída de 'El Fantasma'.

Iván estaba arrodillado junto a la chimenea apagada, sus manos temblorosas sostenían la foto de Sofía Kim y Tor. Sus ojos, antes llenos de determinación, ahora reflejaban un dolor profundo y una furia contenida.

—No puede ser... no puede ser —murmuraba, su voz rota por la desesperación.

Leah se acercó, poniendo una mano reconfortante en su hombro. —Iván, tenemos que mantenernos fuertes. Esto es lo que ellos quieren, que nos quebrantemos.

Iván apretó los dientes, su mirada fija en la foto. —No es justo, Leah. No es justo que ellos mueran mientras los responsables siguen libres.

Leah asintió, sus propios ojos llenos de lágrimas no derramadas. —Lo sé, Iván. Pero no podemos dejar que su sacrificio sea en vano. Tenemos que seguir adelante, por ellos.

La rabia de Iván se transformó en una determinación oscura. Se levantó, dejando la foto sobre la mesa. —Esto no quedará así. Vamos a encontrar a los responsables y vamos a hacerles pagar.

La caza comenzó con una ferocidad renovada. Iván y Leah se lanzaron a la búsqueda de información, rastreando cada pista y siguiendo cada rumor que pudiera llevarlos a los asesinos de Sofía Kim y Tor. La red de corrupción y violencia que habían comenzado a desmantelar era vasta, y parecía que por cada enemigo derrotado, dos más tomaban su lugar.

Durante días, se sumergieron en los bajos fondos de la ciudad, enfrentando peligros constantes y situaciones límite. Iván se volvió más oscuro y letal, su alma marcada por la pérdida y el deseo de venganza. Leah, aunque también afectada, trataba de mantener una semblanza de equilibrio, sabiendo que su papel era vital para evitar que Iván se perdiera en la oscuridad.

Una noche, mientras se ocultaban en un viejo almacén abandonado, Leah encontró a Iván sentado solo en la penumbra, su rostro endurecido por la resolución.

—Iván —dijo suavemente, acercándose a él—. No podemos seguir así. Tienes que recordar por qué estamos haciendo esto.

Iván levantó la vista, sus ojos brillando con una mezcla de dolor y furia. —Lo hago por ellos, Leah. Pero no puedo ignorar el odio que siento. Cada vez que cierro los ojos, veo sus rostros, y todo lo que quiero es destruir a los responsables.

Leah suspiró, sentándose a su lado. —Lo sé. Yo también los veo. Pero si dejamos que el odio nos consuma, no seremos mejores que ellos. Tenemos que encontrar una manera de honrar sus recuerdos sin perdernos en la venganza.

Iván asintió lentamente, sabiendo que Leah tenía razón, pero incapaz de apartar la oscuridad que lo envolvía.

La oportunidad de enfrentar a los responsables llegó una semana después, cuando recibieron información sobre una reunión clandestina de los líderes de la red. La reunión se llevaría a cabo en un antiguo club nocturno en las afueras de la ciudad, un lugar oscuro y siniestro que reflejaba perfectamente la naturaleza de sus ocupantes.

Iván y Leah se infiltraron en el club, moviéndose entre las sombras y evitando la atención de los guardias. Al llegar a la sala principal, vieron a un grupo de hombres y mujeres reunidos alrededor de una mesa, discutiendo en voz baja.

—Ahí están —susurró Iván, sus ojos brillando con una furia contenida.

Leah asintió, preparándose para el enfrentamiento. —Vamos a acabar con esto.

El ataque fue rápido y letal. Iván y Leah se lanzaron sobre los líderes, enfrentándolos con una ferocidad nacida del dolor y la pérdida. La lucha fue brutal, con golpes y disparos resonando en la oscuridad del club.

Finalmente, Iván se encontró cara a cara con el hombre que había ordenado las muertes de Sofía Kim y Tor. El líder, un hombre corpulento con una cicatriz en el rostro, lo miró con una sonrisa cruel.

—Pensé que no tenías las agallas para venir hasta aquí —se burló, sacando un cuchillo.

Iván avanzó, su mirada fija en el enemigo. —Voy a hacer que pagues por cada gota de sangre que derramaste.

La lucha fue intensa, pero Iván, impulsado por su furia y determinación, logró superar a su oponente. Con un último golpe, derribó al hombre, dejándolo inmóvil en el suelo.

Mientras se quedaba de pie, respirando con dificultad, Leah se acercó a él, poniendo una mano en su hombro. —Lo hicimos, Iván. Lo hicimos por ellos.

Iván asintió, su mirada perdiéndose en la oscuridad. Sabía que la lucha no había terminado, y que el camino por delante sería aún más duro. Pero con Leah a su lado, estaba dispuesto a enfrentar cualquier desafío.

Y así, con el eco de las llamas de la venganza aún ardiendo en su interior, Iván y Leah se prepararon para el próximo capítulo de su lucha, sabiendo que cada paso que daban los acercaba más a la justicia y a la paz que tanto anhelaban.

La luna llena colgaba en el cielo nocturno, bañando la ciudad en un resplandor plateado. Iván y Leah regresaron a su escondite, agotados pero con una sensación de alivio temporal tras haber vengado la muerte de Sofía Kim y Tor. La victoria, sin embargo, no había disipado la oscuridad que envolvía el corazón de Iván. La sombra de su pasado seguía persiguiéndolo, amenazando con consumir lo poco que quedaba de su humanidad.

Días después, mientras descansaban en su base, una figura familiar apareció en la entrada. Hamilton, el hombre que había guiado a Iván en sus primeros días en el Infierno, se presentó con una expresión de preocupación y determinación.

—Iván, Leah —saludó, su voz resonando en la pequeña habitación—. Tenemos que hablar.

Leah frunció el ceño, su desconfianza evidente. —¿Qué haces aquí, Hamilton? Pensé que habías desaparecido.

Hamilton asintió, su mirada fija en Iván. —He estado siguiendo los movimientos de la red. Y he descubierto algo que necesita tu atención, Iván. El Infierno no ha terminado contigo. Han vuelto a las peleas clandestinas, y esta vez, quieren verte de regreso en el ring.

Iván se tensó, su mente retrocediendo a las brutales peleas que habían marcado su pasado. —No tengo interés en volver a ese mundo, Hamilton. He dejado eso atrás.

Hamilton dio un paso adelante, su tono más urgente. —Escucha, Iván. Esto no es solo sobre ti. Están planeando algo grande, algo que afectará a toda la ciudad. Necesitamos tu fuerza, tu habilidad, para detenerlos.

Leah miró a Iván, su preocupación evidente. —Iván, no tienes que hacer esto. Hemos luchado tanto para alejarnos de esa vida.

Iván bajó la cabeza, su mente luchando entre el deseo de paz y la necesidad de proteger a los inocentes. Finalmente, levantó la vista, su resolución clara.

—Si esto es lo que se necesita para detenerlos, lo haré. No puedo permitir que más personas sufran por su culpa.

Hamilton asintió, aliviado por la decisión de Iván. —Bien. Hay una pelea programada para esta noche en uno de los viejos almacenes del puerto. Es una oportunidad perfecta para infiltrarnos y obtener información.

El viejo almacén del puerto estaba iluminado por luces parpadeantes, y el ruido de la multitud era ensordecedor. Iván, Leah y Hamilton se infiltraron en el lugar, moviéndose entre las sombras. La atmósfera era opresiva, llena de la energía cruda de la violencia inminente.

Hamilton se acercó a Iván, susurrando en su oído. —Recuerda, Iván. Esto no es solo una pelea. Es una misión. Tenemos que encontrar al líder de esta operación y detenerlo.

Iván asintió, ajustando sus guantes de pelea. Se dirigió hacia el ring improvisado, su mente enfocada en la tarea. La multitud rugió cuando lo vieron, reconociendo al luchador que una vez había dominado el Infierno.

Su oponente, un hombre masivo con cicatrices en su rostro y cuerpo, lo miró con una sonrisa cruel. —Así que el famoso Iván ha vuelto. Veamos si aún tienes lo que se necesita.

La campana sonó, y la pelea comenzó. Iván se movió con una precisión mortal, esquivando y contraatacando con la fuerza y la furia acumuladas por años de dolor y pérdida. Cada golpe que lanzaba era un recordatorio de por qué estaba allí, de lo que había perdido y de lo que aún debía proteger.

Mientras la pelea continuaba, Leah y Hamilton se movieron entre la multitud, buscando al líder. Finalmente, lo vieron, un hombre de apariencia fría y calculadora, observando la pelea con una sonrisa satisfecha.

Leah se acercó sigilosamente, sus movimientos rápidos y silenciosos. Antes de que el hombre pudiera reaccionar, ella lo agarró por el cuello, su cuchillo presionando contra su garganta.

—Dime todo lo que sabes —susurró Leah, su voz llena de una furia contenida—. O juro que no saldrás vivo de aquí.

El hombre tragó saliva, su mirada fija en el cuchillo. —Está bien, está bien. Te diré lo que quieres saber. Pero tienes que sacarme de aquí primero.

Leah asintió, haciendo una señal a Hamilton. —Llévatelo. Yo me encargaré de Iván.

La pelea en el ring había alcanzado su clímax. Iván, agotado pero determinado, lanzó un último golpe que derribó a su oponente. La multitud rugió, pero Iván no se quedó para celebrar. Se bajó del ring y se dirigió hacia Leah, quien lo esperaba con una expresión seria.

—Lo tenemos —dijo Leah, guiándolo hacia una salida trasera—. Vamos a sacar la información que necesitamos y acabar con esto de una vez por todas.

Iván asintió, su mente aún procesando la ferocidad de la pelea. Sabía que el camino por delante sería difícil, pero con Leah y Hamilton a su lado, estaba dispuesto a enfrentarlo.

Y así, con la sombra del Infierno aún sobre ellos, Iván y su equipo se prepararon para la batalla final. Una batalla que no solo determinaría su destino, sino también el futuro de todos aquellos que habían sufrido bajo la tiranía del Infierno.

La noche era fría y sin estrellas mientras Iván, Leah, y Hamilton se movían a través de los oscuros callejones hacia su escondite. El aire estaba cargado de tensión, la misión había sido un éxito en términos de obtener información, pero Iván no podía deshacerse de la sensación de inquietud que había crecido en su interior desde la pelea.

Llegaron a su base, un edificio abandonado que habían adaptado para sus operaciones. Leah y Hamilton condujeron al prisionero, el líder de la operación clandestina, a una habitación separada para interrogarlo. Iván se quedó afuera, vigilando la puerta mientras trataba de calmar su mente.

De repente, un fuerte golpe resonó desde el interior de la habitación. Iván se giró rápidamente, abriendo la puerta de golpe. La escena que encontró lo dejó paralizado. Leah estaba en el suelo, inconsciente, mientras Hamilton sostenía un cuchillo ensangrentado, mirando a Iván con una sonrisa torcida.

—Hamilton, ¿qué demonios estás haciendo? —gritó Iván, sintiendo la traición quemar en su pecho.

Hamilton se encogió de hombros, su sonrisa nunca desapareciendo. —Lo que tenía que hacer. Leah siempre fue un obstáculo, demasiado emocional, demasiado débil. Ella no entiende lo que realmente se necesita para sobrevivir en este mundo.

Iván sintió la ira arder en su interior. —¿Así que decidiste traicionarnos? ¿Matarla?

Hamilton negó con la cabeza, avanzando hacia Iván con pasos lentos y calculados. —No, Iván, no es traición. Es estrategia. Sabes tan bien como yo que en este mundo solo sobreviven los más fuertes. Y tú, Iván, eres el más fuerte. Solo necesitas un poco de… reorientación.

Iván apretó los puños, su mente girando con la urgencia de la situación. —No quiero ser parte de tus planes, Hamilton. No me interesa tu visión de la supervivencia.

Hamilton se rió, una risa sin alegría. —Ah, Iván, aún no entiendes. No tienes elección. Ya estás demasiado involucrado. Este es tu destino.

Antes de que Iván pudiera reaccionar, Hamilton se lanzó hacia él, el cuchillo brillando en la tenue luz de la habitación. Iván esquivó el ataque por poco, sintiendo la hoja pasar peligrosamente cerca de su costado. La pelea que siguió fue brutal y rápida. Hamilton, a pesar de su edad, era increíblemente hábil y letal.

Iván luchaba con todas sus fuerzas, recordando cada lección aprendida en las duras peleas clandestinas. Finalmente, en un movimiento desesperado, logró desarmar a Hamilton y derribarlo al suelo. Con el cuchillo en su mano, Iván miró a su antiguo mentor, respirando con dificultad.

—Se acabó, Hamilton —dijo Iván, su voz temblando de rabia contenida.

Hamilton, tumbado en el suelo, rió suavemente. —¿De verdad crees que esto termina aquí? Esto es solo el comienzo, Iván. El Infierno es mucho más grande de lo que imaginas. Y tú… tú serás su próximo campeón.

Iván sintió un escalofrío recorrer su espalda. Antes de que pudiera responder, un grupo de hombres armados irrumpió en la habitación, llevándose a Hamilton y al prisionero. Iván apenas tuvo tiempo de procesar lo que estaba ocurriendo antes de que ellos también lo inmovilizaran.

—¡No! —gritó, luchando contra las ataduras. Pero era inútil. Fue golpeado en la cabeza, y la oscuridad lo envolvió.

Iván despertó en una celda fría y oscura, sus muñecas y tobillos atados con cadenas pesadas. La luz tenue que se filtraba a través de las rejas apenas iluminaba el rostro de Leah, que estaba encadenada en la celda adyacente. Estaba despierta, pero pálida y débil, con una herida sangrante en el costado.

—Leah… —susurró Iván, su voz ronca—. Lo siento, no pude detenerlo.

Leah lo miró con una mezcla de dolor y determinación. —No es tu culpa, Iván. Hamilton nos engañó a todos. Pero no podemos rendirnos. Tenemos que encontrar una manera de salir de aquí.

Los días siguientes fueron un borrón de dolor y desesperación. Los captores de Iván y Leah, seguidores leales de Hamilton, los sometieron a torturas brutales, intentando quebrar sus espíritus. Pero a pesar de todo, Iván se aferró a la esperanza, a la promesa de que algún día se liberarían y pondrían fin a esta pesadilla.

Una noche, mientras Iván y Leah yacían exhaustos en sus celdas, escucharon un susurro desde las sombras.

—Iván, Leah, no pierdan la esperanza. Estoy aquí para ayudarlos.

Una figura emergió de las sombras, un hombre alto y delgado con ojos intensos y una cicatriz en el rostro. Iván lo reconoció vagamente, un luchador que había conocido en los días oscuros del Infierno.

—Soy Miguel—dijo el hombre, su voz baja pero urgente—. He estado trabajando en secreto para desmantelar esta operación desde dentro. Y ahora, tengo una oportunidad para liberarlos.

Iván sintió una chispa de esperanza encenderse en su pecho. —¿Qué necesitas que hagamos?

Miguel sonrió levemente, sus ojos brillando con determinación. —Necesito que confíen en mí y sigan mis instrucciones al pie de la letra. Juntos, pondremos fin a esto y recuperaremos nuestras vidas.

Con la ayuda de Miguel, Iván y Leah comenzaron a trazar un plan para escapar de su prisión y enfrentarse a Hamilton y su ejército de seguidores. La batalla que se avecinaba sería dura y peligrosa, pero por primera vez en mucho tiempo, Iván sintió que había una posibilidad real de libertad y redención.

Y así, en las profundidades del Infierno, se prepararon para la lucha final, sabiendo que la oscuridad más profunda precede al amanecer más brillante.

El silencio en la celda era opresivo, roto solo por el sonido intermitente de las gotas de agua cayendo del techo. Iván yacía en el suelo frío y sucio, sus pensamientos girando en torno a su próximo movimiento. La presencia tranquilizadora de Leah, aunque debilitada, había sido su ancla en esta pesadilla. Pero todo cambió en un instante.

Unos gritos y golpes en las rejas hicieron eco en el oscuro corredor. Iván se incorporó de inmediato, sus ojos escaneando la oscuridad con desesperación. Las figuras se movían rápidamente, y antes de que Iván pudiera procesar lo que ocurría, vio cómo sacaban a Leah de su celda. Sus gritos de resistencia fueron silenciados por un golpe seco.

—¡Leah! —gritó Iván, luchando contra sus propias cadenas. Pero sus gritos fueron en vano. Los secuaces de Hamilton la arrastraron fuera de la vista, dejando tras de sí un rastro de sangre.

El tiempo pasó en un borrón confuso de miedo y desesperación. Iván no tenía forma de saber cuánto tiempo había transcurrido cuando finalmente uno de los guardias apareció nuevamente, con una expresión sombría y cruel en su rostro.

—Tu amiga... no lo logró —dijo con una frialdad que hizo que el corazón de Iván se helara.

El mundo de Iván se derrumbó. El dolor y la rabia se mezclaron en un torbellino de emociones que amenazaron con consumirlo por completo. Leah, su ancla, su amiga, estaba muerta. La última chispa de esperanza que había mantenido encendida en su interior parecía apagarse, dejándolo en una oscuridad aún más profunda.

Días pasaron, aunque Iván no podía decir cuántos. Se dejó caer en un estado de resignación, su cuerpo y mente quebrantados. Fue El Juez quien lo sacó de ese abismo, apareciendo de nuevo en la celda con una determinación férrea en sus ojos.

—Iván, esto no ha terminado —dijo El Juez, su voz cortando a través de la neblina de desesperación que envolvía a Iván—. Leah murió por una razón. No podemos permitir que su sacrificio sea en vano.

Las palabras de El Juez encendieron algo en Iván. Lentamente, como una chispa que se convierte en llama, la determinación comenzó a regresar. Leah no hubiera querido que él se rindiera. Ella habría querido que luchara, que continuara.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Iván finalmente, su voz ronca pero firme.

El Juez sonrió levemente. —Vamos a derribar a Hamilton y a sus secuaces, uno por uno. Pero necesitamos algo más. Necesitamos al campeón de esta arena. Necesitamos a ti.

Iván asintió, su mente comenzando a enfocar. El Juez le proporcionó detalles del plan: una fuga coordinada, la destrucción de los puntos clave del poder de Hamilton, y la liberación de los otros prisioneros que, como ellos, habían sufrido bajo el yugo de la tiranía de Hamilton.

El momento llegó. La noche de la fuga fue caótica y peligrosa. El Juez había saboteado las cámaras de seguridad y los sistemas de alarma, creando una ventana de oportunidad. Iván y El Juez avanzaron por los oscuros corredores, enfrentándose a los guardias y liberando a los prisioneros en su camino.

En medio del caos, llegaron a la sala principal, donde Hamilton estaba rodeado por sus hombres más leales. La confrontación fue inevitable. Iván se lanzó hacia Hamilton con una furia nacida de semanas de sufrimiento y pérdida.

La pelea fue brutal y despiadada. Iván y Hamilton intercambiaron golpes, cada uno de ellos impulsado por su propia visión de supervivencia y poder. Pero Iván no estaba solo. Los prisioneros liberados se unieron a la lucha, sus gritos de libertad resonando en las paredes de la mansión.

Finalmente, Iván logró derribar a Hamilton, su respiración agitada y sus puños ensangrentados. Hamilton, herido y derrotado, miró a Iván con una mezcla de odio y sorpresa.

—¿Cómo... cómo pudiste...? —murmuró Hamilton, su voz débil.

—No lo hice solo —respondió Iván, mirando a los otros prisioneros y a El Juez—. Lo hice por Leah. Lo hice por todos nosotros.

Hamilton soltó una risa amarga antes de perder la conciencia. La batalla había terminado, pero el costo había sido alto. Iván se tambaleó, agotado pero triunfante. Leah había sido vengada, y con la caída de Hamilton, el camino hacia una nueva vida estaba finalmente abierto.

Mientras el sol comenzaba a salir, Iván miró hacia el horizonte con una mezcla de esperanza y tristeza. El Infierno había sido conquistado, pero las cicatrices que dejó permanecerían para siempre. Con El Juez a su lado y una nueva determinación en su corazón, Iván sabía que el verdadero desafío apenas comenzaba: reconstruir su vida y encontrar un nuevo propósito en un mundo lleno de sombras y redención.

El amanecer teñía el cielo con tonos de gris y púrpura cuando Iván y El Juez emergieron de las ruinas de la mansión de Hamilton. Los prisioneros liberados comenzaron a dispersarse, algunos buscando refugio, otros persiguiendo sus propias venganzas. Iván, sin embargo, se quedó inmóvil, observando el horizonte con una mezcla de alivio y desesperación. La caída de Hamilton había sido solo el primer paso en un camino largo y arduo.

El Juez colocó una mano firme sobre el hombro de Iván, sacándolo de sus pensamientos. —Hicimos lo correcto, Iván. Leah estaría orgullosa de ti.

Iván asintió lentamente, sus ojos aún fijos en el horizonte. —Sí, pero su muerte... no puedo evitar sentir que fallé.

—No fallaste. Ella sabía los riesgos y eligió luchar de todos modos. Ahora tenemos que asegurarnos de que su sacrificio no sea en vano.

Los dos hombres caminaron en silencio, sus pasos resonando en el suelo húmedo. La ciudad, apenas visible en la distancia, era una promesa de nuevos desafíos y peligros. Pero también era una promesa de redención.

Días se convirtieron en semanas mientras Iván y El Juez se adaptaban a su nueva realidad. Se establecieron en un refugio improvisado, una antigua fábrica abandonada en los límites de la ciudad. Desde allí, comenzaron a reunir información, a contactar a otros sobrevivientes del régimen de Hamilton, y a planear su próxima movida.

Iván, aunque todavía consumido por el dolor de la pérdida, encontró un nuevo propósito en la lucha. Entrenaba incansablemente, perfeccionando sus habilidades y fortaleciendo su cuerpo. El Juez, con su sabiduría y experiencia, se convirtió en un mentor y amigo, guiando a Iván a través de la oscuridad.

Una noche, mientras revisaban un mapa de la ciudad, El Juez habló con un tono serio y calculado. —Hemos eliminado a Hamilton, pero su red sigue activa. Hay otros como él, operando en las sombras, manteniendo viva la corrupción y el sufrimiento. Necesitamos cortar la cabeza de la serpiente.

Iván asintió, su determinación renovada. —¿Tienes algún objetivo en mente?

El Juez señaló un punto en el mapa. —Aquí. Un club de peleas clandestinas. Es uno de los mayores centros de operaciones de la red. Si lo desmantelamos, podemos desestabilizar sus operaciones y liberar a más prisioneros.

La preparación fue meticulosa. Iván y El Juez estudiaron los planos del edificio, identificaron puntos débiles y planearon su infiltración. Sabían que la misión sería peligrosa, pero también sabían que era necesaria.

La noche de la operación, Iván y El Juez se movieron con la precisión de depredadores. Evitando las cámaras de seguridad y los guardias, lograron infiltrarse en el club. El sonido de los gritos y golpes resonaba en el aire mientras los espectadores animaban las brutales peleas.

Iván se abrió paso entre la multitud, su mente enfocada en el objetivo. Llegaron a una puerta custodiada por dos guardias armados. El Juez, con una habilidad letal, los neutralizó rápidamente, permitiendo a Iván entrar.

Dentro, encontraron una oficina opulenta donde el jefe del club, un hombre corpulento con cicatrices en el rostro, estaba revisando documentos. Levantó la vista, sorprendido por la intrusión.

—¿Quiénes demonios son ustedes? —gruñó, levantándose de su silla.

—Somos tu peor pesadilla —respondió Iván antes de lanzarse sobre él.

La pelea fue intensa y brutal, pero Iván, con la furia de la venganza y el entrenamiento riguroso, superó al jefe del club. Con un último golpe, lo dejó inconsciente en el suelo.

El Juez se acercó, revisando los documentos en el escritorio. —Esto es oro puro. Listas de nombres, operaciones, ubicaciones. Con esto, podemos desmantelar la red desde adentro.

Iván, jadeando por el esfuerzo, asintió. —Entonces, hagámoslo.

Con la información en mano, Iván y El Juez comenzaron una campaña implacable contra la red de corrupción y violencia. Atacaron con precisión quirúrgica, liberando prisioneros y destruyendo operaciones. Con cada golpe, el poder de la red disminuía, y el nombre de Iván se convertía en una leyenda entre aquellos que buscaban justicia.

Pero la batalla más difícil aún estaba por llegar. En lo profundo de la red, se encontraba una figura aún más oscura y peligrosa que Hamilton. Un hombre conocido solo como El Sombra, quien controlaba las operaciones desde las sombras y no dudaba en usar cualquier medio para mantener su dominio.

Iván sabía que enfrentarse a El Sombra sería el desafío definitivo. Pero también sabía que no estaba solo. Con El Juez a su lado y la memoria de Leah como su guía, se preparó para el enfrentamiento final.

La ciudad, aunque aún envuelta en sombras, comenzaba a ver destellos de esperanza. Y mientras Iván avanzaba hacia su destino, supo que, aunque la lucha sería larga y difícil, la luz siempre encontraría una forma de brillar en la oscuridad.