En la región más remota de Eldoria, donde los picos nevados se funden con el cielo y los ríos cristalinos serpentean a través de frondosos bosques, se alzaba el pueblo de Lunaris. Sus casas de piedra estaban adornadas con enredaderas de flores perennes, y el aire siempre llevaba el aroma de lavanda y pino. Era un lugar de paz y tranquilidad, donde los aldeanos vivían en armonía con la naturaleza.
Una mañana, mientras el sol se alzaba sobre las colinas, un extraño apareció en Lunaris. Vestía una capa oscura que ocultaba su rostro y montaba un caballo negro como la noche. Los aldeanos, curiosos pero cautelosos, se reunieron en la plaza central para observar al forastero.
—¡Quién eres y qué buscas en Lunaris! —exclamó el alcalde, un hombre robusto de barba gris y mirada severa.
El extraño levantó la cabeza, revelando unos ojos profundos y brillantes.
—Mi nombre es Eryndor —dijo con una voz que resonaba como el eco de las montañas—. Vengo en busca de los Elegidos de la Profecía. Eldoria está en grave peligro.
Los aldeanos murmuraron entre ellos, pero una joven de cabello dorado y ojos esmeralda dio un paso al frente. Era Lyra, conocida en el pueblo por su valentía y su espíritu indomable.
—¿Qué peligro amenaza a Eldoria? —preguntó con firmeza.
Eryndor la miró fijamente y asintió.
—La Profecía de los Cuatro Elementos ha comenzado. Antiguos poderes despiertan, y solo los elegidos podrán enfrentarlos. Tú, Lyra, eres una de ellos.
Lyra sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había oído historias de la antigua profecía, pero nunca imaginó que tendría un papel en ella.