Chereads / EL HIELO DE LA REINA / Chapter 40 - 39. Asalto a la torre

Chapter 40 - 39. Asalto a la torre

Los de marca negra coordinaron sus ataques y defensas para contrarrestar cada embestida del equipo del este. Se movían con agilidad, evitando arrojar el balón, para que la bruja de agua no los interceptara. Respondían con golpes calculados. A medida que la batalla se intensificaba, el campo se convirtió en un torbellino de acción y caos. A pesar de que aquella hechicera usaba charcos de agua y muros, no había barro en el terreno, se mantenía igual, como si no mojara, si ella no lo quisiera.

Hercus forcejaba con Earendil, para evitar que se marchara. Debía mantenerla ocupada.

—Entonces, te llevaré conmigo —dijo Earendil Water ante la imposibilidad de librarse con fuerza del guerrero gloríense.

Hercus se empezó a deslizar hacia abajo, como si ese pequeño charco fuera demasiado hondo. En un parpadeo se hundieron y aparecieron en el aire, pero no la había soltado. Se mantendría sujetándola y no la dejaría libre. Una corriente de agua se formó y se deslizaron por ella hasta caer al suelo. Tensó la mandíbula y con un técnico movimiento hizo que quedara encima de él, pero mirando hacia arriba. Apretó el abdomen de Earendil con sus piernas por los muslos, con su diestra, por el vientre y con su zurda, por el cuello. Era una llave, para que no se escapara de él. Al principio rodaron y Earendil trató de soltarse haciendo movimientos bruscos. Luego, solo dejó de resistirse, como aceptando que la fuerza de Hercus la superaba y no podría liberarse.

Hercus, agitado, miró el partido. Solo debía inmovilizar a la bruja del este y confiar en sus compañeros, para que se encargaran del resto. Los jugadores se enfrentaban en una lucha despiadada por la supremacía. Pero a pesar de la contienda, su grupo logró superar a la tribu del este, siendo Herick quien anotara el último punto. Hercus liberó a Earendil. Se puso de pie e hizo una reverencia de respeto por la bruja de agua.

—Nos veremos de nuevo en la arena, guerrero —dijo Earendil, que desapareció del campo al hundirse en charco cristalino.

La victoria de los plebeyos fue un testimonio de su dedicación y trabajo en equipo, y los llevó un paso más cerca de la gloria final. El siguiente partido duró poco, pues la casa Wind arrasó con los marqueses de Galadar. En la tarde, cada tribu y reino del continente de Grandlia estaban pendientes del último encuentro. En la gran final, Hercus y su equipo se enfrentaron a la bruja del viento y su coalición del reino de Aerionis. A diferencia de sus oponentes anteriores, estos competidores eran más delgados y ágiles, lo que les daba una ventaja en velocidad en el campo de batalla. El terreno estaba marcado por la presencia de fuertes ráfagas de aire que desafiaban la estabilidad de los jugadores, pero esto solo antes de empezar la contienda. A pesar de las dificultades, Hercus y su equipo se mantuvieron firmes, aprovechando su fuerza y resistencia para contrarrestar los embates de sus oponentes.

El juego fue intenso y repleto de acción. Además, la princesa Lisene Wind no usaba su magia, solo sus virtudes físicas.

Aunque fuera más alta y delgada, el vestido de princesa ocultaba su excelente físico, que sobresalía más que cualquier hombre. Aunque no marcado como el de Earendil Water, sino, delineado. Con ambos equipos luchando por el control del balón, la destreza lo era todo. Hercus demostró su táctica y su destreza física al liderar a su equipo en ataques poderosos y defensas sólidas. Se encargaba de marcar la bruja de viento, que siempre lograba escabullirse y hacer los puntos. La miraba a los ojos blancos. Pero tocarla resultaba ser algo complicado de hacer, por lo que había sucedido entre ellos en la carrea de cabellos. Lograba mantener la compostura y, pese a que ella no hablaba, había cierta tensión entre ellos. Sin quererlo, al notar el busto de la princesa Lisene Wind, recordaba en su palmar aquel suave contacto que habían tenido. Pero estaban en medio de una lucha y pudo hacer caso omiso tales cosas. No sacrificaría el triunfo de todos sus compañeros por causas individuales.

Hercus estuvo atento cuando la bruja de viento iba a recibir un lanzamiento. Pero con su zurda la agarró por la muñeca y con la diestra le rodeó el viento. Debido a que flotaba, la hizo girar en el aire, para que no recibiera el balón. La apretó con fuerza, pero ensanchó sus parpados de inmediato. A diferencia de Earendil Water, la princesa Lisene Wind era más delicada y no se resistía, por lo que nada más la mantuvo controlada. La sujetaba con ligereza, sin forzarla, hasta que hicieron el punto. 

Enfrentarse a la princesa Lisene Wind era más movido y agitado. A pesar de la astucia y la velocidad de sus rivales, Hercus y su equipo lograron mantenerse en pie, resistiendo y avanzando con determinación hacia la victoria. Con una combinación de fuerza, habilidad y determinación, lograron superar al equipo de Aerionis y alzarse como campeones del torneo de Harpastum. Con cierta incomodidad le rindió reverencia. Recibieron los honores de ser los campeones.

Esa noche, en el banquete, luego de haberse limpiado en el baño, se colocaron su ropa de gala. Los juegos de la gloria estaban por llegar a su conclusión. Luego de los enfrentamientos en las armas, vendría el camino de la arena. Escogerían a su majestad la reina o a su alteza la princesa. Hercus aún estaba lejos de la soberana y solo podía admirarla de lejos, mientras estaba sentada en el trono, con su corona, cetro y con el velo que no le dejaba ver el rostro. En su ojo azul, se reflejó la feroz batalla de asedio a la torre.

Hercus y sus compañeros, con el equipo rival, estaban en medio del coliseo. Eran once contra trece, por lo que preguntaron a los demás participantes si quiénes querían unirse ellos, ya que faltaban dos. Los caballeros se hicieron los desentendidos, al igual que los nobles, que los aborrecían. Fueron los dos encapuchados que alzaron sus manos y sin decir una palabra se integraron a sus filas. Desaparecieron, mientras eran abrigados por un polvo de escarcha, fueron transportados a la pradera verdosa. Estaban sobre una torre de cristal. Se miraron los unos a los otros y se dirigieron a sus posiciones. Algunos bajaron por los escalones internos. Los arqueros quedaron en el techo y los guardias en la entrada. En las paredes había escaleras y un mazo grueso de hielo. Su estrategia era sencilla, los tres hermanos, Lara y Lysandra se quedarían en la parte de arriba, con sus arcos y flechas. Axes, Hams, una encapuchada con una lanza y Liancy se quedarían a defender el acceso.

Hercus iba al frente con el escudo, mientras que Kenif llevaba el maso, Herick la escalera y la otra extraña con un arco. En cada ronda mostraron sus destrezas sobresalientes y no vacilaron en sus triunfos. Uno tras otro en defensa y ataque, fueron perfectos. Los asaltos eran furiosos y estratégicos, con Hercus liderando la carga mientras sus compañeros avanzaban detrás de él. Superaron a los guardas enemigos con habilidad y fuerza, abriéndose paso a través de las torres, avanzando sin ser detenidos.

En la gran final, con una combinación de astucia y coraje, lograron llegar hasta el corazón de la fortaleza enemiga, donde se alzaba la bandera rival. En un último esfuerzo, Hercus y su grupo se abalanzaron sobre ella, en un trabajo colectivo impecable. El sonido de la victoria resonó en la pradera y en coliseo, cuando Hercus y su grupo celebraron su triunfo, sabiendo que habían demostrado su valía una vez más en los juegos de la gloria. Estaba agotado, las torres estaban lejanas. La fatiga acumulada lo hacía disminuir su vigor.

En el ojo de Hercus se dejó de proyectar la contienda. Estaba en el salón del banquete, justa en la misma posición, con otro atuendo. La reina estaba sentada en su trono, con la princesa Hilianis a su lado. Luego del asedio a la torre, los encapuchados solo habían desaparecido, sin más. En verdad que eran misteriosos e intrigantes. Había participado en el primer juego y en el último de equipos, sin haber tomado parte en otras pruebas. Había intercambiado mensajes con Heris a través de la lechuza. Le había comentado sobre su deseo de querer hablarle a su monarca. Y en respuesta, más temprano había recibido respuesta.

"Hazlo. La reina te escuchará".

Hercus bebió un trago de vino. Respiró profundo y exhaló de forma honda. Se puso de pie, inspirado por las palabras de Heris. Caminó en medio del salón donde estaba la alfombra. Llamó la atención de los demás presentes, pues se había convertido en una figura pública a nivel continental. Su atuendo era azul turquí. A su alrededor todo se tornó lento, como usaba su habilidad de la percepción. Su respiración era pesada, más que cuando compitió en Harpastum o en el asedio al castillo. Lo que estaba por hacer era un atrevimiento, que podía considerarse como una falta de respeto o un suicidio. ¿Quién en su sano juicio querría molestar a la temida y despiadada bruja de hielo, la bruja de escarcha? Nadie sensato y prudente. Pero, ¿por qué tenía la corazonada que a través de ese velo blanco la reina también lo miraba? Si nunca habían tratado con confianza, ¿por qué sentía que era cercano y familiar a ella? Su leve sentimiento sin fundamento alguno podían llevarlo a la hora o a la guillotina. Sin embargo, si no lo hacía, jamás podía acotar la distancia que los separaban. Siseó con su boca en silencio. ¿Cuánto era eso? Su majestad Hileane estaba en la cúspide, más arriba que las nubes del cielo, allá donde brillaban las luces en el firmamento. Mientras que él era un campesino que trabajaba la tierra. No eran afines y pertenecían a estatus sociales contrarios, que estaban ubicados en lejanos extremos. A pesar de ello, un plebeyo de marca negra también podía soñar en servir a las estrellas y proteger a la estrella más importante sobre la faz de la tierra. Su reina venerada e idolatrada era su más grande aspiración. Ser su caballero guardián era su destino, desde que era un niño, y por legado de sus padres, cuando ellos aún estaban vivos. Se puso sobre una de sus rodillas, colocó su diestra en su pecho e hizo una reverencia con su cabeza.

—Su majestad —dijo Hercus con voz ronca y firme.

La guardia real desenvainó sus espadas y le apuntaron con sus lanzas, como si fuera un criminal peligroso que quisiera dañar a la monarca más poderosa e importante de todo el continente de Grandlia. Se había dirigido a la gran señora sin ser llamado por su alteza real. Eso podía costarle la vida, solo con un gesto de la reina podía ser condenado a muerte o perdonado por su atrevimiento, por obra y gracia de su majestad.