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Chapter 5 - Capítulo V: Promesas

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Habitualmente; los pastelillos que más llegan a escasear en la panadería del Sr. Gustavo, suelen ser los de Canela, Cocoa, y Frambuesa; esto debido a la desmesurada demanda gustativa, vista en el exigente paladar de los ocho retoños al mando de la señorita Madonna; quienes siempre bajo estas circunstancias, y a costillas de los bolsillos de su fiel tutora, con frecuencia logran adueñarse de un inmenso festín de bocadillos, la gran mayoría de consumo breve, a fin de ser más prácticos de llevar para la agotadora caminata rumbo a los adentros del bellísimo Bosque Azul.

Estos productos no son para nada baratos. De hecho tan sólo un panqué de los muchos puestos en los costales, ronda la no muy agraciada cifra de treinta Merlas. Un número que al multiplicarse por la cantidad de bollos depositados a la cuenta de la joven educadora, viene representando la exorbitante suma de ochocientas diez Merlas; esto sin contar la deuda de los anteriores meses; que muy a su pesar, ha ido acumulando con el repostero a lo largo de todas estas semanas en el atareado trabajo.

Como no es de esperarse, la carga financiera que los pupilos, inconscientemente han dejado caer sobre el cúmulo de adeudos, antes adquiridos por las malas decisiones de la pequeña muchachita, lograron desequilibrar el sustento con el cual ella podría liberarse de las muchas obligaciones en su repertorio; como las que ahora atraviesa con el propietario del local; quien ante este desmesurado dilema, y en completa desatención del grupo de infantes, le haría ver a su pequeña señorita, la inquietud nacida en su interior acerca del asunto a proclamar. Uno a el cual intervendría de forma hogareña, respetuosa, pero con firmeza y decisión.

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- Niña, temo decir esto pero... tenemos que hablar urgentemente de tus deudas. - Informó tajantemente sobre el tema a tratar.

- Mira; realmente me preocupa el cómo has estado llevando tus finanzas estos últimos meses. Me inquieta que esta irresponsabilidad por parte tuya, vaya a provocarte serios problemas con el comisario. - Reveló el motivo de su intranquilidad.

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Ante esto, con bufonería y un poco de nerviosismo, Madd expresaría su postura al tahonero. Tratando de evitar de cierta manera una plática incómoda entre ambos.

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- Pierda el cuidado, Sr. Gustavo. Todo lo tengo bajo control. - Exclamó con un casi que escaso aire de seguridad en su palabra.

- Ya falta muy poco para que me paguen lo del mes. Con eso me alinearé con las deudas. Ahora por el momento, sólo le pido que me espere; mi adeudo con usted está por saldarse. - Agregó con cariño en su hablar; procurando tras esto, hacerse un rumbo a la salida del establecimiento.

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Disgustado por la actitud pedante de su muchachita, el Sr. Gustavo juzgaría la forma tan burda de sobre llevar la plática.

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- ¡Madonna Balír Mictiá!. Estoy hablando enserio. Esa absurda manera de tomar las cosas, sólo te ha traído problemas. Tu sabes que no me preocupa que pagues nuestra deuda; aunque debería. - Pronunció con seriedad. Asustando por primera vez a su pequeña

- A mí me interesa que liquides tus cuotas con el alquiler; que estoy seguro deben ser muchas. ¿O me equivoco?. - Regañó con firmeza.

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Temerosa y sin más por argumentar a su favor; Madd desvelaría la realidad. Admitiendo a su vez la culpa que sus terribles decisiones habían causado en su haber.

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- No. Claramente no se equivoca, Sr. Gustavo. Esa es la verdad. - Aceptó la demanda hacia su persona; atendiéndola con una mirada triste y avergonzada.

- He de confesar que, el arriendo de la biblioteca me está respirando en la nuca; y no se cómo frenar esta situación. Desde que estoy sola, me he estado perdiendo a mi misma. - Expresó abatida por la confesión. Lagrimeando por la impotencia.

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Enternecido por la situación; el repostero doblegaría la sentencia. Ablandando su corazón para poder así entregarle un poco de su ayuda. Cuestionando de forma cálida el monto a pagar, con el propósito de abonar un poco de efectivo para la caridad.

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- ¿De cuánto estamos hablando?. Dime la cantidad y te la daré. - Interpeló conmovido; apelando un amparo ante dicha condición.

- Mira; tengo esto. Son dos mil Merlas. Todo lo que estuve ahorrando estos últimos dos meses. Tómalas para pagar tan siquiera este alquiler. - Extendió sus manos con un fajo lleno de dinero; colocándolo sobre las pequeñas palmas de su muchachita.

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Atónita por la solidaridad; Madd se pronunciaría en contra de tal atrevimiento. Informando entre balbuceos, la obligación que caería en ella, si es que osara en recibir el dinero.

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- No puedo aceptar el efectivo. No después de haber saqueado de forma miserable su establecimiento. - Expresó compungida por la gentileza del acto.

- Ya le debo mucho. Usted no merece sufrir las consecuencias de esta canalla. No otra vez. - Soltó a llorar en medio del local; dejando a sus pupilos perplejos.

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Apesadumbrado, y con unas terribles ganas de acompañar a su niña al llanto, el Sr. Gustavo abrazaría con fuerza a su retoña. Comunicándole con demasiada nostalgia, el compromiso que hizo en su ayer.

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- Tranquila, Niña. Todo estará bien. Yo estoy aquí para ayudarte en lo que sea; lo sabes perfectamente. - Alentó con calidez a la chica; sobando su cabeza para tranquilizarla.

- Recuerda; hace años prometí que jamás iba a desampararte, y ese juramento no caducará. Es eterno. - Consoló a su señorita. Haciéndole recordar dicho momento de su pasado; en donde al igual que ahora, reconfortó con calidez a la tierna criatura.

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En aquella ocasión, el sentimiento carcomia los sentidos de la en ese entonces infante. Todo el peso de una carga a raíz de un trauma, la estaba abrumando. Ciertamente las pesadillas que tenía que soportar, eran sumamente excesivas en cuanto a crueldad se refiere.

Todos los mas tenebrosos malestares le regresaban al instante en el que, por infortunio, perdía a causa de un incendio, al único hogar que en su haber, en compañía de su hermanos, compartio por más de cuatro años.

Esas perturbadoras imágenes, la conducian a perder el sueño todas las noches; y la hacían encogerse de miedo por horas en un rincón. Esto hasta que en uno de los tantos sobresaltos, fue atendida por el Sr. Gustavo; quien al ver la escena, no dudo ni un segundo en enrollar el pequeño cuerpo de la chica para volver a situarlo entre las sábanas, con la finalidad de calmar los espasmos que su inconscientenente le generaba.

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- Tranquila, niña. Todo está bien. No te preocupes; sólo fue una pesadilla. - Trató de aliviar el terror en la chiquilla.

- Estoy aquí; no debes porqué temer. No te pasará nada si yo estoy aquí. - Brindó aliento a una intranquila cría. Acariciando con cuidado su nuca.

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Perturbada por las visiones; Madd aún delirando, interpretaría una serie de parloteos en total descontrol. Imaginando el horripilante panorama de una antigua casa hogar en llamas.

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- ¡No quiero morir!. ¡No quiero!. - Pronunció agitada; expresandolo entre lágrimas; esto mientras sobaba con desenfreno su vientre.

- ¡Ayudame, por favor!. ¡No quiero estar sola!. - Continúo gritando; obligando así al repostero a tratar de contenerla con un pequeño arrullo.

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Inmerso en las circunstancias; el Sr. Gustavo acariciaría con tersura el cabello de la chica; con la intención de encontrar paz en ella, al demostrarle un poco de su cariño paternal.

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- No vas a morir; porque yo te salvare. No vas a estar sola; porque yo me quedaré. - Pronunció con voz cálida; meciéndola para hallar un ambiente propicio en donde situarla.

- Cuentas con mi palabras, niña. Yo jamás te voy a abandonar. Estaré para tí siempre. No temas. - Demostró un fuerte lazo de protección; consiguiendo con esto, la lenta recuperación de la dulce criatura.

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Con ya escasas lágrimas en los ojos; Madd con más tranquilidad en su actuar, cuestionaria dulcemente el respaldo de tal compromiso.

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- ¿Me jura que jamás me dejará? ¿Siempre estará conmigo?. - Preguntó con un nudo en la garganta al tahonero.

- Yo no quiero estar sola. No otra vez.

Me asusta mucho la soledad. - Repitió su más grande temor en la vida; buscando un amparo por parte suya.

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Inmerso en la situación, y con demasiadas ganas de querer brindarle apoyo incondicional a la pequeña retoña que en sus brazos descansaba; el panadero secaría con delicadeza las lágrimas en el rostro de la niña. Animandola con unas breves pero consisas palabras de aliento.

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- No vas a estar sola; nunca te voy a desamparar. Te cuidaré pase lo que pase. Te pretegeré de cualquier mal; eso tenlo por seguro. - Exclamó con ternura; logrando crear en el semblante de su cría, una tenue expresión de felicidad.

- Mira; para que esa alegría floresca de nuevo, iré a traer una rebanada de tu tarta favorita. ¿Te parece?. - Agregó una alternativa viable para contentarla. Tomando rumbo a la salida del dormitorio para culminar su promesa.

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Dicha ejemplificación de cariño verdadero y genuino, en su entonces generó en la dulce señorita, un enorme apego a la figura paterna que dejaba ver el pastelero. Una que de la misma manera a la actual, sirve como puente para la retroalimentación espiritual de la joven educadora; quien gracias a este retroceso temporal y no corpóreo, pudo reconfortar a su mente con la siempre amorosa empatía del panadero sobre su lomo; el único e inigualable padre postizo que brinda de goce sus días.

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°°°°°°°°°°°°° •𝐿𝑎𝑑𝑦 𝑀𝑎𝑑𝑜𝑛𝑛𝑎• °°°°°°°°°°°°°