La luz del día se filtraba débilmente a través de las cortinas, bañando la amplia recámara con un resplandor suave y dorado.
A pesar del lujo que los rodeaba, la tensión era palpable en el ambiente.
Uzumaki Himawari mantenía su Byakugan activo en secreto, su mirada fija en la pared frente a ella mientras se concentraba en los chakras que sentía más allá del espesor de los muros.
No podía relajarse, no cuando los ANBU parecían rodearlos, atentos a cada uno de sus movimientos.
Sentada junto a Yuina y Eho, Himawari sentía el peso de sus responsabilidades. Sabía que no podía utilizar su Byakugan abiertamente, pero algo la impulsaba a seguir practicando, aunque solo fuera en pequeñas ráfagas.
Eho, a su lado, la observaba con nerviosismo, incapaz de ocultar su preocupación.
— ¿Y si te descubren? — Susurró Eho, su voz temblorosa, mirando de reojo las ventanas. —
Himawari no apartó la mirada del espacio frente a ella, sus ojos perlados brillando con la luz del día. Una parte de ella compartía la misma preocupación, pero otra parte, la más decidida, no podía detenerse.
— Estoy destinada a ayudar. — Respondió Himawari con voz suave pero firme. — aunque tenga que hacerlo en secreto. Si no lo hago, ¿Quién de nosotros lo hará?
El silencio que siguió a sus palabras fue tenso.
Himawari recordaba cómo su padre, Naruto, siempre había sido capaz de sentir el más mínimo cambio en el flujo del chakra. Antes de morir, él habría sabido si alguien los vigilaba.
Ahora, esa capacidad recaía sobre ella, y aunque aún no alcanzaba el mismo nivel, sentía la responsabilidad de seguir adelante.
Harika, desde el otro extremo de la sala, no pudo evitar intervenir, su curiosidad picada por otro asunto.
— Nos han dado una recámara demasiado grande para nosotros. Un lugar reservado para invitados especiales... — Comentó con desconfianza. — Es obvio que estamos siendo vigilados. Mis insectos lo sienten, y no solo eso, parece que están inquietos por la presencia de algo más... fuera de aquí.
Neon, que había permanecido callada hasta ese momento, se estremeció y miró a su amiga de pelo rosa, Osuka, con preocupación.
— Hay ANBU afuera de las ventanas y en los pasillos. — Murmuró. — Están vigilándonos, pero no creo que sea porque nos consideren peligrosos...
Harika asintió, sus insectos cada vez más alterados.
— Los más temerarios deben de estar con Sumire. Algo pasa... y no nos lo están diciendo.
Himawari se quedó en silencio, preguntándose si debía contarles lo que ella misma sospechaba.
Sabía que había más sobrevivientes allá afuera, pero desconocía hasta qué punto Konoha estaba al tanto. Además, no tenía claro cuánto les había contado Sumire a sus compañeros.
La preocupación comenzaba a apoderarse de todos, y Himawari sentía la presión de actuar, de encontrar una forma de ayudar. Justo cuando estaba a punto de hablar, Eho la interrumpió, ansioso.
— Deja de usar tu Byakugan, Himawari-chan. Si hay algún Hyuga entre los ANBU, podrían descubrirte. — Advirtió en voz baja. —
El corazón de Himawari dio un vuelco. Eho tenía razón. Si su tía, su abuelo, su madre... o incluso su tío estaban en Konoha, su Byakugan podría delatarla.
Los demás niños también lo comprendieron, y el ambiente se tornó más sombrío.
Himawari sabía que el tiempo corría, y que las respuestas no tardarían en llegar, pero ahora, con tantas incógnitas en el aire, se preguntaba qué haría al respecto.
Himawari apretó los puños mientras el dolor punzante en su cabeza se intensificaba.
Apenas tenía once años, y el Byakugan aún le resultaba difícil de manejar durante largos periodos. Las venas alrededor de sus ojos estaban tensas, vibrando con cada esfuerzo por mantener la visión extendida.
Poco a poco, su campo visual, antes nítido y brillante, comenzó a vacilar, difuminándose hasta que todo se redujo a una visión normal.
Las venas se desvanecieron bajo su piel, marcando la desactivación de la técnica. Respiró hondo, intentando calmar la presión que aún sentía en la frente.
Mientras recuperaba el aliento, Osuka, que había estado cerca de la ventana observando nerviosamente a los ANBU en el exterior, giró hacia Himawari con una expresión que oscilaba entre el temor y el reproche.
Caminó rápidamente hacia ella, con los ojos abiertos y la voz teñida de enojo contenido.
— No te fuerces, Himawari-san. — Le dijo, susurrando pero claramente frustrada. Su tono altanero no podía ocultar el miedo que también sentía. — No entiendo por qué te empeñas en seguir con eso... ¡¿Quieres ganarte más miradas de esos tipos enmascarados?! Quizás a ti no te molesten porque tu padre era Hokage, pero a nosotros... ¡Nos dan miedo!
Osuka terminó sus palabras con un deje de arrogancia, cruzándose de brazos como si intentara reafirmar su postura adulta, pero sus ojos temblaban.
Yuina, la niña de cabello azul que había estado observando desde un rincón, frunció el ceño, preocupada, y empujó suavemente el hombro de Osuka.
— No digas esas cosas en voz alta... — Murmuró Yuina, mirando de reojo las ventanas. —
Todos asintieron con gestos rápidos. Incluso los insectos de Harika, siempre tan sensibles, parecían más agitados de lo normal, como si también sintieran el peligro acechando en las sombras.
Himawari, aún recuperándose, cerró los ojos por un momento, intentando calmar el latido persistente en su cabeza. Sin embargo, algo más se encendió en su mente.
Recordó un detalle, algo importante que había olvidado entre todo el caos de los últimos días. Rápidamente, rebuscó en su bolsillo, sus dedos temblando mientras sacaba un pequeño objeto.
Osuka, que seguía junto a ella, la miró con curiosidad, sus cejas arqueándose en sorpresa cuando Himawari alzó el collar que había prometido encontrarle antes de que todo aquel desastre comenzara.
El resplandor suave del colgante contrastaba con la expresión confusa de Osuka, que no sabía cómo reaccionar. Sus labios se abrieron, pero las palabras no salieron.
— No lo encontré... lo robé. — Susurró Himawari, con la mirada baja, incapaz de enfrentar a Osuka directamente. El peso de lo que estaba por decir le apretaba el pecho. — Actué irresponsablemente... y gracias a eso, Sumire-san está bajo la atención de todos, para protegernos a nosotros.
Osuka seguía sin decir nada, sus ojos fijos en el collar. Parecía confundida, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.
— No fue justo. — Continuó Himawari, su voz quebrándose ligeramente. — Usé algo que te importaba, solo como excusa para escaparme un rato de la atención de Sumire-san... para poder sentirme útil, aunque fuera por un momento.
El silencio cayó sobre la habitación. Himawari apretó los dientes, sintiendo la culpa asentarse más profundamente en su pecho.
Las palabras de disculpa se sentían pesadas, pero eran necesarias. Mientras tanto, Osuka, por una vez, parecía no saber qué decir.
Osuka vaciló un momento, con los ojos entrecerrados y su rostro pasando por una serie de emociones.
Al principio, se mostró dolida, pero luego su expresión se suavizó, mostrando comprensión.
Después, infló las mejillas, negando con la cabeza como si quisiera sacudirse esa tristeza, y fingió una madurez molesta.
— ¡Eres una tonta! — Dijo finalmente, su tono vacilante pero con el intento de sonar autoritaria. — ¿Cómo podías pensar que podrías ayudarnos de todas formas?
Sin más preámbulos, le arrebató el collar de las manos a Himawari y, con algo de torpeza, se lo colocó en el cuello.
Lo sostuvo entre sus dedos unos segundos, agradecida en silencio por tenerlo de vuelta, mientras su mirada se desviaba hacia un lado, llena de vergüenza.
— Es un alivio que estés bien, después de todo lo que pasó con esa luna... — Murmuró Osuka, tratando de ocultar su genuina preocupación bajo un tono de indiferencia. —
El grupo dejó escapar un suspiro aliviado. Todos conocían bien la actitud de Osuka, y sabían que, detrás de sus gestos altivos, estaba verdaderamente preocupada por sus amigos.
Himawari, por su parte, sonrió débilmente y asintió con la cabeza.
— Lo siento de nuevo... — Dijo con una voz apenas audible. —
Osuka, sin embargo, apartó la mirada de forma desdeñosa, inflando el pecho como si quisiera demostrar que no le importaba tanto.
— ¡No es nada! — Dijo con desdén, aunque la ternura en sus ojos delataba lo contrario. —
Neon, que había estado observando la escena desde un rincón, ocultó una pequeña sonrisa bajo sus manos.
Conocía a Osuka mejor que nadie, y ver cómo intentaba mantener esa fachada le causaba cierta ternura.
La habitación cayó en un breve silencio.
El aire en el cuarto parecía cargado de emociones contenidas, pero también de una calma que venía después de haber lidiado con el caos.
Las cortinas apenas dejaban entrar la luz del sol, y el leve murmullo de los insectos de Harika añadía una extraña serenidad a la escena.
Yuina, siempre atenta, se giró hacia Harika, quien sostenía unos pocos insectos en la palma de su mano.
A diferencia del resto, aquellos diminutos seres eran los menos alterados y los únicos que habían salido de los recovecos ocultos de su cuerpo.
— Harika-chan, ¿Qué pasa con ellos? — Preguntó Yuina, con una mezcla de curiosidad y preocupación. —
Harika, que siempre había sido algo enigmática, observó a sus insectos con una expresión seria.
— No estoy segura... — Respondió con voz tranquila. — Puedo sentir que ya comienzan a responder mejor que cuando llegamos. Pero están inquietos... no solo por miedo. Es como si ni siquiera supieran dónde estoy.
El grupo intercambió miradas preocupadas. Himawari, aunque aún fatigada, sintió la necesidad de hacer algo.
Respiró hondo y, a pesar del dolor que sentía en la cabeza, activó de nuevo su Byakugan.
— ¡Himawari-san! — Exclamó Osuka rápidamente, con una reprimenda que sonaba más preocupada que enfadada. —
Sin hacerle mucho caso, Himawari acercó sus ojos a las manos de Harika, enfocándose en los insectos.
Su Byakugan reveló lo que antes había sido invisible para los demás: el chakra de los insectos parpadeaba, pero lo hacía de una forma extraña.
Parecía como si su energía fluctuara entre ser una brisa suave y algo más denso, como si apenas estuvieran recibiendo chakra de Harika.
Un Chakra que recorría el cuerpo de una manera anormal a los ojos. Por lo menos, distinta a la manera en la que Himawari estaba acostumbrada a visualizar el Chakra.
— Es extraño... — Murmuró Himawari, frunciendo el ceño mientras su Byakugan comenzaba a fallar nuevamente. — Es como si apenas estuvieran recibiendo tu Chakra en primer lugar...
Finalmente, la técnica se desactivó, y Himawari dejó escapar un jadeo, agotada. Eho se apresuró a acariciarle suavemente la espalda, intentando calmarla.
— ¿A qué te refieres con eso? — Preguntó Osuka, visiblemente irritada. —
Harika, con una expresión preocupada, observó a los insectos que se movían inquietos en su palma.
— ¡Es imposible! — Dijo, sin ocultar su preocupación. — Siempre les he estado dando Chakra, es lo único que nos mantiene unidos como Equipo. No sería del Clan Aburame si no lo hiciera, para empezar.
Neon, que había estado reflexionando en silencio, finalmente habló:
— Recuerden lo que Sumire-san nos explicó... nuestros Chakras son como fantasmas para la gente de este tiempo. No pueden vernos ni sentirnos de la misma forma.
El grupo miró los insectos de Harika, que se movían en círculos, nerviosos y desorientados.
— Quizá para ellos también es lo mismo. — Continuó Neon, entrecerrando los ojos. — O tal vez se estén acostumbrando a tu Chakra en esta época, de alguna forma extraña.
Harika la observó, confundida.
— ¿Estás diciendo que mi Chakra ha cambiado?
— No lo creo. — Respondió Neon, con sinceridad. — Pero algo está pasando.
Yuina, con una expresión de pena, miró a los insectos.
— Ro-san y Soku-san nos dijeron que sus Chakras sí eran visibles... pero que podrían pasar días hasta que los del pasado los detecten. Tal vez... — Empezó a decir Yuina, buscando las palabras adecuadas. — Tal vez tu Chakra, aunque sea invisible para los de esta época, esté cambiando de alguna manera. Y tus insectos... bueno, no pueden absorberlo, como si nunca hubiera existido realmente.
La habitación cayó en un pesado silencio, mientras todos intentaban procesar lo que eso podría significar.
Harika, con sus grandes lentes oscuros, parecía más vulnerable que nunca. Sus ojos apenas se distinguían bajo los cristales, pero el ligero temblor en sus labios revelaba su inquietud.
Miró a los insectos que se agitaban en su mano con una mezcla de cariño y pena.
— Muchos de ellos tienen más miedo de la gente de la aldea que de cualquier otra cosa. — Dijo en voz baja. —
Sus palabras resonaron en la habitación como una alarma silenciosa. Todos se quedaron inmóviles, procesando lo que acababan de escuchar.
Osuka fue la primera en reaccionar, abriendo los ojos con sorpresa y luego frunciendo el ceño, preocupada.
—¿Qué? ¿Tienen miedo de la gente de la aldea? — Preguntó, dirigiendo una mirada urgente a Neon. — ¿Es posible que los de Konoha ya sepan de nosotros?
Neon, claramente asustada, negó con la cabeza rápidamente, sus ojos buscando respuestas en el aire.
— No creo... no deberían. El viaje en el tiempo es algo extremadamente delicado... ¿No?
Mientras sus amigos discutían la posibilidad, Himawari permanecía en silencio, sus pensamientos enredándose en un remolino de dudas y temores.
¿Y si los insectos de Harika no temían a cualquier persona de la aldea, sino específicamente a los ninjas de Konoha?
La idea la estremeció por dentro, provocando que el sudor empezara a formarse en su frente, producto del esfuerzo por usar el Byakugan y de las emociones intensas que bullían en su pecho.
¿Y si entre esos ninjas... estuviera su familia?
Su corazón dio un vuelco mientras se imaginaba a su padre, a su madre, a su abuelo, incluso a su tía Hanabi... ¿Y su tío Neji?
Él, que había muerto antes de que ella naciera, estaría vivo en este tiempo.
¿Podrían ser ellos un enemigo?
Se tragó con fuerza el nudo que se formaba en su garganta, sintiendo el sudor frío correr por su espalda.
El simple pensamiento de tener que poner a sus amigos por encima de su familia le resultaba devastador, pero la realidad de la situación no se lo permitía ignorar.
Sin embargo, sus inquietantes pensamientos se vieron interrumpidos por un suave toque en la puerta. Los amigos de Himawari se acercaron a ella con rapidez, sintiendo que algo malo podía suceder.
Instintivamente, ella se enderezó, poniéndose de pie. Aunque aún era pequeña, vestida con su suéter top amarillo y las ropas de la academia, intentaba mostrarse firme.
No podía permitirse mostrar debilidad frente a sus amigos.
La puerta se abrió lentamente, y una figura delgada apareció en el umbral. Era una Anbu.
Su máscara imponente cubría su rostro, pero su cabello largo y morado caía sobre sus hombros, dándole un aire solemne.
Los niños se tensaron de inmediato, incapaces de evitar el miedo que sentían ante la presencia de un ninja de ese calibre.
Himawari, en cambio, apretó los labios y sostuvo la mirada de la Anbu, con el firme propósito de tranquilizar a los demás.
La Anbu no pertenecía a ellos, no era una aliada del futuro. Era una de las agentes de Tsunade, la Hokage del presente.
— Es hora de dormir. — Anunció la Anbu con una voz baja pero firme. — La señorita Akita no los verá hasta mañana para el chequeo médico. Es tarde, deben descansar.
Estaba por darse la vuelta para marcharse, cuando el leve jadeo y susurro de los niños la hicieron detenerse.
Giró lentamente la cabeza para mirarlos a través de su máscara.
Ese simple gesto provocó que todos contuvieran la respiración, temblando levemente ante su imponente presencia.
La Anbu inclinó ligeramente la cabeza en una pequeña reverencia, y Himawari, sorprendida, no supo cómo responder.
Pero Himawari, aunque todavía asustada, notó algo distinto en la manera en que la Anbu los observaba. A través de su máscara, no veía el frío juicio de un enemigo, sino algo más.
¿Simpatía? ¿Preocupación?
El pensamiento la hizo vacilar por un instante.
¿Acaso esa Anbu no los veía como un peligro?
¿Podría haber una posibilidad de que, en este tiempo, no todos los ninjas de Konoha estuvieran en contra de ellos?
Se quedó inmóvil, analizando lo que acababa de suceder, mientras la Anbu cerraba la puerta tras de sí y sus pasos se alejaban por el pasillo.
Solo cuando los sonidos de sus botas desaparecieron por completo, el grupo dejó escapar un suspiro colectivo de alivio.
— Estoy harta de que nos asusten así. — Murmuró Osuka, cruzándose de brazos con un tono frustrado. — ¡Casi parece que lo hace a propósito!
— Tienes razón. — Asintió Neon. — Esto no es justo...
— De todas formas, hay dos más en la puerta. — Comentó Eho, siempre el observador pragmático. —
Yuina, con su habitual suavidad, miró a la puerta entrecerrada.
— No sé por qué, pero me siento más segura con esos dos ahí. — Dijo en voz baja, pensativa. —
Eho, sorprendido, soltó una exclamación.
— ¡¿Qué tonterías estás diciendo?! ¡Ya mejor vete a dormir! ¡Ya estás diciendo tonterías de nuevo!
Mientras ellos discutían, Himawari se quedó viendo el suelo, reflexionando profundamente sobre lo que acababa de percibir.
¿Podría ser que lo que había sentido en la Anbu no fuera solo una falsa corazonada?
Harika se acercó a ella en ese momento, con la misma expresión calmada de siempre.
— Himawari-chan.
La Uzumaki se estremeció.
— ¡¿S-Sí?!
— Nos toca compartir el futon hoy. — Le recordó, mientras se agachaba para preparar el pequeño colchón que les habían proporcionado. —
— Sí... claro. — Respondió Himawari rápidamente, como para confirmar que había escuchado, aunque su mente seguía en otro lugar. —
Antes de ayudar a Harika a organizar el futon, se giró para mirar una vez más hacia la puerta. Una pequeña chispa de decisión prendió en su interior.
¿Y si esa Anbu no era la única que podría sentir simpatía por ellos?
Tal vez, solo tal vez, no todos en este tiempo los veían como una amenaza.
Mientras sus pensamientos terminaban de asentarse, escuchó la alegre exclamación de Eho al otro lado del cuarto.
— ¡Por fin me toca dormir en la cama! — Celebró con una sonrisa de oreja a oreja, lo que arrancó una risa suave de todos los demás. —
Pero Himawari, aunque sonreía levemente, no dejaba de pensar en lo que había percibido.