Me llamo Adolfo, tengo 19 años y.…
Admito que mi vida siempre ha sido una lucha constante. Desde que tengo memoria, mi mamá y yo hemos estado inmersos en una batalla interminable contra la escasez. Cualquiera en mi lugar ya habría tirado la toalla. Es fácil imaginarse cómo alguien más habría caído, rendido a la desesperación, dejando que la oscuridad lo envuelva, sin luchar más. Pero pensar en eso... en cómo tantos se habrían quebrado, me quema por dentro.
No puedo permitir que todo lo que he pasado, todo lo que me ha llevado hasta aquí, termine en nada. Mi mamá, una mujer hermosa a quien admiro profundamente, nunca dejó de luchar. No importaba si estaba enferma; siempre salía a vender sus libros en las plazas donde se reunían muchas personas. A veces lograba vender dos o tres, y la mayoría de las veces, nada. Sin embargo, nunca dejó de sonreírme ni de preocuparse por mí. La adoro con todo mi corazón.
A menudo recibía comentarios fuera de lugar, burlas dirigidas a mi mamá y a nuestro hogar. La rabia me consumía, deseaba hacer sufrir a esas personas a toda costa. Pero las palabras de mi mamá resonaban en mi mente.
"Jamás permitas que las palabras de otros te afecten; a menudo, son personas que aún no han aprendido a valorarse a sí mismas"
Había momentos en los que no podía aceptar lo que me decía y terminaba peleando con esas personas. No me importaba recibir golpes; lo único que me importaba era defender a mi mamá y a mí mismo. Con todo eso acumulado, sumado a las preocupaciones que rondaban en mi cabeza, era evidente que estaba deprimido. Las preguntas que constantemente me atormentaban eran inevitables:
¿Qué comeremos mañana? ¿Cómo podré pagar los medicamentos de mi mamá? ¿Por qué siento que todo lo que hago nunca es suficiente?
Siendo su único hijo y sin un padre que pudiera ayudarnos, me vi obligado a madurar mucho antes que varios. La única acción que sé de él es que se fue cuando mi mamá le dijo que estaba embarazada. Desde que mi mamá me lo contó, me he esforzado por ser mejor que él y sacar a mi mamá de esa vida tan dolorosa.
*****
Acabo de regresar a casa.
Mi cuerpo exhausto, cada músculo pidiendo descanso. Hoy fue otro día agotador. Limpiar más de siete pisos sin detenerme, comiendo mientras intentaba dejar todo impecable... no es vida, más si el sueldo es una miseria. Me siento atrapado en una rutina sin fin, pero lo que más duele, lo que hace que estas lágrimas caigan sin que me dé cuenta, no es mi cansancio. Es mamá.
Todo lo que hago es para ella, para que deje de sufrir con esa maldita enfermedad que le destroza los pulmones. Comparado con lo que ella pasa, mi dolor no debería siquiera contar.
Antes de abrir la puerta, me seco los ojos con la manga. No quiero que me vea así. Respiro hondo y grito, fingiendo alegría.
"¡Maaaaaa, ya estoy en casa! ¡Traje unos pancitos para que puedas comer!"
Nuestra casa... bueno, llamarla casa es generoso. Es una estructura que apenas se mantiene en pie. Las paredes de madera, llenas de humedad, se desmoronan lentamente. Las ventanas no son más que huecos que dejan pasar el frío. Pero, aun así, es nuestro hogar, lo único que hemos podido construir con lo poco que tenemos.
Desde el fondo de la sala, que no es más que un par de sillas de madera gastadas y una mesa tambaleante, la veo levantarse con dificultad. Cada movimiento de mamá es una lucha, su enfermedad ha empeorado mucho estos días.
Siento una oleada de impotencia y furia. Quiero hacer algo, cualquier cosa, pero estoy atado por mi realidad. Escondo mis manos tras la espalda, apretando los puños hasta que las uñas casi me rasguen la piel. No quiero que vea la angustia en mi rostro.
"Hola, cariño..."
Dice con una sonrisa débil, tratando de ocultar su dolor.
Miro esos ojos cansados, los mismos que me han dado todo, y me obligo a sonreír.
Me acerco a ella lentamente, intentando que no note lo mucho que me cuesta mantener la sonrisa.
Cada vez que la veo forzarse a moverse, siento un nudo en el estómago. Me arrodillo a su lado, ayudándola a sentarse de nuevo en la cama.
"Te dije que no te levantaras, mamá. No tienes que esforzarte tanto…"
Mi voz tiembla un poco, pero intento sonar firme. No puedo dejar que vea lo que realmente siento. No hoy.
Ella me mira, su sonrisa se amplía, pero veo en sus ojos el cansancio, esa fatiga que no se quita con descanso, esa que viene de luchar contra algo que no puedes vencer.
"Solo quería verte, hijo. No quiero que llegues y sientas que esta casa está vacía…"
Murmura, con ese tono suave que usa para no preocuparme, aunque sé que lo que más desea es que las cosas fueran diferentes.
La miro y, por un instante, todo mi cansancio desaparece. Todo el sudor, las horas interminables limpiando pisos, los dolores en mi espalda... nada importa. Solo quiero que ella esté bien, que no tenga que sufrir más.
"Bueno, aquí estoy. Y traje panecillos frescos, tus favoritos. Te gustarán"
Le ofrezco uno con una sonrisa forzada, y ella lo toma con manos temblorosas, dándole un pequeño mordisco. Verla comer, aunque sea tan poco, es un alivio, pero también me recuerda lo frágil que se ha vuelto. Antes, ella era la que me preparaba el pan, la que siempre tenía una sonrisa en la cocina, esperando que llegara de la escuela. Ahora soy yo el que tiene que cuidarla... y eso duele. Duele porque no sé si lo estoy haciendo bien.
"Están deliciosos"
Dice.
Aunque sé que apenas los siente. Solo lo dice para verme feliz, para hacerme creer que todo está bien, cuando ambos sabemos que no lo está.
Miro alrededor de la casa. Las paredes están llenas de manchas de humedad, las ventanas dejando entrar el frío de la noche.
"¿Mamá…?"
Digo de repente, sin saber por qué las palabras salen de mi boca.
"¿Alguna vez te arrepientes de algo? De cómo vivimos, de todo lo que ha pasado..."
Ella me mira en silencio durante unos segundos, como si estuviera eligiendo con cuidado las palabras. Finalmente, sacude la cabeza.
"No, nunca. Porque te tengo a ti"
Su respuesta me deja sin palabras. Es tan simple, tan honesta, que me golpea como una ola de emociones. Ella ha sufrido tanto, ha perdido tanto, y, aun así, aquí está, agradecida solo porque yo estoy a su lado. No puedo evitar que mis ojos se llenen de lágrimas otra vez, pero esta vez no las escondo.
"Mamá… yo… yo solo quiero que las cosas mejoren para nosotros. No sé cuánto más puedo soportar esto. No quiero verte sufrir más"
Ella extiende su mano y toca la mía, con esa ternura que siempre me calma, incluso en los peores momentos.
"Lo sé, cariño. Pero lo que has hecho hasta ahora… me llena de orgullo. No te rindas. Todo lo que haces, todo el esfuerzo que pones, no es en vano. No mientras estemos juntos"
Sus palabras me llegan al alma. Me siento abrumado, pero de alguna manera, también reconfortado. No sé cómo, pero voy a seguir adelante. Por ella. Siempre por ella.
"Mamá, creo que deberías ir a la cama, está corriendo mucho viento, mañana iré a comprar madera para tapar esos huecos de allí, para que no te siga molestando"
"…Está bien, hijito…"
Después de un día agotador, decidí que un baño me vendría bien. Olía terrible, el sudor impregnaba mi ropa y mi piel. Pero entonces recordé… olvidé comprar jabón. El pequeño trozo que quedaba ya se había acabado.
"Bueno, será un baño rápido y poco disfrutable"
Pensé mientras suspiraba.
Me lavé lo mejor que pude, aunque sin jabón, no fue gran cosa. Al salir, vi que mamá ya estaba dormida. Sin embargo, sus gestos me revelaban algo más, parecía estar sufriendo, sus cejas fruncidas, sus labios temblando en ese sueño inquieto. Me quedé allí, mirando cómo respiraba con dificultad. Mi corazón se apretó.
"¿Por qué la vida es tan injusta?"
Pensé.
¿Por qué alguien como mamá, tan bondadosa y noble, tiene que soportar este dolor? Nunca le hizo mal a nadie, siempre ayudó a todos. A veces no entiendo a Dios… ojalá pudiera llevarla a un mundo de fantasía, como en los cuentos que leíamos juntos cuando era niño. En ese mundo, nunca sufriríamos, no habría dolor.
Sacudí la cabeza para alejar esos pensamientos, intentando ser fuerte.
"Solo dormiré unas horas"
Me dije.
Debo levantarme temprano para comprar la madera, el martillo y los clavos. Todo por mamá, para que no pase frío en esta casa que se cae a pedazos.
Me acerqué lentamente a su cama, le di un beso en la frente y le susurré.
"Buenas noches, ma…"
Quería decirle más, pero las palabras se me atragantaron. ¿Qué más podía decir que no fueran deseos de un futuro mejor?
****
"BEEP BEEP BEEP"
Sonó la alarma.
Me levanté de la cama, con el cuerpo pesado y los ojos entrecerrados. Había dormido apenas unas horas, y el cansancio seguía presente, pero no podía darme el lujo de descansar más. Mamá me necesita. Siempre ha sido así, y siempre lo será... o eso me repito para no caer en la desesperación.
El frío de la mañana me golpea al salir del cuarto, recordándome lo importante que es reparar las paredes y conseguir algo de madera. Las maderas crujen bajo mis pies mientras camino hacia la pequeña mesa donde dejé mis cosas la noche anterior. Aún puedo sentir las marcas del esfuerzo de ayer en cada músculo de mi cuerpo.
"Hoy será otro día largo..."
Susurré para mí mismo.
Mi estómago rugió, recordándome que no había comido lo suficiente la noche anterior, pero no era el momento de pensar en eso. Primero mamá. La casa seguía oscura, y el silencio me envolvía, solo roto por el sonido del viento colándose por los agujeros de las paredes.
Mientras busco mis ropas, escucho a mamá toser en el otro cuarto. Ese sonido, ese maldito sonido, me atormenta. Cada vez que la oigo, siento que se me va un pedazo de alma. Pero tengo que ser fuerte. No puedo derrumbarme.
"Solo un poco más..."
Me digo mientras me pongo los zapatos gastados.
Salí de la casa sin hacer mucho ruido, no quería despertarla. Me dirigí al mercado, el frío aire de la mañana me golpeó, pero en cierto modo me mantenía despierto, consciente. A cada paso, mi mente se llenaba de pensamientos de cómo cambiar nuestra situación. Si tan solo pudiera hacer algo más… si tan solo existiera un mundo diferente para nosotros, donde no tuviéramos que luchar cada día por sobrevivir.
Mientras caminaba, imaginé ese mundo. Un mundo donde mamá y yo podríamos vivir en paz, sin enfermedades, sin pobreza. Donde podría reír sin preocupaciones, donde sus toses fueran solo un mal recuerdo.
Un mundo lleno de magia, como en los cuentos que escuchábamos juntos cuando era pequeño. Pero al llegar al mercado, la realidad me golpeó de nuevo. El bullicio de la gente, los puestos viejos y las caras cansadas de los demás me hicieron recordar que esto era todo lo que teníamos. Y, aun así, debía seguir adelante.
Me acerqué al primer puesto de madera que vi.
"¿Cuánto por esa madera, también ese martillo y sus clavos?"
Pregunté, intentando ocultar mi falta de ánimos.
El vendedor me miró de reojo, y sin siquiera responderme, me dio el precio. Sabía que no podía regatear, necesitaba esa madera para reforzar las paredes antes de que el invierno empeorara. Después de comprar lo necesario, regresé a casa.
Al abrir la puerta, el aire frío de la casa me recibió de nuevo. Pude escuchar a mamá toser otra vez. Dejé las cosas y corrí hacia su cama.
"Mamá, ¿Cómo te sientes?"
Le pregunté, tratando de no sonar preocupado.
Ella abrió los ojos lentamente, esbozando una débil sonrisa.
"Estoy bien... no te preocupes tanto por mí"
Pero lo hacía. Siempre lo hacía.
Me senté a su lado, observándola, viéndola luchar con su respiración, con su propio cuerpo. A veces, cuando estaba solo, me imaginaba un futuro diferente. Pero por ahora, solo me quedaba trabajar, resistir, y esperar. Porque, por muy oscuro que pareciera todo, no podía rendirme.
"Ma, espérame un momento, iré a hacerte tu desayuno, apuesto que tienes mucha hambre"
"Está bien, hijito…"
Su voz, débil pero llena de cariño, siempre logra tocarme el corazón.
Me levanto despacio, aun sintiendo la pesadez en el cuerpo. No es fácil pasar el día trabajando y llegar con las fuerzas apenas suficientes para seguir. Pero lo hago por ella, siempre por ella.
La cocina... o lo que llamamos cocina. Dos viejas sartenes, una olla con las asas torcidas, y una mesa que tambalea cada vez que apoyo algo en ella. Es todo lo que tenemos, pero siempre trato de sacar lo mejor de estas cosas. Empiezo a buscar lo que queda del pan que traje ayer. Quizá pueda freírlo un poco para darle algo más de sabor.
Mientras preparo el desayuno, escucho los leves murmullos de mamá desde la otra habitación. Sé que se esfuerza en no mostrarme cuánto dolor siente, pero a veces es imposible no notarlo. Solo quiero que tenga algo de paz….
El olor del pan frito empieza a llenar la habitación. No es mucho, pero es lo mejor que puedo hacer con lo que tenemos. Siempre intento añadirle algo de amor, al menos.
"¡Ya está listo, ma!"
Digo con la voz más animada que puedo.
Aunque estoy agotado, no quiero que lo note. Quiero que piense que todo va bien, aunque por dentro esté luchando con mis propios demonios.
Le sirvo el desayuno en una pequeña bandeja que, como todo en esta casa, ha visto mejores días. Me acerco y veo su sonrisa, cansada pero sincera. Esa sonrisa es lo único que necesito para seguir adelante.
"Ma, mientras comes tranquila, yo iré a reparar esos agujeros de las paredes con la madera que traje"
Le digo mientras trato de esbozar una sonrisa.
Claro, una sonrisa forzada, porque lo último que quiero es que se preocupe más de lo que ya lo hace.
Ella me mira, esa mirada que siempre me calma pero que, al mismo tiempo, me rompe un poco por dentro.
"Está bien, hijito, pero no te esfuerces tanto, ¿sí? Tú ya haces mucho..."
Asiento, aunque sabemos que no hay opción. Si no reparo esos agujeros, el frío nocturno hará que mamá pase una noche más insoportable de lo que ya es. Pero tampoco le diré eso. No quiero agregarle más preocupaciones. Ella es mi fuerza, mi razón para seguir luchando, aunque el cuerpo me pida tirarme en esa cama a su lado y dormir por días.
Tomo las herramientas y empiezo con la pared. El sonido de los martillazos rompe el silencio de la mañana, un sonido repetitivo y casi hipnótico. Cada golpe en la madera es como una especie de mantra. Un golpe para mantenerla caliente. Otro para alejar la humedad. Uno más para que pueda respirar mejor esta noche.
Mientras reparo, puedo escuchar a mamá desde la mesa. Sus pequeños murmullos, el ruido suave del pan rompiéndose. No puedo evitar sentir un nudo en la garganta. Se supone que soy yo quien debería estar tranquilo, ¿verdad? El que está reparando, el que está en movimiento. Pero, ¿por qué cada día que pasa se siente más pesado?
"Todo estará bien"
Me repito en la cabeza como un hechizo. Uno que espero que sea lo suficientemente fuerte para soportar otro día más.
"Ya terminé de cerrar esos agujeros, ahora las cosas no serán tan... 'complicadas'"
Murmuro para mí mismo, soltando un suspiro pesado mientras me limpio el sudor de la frente con el dorso de la mano.
Me volteo y veo a mamá, aún sentada en su silla, con la mirada perdida en la pequeña ventana, o más bien en el hueco de la pared que llamamos ventana. Por un segundo, su expresión parece más tranquila, pero sé que solo es una máscara. Esa tos que intenta esconderme, esas muecas de dolor que no logra disimular… cada día parece costarle más.
Me acerco a ella, tratando de sonar animado.
"¿Cómo estuvo el desayuno, ma? ¿Te gustó?"
"Sí, hijo, estaba delicioso"
Responde, esbozando una sonrisa que, aunque tenue, siempre logra iluminar su rostro.
Esa sonrisa que me hace sentir que, al menos por un momento, estoy haciendo algo bien. Pero también es la sonrisa que me recuerda cuánto tiempo más podrá hacerlo. El silencio que sigue es pesado, y siento el peso de la realidad caer sobre mis hombros como una capa de plomo.
La miro de reojo mientras recojo las herramientas y acomodo las pocas tablas de madera que me sobraron. No digo nada, pero la pregunta sigue golpeando mi mente.
"¿Cuánto más podremos seguir así?"
"¿Hijo?"
La voz de mamá rompe mis pensamientos.
"Gracias... por todo lo que haces"
Mi corazón se detiene un segundo, y me esfuerzo por sonreír de vuelta.
"No digas eso, ma. Sabes que haría cualquier cosa por ti"
Ella me observa, como si quisiera decir algo más, pero en lugar de eso, se recuesta suavemente en su silla, cerrando los ojos por un momento. Su respiración es tranquila, pero el esfuerzo es evidente. Yo también me quedo quieto, escuchando el sonido del viento colarse por las rendijas de la casa. El frío ya no será tan intenso esta noche, pero el peso de todo lo demás sigue ahí, implacable.
Me siento frente a ella, sin decir nada más. Las palabras sobran, y el cansancio me invade. Sé que mañana será lo mismo, otro día de luchas y pequeñas reparaciones. Pero, por ahora, solo quiero que el tiempo se detenga un poco. Solo quiero disfrutar de este pequeño instante, aunque sea efímero, en el que parece que todo está bien.
Ojalá esta calma durara más...
****
Pasaron dos meses desde que todo empezó a cambiar.
Logré alquilar un pequeño departamento en un vecindario un poco más decente que nuestro viejo hogar, aunque no fue fácil. Para ser honesto, tuve que volverme 'amigo' del dueño solo para poder pagar menos, y cuando digo amigo, en realidad estoy fingiendo. Pero… es lo que hay. Al menos aquí tenemos una cama más cómoda, agua caliente en la ducha y una mesa que, por fin, no amenaza con desplomarse al apoyarnos.
Sin embargo, no todo es tan bueno. Mamá ha seguido empeorando. Hace un mes… estuve a punto de hacer una locura. Fue el día más aterrador de mi vida. Mamá casi… casi se va de este mundo. Le empezó a doler el corazón de una forma que me hizo pensar lo peor, y en ese
momento, no sabía qué hacer. Me quedé paralizado, impotente, mirando cómo sufría, cómo se aferraba a la vida con todo lo que tenía. Esa noche… pensé que todo había terminado, incluso consideré acabar con todo, conmigo mismo. Pero al final, encontré algo en mí, una pequeña chispa que me hizo entrar en razón. Mamá aún me necesitaba, y no podía fallarle.
Llevamos solo dos semanas viviendo aquí, pero parece que ha pasado una eternidad. La rutina es la misma, trabajo, cuidar de mamá, y tratar de mantenernos a flote. Pero hoy es diferente, algo rompe la monotonía. Hay un carro de mudanza justo al frente del vecindario, y parece que alguien nuevo se está mudando.
"¿Será alguien interesante? ¿O solo un vecino más?"
Me pregunto, intentando darle algo de emoción a mi día.
Mamá sigue durmiendo, así que aprovecho para echar un vistazo. No es que esté particularmente emocionado, pero cualquier distracción es bienvenida. Camino hacia la ventana y observo el movimiento. Los nuevos inquilinos están descargando cajas, y algo en mí siente curiosidad.
"Vamos, no pierdo nada por revisar"
Pienso mientras me pongo una chaqueta y me dirijo hacia la puerta.
Afuera, el aire está un poco más fresco de lo normal, lo cual es raro. Me acerco al carro de mudanza, fingiendo desinterés, pero en realidad quiero saber qué tipo de gente está entrando a nuestras vidas. Quizás sea una familia normal, quizás alguien que también carga con sus propias luchas. ¿Quién sabe? Lo único que sé es que, aunque todo esto parezca insignificante, en este momento, cualquier cosa que me distraiga de lo que pasa con mamá es un respiro.
****
Pasaron varias semanas.
La familia que se mudó, eran en total de 8 personas, con el tiempo me di cuenta de que una de ellas captaba mi atención, una chica de mi edad, con un hermoso cabello lacio y unos lentes negros de forma cuadrada. A diferencia de los demás, ella siempre me trataba bien. Cada vez que volvía de trabajar, me la encontraba por casualidad, y siempre me saludaba con una sonrisa que me hacía enamorarme un poco más de ella. Su nombre era tan bonito como ella: Katherine. No podía negarlo, me gustaba muchísimo.
Nuestra amistad creció rápidamente. Había días en los que su padre, un dueño de un mercado cerca de donde vivíamos, nos invitaba a cenar a su casa. Era muy amable y comprensivo, y en ocasiones me ofrecía algunos "cachuelos" para ganar algo de dinero extra. Me pedía que le ayudara a limpiar las paredes o barrer el piso, y me sorprendía que, a pesar de lo sencillo del trabajo, me pagara bien. Esas pequeñas cosas, esos momentos de alivio, eran lo que me mantenía en pie, luchando por salir adelante.
La confianza que fui ganando con su padre, el señor Tobías, creció tanto que un día me propuso que mi mamá y yo nos mudáramos a vivir con ellos, ya que sus familiares pronto se irían a otro lugar, y que también nos ayudaría a pagar el tratamiento de mi mamá.
"Adolfo, quisiera que vengas a vivir con nosotros, aquí tu madre podrá tener una mejor vida y tú también, me aseguraré que tu madre reciba todos los días tratamiento para su enfermedad y que termines tú termines tus estudios y seas un gran hombre de futuro"
Dijo el Sr. Tobías.
"…"
Me quedé sin palabras, sin saber cómo responder.
Estaba en un estado de confusión total, incapaz de pensar con claridad. Pero, por otro lado, veía la emoción en los ojos de Katherine, que saltaba de alegría, esperando con ansias que mi respuesta fuera un sí.
Lo único que pude responder fue que necesitaba tiempo para dar una respuesta clara, ya que era una decisión muy importante y debía ser discutida y acordada con mi mamá. Al escuchar esto, Katherine dejó de saltar y me miró con unos ojos llenos de tristeza. En ese momento, quise darle una respuesta afirmativa al señor Tobías, pero algo me detenía…. Tenía que esperar una respuesta de mi mamá.
Al ver la expresión de Katherine, me apresuré a decirle que no se preocupara y que no pensara cosas malas por lo que le había dicho a su padre. Después de esa charla, corrí a casa para contarle a mi mamá sobre la propuesta del señor Tobías. No sabía cómo iba a reaccionar ante una petición tan inesperada.
"Esto ayudará a mamá, podrá curarse y ya no tendré que volverla a ver sufriendo de dolor nunca más…"
Al llegar a casa, me apresuré a tocar la puerta para que mi mamá supiera que ya había llegado. Pero cuando lo intenté, me di cuenta de algo…
"…Qué raro, está abierta..."
Todas las luces estaban apagadas, y me encontraba en total oscuridad. La situación me parecía extraña; mi mamá nunca dejaba todo así. Lo primero que hice fue dirigirme al interruptor para encender las luces, pero me tropecé con algo en el suelo.
"Auch"
Dije, mientras me sobaba las rodillas.
No podía ver nada así que no sabía con qué me tropecé, cuando llegué al interruptor lo presioné y prendí todas las luces, giré mi cabeza para saber con qué me había chocado hace un momento.
Lo que más deseaba en ese momento era que todo fuera una mentira, una realidad inexistente. En el suelo, yacía el cuerpo de mi mamá, con la boca chorreando sangre y los ojos rojos.
"¡¡AAAAAAAAARGH!! ¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAARGH!!"
Grité con una intensidad dolorosa, desbordando todo el sufrimiento que sentía.
Fui directo a ella, a comprobar su pulso.
Tomé su mano, fría… demasiado fría. Y entonces, con desesperación, coloqué dos dedos sobre su muñeca, buscando ese pequeño latido, esa señal de vida que me dijera que todo estaba bien.
Pero no estaba bien.
No sentí nada.
Era… demasiado tarde.
El mundo se detuvo. Todo el ruido del vecindario desapareció. Lo único que podía oír era el silencio… el vacío.
Me quedé inmóvil, mis ojos fijos en su rostro, esperando que se despertara, que me diera esa sonrisa cansada de siempre, que me dijera que todo iba a estar bien. Pero no ocurrió.
De repente, la furia, el dolor y la impotencia se mezclaron en mi pecho. Era como si algo dentro de mí explotara. Solté su mano y comencé a golpear el suelo con todas mis fuerzas, como si eso pudiera cambiar algo, como si los golpes fueran suficientes para traerla de vuelta.
Gritaba.
No sé ni siquiera qué decía, solo gritaba. Maldije el suelo, la vida, a mí mismo. Golpeé hasta que mis nudillos comenzaron a sangrar, hasta que mis fuerzas se desvanecieron.
"¡Inútil! ¡Eres un maldito inútil!"
Me decía una y otra vez.
Me quedé arrodillado, con la cabeza apoyada en el suelo, lágrimas corriendo por mi rostro sin poder detenerlas. No había llegado a tiempo. No la había salvado. Toda esa lucha, todo ese esfuerzo para mejorar nuestras vidas... y al final, no había sido suficiente. ¿De qué había servido todo? Trabajar de sol a sol, las noches sin dormir, los sacrificios. Nada de eso importaba ahora. Ella se había ido, y yo me había quedado con las manos vacías, lleno de promesas rotas y sueños sin cumplir.
Segundos después, noté que había una nota en el bolsillo de su ropa.
Empecé a leer la nota que parecía haberme dejado mi mamá, mientras las lágrimas caían sin control y mis sollozos se mezclaban con la tos provocada por la angustia.
"Mi querido Adolfo, si estás leyendo esto, significa que ya no estoy contigo, y mi corazón se rompe al saber que te dejo solo en este mundo. Quisiera haber tenido más tiempo, más fuerzas, pero el dolor se ha vuelto insoportable, y no quería que me vieras sufrir más. No quiero que recuerdes a tu madre como alguien débil, sino como la mujer que luchó con todo lo que tenía para darte una vida mejor…"
Cada palabra escrita en ese papel parecía romperme más y más, pero no podía detenerme; necesitaba sentirla una vez más a través de sus palabras, aunque el dolor fuera insoportable.
"…Hijo mío, sé que la vida no ha sido fácil para nosotros, pero siempre me llenaste de orgullo con tu bondad, tu fuerza, y tu inquebrantable voluntad de protegerme. Eres lo mejor que me ha pasado, y aunque ya no estaré a tu lado, quiero que sepas que siempre estaré contigo, en cada decisión que tomes, en cada momento de alegría o tristeza. Te llevaré en mi alma, y espero que tú me lleves en tu corazón. No quiero que culpes a nadie por lo que ha sucedido, ni siquiera a ti mismo. Tú hiciste todo lo posible, y más. Quiero que sigas adelante, que encuentres la felicidad que yo no pude darte, que vivas una vida plena, libre de las sombras que me rodearon. Te amo con todo mi ser, y siempre te amaré. Cuida de ti, y recuerda que, siempre estaré cuidando de ti. Con todo el amor de una madre que te amará por la eternidad, Mamá"
Al terminar de leerla, las lágrimas comenzaron a salir con más fuerza, como un torrente imparable. Quería seguir gritando, desahogar todo el dolor que me consumía, pero algo dentro de mí me obligaba a taparme la boca, a sufrir en silencio. Mis lágrimas nublaban mi vista, y me sentía más débil que nunca. El impacto en mi corazón era devastador, una carga imposible de soportar.
"Por qué… ma… mamá"
Quería que me la devolvieran, no estaba dispuesto a aceptar este destino tan cruel.
"¡¡Te lo suplico, Dios mío, te lo suplico, devuélvemela, ¡¡por favor… ella es lo único que tengo en la vida… no te la lleves!!"
Grité con todo mi ser, entre lágrimas y dolor, aferrándome a una esperanza desesperada, esperando un milagro que sabía, en lo más profundo de mi alma, que nunca llegaría.
Después de suplicar con todo mi corazón, me di cuenta de que el silencio era la única respuesta. El dolor era insoportable, cada segundo que pasaba me desgarraba un poco más. Sin pensarlo, solté la nota, me levanté de golpe y salí corriendo de la casa, sin rumbo, sin dirección, sin saber a dónde ir. Solo quería escapar de ese sufrimiento que me devoraba por dentro.
Corrí sin parar, con el corazón acelerado y la vista nublada por las lágrimas. Las calles y los edificios pasaban a mi lado como un borrón. No me importaba nada, ni el frío que calaba en mis huesos, ni la gente que podía verme. Solo quería huir de ese dolor que me asfixiaba.
De repente, mientras pasaba por un edificio en construcción. Escuché una persona gritando.
"¡Mocoso, no corras por ahí es peligroso!"
No hice caso… segundos después, sentí una sombra sobre mí. Levanté la vista justo a tiempo para ver cómo una barra de metal caía desde lo alto. No tuve tiempo de reaccionar. En un instante, la barra atravesó mi cuerpo con una fuerza abrumadora, dejándome sin aliento.
Todo se volvió oscuro. Sentí un dolor agudo que se extendía desde mi pecho, pero también una extraña calma que comenzaba a envolverme. En ese último segundo, un pensamiento cruzó por mi mente.
"¿Es así como termina todo?"