Cuando Amelia entró en la biblioteca de la mansión, sintió el peso de la tensión en el aire como si una densa niebla se hubiera instalado entre las estanterías llenas de libros antiguos. La penumbra del lugar, apenas rota por la suave luz de una lámpara de mesa, parecía acentuar el silencio opresivo. Las miradas de Jason y Mei se cruzaban de forma constante, cargadas de reproches y palabras no dichas, mientras Li Wei, sentada junto a la ventana, se refugiaba en un libro, aunque su mano temblorosa traicionaba su intento de ignorar el conflicto.
Amelia notó la rigidez en los hombros de Mei, que mantenía la vista fija en un punto invisible en la pared, como si esa mirada perdida pudiera sostener el frágil control que le quedaba. Mei parecía consumida por un remolino de emociones; la culpa se reflejaba en sus ojos vidriosos y en la forma en que sus dedos jugaban nerviosos con el borde de su vestido. Podía ver en ella la sombra de la mujer fuerte que conocía, una sombra ahora rota por el remordimiento.
Jason, en cambio, parecía una bomba de relojería, inmóvil pero tenso, con cada músculo de su cuerpo endurecido y sus puños cerrados sobre el reposabrazos de la silla, como si estuviera conteniendo a duras penas un torrente de ira. La mandíbula apretada y la mirada oscura, fija en Mei, revelaban un furor contenido que podría estallar con la mínima provocación. Amelia reconoció esa mirada; la había visto antes, cuando se enfrentó a quienes intentaron dañarla. Pero ahora, esa furia estaba dirigida hacia su propia hermana.
La puerta se cerró tras Amelia con un leve chasquido, y los tres levantaron la vista al unísono, como si su entrada hubiera roto un hechizo silencioso. Amelia se detuvo un instante, observando las caras de todos. No se había molestado en vestirse adecuadamente; llevaba el pijama, una bata y zapatillas, un atuendo que contrastaba con la solemne atmósfera de la habitación. Sin embargo, no estaba allí para impresionar, sino para comunicar su decisión. No había tiempo para preocuparse por apariencias.
—Necesitamos hablar —dijo Amelia, con una firmeza inesperada, su voz cortando el aire como una cuchilla.
El silencio en la biblioteca se volvió aún más pesado, y Amelia pudo sentir el impacto de sus palabras en cada uno de ellos. Mei bajó la mirada, incapaz de sostener la de Amelia, mientras Jason enderezaba la espalda, sus ojos ahora fijos en ella, esperando su veredicto. Li Wei cerró el libro en sus manos, la tensión en sus facciones reflejando la seriedad del momento.
Amelia dio un paso al frente, su mirada fija y su porte firme, dejando clara la resolución que había tomado. Sentía la tensión electrificar el aire, pero la determinación que emanaba de ella silenciaba cualquier duda. Sabía que sus próximas palabras y acciones serían un punto de inflexión, no solo para ella, sino para todos en esa habitación. Y no estaba dispuesta a retroceder.
Mei se levantó, impulsada por una mezcla de culpa y desesperación, y dio un par de pasos hacia Amelia, extendiendo una mano trémula. —Por favor, Amelia… siento todo lo…
No pudo terminar la frase. La bofetada de Amelia fue rápida y precisa, un movimiento inesperado que resonó en la habitación, interrumpiendo las palabras a medio camino. La sorpresa paralizó a todos durante un instante que pareció eterno. Mei se llevó una mano a la mejilla, donde el eco de la bofetada aún ardía, y sus ojos se llenaron de lágrimas en un instante.
—No voy a culparte de lo ocurrido, Mei —dijo Amelia, su voz firme y sin titubeos—, pero ni se te ocurra volver a dudar de mis sentimientos hacia tu hermano. Si algo te reconcome o te preocupa, háblalo directamente conmigo. No soy un enemigo al que tengas que espiar.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Mei, que se vio obligada a bajar la mirada, incapaz de sostener la intensidad de la de Amelia. Jason, por su parte, observaba la escena con su rostro imperturbable, pero Amelia notó un ligero cambio en sus ojos, una chispa que revelaba una mezcla de admiración y alivio por la forma en que ella había tomado el control de la situación.
Amelia respiró profundamente, suavizando la expresión de su rostro. Sabía que había sido dura, pero era necesario para establecer un nuevo equilibrio. Se volvió hacia Jason, intentando aliviar la tensión con una sonrisa leve. —Jason, ¿me harías un favor? —dijo con una voz más cálida—. ¿Podrías prepararme ese delicioso cóctel que sueles hacer?
Jason asintió en silencio, levantándose con una calma calculada y dirigiéndose hacia la barra. Sus manos se movieron con destreza, preparando el "Sex on the Beach" que tanto le gustaba a Amelia. Li Wei observaba en silencio, tomando nota de cada movimiento, sintiendo cómo la atmósfera en la habitación cambiaba lentamente, como si una tormenta hubiera comenzado a disiparse.
Mientras Jason se ocupaba en la barra, Amelia tomó asiento en una de las butacas junto a la chimenea apagada. El frío de la noche apenas se sentía en la habitación, pero la proximidad de la chimenea le ofrecía un simbolismo de calidez que necesitaba en ese momento. Mei se quedó de pie unos segundos más, tratando de recuperar el control de sus emociones, antes de sentarse de nuevo, sus manos temblorosas reposando en su regazo.
Amelia cruzó las piernas, adoptando una postura que proyectaba tranquilidad, pero sus ojos seguían siendo una llama de intensidad. Había marcado un límite claro con Mei, y aunque sabía que aún quedaba mucho por resolver, por primera vez en mucho tiempo sentía que había recuperado el control de su destino.
Cuando Jason tuvo listo el cóctel, se acercó sosteniéndolo con firmeza en su mano derecha, mientras en la izquierda sostenía su propio vaso de whisky con hielo. Con un gesto casi ritual, le tendió el cóctel a Amelia, quien le sonrió en agradecimiento antes de asentir levemente. Jason tomó asiento en otro de los sillones, su postura reflejaba una tensión controlada, como la de un depredador esperando el momento oportuno para atacar.
Amelia miró a su alrededor, sintiendo las miradas expectantes de Jason, Mei y Li Wei. Todos esperaban una resolución sobre qué hacer con los responsables de lo ocurrido. Tomó un sorbo de su cóctel, disfrutando del sabor y del pequeño momento de calma. Sabía que lo que diría a continuación marcaría un punto de inflexión.
—Oh, Jason, creo que nunca me cansaré de este cóctel —bromeó Amelia, esbozando una sonrisa que no llegó a sus ojos, buscando aliviar la tensión en la habitación. Pero la expectación no disminuyó; todos seguían esperando su juicio.
Amelia dejó el vaso sobre la mesita, adoptando un tono más serio. —Mei, tu castigo será… —por un momento, su mente viajó a las humillaciones que había sufrido la primera semana de conocerse, recordando cómo Mei la había sometido a pruebas degradantes, haciéndola arrodillarse, besar sus pies, e incluso lamer sus zapatos. La venganza hubiera sido dulce y sencilla, pero decidió que tomar ese camino no sería justo ni satisfactorio. Aquella Amelia no era quien ella era ahora—. A partir de ahora serás mi asistente personal.
Mei abrió los ojos como platos, su expresión de sorpresa traicionando el estoicismo que había intentado mantener. "¿Asistente personal? Yo soy una Xiting, no una simple asistente," pensó, sintiendo una mezcla de humillación y resignación. Aceptar esa posición no solo afectaría su orgullo, sino que también la pondría en una posición de servidumbre que jamás había imaginado ocupar.
Li Wei, observando desde su sillón, dejó que una pequeña sonrisa cruzara su rostro. Sabía que Mei se sentía profundamente culpable por lo ocurrido y no había reaccionado cuando Amelia la abofeteó, pero la idea de ser una asistente removía los cimientos de su identidad y su orgullo. Li Wei no podía negar la ironía en la elección de Amelia.
—Hasta que volvamos a Suryavanti, seré tu asistente —dijo Mei finalmente, su voz apenas quebrada por la resignación—. Me encargaré de llevar tu agenda y de liberarte de todas las tareas insignificantes.
Amelia asintió, satisfecha con la aceptación de Mei. Sabía que no sería fácil para ella, pero era un paso necesario para restaurar la confianza. Sin embargo, había otro asunto por resolver, uno mucho más delicado.
—Y ahora, hablemos de Laura —dijo Amelia, su voz firme como el acero. La tensión en la habitación se incrementó visiblemente. Jason frunció el ceño, mientras Mei y Li Wei intercambiaban miradas.
—Laura es un problema que no podemos ignorar —continuó Amelia, su tono adoptando un matiz de frialdad calculada—. Fue ella quien tramó esta emboscada, quien contrató a Diego y preparó todo para intentar destruirme. Si no la controlamos, seguirá siendo una amenaza.
—Debemos eliminarla —interrumpió Jason, su voz cortante como un cuchillo. La sugerencia no era una pregunta, sino una afirmación. Para Jason, la solución era simple y directa: eliminar la fuente del problema.
Amelia negó lentamente con la cabeza. —No. Eliminarla sería lo más fácil, pero no lo más inteligente. Laura es peligrosa, sí, pero también es una pieza clave en este juego. Si la eliminamos o la desterramos, se volverá aún más desesperada y puede que recurra a medidas extremas.
Mei, que había estado en silencio, no pudo evitar intervenir. —¿Y si se vuelve más agresiva? —preguntó, con un deje de preocupación en la voz—. Sabemos de lo que es capaz.
—Precisamente por eso —respondió Amelia—. Mantenerla cerca y bajo vigilancia es nuestra mejor opción. Necesito que ella sepa que la tengo en mis manos, que cualquier paso en falso significará su caída. —Los ojos de Amelia se endurecieron—. El verdadero castigo para alguien como Laura no es la eliminación, sino la impotencia.
Jason dejó su vaso sobre la mesa con un golpe seco. —¿Y cómo piensas mantenerla vigilada? —preguntó, su tono neutral apenas ocultaba el descontento por no haber podido actuar de manera más drástica.
—Tenemos las pruebas de su traición y la evidencia de sus encuentros con Diego —explicó Amelia—. No necesitamos exponerla, solo hacerle saber que tenemos el poder de destruirla en cualquier momento. Eso la mantendrá atada y obligada a cumplir nuestras reglas.
Li Wei asintió lentamente, comprendiendo la lógica detrás de las palabras de Amelia. Jason seguía tenso, pero no refutó su plan de inmediato. Estaba considerando la estrategia, sopesando las ventajas y riesgos de mantener a Laura cerca.
—Es un riesgo mantenerla en la sombra, Amelia —advirtió Jason, su tono aún gélido—. Podría ser una bomba de tiempo.
—Lo sé —reconoció Amelia—, pero si la eliminamos ahora, sus aliados y contactos podrían empezar a investigar. Laura es astuta y ha tejido una red de influencias. Podemos desmantelarla con el tiempo, desde dentro, pero necesitamos paciencia.
Jason se quedó en silencio por un momento, su mirada fija en Amelia. Finalmente, asintió con lentitud, reconociendo la validez de su estrategia. No estaba completamente convencido, pero había aprendido a confiar en el juicio de Amelia, aunque a regañadientes.
—De acuerdo —concedió Jason, su voz más calmada, como si la decisión hubiera enfriado la furia en su interior—. La mantendremos bajo vigilancia, pero a la primera señal de traición, no habrá piedad.
—No la habrá —confirmó Amelia, con un tono firme y definitivo. Había tomado una decisión, y no había vuelta atrás.
Amelia miró a los tres, satisfecha al ver que, pese a sus reticencias, aceptaban su plan. Cuando sus ojos se detuvieron en Jason, supo que aún quedaba un asunto pendiente, el más delicado de todos.
—Ahora debemos hablar de los hombres implicados —dijo Amelia, su tono endureciéndose—. ¿Había un fotógrafo, verdad? Mei, dale los datos a Jason. Él sabrá cómo arruinarle la vida.
Amelia se tomó un momento antes de añadir, con un toque de humanidad en su voz:
—Jason, no lo mates ni lo tortures. Sólo arruina su vida.
Jason asintió, como si esta petición de misericordia fuera un pequeño favor que él estaba dispuesto a conceder. —Tranquila, seré benevolente con él. Aunque se lo merece, sólo le arruinaré. Pero en cuanto a Diego… —Jason tomó un trago de su whisky, dejando la frase en el aire, su voz cargada de una amenaza latente—. Con él quiero ir más lejos de lo que fuimos con Sandro.
Amelia cerró los ojos un momento, dejando que el peso de esa afirmación se asentara. Luego, bebió de su cóctel antes de suspirar profundamente.
—No. Diego terminará como Sandro. Si el Maestro descarta a alguno de los dos, entonces podremos pensar en algo más… drástico. —Amelia miró a Jason directamente a los ojos—. Sandro pretendió violarme y matarme. Diego pretendía violarme y grabarlo. Con matices, ambos merecen un castigo aún más terrible que ser convertidos en mujeres. Pero ahora mismo, los necesitamos con vida hasta que sepamos cómo actuará el Maestro.
Li Wei se removió inquieta en su asiento, la incomodidad dibujada en su rostro. Entendía el dolor de su amiga Amelia, pero seguía siendo reacia a esos castigos despiadados y al margen de la ley. Había intentado razonar antes, había tratado de suavizar la brutalidad de sus métodos, y sólo había encontrado el rechazo de los tres.
—Tranquila, Li Wei —dijo Amelia, adivinando sus pensamientos—. Se hará como con Sandro. Cuando lo tengamos, serás llevada ante su presencia para asegurarte de que todo se haga con… la precisión necesaria.
Amelia sonrió, apuró lo que quedaba de su copa de un trago y se levantó. Luego, con un movimiento casual, tomó la mano de Jason, que la miró con una mezcla de curiosidad y alivio.
—Con todo claro, si no os importa, Jason y yo nos vamos a la cama —anunció Amelia, con una expresión juguetona y una chispa de picardía en sus ojos—. Necesito muchos mimos esta noche.
La tensión en la sala se disolvió un poco ante la broma de Amelia, y Jason no pudo evitar una sonrisa, aunque fuera breve. Li Wei y Mei intercambiaron miradas, cada una con sus propios pensamientos y emociones en conflicto, pero sabían que, al menos por esa noche, el equilibrio se había restablecido.
Amelia salió de la biblioteca con Jason a su lado, dejando atrás las decisiones, las traiciones y los planes. La noche aún era larga, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que su vida no estaba completamente en manos de los demás. Había marcado su territorio, había tomado el control. Y aunque sabía que vendrían más desafíos, se permitió una pequeña chispa de esperanza.