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Chapter 75 - 075. Bajo el peso de la decisión

El "Luminis Luxuria Group" no necesariamente requería una gran presencia en Hesperia. En un mundo globalizado, muchas operaciones podían gestionarse desde cualquier lugar, permitiendo a las empresas expandir su alcance sin las limitaciones geográficas tradicionales. Amelia, consciente de estas posibilidades, comenzó a considerar la opción de llevar a las chicas consigo a Suryavanti. Allí, podría supervisar su formación más de cerca y asegurarse de que encajaran en las empresas que estaban emergiendo bajo su dirección.

Mientras estos pensamientos se formaban en su mente, Amelia sintió un nudo de responsabilidad apretándose en su estómago. Sabía que cada decisión que tomara tendría consecuencias profundas, no solo para su futuro, sino también para las vidas de las otras mujeres que, al igual que ella, se habían visto arrastradas a esta nueva realidad. La magnitud de la situación la abrumaba, pero cuando levantó la vista y vio a Jason a su lado, con Mei cerca, la familiaridad y el apoyo en sus miradas le dieron la fuerza necesaria para seguir adelante.

—¿Cuántas mujeres quedan en el área de las novatas? —preguntó Amelia, con la voz firme a pesar de la tormenta interna que la inquietaba. Necesitaba tener un panorama claro de cuántas podrían ser trasladadas y cuántas más necesitarían encontrar su lugar en Hesperia. Recordaba que no eran muchas, y que algunas de ellas ya estaban involucradas en romances bastante avanzados.

Lourdes, que había estado observando a Amelia con una mezcla de comprensión y análisis, hizo una pausa antes de responder. Su expresión se tornó pensativa, y sus ojos se dirigieron al techo por un breve momento, como si estuviera contando mentalmente.

—Actualmente, quedan unas diez mujeres en el área de las novatas —dijo finalmente Lourdes, con un tono sereno que no lograba ocultar del todo la preocupación subyacente—. Varias de ellas están en etapas avanzadas de sus relaciones, pero otras aún necesitan más tiempo y orientación. Además de Lucía, hay otras tres que necesitarían apoyo adicional.

Amelia asintió lentamente, dejando que la información se asentara en su mente. Mientras lo hacía, intentaba visualizar un plan que pudiera funcionar, sopesando las opciones y las implicaciones de cada movimiento. La responsabilidad que sentía sobre sus hombros era inmensa, pero con Jason y Mei a su lado, la carga parecía más ligera, o al menos más manejable.

—¿Podría ver sus capacidades actuales? —preguntó Amelia, con una determinación que se reflejaba tanto en su tono como en su postura—. Y si es posible, me gustaría verlas a las cuatro.

Lourdes no necesitó más que un instante para actuar. Hizo una señal discreta a uno de los guardaespaldas cercanos, que estaba de pie cerca de la entrada, atento a cada detalle. El hombre, robusto y de rostro serio, se acercó a ella con una reverencia respetuosa, mostrando la deferencia y disciplina que se esperaba de alguien en su posición.

—Trae a Irene, Elisa, Belén y Clara —ordenó Lourdes con firmeza. El guardia, que parecía a punto de hacer algún comentario, se contuvo al ver la mirada firme de Lourdes, que dejó claro que no había lugar para preguntas o demoras. Asintiendo con rapidez, se dio la vuelta y salió de la habitación con pasos decididos, dejando tras de sí un silencio que se llenó rápidamente con la tensión de la espera.

Amelia permaneció de pie, su mente trabajando rápidamente mientras consideraba lo que estaba por venir. Jason, percibiendo la agitación de Amelia, colocó una mano tranquilizadora en su hombro, brindándole un apoyo silencioso. Mei, siempre observadora, captó la sutil interacción entre los dos y esbozó una pequeña sonrisa de aprobación. Sabía que su amiga estaba a punto de enfrentar una tarea difícil, pero también estaba segura de que Amelia tenía la fuerza necesaria para llevarla a cabo.

La espera parecía interminable, aunque solo pasaron unos minutos antes de que el sonido de pasos en el pasillo anunciara la llegada de las novatas. Amelia se preparó mentalmente para lo que vendría, consciente de que las decisiones que estaba a punto de tomar no solo afectarían su futuro, sino también el de esas mujeres que, como ella, habían sido forzadas a cambiar sus vidas de manera radical.

Cuando las puertas del salón se abrieron, las cuatro mujeres entraron en fila, una tras otra, sus miradas reflejaban una mezcla de incertidumbre y esperanza. Amelia las recibió con una sonrisa suave, intentando transmitirles la calma y la seguridad que ella misma necesitaba en ese momento.

Lucía avanzó con paso lento, como si cada movimiento le costara un esfuerzo considerable. Su figura esbelta, normalmente grácil, parecía encorvada bajo el peso de su tristeza. El cabello negro y liso caía suelto sobre sus hombros, sin el brillo habitual, y sus grandes ojos oscuros, que en otro tiempo mostraban una determinación admirable, ahora reflejaban una profunda melancolía. Su piel morena clara parecía haber perdido algo de su color, y aunque intentó esbozar una sonrisa amable, el gesto fue débil, como si estuviera demasiado cansada para sostenerlo. La tristeza que irradiaba era palpable, y cuando sus ojos se encontraron con los de Amelia, un destello de emoción cruzó su mirada antes de volver a bajar la vista, incapaz de sostener el contacto.

Irene fue la siguiente en entrar. Su estatura mediana y su porte decidida contrastaban con la fragilidad de Lucía. Irene mantenía la cabeza erguida, sus ojos verdes brillaban con un destello de determinación, aunque se podía percibir una cierta dureza en su expresión, como si estuviera preparada para luchar contra lo que fuera necesario. Su cabello castaño oscuro, largo y ondulado, caía en cascada sobre sus hombros, y su piel clara destacaba aún más sus delicados rasgos. Vestía de manera sencilla pero elegante, con un estilo minimalista que resaltaba su naturalidad. Irene no sonrió al entrar, pero su mirada, cuando se posó en Amelia, no mostró ni rastro de miedo, solo una calma controlada, propia de alguien que había aprendido a mantener el control en situaciones difíciles.

Elisa entró con una energía que parecía desafiar la solemnidad del momento. Alta y atlética, su figura esbelta y su cabello rubio claro, cortado en un estilo bob perfectamente peinado, le daban un aire sofisticado. Sus ojos azul profundo, brillantes y vivos, contrastaban con la atmósfera cargada del salón. Elisa vestía de manera casual pero con un toque chic, con unos jeans ajustados y una chaqueta de cuero que destacaba su carisma natural. A pesar de la tensión en la sala, Elisa esbozó una sonrisa cuando entró, su optimismo innato parecía buscar un rayo de luz en medio de la oscuridad. Sin embargo, cuando sus ojos se encontraron con los de Amelia, la sonrisa se suavizó, mostrando una comprensión silenciosa de la gravedad de la situación.

Finalmente, Belén cerró la fila. Su estatura baja y su complexión curvilínea no le restaban presencia. Belén tenía una belleza natural que irradiaba calidez, con su largo cabello negro liso que caía suavemente sobre su espalda y sus ojos marrones, grandes y expresivos, que observaban todo a su alrededor con una mezcla de curiosidad y aprehensión. Vestía con un estilo bohemio, un vestido largo y fluido que acentuaba su aire relajado, adornado con accesorios étnicos que resaltaban su individualidad. Belén era una persona introspectiva y perceptiva, y eso se reflejaba en la forma en que observaba a cada persona en la sala, leyendo sus emociones con una precisión casi inquietante. Al cruzar la mirada con Amelia, Belén ofreció una pequeña sonrisa, un gesto tranquilizador que parecía decir "Estoy aquí, y estoy lista para lo que venga."

Las cuatro jóvenes se detuvieron frente a Amelia, Jason, y Mei, formando una línea ordenada. Aunque cada una proyectaba una imagen diferente, la conexión entre ellas era evidente. Todas compartían una experiencia dolorosa que las había unido, y ahora, estaban listas para enfrentar lo que viniera, aunque la incertidumbre se cerniera sobre ellas como una nube oscura.

Amelia se levantó lentamente, sintiendo el peso de las miradas de las jóvenes que estaban frente a ella. Sabía que las decisiones que estaba a punto de tomar tendrían un impacto profundo en sus vidas, y ese pensamiento la llenaba de una mezcla de responsabilidad y temor. Sus ojos se posaron en Lucía, y el dolor que vio en su amiga hizo que su corazón se encogiera. Lucía, una vez tan fuerte y resiliente, ahora parecía quebrada por la desesperación. Amelia supo en ese momento que debía ser fuerte, no solo por sí misma, sino también por aquellas mujeres que dependían de ella. Tomó aire profundamente, preparándose para lo que venía, consciente de que el camino adelante no sería fácil.

Con un movimiento decidido, se acercó a Lucía y la abrazó con fuerza, sintiendo el temblor en el cuerpo de su amiga. La fragilidad de Lucía era palpable, y Amelia sintió una oleada de protección y determinación.

—Voy a sacarte de aquí, Lucía —prometió Amelia, su voz se quebr

ó al final mientras las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas.

Lucía, incapaz de contener su propia desesperación, rompió a llorar también. Desde el momento en que había sido transformada en mujer, su vida había sido una sucesión de sufrimientos y fracasos. Tres relaciones catastróficas la habían dejado al borde de la desesperación, y su tiempo en la organización se estaba agotando. Amelia acarició la cabeza de Lucía con ternura, permitiendo que ambas compartieran ese momento de vulnerabilidad. Permanecieron así durante un rato, dejando que las lágrimas fluyeran hasta que finalmente, la marea de emociones comenzó a calmarse.

Mientras Amelia y Lucía se reconfortaban mutuamente, el personal de la mansión, en un silencio respetuoso, se apresuró a modificar la disposición de los sofás en la habitación. Los sofás fueron movidos y reorganizados para dar espacio a cuatro sillas adicionales, colocadas en línea frente al sofá principal donde se sentaban Mei, Jason y Amelia. El sofá en el que habían estado Lourdes y Paulina fue movido hacia un lateral, de manera que las sillas ocupaban ahora una posición central, listas para recibir a las recién llegadas.

Cuando todo estuvo en su lugar, Amelia acompañó a Lucía hasta su silla, asegurándose de que su amiga estuviera cómoda antes de regresar a su asiento junto a Jason y Mei. Tomó un momento para recomponerse, consciente de que debía mantenerse firme por el bien de todas.

Jason, sintiendo que era el momento de avanzar, se inclinó ligeramente hacia adelante y miró a las cuatro jóvenes con una expresión seria pero comprensiva.

—Nos gustaría saber cuáles son vuestros conocimientos actuales, especialmente en cuanto a la dirección de una empresa o en el sector de la moda —comentó Jason, su voz era tranquila pero firme, dejando claro que sus respuestas serían cruciales para lo que vendría después.

Las cuatro mujeres, sentadas ahora frente a Amelia, Jason y Mei, intercambiaron miradas antes de responder. Lucía, aún recuperándose de la emoción del momento, fue la primera en hablar.

—He estudiado diseño de moda y tengo algo de experiencia en la gestión de proyectos —dijo Lucía, su voz era suave, pero se podía percibir una chispa de esperanza en ella. Aunque su espíritu había sido golpeado, la promesa de Amelia la mantenía firme—. No tengo mucha experiencia práctica, pero estoy dispuesta a aprender todo lo que sea necesario.

Irene, sentada a su lado, asintió antes de hablar.

—Yo estudié administración de empresas antes de... bueno, antes de todo esto —dijo Irene, su voz era más segura, mostrando la determinación que la caracterizaba—. Tengo conocimientos en contabilidad, gestión de recursos humanos y un poco de marketing. No he trabajado en moda, pero estoy segura de que puedo adaptarme.

Elisa fue la siguiente en hablar, con una sonrisa que contrastaba con la seriedad del momento.

—Yo soy más creativa. Estudié arte y comunicación, y siempre me ha interesado la moda desde un punto de vista visual y publicitario —explicó Elisa, su voz era animada, aunque había una nota de inseguridad al final—. No tengo mucha experiencia en gestión, pero puedo aportar mucho en términos de creatividad y branding.

Finalmente, Belén tomó la palabra, su tono era más reservado, pero había una determinación silenciosa en sus palabras.

—Mi formación es en psicología, pero siempre he tenido un interés por la moda y el diseño —dijo Belén, sus ojos expresivos se movieron de Jason a Amelia—. No tengo experiencia directa en la industria, pero soy una rápida aprendiz y creo que puedo contribuir en áreas como la gestión del equipo o la comunicación interna.

Amelia escuchó cada palabra con atención, asintiendo mientras procesaba las posibilidades que se abrían ante ellas. Sabía que el camino por delante no sería sencillo, pero estaba segura de que con el apoyo y la orientación adecuados, estas mujeres podrían encontrar su lugar en el mundo que estaban construyendo juntas. La determinación de Amelia se mezclaba con una creciente preocupación por el bienestar de sus compañeras, especialmente por Lucía, cuya fragilidad emocional estaba a flor de piel.

El silencio en la sala se rompió abruptamente cuando Mei, con su habitual franqueza, intervino. Su tono era firme, casi desafiante, buscando la verdad en las palabras de las jóvenes frente a ella.

—¿Estáis diciendo la verdad? —preguntó Mei, sus ojos escudriñaban los rostros de las cuatro mujeres, buscando cualquier indicio de duda o engaño—. Las cuatro vais a salir de aquí, y se os buscará un lugar donde podáis ser útiles. Si no estáis preparadas, no hay problema; se os dará la formación necesaria. Pero si estáis mintiendo, seréis castigadas.

El ambiente en la sala se tensó de inmediato. Las cuatro mujeres intercambiaron miradas de incertidumbre, conscientes de que cualquier falsedad podría tener graves consecuencias. Sabían que su conocimiento sobre moda era limitado, más allá de lo que habían aprendido para ser las "perfectas mujeres floreros." La primera en romper el incómodo silencio fue Belén, quien decidió afrontar la situación con honestidad.

—He dicho la verdad, pero... mentí un poco sobre mi interés en la moda —admitió Belén, su voz era suave pero firme—. Solo sé de moda lo que he aprendido aquí, no más.

Irene y Elisa siguieron su ejemplo, confesando que su conocimiento también era limitado y basado únicamente en lo que habían aprendido durante su estancia en la organización. La incertidumbre se reflejaba en sus rostros, y aunque intentaban mantenerse serenas, la tensión era evidente. Lucía, por su parte, permanecía en silencio, mirando hacia el suelo con vergüenza, como si estuviera reuniendo el valor para hablar. Finalmente, al ver que las demás habían confesado, tomó aire y rompió el silencio.

—Lo siento... —dijo Lucía, su voz era apenas un susurro al principio, pero pronto se fortaleció mientras dejaba salir la verdad—. No sé nada sobre moda, excepto lo que aprendí aquí. Tampoco tengo formación en dirección de empresas. Mis estudios son en informática... pero puedo estudiar diseño de moda si es necesario. Elegí informática porque pensé que me daría una salida... pero nunca tuve un interés real en ello. Por favor, no me mandéis a un prostíbulo. Trataré de aprender lo que me ordenéis.

El miedo en su voz era palpable, y Amelia sintió un nudo en la garganta al escuchar la desesperación en las palabras de su amiga. La idea de que Lucía pensara que su destino podría ser tan oscuro la llenó de una mezcla de tristeza y rabia. Sin perder un segundo, Amelia se giró hacia ella y respondió con firmeza.

—Serías la última en ir a un prostíbulo, Lucía —dijo Amelia, su tono era decidido, casi feroz—. Te lo he prometido, voy a sacarte de aquí, y no será para llevarte a un lugar como ese.

Luego, dirigiendo su mirada hacia Mei, Amelia formuló una petición que sabía que podría ser delicada.

—¿Podrías enseñarle a hacer magia con los ordenadores? —preguntó, sabiendo que estaba pidiendo algo significativo.

Mei la miró con una mezcla de sorpresa y reticencia. Conocía la importancia que Lucía tenía para Amelia, pero la idea de formar a alguien como hacker la inquietaba. Para Mei, ser la hacker privada de Amelia no solo era un rol importante, sino también una especie de salvaguarda, una palanca que la mantenía en una posición clave dentro de la vida de Amelia. Si enseñaba a Lucía, temía perder esa ventaja estratégica.

—Amelia... yo... —comenzó Mei, sus ojos reflejaban la confusión y el conflicto que sentía—. Si Lucía se convierte en hacker... ¿Dónde quedo yo?

Amelia vio la duda en los ojos de Mei, y comprendió que su petición era más complicada de lo que había pensado. Sabía que Mei no quería ser reemplazada, y que la propuesta podía generar tensiones. Pero al mismo tiempo, entendía que Lucía necesitaba una oportunidad, algo que le diera sentido a su vida y la sacara del abismo en el que se encontraba.