La música y las risas llenaban el salón de la gala, pero Laura apenas las escuchaba. Su mente estaba concentrada en una única meta: destruir a Amelia. La subasta había sido una derrota amarga, y Laura no podía permitir que Amelia continuara ganando terreno, no solo en el corazón de Jason, sino también en la alta sociedad de Hesperia. Con sus ojos clavados en Amelia, que conversaba animadamente con otros invitados, Laura ideó su plan.
Con una sonrisa calculadora, se acercó a Amelia cuando la vio sola por un momento. La rodeó con un aura de amabilidad falsa, fingiendo preocupación.
—Amelia, querida, ¿puedo hablar contigo un momento? Hay algo en tu vestido que deberías revisar. No quisiera que algo tan trivial arruinara una noche tan maravillosa como esta —dijo Laura, con una dulzura envenenada.
Amelia, no queriendo parecer descortés, asintió. Aunque había algo en el tono de Laura que le resultaba incómodo, prefirió no hacer una escena y la siguió hasta un rincón más privado.
—Es solo que he notado algo en la parte trasera de tu vestido; tal vez en el aseo puedas ajustarlo rápidamente —sugirió Laura, con la voz impregnada de una falsa amabilidad.
Sin sospechar del todo, Amelia aceptó, agradecida en parte por el consejo. Se dirigió al aseo con paso decidido, queriendo resolver el asunto rápidamente. Pero mientras avanzaba, una sensación de incomodidad comenzó a crecer en su interior, una advertencia que su intuición intentaba enviarle. ¿Por qué razón esa víbora de Laura se mostraba amable advirtiéndole de un fallo en el vestido?
Mientras tanto, en una sombra más apartada del salón, Sandro aguardaba, su mente torcida por el odio y el deseo de venganza. Laura le había dado instrucciones claras, y aunque su orgullo herido le impedía confiar del todo en ella, la promesa de poder y la oportunidad de destruir a Amelia lo habían llevado a aceptar el riesgo. Sabía que tenía que actuar rápido y contundentemente para aprovechar la situación que Laura le había creado.
Cuando Amelia entró en el aseo, sus ojos se encontraron con los de Sandro, y todo su ser se congeló. No había esperado verlo ahí, y la comprensión de lo que estaba sucediendo cayó sobre ella como una losa. Sandro sonrió con una frialdad que hizo que la sangre de Amelia se helara.
—Parece que finalmente estás sola, Amelia —dijo Sandro, acercándose con una mirada que dejaba claras sus intenciones.
El terror se apoderó de Amelia, pero al mismo tiempo, recordó las palabras de Mei: "No tienes que enfrentarlo sola. Eres más fuerte de lo que crees". Respiró hondo, luchando contra el pánico, y se mantuvo firme.
—Sandro, aléjate de mí —dijo Amelia, con una voz que, aunque temblorosa, contenía una firmeza inesperada—. No voy a permitir que me intimides.
Sandro soltó una carcajada baja, oscura, mientras continuaba acercándose.
—¿De verdad crees que puedes detenerme? —susurró, sus palabras goteando desprecio—. Nadie viene a rescatarte, Amelia. Esta vez, no hay escapatoria. Yo lo he perdido todo, pero al menos tú serás mía.
Amelia retrocedía con desesperación, su espalda chocando contra los fríos azulejos del baño mientras Sandro avanzaba, sus ojos brillando con una mezcla de odio y perverso placer. Cuando lo vio bloquear la puerta con una silla, un frío mortal la invadió. Estaba atrapada.
—Sandro, no hagas una tontería —dijo Amelia, su voz temblando mientras intentaba mantener la calma—. Ahí fuera hay muchas personas. ¿Cuánto crees que tardarán en notar que la puerta está cerrada?
Pero Sandro apenas la escuchaba, su mirada era la de un depredador que ha acorralado a su presa. Amelia no tenía a dónde ir; estaba atrapada entre los cubículos, los lavabos y la pared, sin ningún lugar donde escapar.
—Quizás yo ya esté perdido, pero te llevaré conmigo —espetó Sandro, sus labios retorciéndose en una sonrisa lasciva—. ¿Cómo crees que Jason te mirará después de que te haya tenido en mis manos? ¿Después de que te haya... poseído?
El estómago de Amelia se revolvió al escuchar esas palabras llenas de veneno. Con manos temblorosas, sacó su smartphone del bolso, pero antes de que pudiera marcar, Sandro se lo arrebató de un golpe, enviándolo a volar contra la puerta. El pánico la invadió, pero trató de mantener la cabeza fría, buscando un punto vulnerable en su agresor. Pensó en una patada o un rodillazo en la entrepierna, pero el vestido ajustado le impedía moverse con libertad.
Desesperada, lanzó un puñetazo hacia su rostro, apuntando a su nariz, pero Sandro interceptó su puño con facilidad, apretando su mano con una fuerza brutal. Con un movimiento rápido y brutal, la forzó contra el lavabo, su cabeza golpeó el espejo con un sonido sordo. El dolor irradiaba desde su mano derecha, que ahora estaba retorcida y atrapada tras su espalda.
—¡Por favor, Sandro, para! —sollozó Amelia, sintiendo las lágrimas rodar por su rostro mientras la desesperación se apoderaba de ella—. Firmaremos otro contrato, te daré lo que quieras, pero no me hagas esto...
Sandro no respondió con palabras, pero su cruel sonrisa lo decía todo. Su mano derecha comenzó a recorrer el cuerpo de Amelia con una lentitud escalofriante, sus dedos aferrándose a su piel como garras.
—¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Me está intentando violar! —gritó Amelia con todas sus fuerzas, pero su voz fue sofocada rápidamente cuando Sandro, en un acto despiadado, le sujetó ambos brazos detrás de la espalda y comenzó a meter papeles en su boca, apretándolos con brutalidad hasta que sus gritos quedaron sofocados.
Amelia luchaba con todas sus fuerzas, pero cada movimiento solo parecía darle más placer a Sandro. Negaba con la cabeza con furia, intentando resistirse, pero la cantidad de papel en su boca la asfixiaba, impidiéndole emitir cualquier sonido. Los golpes en la puerta empezaron a resonar, un tenue atisbo de esperanza en medio de su pesadilla.
Sandro, sintiendo la urgencia del momento, se quitó el cinturón con un movimiento ágil y ató las muñecas de Amelia con fuerza. Luego abrió el grifo, dejando que el agua comenzara a llenar el lavabo. Amelia miraba aterrorizada, sin comprender por qué hacía eso, pero su terror alcanzó nuevas alturas cuando sintió cómo él rasgaba la falda de su vestido y tiraba de su tanga, dejando al descubierto su intimidad.
Con una fuerza brutal, Sandro empujó su cabeza hacia el lavabo, sumergiéndola en el agua. La sensación de ahogo fue inmediata, el agua inundó su boca y su nariz mientras luchaba desesperadamente por respirar.
—Deja de moverte, y sacaré tu cabeza del agua —gruñó Sandro, su voz un susurro amenazante sobre el sonido del agua—. Si no, me da igual follarte cuando estés muerta.
Amelia no pudo escuchar esas palabras por el rugido del agua en sus oídos y su desesperado esfuerzo por mantener la cabeza fuera del agua, aunque solo fuera para respirar. Los golpes en la puerta se intensificaron, pero todo parecía perdido. El miembro de Sandro comenzó a acercarse peligrosamente a sus piernas, y ella intentaba cerrar las piernas con todas sus fuerzas, luchando contra lo inevitable.
El pánico la invadía, sabía que estaba a punto de ser violada y posiblemente asesinada. Pero entonces, como un rayo en la oscuridad, la puerta del aseo se abrió de golpe, y Mei apareció en el umbral, su rostro era una máscara de ira contenida y determinación feroz.
—¡¿Qué demonios crees que estás haciendo, Sandro?! —La voz de Mei cortó el aire como un cuchillo afilado, resonando en el pequeño espacio con una intensidad que llenó de terror a Sandro.
Li Wei la seguía de cerca, su mirada reflejaba la misma furia, listas para intervenir y destrozar a Sandro si se atrevía a dar un paso más.
Sandro, sorprendido y acorralado, retrocedió bruscamente, intentando recomponerse, pero la confianza que lo había impulsado hasta ese momento comenzaba a desmoronarse.
—Esto no es asunto tuyo, Mei —espetó, aunque su voz, antes arrogante, ahora temblaba ligeramente.
Pero Mei no estaba dispuesta a dejar que Sandro saliera ileso de esta. Con un movimiento decidido, se acercó más, liberando a Amelia del agarre de Sandro, mientras Li Wei se posicionaba entre él y la puerta, cortándole cualquier vía de escape. En la puerta comenzaron a amontonarse más personas, alertadas por los gritos y el alboroto.
—Te atreviste a tocarla... —La voz de Mei era un susurro amenazante, cargada de una ira que apenas podía contener—. Te atreviste a hacerle esto, y vas a pagar por ello.
Sandro, dándose cuenta de que estaba perdido, soltó a Amelia y se apartó, su rostro contorsionado por la rabia y la humillación. Sabía que había perdido, y que ahora su única opción era escapar antes de que las cosas se volvieran aún peor. Empujó a Li Wei con fuerza para apartarla de su camino y salió corriendo del aseo, con el rostro quemándole de vergüenza y odio.
Sandro no logró avanzar más allá de la puerta del aseo. Un grupo de hombres, alertados por los gritos y el alboroto, lo interceptaron rápidamente. Con rostros endurecidos por el desprecio, lo derribaron con fuerza, inmovilizándolo contra el suelo mientras la seguridad llegaba para encargarse de él. La tensión en el aire era palpable, y el silencio que se formó en el pasillo resonaba con el peso de la indignación colectiva.
Dentro del aseo, Amelia seguía en el suelo, su cuerpo temblaba incontrolablemente mientras intentaba recuperar el aliento. Las lágrimas surcaban su rostro, cayendo al suelo de mármol como pequeños cristales rotos. Mei y Li Wei permanecían a su lado, arrodilladas junto a ella, abrazándola con fuerza. Sus gestos eran de protección y consuelo, un ancla en medio del torbellino de emociones que Amelia estaba viviendo. Aunque destrozada, sabía que había sobrevivido, que no estaba sola, y que, tarde o temprano, la justicia caería sobre Sandro como una tormenta devastadora.
El bullicio en el salón se había desvanecido, reemplazado por un murmullo grave mientras los invitados procesaban lo que había ocurrido. Varias mujeres, con expresiones de horror y compasión, entraron en el servicio para asistir a Amelia. Se inclinaron hacia ella, sus rostros reflejando una mezcla de empatía y furia hacia el monstruo que había intentado dañarla.
Jason, que había estado en otro punto del salón recogiendo las piezas ganadas en la subasta, vio el tumulto y se acercó con prisa. La visión de Sandro retenido en el suelo, rodeado por hombres cuyos rostros estaban marcados por el desprecio, le llenó de una furia asesina. Pero fue cuando sus ojos se posaron en el interior del aseo, donde Amelia estaba derrumbada, sostenida por Mei y Li Wei, que sintió como si una bestia primitiva se despertara dentro de él. La ira lo cegó momentáneamente, y un impulso casi incontrolable de matar a Sandro en ese mismo instante lo dominó.
Con el rostro contorsionado por la furia, Jason dio un paso hacia Sandro, pero varios hombres, anticipando su reacción, lo sujetaron firmemente, evitando que cometiera una locura.
—No cometas una tontería, Jason —dijo la Señora Villalobos con un tono firme pero sereno, su voz resonando con la autoridad de alguien que entendía el peso de las acciones—. Este desgraciado ha cometido su última tropelía. Pagará por sus crímenes, no solo ante la justicia, sino de la manera en que solo nosotros podemos castigarle.
Sus palabras, dichas con una calma aterradora, resonaron en la sala. No era necesario explicar más; todos entendieron el mensaje. Sandro no solo enfrentaría la justicia de los tribunales, sino que también sería condenado al ostracismo total. Cualquier persona o empresa que continuara manteniendo relaciones con él quedaría automáticamente excluida de la sociedad. Era una sentencia definitiva, peor que cualquier cárcel, un exilio del que nunca podría regresar.
El ambiente en el salón se tornó helado, cada mirada dirigida a Sandro era un recordatorio de su caída. Había sido reducido a nada más que un paria, y lo sabía. Mientras era arrastrado fuera del edificio, los murmullos y miradas de desprecio de los presentes lo acompañaron, sellando su destino.
Cuando Amelia y Mei salieron del aseo, Laura estaba esperando a poca distancia, fingiendo una expresión de horror y preocupación. Sin embargo, el leve alivio en sus ojos, al ver a Amelia en un estado vulnerable, se desvaneció rápidamente cuando se dio cuenta de que, pese al vestido destrozado, el cabello enmarañado y las marcas visibles de la lucha, Amelia mantenía la cabeza alta y la mirada firme. A pesar de su aspecto desaliñado, Amelia irradiaba una fuerza que Laura no había anticipado.
Amelia, aunque sentía el peso del trauma y un profundo deseo de volver a hundirse en el suelo y llorar, sabía que tenía que enfrentarse a Laura. No le daría la satisfacción de verla derrotada.
Mei se acercó a Laura con pasos decididos, su mirada fija en la de ella, llena de una intensidad que no dejaba lugar a dudas sobre lo que estaba por venir.
—Laura, fue un movimiento inteligente —comenzó Mei, su voz era tan fría como afilada—, pero te subestimaste a ti misma. Pensaste que podrías destruir a Amelia usando a un ser despreciable como Sandro. Pero tu plan no solo falló, sino que ahora vas a pagar por el dolor que has causado.
Laura, por un instante, intentó mantener su fachada de inocencia, pero la expresión en su rostro la traicionó, mostrando un atisbo de frustración y temor.
—No sé de qué estás hablando —replicó con una sonrisa tensa, pero su voz carecía de la seguridad de siempre.
En ese momento, Jason apareció detrás de ellas, habiéndose asegurado de que Sandro estuviera bajo la custodia de los guardias de seguridad mientras esperaban la llegada de la policía. Su presencia imponente hizo que Laura retrocediera un paso involuntariamente.
—No vamos a hacer una escena aquí, Laura —dijo Jason con una calma calculada, aunque sus ojos brillaban con un enfado contenido que apenas lograba mantener bajo control—. Pero lo que has intentado hacer esta noche no quedará sin consecuencias.
—Jason, estoy tan horrorizada como vosotros. Sí, yo le sugerí a Amelia que fuera al servicio, pero jamás pensé que Sandro la seguiría. Solo creí ver un defecto en la espalda de su vestido y quise ayudarla —balbuceó Laura, tratando de mantener su coartada, pero su voz temblaba ligeramente, y las palabras no lograban convencer a ninguno de los cuatro que la rodeaban.
La mentira de Laura no hizo más que alejarla aún más de Jason, quien la miró con una mezcla de desprecio y desilusión. Sabía que su plan había fallado estrepitosamente y que ahora estaba al borde de un abismo del que sería difícil escapar. La mirada de Jason lo decía todo: había perdido cualquier oportunidad con él, y lo que es peor, estaba a punto de ser marginada en su carrera profesional. Si era despedida por este incidente, sería casi imposible encontrar otra posición similar en cualquier otra empresa.
Amelia, aunque aún luchaba por procesar el impacto de lo sucedido, dio un paso adelante, su voz era firme y tranquila, mostrando una serenidad que solo subrayaba su superioridad moral.
—Laura, siempre fuiste una rival digna de consideración, pero la diferencia entre tú y yo es que no necesito jugar sucio para ganar. Recuerda eso —dijo Amelia, con una calma que desarmó cualquier defensa que Laura pudiera haber intentado.
La gala había terminado para Amelia y Jason. El estado del vestido de Amelia y la humillación sufrida no le dejaban ningún deseo de permanecer más tiempo en ese lugar. Sin embargo, antes de que pudieran retirarse, varios hombres y mujeres de la alta sociedad se acercaron para mostrarles su apoyo. Señoras con vestidos elegantes y caballeros con trajes impecables les ofrecían palabras de consuelo, mientras otras mujeres, aún impactadas por lo sucedido, rodeaban a Amelia con abrazos y gestos de empatía.
—Lo siento mucho por lo que has pasado, Amelia —dijo una de las matriarcas más influyentes de Hesperia, tomando su mano con calidez—. Nadie debería enfrentar algo así, y todos nosotros estamos contigo.
Otra mujer, famosa por su papel en la comunidad empresarial, asintió con firmeza.
—Sandro no volverá a poner un pie en ningún evento de la sociedad. Aseguraremos que esto no quede impune.
Jason, agradecido por el apoyo, asintió mientras se mantenía cerca de Amelia, su mano sobre su hombro en un gesto protector.
—Gracias a todos —dijo, su voz era baja pero llena de gratitud—. Sabemos que contamos con amigos que realmente importan.
Con estas muestras de solidaridad, Amelia y Jason fueron a retirarse. La experiencia sufrida por Amelia había sido terrorífica, pero aún quedaba un rato más de sufrimiento. La policía llegó con un importante número de inspectores.
Esto ya no era solo un intento de violación; era la situación donde se había producido, y la importancia de las personas implicadas requería que se atendiera de manera cuidadosa para evitar consecuencias aún mayores.