La atmósfera en el salón de la gala se volvió más solemne cuando las luces se atenuaron ligeramente, enfocándose en el escenario central donde se exhibían los primeros objetos de la subasta. Una sensación de expectación recorría el aire mientras los asistentes ajustaban sus posturas, preparándose para el evento que prometía ser el clímax de la noche. Amelia, todavía sintiendo los restos de tensión por el encuentro con Sandro, trató de dejar atrás esa sensación y centrarse en lo que tenía delante.
Jason, siempre atento a cada detalle, notó la mirada pensativa de Amelia y le señaló el catálogo de la subasta con una sonrisa tranquilizadora tras acercarse a ella para llevarla a las sillas colocadas delante del escenario.
—Echa un vistazo —le sugirió suavemente—. Si ves algo que te interese, dímelo. Estaré encantado de conseguirlo para ti.
Amelia aceptó la indicación y se sentó en una silla cercana, agradecida por la oportunidad de distraerse. Mientras hojeaba el catálogo, sus ojos recorrieron las páginas repletas de imágenes y descripciones de joyas antiguas, obras de arte y piezas de colección, cada una más exquisita que la anterior. Cada objeto parecía contar su propia historia, pero fue una pieza en particular la que capturó su atención, haciéndola detenerse.
Era una delicada gargantilla de diamantes, descrita en el catálogo como una reliquia única del siglo XX. Los diamantes, finamente engarzados en platino, formaban un patrón intrincado de hojas y flores, un diseño que evocaba la gracia y la elegancia de otra época. La gargantilla había pertenecido a Loretta Sinclair, una actriz icónica de los años cincuenta, cuyo rostro había adornado las portadas de innumerables revistas de la época dorada de Hollywood.
La descripción en el catálogo detallaba la fascinante historia de la pieza. Loretta Sinclair, conocida tanto por su talento como por su deslumbrante belleza, había recibido la gargantilla como un regalo de un famoso director de cine, con quien había mantenido una intensa pero tumultuosa relación. El director, un hombre conocido por su genio creativo y su temperamento impredecible, le había entregado la joya como símbolo de su devoción eterna, un gesto romántico que había sido ampliamente cubierto por la prensa de la época.
Sin embargo, la historia de la gargantilla estaba marcada por la tragedia. Loretta Sinclair, tras una carrera llena de éxitos, había caído en desgracia debido a su asociación con el director, cuya vida personal había comenzado a desmoronarse, llevándola consigo. La actriz, una vez en la cima del mundo, había luchado contra la adversidad, enfrentándose a escándalos, traiciones y la presión implacable de la fama. A pesar de todo, había mantenido la gargantilla, viéndola como un símbolo de su propia resistencia y fortaleza.
Con el tiempo, Loretta Sinclair había logrado reconstruir su vida, convirtiéndose en un ejemplo de perseverancia y reinvención. Aunque su estrella en Hollywood se había desvanecido, su legado como una mujer que había sobrevivido a la tempestad permanecía. La gargantilla, con su belleza atemporal y su historia de resistencia, había sido una de las pocas posesiones que la actriz había conservado hasta el final de sus días.
Amelia sintió una conexión instantánea con la pieza. No solo por su belleza, que era innegable, sino por lo que representaba. La historia de Loretta Sinclair, su capacidad para superar las adversidades y redefinir su vida, resonaba profundamente en ella. La gargantilla no era solo una joya; era un símbolo de fuerza, de la capacidad de resistir y brillar a pesar de las circunstancias.
Amelia pasó los dedos sobre la imagen de la gargantilla en el catálogo, como si pudiera sentir la energía de Loretta Sinclair a través de las páginas. Sabía en ese momento que quería esa pieza, no solo como un objeto de lujo, sino como un recordatorio constante de que, al igual que Loretta, ella también tenía la fortaleza para enfrentar cualquier desafío que se le presentara.
—Creo que me gustaría intentar conseguir esta gargantilla —dijo Amelia, señalando la imagen en el catálogo.
Jason, que había estado observándola en silencio, miró la pieza y luego a Amelia, asintiendo con una sonrisa de complicidad.
—Entonces, haremos que sea tuya —respondió con determinación.
La subasta comenzó con un murmullo de aprobación de los asistentes, y el primer lote fue presentado: una pintura impresionista de gran renombre. Las pujas comenzaron rápidamente, con voces seguras elevándose desde diferentes rincones de la sala. Los números aumentaban en espiral mientras los postores se enfrentaban en una batalla silenciosa pero feroz.
Amelia observaba la subasta con interés creciente, sintiendo cómo la tensión en la sala se intensificaba con cada nueva oferta. Las apuestas aumentaban mientras piezas exquisitas cambiaban de manos, y tras la venta de un majestuoso cuadro renacentista, el siguiente artículo anunciado captó su atención: un antiguo violín de manufactura italiana.
El violín, delicadamente iluminado bajo las luces cálidas del escenario, parecía una obra de arte en sí mismo. Su cuerpo estaba hecho de una madera envejecida con siglos de historia, pulida hasta alcanzar un brillo suave y cálido. Las cuerdas, tensas y perfectamente alineadas, descansaban sobre un puente finamente tallado, y el arco, hecho de pernambuco, completaba la presentación. El violín había sido creado por un maestro luthier en Cremona durante el siglo XVIII, y su sonido, según el subastador, era tan puro y claro como el primer día en que fue tocado.
El subastador, un hombre de voz clara y potente, comenzó su discurso, destacando la singularidad de la pieza.
—¡Damas y caballeros! Tenemos ante nosotros una joya musical de inestimable valor: un violín de Cremona del siglo XVIII, obra de un maestro luthier que ayudó a definir el sonido de toda una era. El precio inicial es de 50,000 euros. ¿Quién ofrece 50,000 euros para comenzar?
Amelia, aunque no tenía conocimientos sobre cómo tocar el violín, sintió un impulso de pujar. Sin ser una pieza barata, su precio inicial no era tan desorbitado como el de las joyas o las obras de arte más prestigiosas que se habían subastado previamente. Sacó discretamente su smartphone y consultó el saldo de su cuenta. Tras asegurarse de que podría permitirse un capricho de ese tipo, levantó la mano con decisión para realizar la oferta inicial.
—¡Tenemos 50,000 euros de la señorita al fondo! —anunció el subastador, señalando a Amelia con una sonrisa—. ¿Alguien ofrece 55,000?
La sala guardó un breve silencio antes de que otra oferta llegara desde el otro lado. El precio comenzó a subir de forma constante, pero aún estaba dentro de un rango razonable.
Mientras las ofertas se sucedían, Amelia sintió una mirada fija en ella. Al girar ligeramente la cabeza, sus ojos se encontraron con los de Laura, que la observaba desde el otro lado de la sala. Laura arqueó una ceja y, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, levantó la mano para hacer su oferta.
—¡55,000 euros de la dama en la parte delantera! —exclamó el subastador, con una energía creciente—. ¿Alguien ofrece 60,000?
Amelia no se dejó intimidar. A medida que las ofertas continuaban subiendo, ella levantó la mano nuevamente, superando la última oferta de Laura con una expresión de calma calculada.
—60,000 euros de nuevo para la señorita al fondo. ¿70,000? —el subastador miró alrededor de la sala, sus palabras resonando en el aire cargado de tensión—. ¿70,000 euros por este magnífico violín?
Laura respondió rápidamente, aumentando la oferta a 70,000 euros. Era evidente que el interés de ambas mujeres no residía en el violín en sí, sino en la competición silenciosa entre ellas.
—¡70,000 euros! —anunció el subastador con entusiasmo—. ¿Alguien da 80,000?
Amelia alzó la mano sin dudar, llevando el precio a 80,000 euros.
—¡80,000 euros! ¿90,000? —el subastador comenzó a sentir la intensidad de la puja, su voz se elevaba mientras intentaba avivar la llama de la competencia—. ¡Vamos, señoras, un violín de esta calidad no aparece todos los días!
—No pensé que te interesara tanto un violín, Amelia —comentó Laura con un tono suave, aunque cargado de veneno—. Siempre te imaginé más... práctica.
—A veces, las antigüedades tienen un encanto irresistible —respondió Amelia con una sonrisa—. Especialmente cuando cuentan historias tan ricas como este violín. ¿90,000 euros?
—¡90,000 euros de la dama en la parte delantera! —exclamó el subastador, avivando el interés de la sala—. ¿Alguien ofrece 100,000?
La cifra seguía aumentando, y pronto el viol
ín estaba alcanzando cifras exorbitantes. Amelia sintió una leve presión en su pecho, pero no iba a ceder. Con una última mirada desafiante, hizo su oferta final.
—100,000 euros —dijo con firmeza.
—¡100,000 euros al fondo! —la voz del subastador retumbó con una energía renovada—. ¿Alguien da 110,000?
Laura, ahora visiblemente molesta, levantó la mano con un gesto rápido.
—110,000 euros —dijo, su voz era más tensa.
Amelia consultó nuevamente su saldo, consciente de que estaba entrando en un terreno peligroso, pero con una determinación que no dejaba lugar a dudas.
—120,000 euros —ofreció con calma.
El subastador sonrió ampliamente. —¡120,000 euros! Esto se está poniendo interesante. ¿Quién ofrece 130,000?
Laura apretó los labios, consciente de que continuar la puja era una locura, pero la idea de ceder ante Amelia era aún más insoportable. Hizo una pausa, pero finalmente, bajó la mano, admitiendo la derrota.
—¡120,000 euros a la señorita al fondo, por última vez! ¿Nadie más? —el subastador levantó el martillo, mirando alrededor—. ¡Vendido por 120,000 euros!
El sonido del martillo golpeando resonó en la sala, seguido de un breve aplauso. Amelia se recostó en su asiento, con una sonrisa victoriosa. Aunque ni ella ni Laura tenían un verdadero interés en el violín, había sido una batalla ganada en un campo mucho más importante.
—Disfruta del violín, Amelia —dijo Laura al pasar junto a ella, intentando mantener la compostura—. Estoy segura de que encontrarás un buen uso para él... o al menos un buen lugar para exhibirlo.
—Oh, no te preocupes, Laura —respondió Amelia, con una calma imperturbable—. Al final, lo que importa es quién lo posee, ¿no crees?
Laura cerró el puño, intentando mantener la cabeza alta, pero no pudo evitar sentir el aguijón de la derrota. Amelia, por su parte, disfrutó del dulce sabor de la victoria, sabiendo que, aunque la pieza en sí no era el premio real, había demostrado que estaba a la altura de cualquier desafío que Laura quisiera lanzarle.
Cuando finalmente llegó el turno de la gargantilla que había captado su atención, Amelia notó que otras miradas también se dirigían hacia ella. La joya, una obra maestra de la alta joyería, brillaba bajo las luces del salón, con diamantes engastados en una delicada estructura de platino. Cada piedra, cuidadosamente seleccionada, reflejaba una historia de elegancia y poder. La gargantilla había pertenecido a una famosa actriz de los años cincuenta, una mujer que había superado innumerables adversidades, convirtiéndose en un símbolo de resistencia y fortaleza. Esa historia, más que la pieza en sí, era lo que había atrapado el interés de Amelia.
El subastador, un hombre con voz resonante y gestos precisos, levantó la mano para señalar la joya.
—Damas y caballeros, tenemos ante nosotros una verdadera reliquia de la historia del cine y la joyería. Esta gargantilla de diamantes fue portada por la legendaria actriz Celia Van Heusen en la noche en que ganó su primer Oscar. Un símbolo de glamour, tenacidad y éxito. La puja comienza en 200,000 euros. ¿Quién ofrece 200,000?
Las primeras pujas comenzaron de manera discreta, con algunos asistentes levantando sus paletas de manera casual. Pero pronto, la sala se dio cuenta de que el duelo se centraba entre dos figuras: Amelia y Marta. Cada vez que Amelia elevaba la oferta, Marta la seguía con una sonrisa tranquila, casi desafiándola.
—Doscientos cincuenta mil euros al fondo —anunció el subastador, señalando a Amelia—. ¿Alguien ofrece trescientos mil?
Marta levantó su paleta con la misma calma imperturbable.
—Trescientos mil euros de la dama al frente. ¿Trescientos cincuenta mil?
Amelia, sin perder la compostura, levantó su mano una vez más.
—Trescientos cincuenta mil —dijo el subastador, ahora con más entusiasmo—. ¿Quién da cuatrocientos mil?
Marta respondió de inmediato, aumentando la oferta sin siquiera vacilar.
—Cuatrocientos mil euros —anunció el subastador, mirando a Amelia—. ¿Alguien da cuatrocientos cincuenta mil?
Amelia sintió una leve presión en el pecho. El precio estaba alcanzando niveles altos, pero no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente. Levantó la mano, llevando la oferta a cuatrocientos cincuenta mil euros.
—Cuatrocientos cincuenta mil euros al fondo. ¿Medio millón? —El subastador hizo una pausa, observando las reacciones de los asistentes. Marta, con una sonrisa enigmática, levantó la paleta.
—Medio millón de euros —dijo, y la sala quedó en silencio por un breve instante.
Amelia sintió un nudo en el estómago. El precio había superado con creces su límite, y aunque la joya le resultaba atractiva, sabía que continuar era imprudente. Bajó la mano lentamente, resignada a dejar la pieza.
Pero justo en ese momento, Jason, que había estado observando en silencio, hizo un gesto sutil a Amelia, indicándole que dejara la puja en sus manos. Ella lo miró, sorprendida, pero él solo asintió con una sonrisa. Entendiendo su intención, Amelia se relajó y dejó que Jason tomara el relevo.
—Quinientos cincuenta mil euros —anunció Jason, su voz fuerte y clara, haciendo que varias cabezas se volvieran hacia él.
El subastador sonrió, viendo cómo la puja se intensificaba. —¡Quinientos cincuenta mil euros! ¿Seiscientos mil?
Marta, sorprendida por la intervención de Jason, dudó por un momento, pero luego levantó su paleta una vez más.
—Seiscientos mil euros —dijo, su tono era ahora más tenso.
—Seiscientos cincuenta mil —replicó Jason sin inmutarse, su mirada fija en Marta.
El subastador, ahora visiblemente emocionado, animaba a ambos postores. —¡Seiscientos cincuenta mil euros! Esto se pone interesante, señoras y señores. ¿Alguien da setecientos mil?
Marta apretó los labios, sabiendo que la cifra estaba alcanzando niveles desorbitados. Sin embargo, la idea de ceder tan pronto era insoportable. Levantó la mano una última vez.
—Setecientos mil euros.
Jason no dudó ni un segundo antes de hacer su oferta final.
—Ochocientos mil euros —dijo con firmeza, y la sala entera contuvo la respiración.
El subastador miró a Marta, quien ahora estaba claramente molesta. Sabía que continuar la puja era irracional, pero la derrota era amarga. Finalmente, bajó la paleta, aceptando su derrota con una sonrisa forzada.
—Ochocientos mil euros por última vez... ¡Vendido al caballero al fondo! —El martillo del subastador cayó con un golpe firme, y la sala estalló en aplausos.
Jason sonrió con satisfacción mientras Amelia lo miraba con una mezcla de asombro y gratitud.
—Parece que la hemos ganado —dijo Jason con una inclinación de cabeza—. Bien hecho, Amelia.
Amelia sintió una oleada de satisfacción, no solo por la adquisición de la pieza, sino por el gesto de apoyo y la confianza que Jason había demostrado al tomar el relevo. Sabía que, en ese momento, no solo habían ganado una joya, sino que habían demostrado su fortaleza en un juego de poder y status.
Mientras las felicitaciones continuaban, Marta se acercó a ellos, su expresión era serena, pero había una chispa de competitividad en sus ojos.
—Felicidades por la adquisición, Amelia. Esa gargantilla tiene una historia fascinante. Creo que le sienta bien a su nueva propietaria —dijo Marta, extendiendo la mano en señal de felicitación—. Me encantaría que encontráramos un momento para conversar sobre posibles colaboraciones. Estoy segura de que nuestras empresas podrían lograr grandes cosas juntas.
Amelia estrechó la mano de Marta, notando la fuerza y la determinación en su apretón.
—Estaré encantada de hablar sobre eso, Marta. Creo que hay mucho potencial en lo que podríamos hacer juntas —respondió Amelia, consciente de que este encuentro podría ser el inicio de una alianza poderosa. Tras lo cual intercambiaron sus teléfonos y correos electrónicos.
Con esta promesa de futuras colaboraciones en el aire, la noche continuó, con Amelia y Jason consolidando no solo su posición en la alta sociedad de Hesperia, sino también su red de influencias y contactos en el mundo empresarial.