Chereads / Pibe Box / Chapter 2 - Mateo Martínez

Chapter 2 - Mateo Martínez

El sol filtraba tímidamente sus rayos a través de las cortinas, iluminando la habitación de Mateo. Era un nuevo día en ese pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires. Para él, cada mañana representaba una lucha constante contra los demonios que lo acosaban.

Se levantó lentamente de la cama, su rostro reflejando el cansancio y la tristeza que cargaba consigo. Un doloroso recuerdo emergió con fuerza en su mente:

"Hace 11 años... Mi padre, consumido por su adicción a las drogas y en un estado de embriaguez, protagonizó una escena desgarradora. Ante mis propios ojos, presencié cómo se hería a sí mismo con un cuchillo, cortándose profundamente las venas. Observé cada maldito segundo de su agonía."

De regreso al presente... Mateo,16 años. Se miró en el espejo del baño.

Su cabello largo y desaliñado caía sobre sus hombros, ocultando parcialmente su rostro. Se colocó las gafas y observó detenidamente su reflejo. Aunque sabía que era atractivo, su timidez y la forma en que se escondía tras su apariencia lo convertían en un enigma para los demás.

Bajó las escaleras y encontró a su madre María, de 36 años, preparando el desayuno en la pequeña cocina. Ella lucía agotada, pero su rostro se iluminó al ver a su hijo.

—¡Buenos días, mi amor! —lo saludó con una sonrisa

—. Espero que hayas descansado bien.

Mateo asintió con la cabeza y se sentó a la mesa. Su hermana menor Ariana, de 13 años, se les unió radiante de energía y entusiasmo juvenil. A diferencia de Mateo, ella era extrovertida y siempre buscaba la forma de alegrar el día de su callado hermano.

—Mateo, ¿qué tal si hoy vamos juntos a la escuela? —propuso con una mirada llena de esperanza.

Él vaciló un instante. La idea de enfrentarse

nuevamente al bullying y las burlas de sus compañeros llenaba su mente de ansiedad. Pero no quería decepcionar a Ariana.

—Está bien. Hoy iremos juntos —aceptó finalmente con una sonrisa forzada.

Después de desayunar, Mateo se preparó y se despidió de su madre y su hermana, quienes le deseaban un buen día sin imaginar las dificultades que enfrentaría.

Al llegar al instituto, miradas furtivas y risitas a sus espaldas lo recibieron. Trató de ignorarlas mientras se dirigía a su casillero, pero no pasó mucho tiempo antes de que un grupo de chicos se le acercara con aire amenazante.

—¡Eh, Mateo! ¿Qué tienes debajo de esas gafas? ¿Ojos de sapo? —Se burló uno, desatando las risas de los demás.

Mateo tragó saliva, sintiendo cómo la confianza se desvanecía. Quería responder, defenderse, pero las palabras se quedaron atascadas en su garganta.

El grupo continuó burlándose y empujándolo de un lado a otro. Se sentía vulnerable, derrotado, sin forma de escapar. Sin embargo, en medio del caos, algo cambió en su interior. Un impulso desconocido se apoderó de él y un puño pesado y lleno de rabia surgió de la nada, impactando en el rostro de uno de sus acosadores. El silencio se apoderó del pasillo.

Mateo se quedó paralizado, sin entender lo que acababa de suceder. Sus compañeros retrocedieron atónitos, mirándolo con asombro. Era la primera vez que Mateo demostraba esa fuerza oculta que ni él mismo conocía.

La directora llegó rápidamente y puso fin a la confrontación.

—Mateo, ven conmigo —pidió con seriedad—. Necesitamos hablar sobre lo sucedido.

Él la siguió, su mente llena de preguntas y emociones encontradas, sin saber aún el significado de ese puño.

Después de su encuentro con la directora, Mateo se sintió aún más desamparado. Se dio cuenta de que ella, la señora Fernández, estaba a favor de los cinco chicos que lo atormentaban: Brian González, Alan Gómez, Luisana Falk, Matías Di-Loreto y Erick Sousa.

El principal de ellos era Brian, un chico con dinero, atractivo y extrovertido que siempre buscaba llamar la atención. Practicaba boxeo, medía 1,75 metros y pesaba 65 kilos. Su mejor amigo y mano derecha era Alan, morocho, de 1,90 metros y 80 kilos, quien también practicaba rugby.

Luisana, la novia de Brian, era una chica hermosa cuyo padre era dueño de una empresa. Tenía una personalidad arrogante y disfrutaba sugiriéndole ideas a su novio para pisotear a los más débiles.

Matías era rubio, mujeriego y jugaba al fútbol en las inferiores de un club de primera división, midiendo 1,70 metros y pesando 70 kilos. Aunque su personalidad era buena, apoyaba a Brian por su amistad.

Por último, Erick era un chico poco atractivo que practicaba artes marciales mixtas. Con 1,85 metros y 80 kilos, tenía una personalidad divertida y seguía a Brian principalmente por su dinero, dispuesto a usar sus habilidades para defenderlo.

Tras salir de la dirección, Mateo regresó a clases sintiéndose deprimido y sin esperanzas. Su situación empeoró cuando los acosadores lo amenazaron con más golpes al salir. Desesperado, decidió escaparse.

Se dirigió a un campo abandonado, abrumado por la tristeza y la desesperación. Mateo decidió que no podía soportar más el acoso y quiso quitarse la vida ahorcándose en un árbol.

—¡Uff, qué sudor!

La voz provenía de un joven que entrenaba todo el día con el objetivo de convertirse en boxeador profesional: Axel Méndez, de 16 años, alto, guapo, con un cuerpo admirable de deportista. Se encontraba trotando hacia el gimnasio "Los Pibes del box", donde se entrenaba. Durante su camino habitual cruzó el campo abandonado y se detuvo al ver a un chico colgado de un árbol.

Sin dudar, Axel se acercó rápidamente y lo rescató justo a tiempo. Era Mateo, casi inconsciente, así que lo llevó al hospital de inmediato. Esta traumática experiencia marcaría el inicio de una profunda amistad entre ambos.

A medida que Mateo se recuperaba, Axel estuvo a su lado, compartiéndole su propia historia de desafíos y superación en el mundo del boxeo, lo que inspiró a Mateo a encontrar fuerzas para seguir adelante.

Al salir del hospital, Mateo encontró en su bolsillo un papel con la dirección de un gimnasio de boxeo, el mismo donde entrenaba Axel. Miró ese papel con curiosidad, preguntándose si sería capaz de enfrentar sus miedos y comenzar a hacer ejercicio para ganar resistencia.

Aunque era muy tímido y no estaba seguro de que funcionaría, decidió darle una oportunidad. Con determinación, se dirigió a esa dirección y se dirigió a esa dirección y se encontró con un gimnasio lleno de personas intimidantes y musculosas. El entrenador principal se llamaba Walter Sosa, un ex boxeador campeón nacional argentino retirado debido a un problema cardíaco justo antes de competir por el campeonato sudamericano.

Walter Sosa era conocido por su personalidad arrogante y su mirada desafiante. Cuando vio entrar a Mateo al gimnasio, no pudo contenerse y gritó:

—¡Parece que entró una mariquita!

Mateo se asustó y estuvo tentado a salir corriendo, pero antes de que pudiera hacerlo, Axel lo detuvo poniéndole una mano en el hombro.

—¿Por qué te vas? Quédate conmigo —le dijo con determinación.

Axel no se dejó intimidar por Walter y le gritó:

—¡Este chico va a ser bueno, tenés que cuidarlo, Gil!

Con esas palabras, mostró su confianza en Mateo y le aseguró que estaría allí para apoyarlo en su nueva aventura en el mundo del boxeo.

Mateo, aunque temeroso, decidió quedarse y enfrentar sus miedos. Bajo la tutela estricta de Walter Sosa y con el apoyo constante de Axel, comenzó su entrenamiento en el gimnasio. A medida que pasaban los días, descubrió una nueva determinación y una voluntad de superar sus propios límites.

Aprendió los fundamentos del boxeo, desde los golpes básicos hasta las técnicas defensivas. También se dio cuenta de que el ejercicio físico no solo mejoraba su resistencia, sino que fortalecía su confianza y le daba una sensación de empoderamiento.

Mateo salió del gimnasio con un poco más de confianza adquirida. Se dirigió hacia su hogar, pero al llegar se encontró con su madre sosteniendo una carta del instituto que indicaba que había faltado dos semanas a la escuela, justo en el período que estuvo entrenando.

Su madre, visiblemente molesta, lo reprendió con dureza sobre la importancia de estudiar y de que ella trabajaba todo el día para que él se esforzara. Mateo no dijo nada y se encerró en su habitación, mientras su madre, enojada y triste, abrazaba a la pequeña Ariana, quien también se sentía perdida ante la situación.

En su cuarto, Mateo se tumbó en la cama y comenzó a llorar desconsolado. Sentía que todo le salía mal. Se quedó dormido, hasta que al despertar encontró una carta debajo de la puerta ordenándole regresar sin falta al instituto. Aunque no tenía ganas, no le quedaba otra opción que obedecer.

Cuando llegó, fue recibido por Brian con un fuerte abrazo que más parecía una llave.

—¿Por qué no venías al instituto? Te estábamos extrañando —dijo dándole palmadas en la espalda.

Mateo no respondió y se limitó a sentarse en su asiento. Luego, Luisana se le acercó burlonamente:

—¿Qué pasó, cuatro ojos? ¿Te asustaste? ¡No nos olvidamos de esa buena trompada que le diste a Brian!

Y le plantó un beso en la mejilla, haciendo que Mateo se pusiera rojo como un tomate de la vergüenza.

Durante el receso, Mateo salió rápidamente del aula queriendo esconderse en el baño, pero Alan lo detuvo agarrándolo del hombro.

—Espera, flaquito, ¿a dónde vas? Ahora viene Brian y veremos qué tiene para ti —dijo entre risas.

Mateo se puso nervioso, temiendo enfrentarse a Brian y las posibles consecuencias. Sin embargo, intentó mantener la compostura y no mostrar su miedo, mirando fijamente a Alan mientras respondía con voz temblorosa:

—No sé de qué estás hablando. No pasó nada.

Aunque por dentro se sentía asustado e inseguro, estaba decidido a no dejarse intimidar y a enfrentar las consecuencias de sus actos.

Mientras esperaba la llegada de Brian, Mateo trató de mantener la calma y prepararse mentalmente para la conversación que se avecinaba. Sabía que necesitaba encontrar una manera de resolver el conflicto y demostrar que estaba dispuesto a asumir la responsabilidad por sus acciones.

Sin embargo, cuando Brian y su grupo llegaron, el miedo y la desesperación se apoderaron de Mateo mientras escuchaba los gritos e insultos de los compañeros de Brian. Éste último no había olvidado el puñetazo que Mateo le había dado y mencionó que aún le dolía, sin comprender de dónde había sacado el valor y la fuerza para ese golpe. Brian atribuyó ese éxito a la suerte y decidió poner a prueba a Mateo retándolo a una pelea. El grupo formó un círculo a su alrededor, dejándolos solos para enfrentarse.

—¡Párate de mano, desnutrido! ¡Vamos a pelear, ese golpe fue suerte! ¡Ahora te voy a dar la paliza de tu vida! —vociferó Brian.

Cuando lanzó el primer golpe, un rápido jab, Mateo no pudo evitar recibir el impacto y cayó al suelo. Durante un minuto, se quedó tendido, sintiendo el dolor físico y emocional. En ese momento, en su mente apareció la imagen de Axel, quien lo había salvado cuando estaba al borde del suicidio. Esa imagen le dio fuerzas y, de repente, Mateo se levantó, sorprendiendo a Brian.

—¡Wow, pendejo, tienes huevos! —exclamó Brian, sin detenerse.

Lanzó un gancho hacia Mateo, quien se agachó rápidamente, agarrándose el estómago y retorciéndose de dolor. Brian aprovechó la oportunidad para burlarse:

—¿Eso es todo? ¡Viste que fue pura suerte! ¡Eres un perdedor!

Pero en ese momento, lleno de coraje, determinación y valor, Mateo, sin darse cuenta, lanzó un poderoso cruzado que impactó en la cabeza de Brian, haciéndolo caer noqueado al suelo.

"¡Uff, gracias Axel!", pensó Mateo.

El tremendo golpe no solo dejó a Brian inconsciente, sino que también provocó el desmayo de Mateo por su esfuerzo físico y pésimo estado. Los compañeros de Brian quedaron en shock, sin poder articular palabra, preguntándose qué había sucedido. Alan, enfurecido, gritó:

—¡Vamos a darle una paliza a Mateo!

Sin embargo, en ese momento la directora llegó corriendo para interrumpir la violenta escena y poner fin al altercado.