Los primeros rayos de sol se colaban por la ventana cuando Mateo abrió los ojos. Se levantó de la cama y se quedó observando fijamente su reflejo en el espejo. Por unos segundos, casi no se reconoció con ese nuevo corte de cabello.
Una leve sonrisa se formó en sus labios al recordar la tarde anterior con Axel. Era la primera vez en mucho tiempo que alguien lo hacía sentir parte de algo, comprendido e impulsado a seguir adelante.
Mateo consultó la hora: las 6 am. Faltaba una hora para que abriera el gimnasio, pero las palabras de Axel resonaban en su cabeza.
Se vistió rápidamente y salió a realizar unas vueltas por el barrio para entrar en calor. Las calles desiertas, el aire fresco, lo preparaban mentalmente. Trotó hacia el gimnasio. Axel y el entrenador Walter Sosa estaban por abrir. Al verlo llegar, Walter soltó una carcajada:
—¡Eh, eh! ¿Pero si es el flaquito, na jódeme? ¡Cómo te dejó cambiado ese barbero, pibe!
Mateo se ruborizó levemente. Axel lo recibió con una palmada amistosa:
—¡Muy bien Mateo! Veo que viniste bien dispuesto desde temprano. Así me gusta, con esas ganas.
Tras una sonrisa cómplice, los tres cruzaron la puerta. Una dura jornada de entrenamiento los esperaba.
El gimnasio comenzaba a cobrar vida con la llegada de más boxeadores amateur y entusiastas del deporte. Mateo ya llevaba un poco más de dos semanas entrenando junto a Axel. A sus 50 kg de peso y 1,74 metros de altura, su contextura aún era delgada.
—Estás muy flaquito todavía —comentó Axel observándolo de reojo—. Después te voy a dar una buena dieta para que subas de masa muscular.
El entrenador Walter Sosa los observaba con atención mientras más gente se iba sumando al gimnasio. Axel, como boxeador aspirante a profesional, ya tenía muy incorporadas las rutinas. Pero Mateo aún era un libro abierto por descubrir.
—Bueno flaco, hoy vamos a repasar algunas técnicas clave —indicó Axel llevándolo a un rincón—. Presta bien atención a los nombres y los movimientos.
Haciendo gala de su experiencia, Axel fue enseñándole uno a uno los diferentes golpes: el recto, el cruzado, el gancho, el upper. Mostraba la postura, la mecánica de piernas y cadera, y Mateo lo imitaba una y otra vez durante más de media hora.
—Muy bien, ahora quiero ver qué tal ese zurdazo que me contaste. —Axel se frotó las manos y lo invitó a subir al ring—. Vamos, quiero que me pegues con todo lo que tengas en esta mano.
Mateo pareció dudar al principio, pero ante un gesto desafiante de Axel, soltó un puño zurdo algo flojo contra la palma extendida.
—Dale loco, con más fuerza que eso —lo apuró Axel—. ¡Como esa vez contra ese idiota!
Mateo respiró hondo y arrojó un nuevo golpe más certero, pero Axel negó con la cabeza.
—Vamos flaco, ¡con todo! ¡Sin miedo! —exclamó Axel con un tono más subido.
Fue entonces cuando Mateo descargó un potente derechazo con toda la fuerza de su cuerpo. El impacto hizo que Axel tambaleara hacia atrás con una mueca de sorpresa.
—¡Guau! ¡Me dolió posta! —exclamó sobándose la mano.
Walter Sosa, quien había estado observando la escena en silencio, esbozó una leve sonrisa y se acercó al ring con aire de grandeza. Había visto destellos de un verdadero diamante en bruto.
—¡Tienes potencial pibe! Ahora veo por qué Axel te trajo —exclamó Walter Sosa acercándose al ring mientras Axel se sobaba la mano adolorida—. A partir de mañana te voy a dar un entrenamiento infernal, así que preparáte.
Se dirigió a Mateo con un gesto más severo.
—Ahora bajate y seguí practicando todas las técnicas que Axel te enseñó, ¿me escuchaste?
Mateo asintió tímidamente y descendió de la lona roja. En ese momento, varios boxeadores que estaban entrenando en las otras esquinas del gimnasio se acercaron.
—¡Wuaaa! ¡Se escuchó fuerte ese sonido! —exclamó uno palmeando el hombro de Mateo—. Me llamo Román Valentini, tengo 20 años y soy boxeador profesional. —Un joven fornido, de cabello castaño, midiendo 1,67 metros y pesando 72 kilos—. Actualmente llevo 4 peleas ganadas y 1 perdida. ¡Espero que sigas mejorando ese cuerpo flaco! Le tenés que meter ganas.
Mateo se puso visiblemente nervioso e intimidado ante el revuelo que se había generado a su alrededor. Con la vista clavada en el suelo, sólo atinó a asentir levemente con la cabeza.
Axel notó la incomodidad de su amigo y decidió intervenir.
—Bueno, bueno, dejen de joderlo que todavía es un novato —los contuvo uniéndose al grupo—. Pero ya vieron que este flaquito va a ir por más, ¿no? —Lanzó un guiño cómplice hacia Mateo, quien dibujó una tímida sonrisa, sintiéndose respaldado una vez más por su mentor.
Después de una dura jornada de entrenamiento en el gimnasio, Mateo finalmente llegó a su humilde hogar. Al cruzar la puerta, lo recibió una esbelta figura adolescente:
—¡Mateo! ¡Mateo ya llegó! —gritó su hermana Ariana, corriendo a abrazarlo con efusividad.
Aunque ya no era una pequeña niña, Ariana mantenía un espíritu alegre y enérgico. Sus rizos castaños y su sonrisa interminable le daban un aire aniñado. Mateo no pudo evitar una leve sonrisa y revolverle el cabello con cariño.
Desde la cocina, apareció su madre María secándose las manos con un trapo de cocina.
—Ay hijito, ¿cómo te fue hoy? Te veo reventado —comentó al verlo exhausto.
—Bien ma, el entrenamiento estuvo bravo como siempre —respondió Mateo dejándose caer sobre una vieja silla—. Estoy remuerto, quiero comer y dormir.
María asintió con comprensión materna y volvió a la cocina para terminar de preparar la cena. Ariana se arrellanó junto a su hermano mayor en la butaca adolescente.
—Oye Mateo, ¿me enseñás a boxear? Yo también quiero ser boxeadora como vos —declaró Ariana con sus ojitos brillantes.
El chico soltó una leve risita
El chico soltó una leve risita y le revolvió otra vez el cabello a su hermana.
—Cuando seas más grande tal vez, engendro. Por ahora concéntrate en la escuela.
El resto de la escena continuó con Mateo cenando con un hambre voraz, como si no hubiera comido en un día completo, luego yendo a dormir para reponer energías de cara a un nuevo día de intenso entrenamiento.
Mateo se retiró a la habitación. Pero en lugar de irse directo a la cama, buscó su vieja laptop y se sumergió en un maratón de videos de boxeo. Devoró con avidez cada pelea histórica, cada análisis técnico, cada biografía de grandes campeones. Cuanto más miraba, más crecía su motivación y pasión por este deporte que estaba cambiando su vida. Las horas pasaron volando hasta bien entrada la madrugada.
El molesto sonido de la alarma lo sobresaltó a las 6 am. Mateo abrió los ojos con notables ojeras y bostezó sonoramente. Pero lejos de acobardarse, se puso de pie con renovadas energías. Tomó una vieja manguera de jardín y comenzó a saltar a la cuerda improvisada durante 30 minutos para calentar.
Después se vistió con ropa deportiva y partió trotando rumbo al gimnasio "Los Pibes del Box". Un nuevo e intenso día de entrenamiento estaba por comenzar.
Al cruzar la puerta, se encontró cara a cara con su nuevo entrenador Walter Sosa, el ex boxeador profesional que había sido nada menos que campeón argentino en su época. El hombre lo observó de arriba a abajo con ojo crítico.
—Muy bien, flaquito. A partir de hoy comenzamos un entrenamiento todavía más duro —sentenció Sosa con voz ronca—. Lo primero y más fundamental es la resistencia física y mental. Vamos a hacer que tu cuerpo sea una máquina.
Acto seguido, lo sometió a una brutal secuencia de ejercicios cardiovasculares, luego trabajo de fuerza con pesas y por último flexiones e innumerables sentadillas hasta que las piernas le temblaran. Mateo jadeaba completamente empapado en sudor, pero hacía su mayor esfuerzo por no rendirse.
—Estás muy flaco, necesitás subir de peso —observó Sosa al finalizar la rutina—. Pero no te preocupes, los meses van a pasar rápido y ese cuerpito va a ir cambiando.
Mateo asintió tragando saliva en búsqueda de aire. Una nueva e implacable etapa de su transformación en boxeador acababa de comenzar.
Los días pasaron rápido con una movida intensa sin poder bajar un cambio. Mateo le metía a full con los entrenamientos arrebatados que le daba Walter Sosa, avanzando de a poco pero firme en su camino a boxeador.
Finalmente, el tan esperado fin de semana llegó. El sábado por la noche, Axel lo llamó para hacer planes:
—¿Qué hacés flaco? Vamos a dar una vuelta por el centro, a ver si levantamos un par de minusas.
Axel le preguntó:
—Che flaco, ¿y el lunes volvés al colegio no?
Mateo asintió.
—Bueno, ya sabés —lo apuntó Axel con un dedo—. No les des bola si te rompen las pelotas como antes. Usá la cabeza, no las manos.
Mateo tragó saliva pero asintió con firmeza. Las palabras de Axel eran un recordatorio de mantener la cabeza fría.
Era sábado a la nochecita cuando ingresaron a un boliche bailable recontra picante de la zona, donde la música te reventaba los oídos con unos beats supersexys. Las luces de colores iluminaban un mar de cuerpos remeneándose al calor de las ganas jóvenes.
—¡Boliche God! —exclamó Axel con una mirada recontra pícara, comiéndose con los ojos al tumulto de chicas bailando—. Vamos Mateo, hoy practicamos otros movimientos que no sean nomas boxear.
—Eh...no sé —dudó el tímido pibe, re abrumado.
—Dale loco, te falta soltar un toque más las manos y el cuerpito —bromeó Axel guiñándole un ojo antes de mandarse como un tanque a la pista de baile.
Mateo se quedó en un rincón, observando casi en cámara lenta cómo su amigo, mentor de puños y maestro del chamuyo, se transformaba en una auténtica máquina de levantar minusas. En cuestión de nada, Axel ya tenía enganchadísima a una rubia de infarto.
Mateo tragó saliva al ver que se le acercaba un grupo de chicas mirándolo con curiosidad. Una morena recontra buena onda y con una carita de ángel lo deslumbró como un reflector. Pero el pobre pibe apenas pudo ponerse re colorado y quedarse durito sin poder articular palabra.
Axel finalmente se le acercó entre beso y beso con la rubia.
—¿Qué hacés ahí parado como un poste loco?
Mateo sólo atinó a asentir, aún re idiotizado, cuando cruzó una última mirada re cómplice con la morocha antes de que la noche siguiera con su fiesta interminable.