El pánico me invade mientras palpo frenéticamente mi cuello, buscando el peso familiar de mi collar y encontrando solo piel tersa.
—¿Dónde está? ¿Cómo he podido perderlo?
Apresurada, vuelvo sobre mis pasos, dejando gotas de agua en el azulejo mientras inspecciono el baño. Me pongo a gatas, mirando debajo del lavabo y del inodoro, mi corazón latiendo con un terror creciente. Nada. No está aquí.
Envuelta en una toalla, regreso a la habitación principal, mi mirada se desplaza frenéticamente en busca de cualquier señal del cristal perdido. Reviso entre las sábanas de la cama, arrojando almohadas mientras mi desesperación aumenta.
—No está allí.
Se me ocurre la brillante idea de revisar mis bolsillos, pero tampoco está allí.
—Mierda.
—Joder.
No tengo idea de qué tan grande es el problema, pero Selene había hecho parecer muy importante que lo llevara encima en todo momento.