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—¡Suéltenme! —rujo, forcejeando contra el agarre férreo de mi beta y los guardias que asigné a la habitación de Ava—todos emparejados, todos a salvo de su celo. Se mantienen firmes, arrastrándome lejos de la habitación donde ella yace. Más lejos de la dulce canción de sirena de su aroma.
—Alfa, debes controlarte —masculla Rowan, su voz tensa por el esfuerzo de contener mi ira. Pero el control es un recuerdo lejano, destrozado en el momento que capté su olor. El momento que supe que era mía.
—Ella me necesita —gruño, las palabras desgarrándose de mi garganta como pedazos de vidrio. Cada fibra de mi ser grita para ir hacia ella, para reclamar lo que es mío por derecho. Para hundir mis dientes en la suave curva de su cuello y marcarla como mía. Para joderla, para engendrar en ella, para reclamarla y que nadie más pueda hacerlo. Para que mi olor impregne todo su ser. Para que sea mía. Toda mía.