La cara de Sigmund no cambió y solo la miró. Tenía un trastorno obsesivo-compulsivo, pero era algo que lentamente se había ido disipando cuando esta mujer estaba cerca.
Él no sabía cuándo había comenzado, y era muy confuso para él, alguien que siempre estaba en control.
Había veces cuando su mente, en medio de un experimento, pensaba en su rostro, sus labios, y también esas imágenes de ella teniendo coito con otros hombres.
Durante mucho tiempo en su laboratorio, también había estado estudiando esos cambios en él mismo, hasta que llegó a la conclusión de que para obtener más datos, necesitaba pasar más tiempo con ella.
Su voz aterciopelada sonó al lado de sus oídos y él se giró para encontrarse con sus brillantes ojos azules.
—Es definitivamente muy estimulante —dijo ella.
Él la miró con curiosidad. —¿De qué manera?