—Alicate —llamó a nadie en particular y en unos momentos, uno de los guardias volvió con un alicate presentado en una almohada cubierta de seda púrpura real. El anciano, conociendo la intención del dispositivo que ahora empuñaba Remo, volvió a la vida, sollozando y suplicando con seriedad.
—Me tomé la molestia de acogerte, de hacer tu vida cómoda, y así es como decides pagarme —comenzó Remo, acercándose al hombre que se había arrinconado, temblando violentamente.
—Por favor, perdóname, Señor Alfonso, alguien, ayúdenme, por favor —suplicaba el otro.
—Si sabías lo que iba a pasar, ¿por qué te adelantaste y desobedeciste mi orden? —continuó Remo, ignorando completamente sus gritos, como si nadie afuera pudiera darse cuenta de lo que estaba sucediendo en la librería.