—Miguel la llevó al salón —sus largos dedos trazando su bonito rostro, deslizándose hacia las esquinas de sus labios rojos y frotándolos suavemente.
—Su sereno rostro dormido quedó profundamente grabado en el corazón de Miguel, haciéndole difícil olvidar.
—Originalmente... no tenía intención de dejarla secar correctamente, así cómo volver a dormir juntos en un aturdimiento, pero también tan intenso.
—La niña pequeña gritaba, su voz era muda, y luego miraba el fondo del coño, jugado hasta quedar rojo e hinchado, el sensible clítoris se erguía recto, lucía patético.
—Miguel no podía soportar ver el clítoris rojo e hinchado y estaba listo para calmarlo y reconfortarlo.
—Entonces se tumbó de espaldas, abrió sus blancas piernas y vio que la pequeña concha floreada de Nancy nacía como su dueña, una ola de carnalidad inconsciente.