—Su Majestad
La mujer hizo un gesto con la mano, callando al que hablaba.
—Está bien, tarde o temprano será mío. No importa su postura, al final se someterá aquí. —Se recostaba perezosamente medio reclinada en el trono dorado, apoyando su cabeza con la mano, su arrogancia mezclada con un atisbo de sutil fatiga. Extendiendo su delgado brazo, su estructura esquelética visiblemente distintiva, señaló una alineación de rostros, arrancando uno del aire casualmente y tocándolo con su dedo. Su apariencia cambió como si se hubiera puesto una nueva cara.
Altair, bajo la mirada de todos, caminó hacia el concesionario 007. Se inclinó, parándose respetuosa y temerosamente a un lado de la multitud. Altair tocó su oreja, activando el audífono oculto.
—Felicidades, Castigo, ahora eres el contendiente más fuerte de nuestra Arena del Ojo Púrpura. Por favor, sígueme a la zona de descanso exclusiva para nuestros luchadores.