Volver al Palacio, Felissa viajó en un carruaje sola. Vicenzo se quedó atrás ya que tenía algo que hacer en la ciudad.
—Libertad, eh. Ni siquiera sé qué es eso —murmuró Felissa con enojo. Miró hacia afuera y vio las sonrisas amables de las damas y las risas de los hombres.
Felissa sacó un espejo de su bolsa y siguió las sonrisas que había visto. Probó diferentes expresiones faciales hasta que copió una similar.
—Así está mejor —dijo Felissa con una sonrisa antes de suspirar profundamente. Había sido una rutina para ella, seguir la expresión que veía en las lobas, especialmente frente a los hombres. Para ella, era una expresión que no podía hacer sola.
—Mi Dama, hemos llegado —dijo el cochero en la puerta.
—Ah, gracias, señor —Felissa sonrió suavemente, lo que hizo sonrojar al cochero.
Felissa salió del carruaje y le dio propina al cochero ya que Vicenzo ya había pagado la tarifa. Caminó hacia la puerta, y los caballeros inclinaron sus cabezas ante ella.