Ya era tarde cuando Wei Ting regresó del palacio. Su Xiaoxiao no pudo resistir más y se quedó dormida. Había una luz encendida en la habitación para él.
Si él sentía que ella no lo tenía en su corazón, ella aún sabía dejar la luz encendida para él. Si él sentía que lo tenía en su corazón, ella siempre lograba enfurecerlo hasta la muerte.
Wei Ting se acercó a la cama, levantó el velo y pinchó con sus delgados dedos la cara dormida de cierta persona.
No pudo despertarla.
Miró los moretones en su cuerpo y frunció el ceño.
Las cuñadas eran demasiado crueles. El pequeño pavo real gordito tenía mucho miedo al dolor.
Al final, Wei Ting no pudo soportar despertarla. Fue a tomar una ducha fría y justo se había acostado cuando Wei Liulang llegó.
—Pequeño Siete, soy yo. —dijo Wei Liulang con un tono sombrío.
Wei Ting fue a abrirle la puerta.
Llevaba a tres mocosos dormidos en brazos con una expresión amarga.