Mientras Kiba aceptaba la invitación de boda de Olly, lejos, en el laboratorio de la Unión de Cornudos, resonaban gritos de guerra.
—¡Alabemos a los Cornudos!
—¡Que vivan los Cornudos!
—¡Gloria a la Unión!
Todos gritaban emocionados, pero Alan permanecía indiferente y tranquilo. Los gritos eran por él, por la organización que había fundado, pero no le importaba.
De hecho, hoy en día, nada realmente le importaba para emocionarse o enojarse.
Y todo eso gracias a su experiencia en el Laberinto del Infinito.
Presenciar cómo Kiba se follaba a la mujer que amaba y su épico fracaso para detenerlos finalmente lo llevó a un estado trascendente. Ahora estaba libre de las barreras emocionales.
Lentamente los gritos de guerra disminuyeron, y Alan continuó con su discurso.
—Kiba cree que escribió nuestros destinos, y no está equivocado. Él es un Dios, después de todo —dijo Alan.
—Un Dios cree que tiene todo el derecho sobre el mundo mortal. Kiba no es diferente.