—¡Oh, Creador! ¡Quiero estar ahí!
Katherine apretó sus pechos y frotó sus muslos.
Zed y Sophia se besaban desenfrenadamente, gimiendo y jadeando en la boca del otro, sus lenguas entrelazadas.
Katherine atrapó sus pezones y los retorció. Los sintió endurecerse como uvas.
—¿Y cómo no iban a hacerlo?
La vista de su hija besándose con Zed era lo más caliente que había presenciado.
Estaba tan caliente que sintió calor subiendo en ella, quemando sus mejillas con deseo mientras manchaba sus bragas con jugos resbaladizos.
—Ahh... ¡sí! ¡Solo un poco más!
Se frotaba la zona entre sus muslos frenéticamente, ¡como si hubiera una picazón que necesitaba rascarse!
Tristemente, sus manos no podían darle el alivio que desesperadamente necesitaba. Miró a su hija, y al verla aún completamente vestida, un pensamiento surgió en su mente.
—¿No sería genial si ella estuviera allí para guiar a su inocente hija?