Mientras Katherine imaginaba llevar a Zed a la cama de Sophia, se sintió mareada por la emoción prohibida. Su adrenalina se disparó y su respiración se intensificó.
—¡Oh, Creador! ¿Qué es lo que me pasa? —se preguntó mientras se lanzaba sobre la cama y desgarraba su vestido y sostén en pedazos.
Comenzó a frotar su cuerpo contra las sábanas, esperando que se adherieran a ella y le brindaran el alivio que él había logrado.
Lastimosamente, carecían de su carne palpitante, su lengua resbaladiza y sus manos expertas.
Desesperada, puso sus manos a ambos lados de sus pechos firmes y los apretó fuertemente. La sensación de vértigo que siguió se sintió bien.
Era justo como cuando él los había apretado y lamido sus pezones color rosa.
No, se estaba mintiendo a sí misma. No se sentía ni remotamente tan bien. La sensación de aquel entonces era electrizante, y la necesitaba más de lo que podía admitir.
—¡Realmente me estoy convirtiendo en esclava de su cuerpo!