—¿Cómo te llamas? —preguntó.
—Riley —respondió ella.
Kiba arrancó una pluma de sus alas y se la entregó a la embelesada Riley. Esta y todos los demás quedaron atónitos porque podían sentir un poder tan vasto como los océanos.
—No puedo estar en tu corazón —dijo Kiba mientras su cuerpo empezaba a desvanecerse en una neblina dorada—. Pero espero que guardes mi muestra de gratitud cerca del mismo.
Después de decir eso, desapareció, dejando a Riley y prácticamente a todos los demás boquiabiertos.
Nadie sabía el uso de la pluma, pero dada la presencia que sentían y el poder que Kiba había mostrado hasta ahora, no había duda de que era un tesoro invaluable.
Todos, incluido el supuesto novio de Riley, miraron la pluma con ojos codiciosos.
Riley sintió sus crueles intenciones, pero no estaba asustada a pesar de ser débil.
Porque estaba segura de que Kiba habría esperado los nefastos deseos de los demás. Aun así, le entregó semejante tesoro delante de todos y se marchó.