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A medida que los Orbes del Legado continuaban girando y flotando a su alrededor como planetas alrededor de una estrella, Zed preguntó:
—¿No has renunciado a intentar estafarme, verdad?
El sereno y deslumbrante resplandor de los orbes brillaba en su rostro, como si lo invitaran a sostenerlos. Polvo de estrellas irradiante se desprendía del brillo y volaba hacia él como un imán.
Este polvo de estrellas resonaba con las mismas profundidades de su existencia. Hacía que su alma estallara con un deseo y una tentación... un efecto intenso que ni siquiera la mujer más hermosa podría crear.
No importa cuán placentero fuera el sexo, al final, no era nada más que un deseo creado por el cuerpo para la reproducción. Era una necesidad instintiva incrustada en los genes para asegurar la continuidad de las especies. El placer era solo un subproducto, casi como un soborno...