El sol caía bajo en el cielo, proyectando un resplandor etéreo sobre la jungla. Los árboles se elevaban, sus hojas creaban un dosel exuberante que filtraba la luz dorada.
Martha, escondida detrás de un espeso follaje, miraba a través de las hojas con una mezcla de shock y fascinación.
—¿Qué puedo hacer?
Ella había pretendido interrumpir las escapadas de Kiba, pero ahora se encontraba siendo testigo de un fenómeno más allá de su comprensión.
Kiba yacía recostado, agotado por sus esfuerzos anteriores, mientras Tempestad y Penélope se arrodillaban al borde del agua.
Sus cuerpos brillaban con sudor, y sus labios se movían en besos lentos, sensuales, intercambiando restos de su potente esencia.
Sus lenguas danzaban y se entrelazaban, saboreando los rastros persistentes del poder de Kiba, sus gemidos se mezclaban con el suave rugido de la cascada.
Cada toque, cada caricia era eléctrica...
Sin que ellos lo supieran, unos pocos hilos del esperma de Kiba caían en la cascada.