El tratamiento comenzó en serio, un baile titubeante alrededor del desconocido territorio de la forma masculina.
Penélope, cuyos movimientos al principio eran lentos, comenzó la delicada tarea de quitar la ropa de Kiba.
Esta era la primera vez que ella había visto a un hombre desnudo, más allá de las estilizadas representaciones en antiguos murales que retrataban a los hombres como seres monstruosos. La realidad que yacía ante ella era un marcado contraste —una poderosa fisonomía marcada por una red de rasguños carmesíes.
Un temblor de miedo se propagó por ella, una aversión primordial a tocar la forma masculina.
Circe, percibiendo la aprensión de Penélope, ofreció un suave recordatorio.
—El tiempo es esencial, Penélope. ¡Concéntrate en limpiar las heridas! —dijo ella.
Penélope tomó una profunda respiración, fortaleciendo sus nervios. Con dedos temblorosos, desabrochó su camisa, revelando una impresionante extensión de músculo tonificado, un testimonio de su inmensa fuerza.