El sol brillaba con intensidad sobre el océano mientras Tempestad guiaba a Kiba desde la orilla y se adentraban en el bosque. No podía sacudirse el recuerdo de la batalla entre Aurora y Kiba, y la facilidad con la que Kiba había derrotado al fiero guerrero.
Para ella, no era solo un concurso; era pura intimidación. Por eso Tempestad decidió dejar atrás a Aurora y a otros guerreros de su equipo. No eran como ella, que podía controlar sus emociones, y no quería que provocaran a Kiba y enfrentaran un final humillante.
—Aun así, simplemente no podía dejar que este hombre olvidara su lugar... ¡está en Edén! —Tempestad pensó, apretando más fuerte el agarre de la vaina de su espada.
—¡Y no en algún yermo donde los hombres arruinen todo con su complejo de superioridad! —Tempestad no podía evitar lanzar miradas de reojo a Kiba. Este último estaba ocupado observando los alrededores, admirando la belleza del lugar.